Capítulo 17

Jimmy Brick estaba enfurruñado, aunque nadie se diera cuenta de ello. Hoy tenía la cara sonriente, en parte porque era el cumpleaños del muchacho.

Sabía, sin embargo, que las fiestas de cumpleaños podían en ocasiones terminar muy mal, ya que la mezcla de alcohol y el contraste de pareceres era más que suficiente para dar comienzo a una guerra mundial.

El bautizo de su sobrina, por ejemplo, hizo que su cuñado cometiera un asesinato y se ganara una cadena perpetua, ya que no se le había invitado por su costumbre de tirarse a su hermana siempre que se le antojase. Lo habían echado de la casa que en su momento había compartido con otros, hasta que Úrsula, su hermana, besó a su nuevo novio en el jardín trasero de su casa marital; llegado el momento se dijo que su cuñado había escalado el muro, luego se oyeron los disparos, los gritos de las mujeres y pasaron el resto del domingo declarando en la comisaría.

No, a Jimmy no le gustaban ni las fiestas más inocentes, ni los invitados menos sospechosos, ya que consideraba que hasta el más tonto era capaz de arruinarlo todo si se daban las debidas circunstancias. Se sentía tan seguro que estaba decidido a que nada de eso ocurriese en la fiesta de Pat Junior.

La sala lucía maravillosamente decorada y fantástica, toda repleta de globos y pancartas. Las mesas que habían colocado estaban combadas por el peso de tanta comida y el aroma que desprendía le estaba matando. Le encantaban los huevos con berros, así que cogió unos cuantos y se los comió masticando rápidamente. El bar ya estaba abierto y el pinchadiscos, un capullo redomado, estaba preparado para ponerles un rock-and-roll. Jimmy supervisó que las mesas y las sillas estuvieran en los lugares adecuados, luego se fumó un cigarrillo fuera de la iglesia y, finalmente, se relajó. El chico tenía suerte de que organizasen una fiesta como ésa por su décimo cumpleaños, ya que él jamás había tenido nada parecido en sus veintiún años. El joven Pat Junior era un buen muchacho. Era fuerte y se parecía mucho a su padre. Eran, como decía su madre, igual que dos gotas de agua. El otro, Lance, sin embargo, era un niño muy extraño, de eso no cabía duda. Era un caso aparte y, aunque no había nada malo en ello, Patrick había tomado la decisión de que no asistiera a la fiesta para darle una lección. Si tuviera diez años más, sin embargo, las cosas habrían sido muy distintas porque seguro que no habría aceptado de tan buena gana que no le invitasen a la fiesta. Lance, en definitiva, era un maniático que aún no había florecido del todo y, cuando lo hiciera, que Dios se apiadase del que se interpusiera en su camino.

Lil escuchaba a su madre a medias, ya que estaba cepillando el pelo de Kathleen y siempre se quedaba maravillada con su suavidad. La gemelas, vestidas con su traje color crema, tenían un aspecto encantador. Cuando estaban vestidas de esa manera, su parecido se acrecentaba incluso más. Eileen tenía los ojos un poco más oscuros, pero, a menos que no se los mirase detenidamente, casi nadie era capaz de percibirlo.

—Cuando abrí la puerta y vi a tu marido casi me da un ataque al corazón.

Annie se alegró de que por fin su hija le prestara algo de atención.

—¿Cómo dices? ¿Pat fue a tu casa? Eso sí que es raro.

Annie asintió y respondió con una mirada que esperaba fuese complaciente. Había deseado con todas sus ganas formar parte de nuevo de la familia de su hija y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para lograrlo, ya que en las últimas semanas se había sentido más sola que nunca.

—¿Y qué te dijo? —preguntó Lil.

Annie sonrió ligeramente. Sus arrugas denotaban lo mucho que les había echado de menos. Parecía haber envejecido enormemente y, cuando la miró, se dio cuenta de lo mucho que necesitaba de ella y de su familia.

—Me dijo que Lance estaría castigado durante un tiempo y que yo debía quitarme de en medio para que vosotros resolvierais ese asunto en privado.

Lil era muy escéptica a ese respecto, pero prefirió guardarse sus pensamientos.

Annie no pensaba comentarle a su hija que Patrick Brodie le había formado un escándalo, que le había amenazado con prohibirle definitivamente verles si se mostraba indulgente con Lance o lo trataba de forma distinta a los demás. Le había dicho en la cara que ella no le gustaba en absoluto, y que la dejaría entrar de nuevo en su casa si sabía dónde estaba su lugar. Un paso en falso y podía darse por muerta; eso fue lo que le dijo.

Ella lo había aceptado, pero sabía que para ganarse de nuevo un sitio en la vida de su familia debía de caminar sobre ascuas. Ese día se había reprimido los deseos de ir a visitar a Lance a su habitación y se comportó como si no le preocupase. No podía engañar a nadie, lo sabía, pero así al menos dejaba claro que lo estaba intentando. Mientras Lil cogía a Eileen para ponerla sobre sus rodillas y peinarla como había hecho con su hermana, Kathleen se acercó hasta ella y la rodeó con los brazos. Annie se sintió desfallecer de felicidad.

—Abuelita.

Annie sonrió al oír las palabras de su nieta.

—Abuelita loca.

A Lil le habría encantado pegarle a su marido una buena tunda por enseñarle a decir esas cosas a las niñas, pero se sorprendió de ver que ella se reía y no hacía ningún comentario sarcástico al respecto. Verla reírse de esa forma le resultó tan inusual que los ojos se le llenaron de lágrimas. Debía de tener las hormonas un tanto alteradas últimamente porque estaba muy llorosa y, con cualquier cosa, se emocionaba. Desde que Lance había provocado aquel incidente con esa niña había estado viviendo sobre el filo de una navaja y, aunque sabía que su embarazo influía en su estado de ánimo, las fechorías de su hijo le habían quitado el sueño.

Eileen también se reía y Lil la estrechó entre sus brazos, dándole gracias a Dios por las hijas que le había dado. Eran dos ángeles y, aunque sabía que todas las madres pensaban eso mismo de sus hijas, las suyas lo eran realmente. Y no sólo para ella, sino para todo el mundo. La gente solía comentárselo cuando salía con ellas. Parecían unas niñas tan felices y tan contentas que dejaban enamorado a cualquiera. Además, si habían logrado ablandar el corazón de Annie Diamond, entonces es que tenían algo de especial, ya que ella no había logrado sacarle una sonrisa a su madre en su vida, cosa que había lamentado enormemente.

Pat Junior entró en la habitación vestido con su nueva ropa y Lil miró su agraciada cara mientras cogía a sus dos hermanas en brazos y les hablaba en tono cariñoso. Vestido con sus pantalones negros y su camisa blanca parecía tan mayor que se quedó sin palabras durante unos instantes. De repente se dio cuenta de que se estaba convirtiendo en un hombrecito y eso le recordó una vez más que los hijos no son para siempre, que antes de que se diera cuenta, ya serían unos adultos dispuestos a volar del nido. Por ese motivo, su mayor deseo era que se sintieran queridos, que pensaran que ella les había proporcionado una bonita infancia; en definitiva, que ellos tuvieran lo que ella jamás tuvo en su niñez.

Annie miró el rostro de su hija y deseó haberle proporcionado algo a ella también, pero jamás había hecho nada en ese sentido y no recordaba ni el décimo, ni ninguno de sus cumpleaños. Ellos jamás habían celebrado nada y ella lamentaba haber dejado que fuese su marido quien gobernara por completo sus vidas. Annie olvidaba que era precisamente ella quien se lo había permitido convirtiéndose en una persona igual que él; una mujer arrepentida de tener una hija que la había forzado a contraer matrimonio con un hombre como ése. Annie suspiró. En esta vida se aprende y, por eso, se consideraba muy afortunada de que su hija le hubiese dado una segunda oportunidad. Le estaba enormemente agradecida por ello.

Se preguntó si Lil pensaba lo mismo mientras ella miraba a su nieto mayor, casi postrado por el nerviosismo de la fiesta, dándole las gracias a su madre por el trabajo que se había tomado en organizado todo. No pudo evitar pensar si eso le recordaba a su hija lo parcos que habían sido sus cumpleaños de niña por su culpa.

Annie oyó que se abría la puerta principal y escuchó la voz de Patrick Brodie reclamando la presencia de su hijo. Annie aún se sentía inquieta en su presencia y optó por marcharse al vestíbulo para admirar la bicicleta que le habían comprado a Patrick Junior. Se recordó a sí misma que, en lo referente a Patrick Brodie, ella seguía en libertad condicional.

Patrick le guiñó un ojo y ella se sintió aliviada. Estrechó luego a su esposa entre sus brazos y, dirigiéndose a Patrick Junior, dijo: —Conque ya tenemos diez años, verdad hijo. Pronto estarás tan alto como yo. Mi viejo dejó de pegarme el día que pude mirarle a los ojos de frente. Le miré y le dije que la próxima vez que me pegase lo mataría cuando estuviese dormido. Desde entonces ni tan siquiera lo intentó.

A Pat Junior le encantaba que su padre le contase historias de su propia infancia. Mientras tocaba su nueva bicicleta de carreras le preguntó en serio:

—¿De verdad te pegaba con la correa?

—Me pegaba con lo primero que tuviera a mano. Era un jodido cabrón y, según tengo entendido, lo sigue siendo. Lo que sí puedo asegurarte es que los correazos duelen. Pat Junior miró a su madre y le preguntó:

—¿Te pegó alguna vez la abuela Annie? Lo dijo en broma, pero se arrepintió al instante porque se dio cuenta de que su madre borraba la sonrisa de su boca y respondía: —Dejemos el asunto y péinate para hacerte la fotografía, ¿de acuerdo?

Pat Junior asintió, pero se dio cuenta de que la cara de su abuela se había puesto de color rojo escarlata. Sintió enormes deseos de abrazar a su madre y consolarla, aunque no estaba seguro de por qué. Su padre, sin embargo, se le adelantó. Observó con tristeza cómo su padre besaba a su madre en los labios y le susurraba:

—Te quiero, Lily Brodie, no lo olvides nunca.

Patrick Junior sintió enormes deseos de echarse a llorar y su madre, al verlo tan compungido, lo estrechó entre sus brazos y lo apretó contra su enorme barriga. Luego le beso mientras reía:

—¡Qué estúpidos somos! Mira que ponernos casi a llorar hoy que es tu cumpleaños.

Pat Junior sintió la mano de su padre sobre su hombro. Por unos instantes se sintió tan protegido que deseó quedarse así toda la vida. Se sentía tan seguro, protegido y querido que guardaría ese recuerdo el resto de su vida.

Dave, Bernie y Tommy Williams estaban completamente borrachos. Habían estado fuera desde la mañana y, a esas horas tempranas de la tarde, ya estaban ebrios. Mientras estaban en la barra se dieron cuenta de que acaparaban la atención de los clientes habituales.

No habían estado en ese bar desde hacía tiempo y sabían que su repentina aparición habría sido comunicada al campamento base.

Era el día de la gran fiesta y cualquiera que tuviese un nombre estaría yendo a la iglesia cargado de regalos y con la sonrisa puesta.

Por eso sabían que estaban a salvo. Patrick Brodie no haría nada ese día y ellos ya llevaban más tiempo de la cuenta andando a escondidas. Ahora, sin embargo, los tres estaban tan cargados que se sentían capaces de enfrentarse al joven Ricky y a su constante cabreo por verlos siempre borrachos. Tenían que verlo después, pero sería cuando a ellos les resultase más conveniente. El Blind Beggar estaba hasta los topes aquella tarde, como solía suceder los sábados a la hora del almuerzo. La clientela estaba formada por comerciales, propietarios de establecimientos, unos cuantos memos y gente de poca monta.

Hubo un tiempo en que el nombre de Williams les proporcionaba una calurosa bienvenida en ese lugar, además de bebida gratis, pero en la actualidad eran sencillamente tolerados.

La bebida, mezclada con las anfetaminas que ya corrían por sus venas, les hizo sentirse más ofendidos por el tratamiento que recibían. Eran plenamente conscientes de lo bajo que habían caído y hoy, más que nunca, se sentían despechados por las personas que en otros tiempos se hubieran roto el cuello por responder a uno de sus saludos, personas que habían bebido con ellos para ver si se les pegaba algo de su éxito. Ahora los despreciaban deliberadamente, y lo peor de todo es que no les atemorizaba comportarse como lo hacían. El joven Ricky tenía razón, su astucia no le engañaba. El sabía cuáles eran los pormenores de ponerse en contra de Brodie y Spider y era el más inteligente de los hermanos no sólo porque retenía toda clase de información, sino porque sabía cómo utilizarla. Estaba empezando a escalar puestos y toda esa gentuza que ahora los despreciaba se daría cuenta de ello y cambiaría de actitud. Ricky estaba en lo cierto. Tenían que hacer algo espectacular, una hazaña que les hiciera recuperar su lugar.

Tommy miró a través de la barra al chico apuesto que tendría unos veintitantos años. Era lo que ellos calificaban como un «tiarrángano»; es decir, que era más grande de lo normal y sabía cuidar de sí mismo. Tommy lo conocía ligeramente a través de Cain, le sonrió y el muchacho le devolvió una amistosa sonrisa. Algún día les sería de mucha, utilidad, de eso estaba seguro. El muchacho, que respondía al nombre de Digger Trent, resopló con desdén y sacudió la cabeza lenta y deliberadamente antes de darse la vuelta para mirarlos. Con ese insignificante gesto logró transmitir más desprecio que si los hubiera insultado en público.

Tommy se fijó en la anchura de sus hombros, que resaltaba más aún por la chaqueta de cuero que llevaba. Digger tenía el pelo moreno y espeso, muy bien cortado, además de que era un chico apuesto y él lo sabía. Estaba, además, justo en esa edad en que se desea progresar en su profesión. Se dedicaba a cobrar deudas, además de que estaba ganándose nuevos clientes, por lo que no tenía la más mínima intención de asociarse con una pandilla de capullos como los Williams. Se sentía suficientemente seguro en su local como para mofarse de ellos. Los Williams eran habilidosos, pero estaba seguro de que podía con ellos si era necesario. De hecho, darle una paliza a tipos conocidos era la mejor forma de hacerse de una reputación. Los hermanos Williams aún eran lo suficientemente fuertes para ser evitados, pero ya no estaban asociados con ninguna persona importante como para tenerles miedo. Digger se estaba preguntando si debía encararse con ellos o esperar a ver qué sucedía.

Uno de sus compinches, Louis Blackman, no se sentía tan seguro y confiado, por lo que no les quitó ojo de encima a los hermanos Williams mientras sorbía un trago de su cerveza Foster. Era mayor que Digger y sabía que los hermanos Williams la habían jodido en los últimos años y ahora muchos los tomaban en broma, pero también sabía que juntos constituían una fuerza digna de tener en cuenta. Cuando Tommy se acercó hasta donde se encontraban cerca de la máquina de discos y vio el destello de sus gafas retrocedió lo más rápido posible.

Tommy estrelló la jarra de cerveza en la cara de Digger con todas sus fuerzas. Este no se dio cuenta de nada hasta que no vio estrellarse el cristal contra su mejilla y su ojo. Aún estaba de pie, dándole la espalda a los hermanos Williams y Tommy llevaba las de ganar porque no le había dado tiempo a Digger ni para que se cubriera con las manos. Digger cayó de rodillas, pesadamente, y Tommy empezó a apuñalarle con los restos de la jarra que sostenía en su mano.

La sangre salpicaba por todos lados y la cara de rabia que tenía Tommy era ya más que suficiente como para que nadie quisiera interferir o tratar de detenerle. El jersey Pringle que llevaba puesto estaba empapado de sangre y, cuando dio por terminado su trabajo, el joven Digger yacía inconsciente a sus pies.

Tommy le escupió encima. El odio y el desprecio que mostraba en su rostro redondo mantenían a los demás a distancia. Bernie, además, miraba al resto de los presentes con ojos endiablados y los puños levantados y amenazantes. Dave también tenía un enorme cuchillo en la mano y lo blandía mientras se reía estrepitosamente. Ninguno de los que estaban allí estaba dispuesto a encararse con aquel loco hijo de puta que parecía un maniático blandiendo su enorme cuchillo a todo aquel que se atreviese a mirarle.

La camarera, una mujer delgada con el pecho descolgado y el pelo muy mal teñido, rompió el silencio diciendo en voz alta y de forma beligerante:

—Fantástico. Justo lo que necesitaba. Sacad vuestro jodido culo de aquí y marchaos a casa. Voy a llamar a una ambulancia y ellos se encargarán de llamar a la pasma.

Tommy sonrió y ella apretó los labios en señal de fastidio. Señalándoles la puerta volvió a gritarles:

—Idos a tomar por culo antes de que llegue la pasma. Y no volváis hasta que no tengáis dinero para pagarme la moqueta. Mirad cómo la habéis dejado. Está hecha una completa ruina...

Seguía echándole maldiciones a Tommy cuando éste salió del bar seguido de sus hermanos, riendo y bromeando. Tommy se dirigió hasta su coche, sin pensar siquiera en el aspecto que tenía, ni darse cuenta de que estaba empapado de sangre. Se le había subido la adrenalina y, con las anfetaminas que había tomado, se sentía dispuesto a cualquier cosa.

—¿Has visto cómo le he dejado la cara a ese capullo?

David sonrió y Bernie respondió con sarcasmo:

—No, me tapé los ojos para no verlo. Por supuesto que lo he visto. Y ahora arranca el motor y vámonos de aquí. Tenemos muchas cosas que hacer hoy y Ricky se preguntará dónde estamos. Lo último que necesitamos es tener un encontronazo con la bofia.

Salieron derrapando por la avenida Whitechapel para encontrarse con Ricky y resolver los asuntos que él había planeado. Luego regresarían a tiempo para cenar.

—¿Qué hora es, cariño?

Lil acababa de terminar de arreglarse cuando oyó la voz de su marido. Se rió a carcajadas y respondió:

—Hora de que te compres un reloj.

Eran las cinco en punto y ella ya estaba preparada para asistir a la fiesta. Los niños estaban vestidos y arreglados con sus mejores galas. Normalmente, costaba bastante trabajo hacerlo, especialmente las gemelas, por lo que casi siempre tenía muy poco tiempo para arreglarse ella. Hoy, sin embargo, estaba dispuesta a lucir sus mejores galas y, a pesar de su embarazo, el espejo le dijo que lo había conseguido.

Cuando bajó las escaleras vio la cara de Patrick y sonrió al advertir el deseo que aún emanaba de sus ojos azules. Dijeran lo que dijeran de su marido, él la hacía inmensamente feliz.

Lil se rió de nuevo cuando él le silbó al veda bajar y Annie se dio cuenta del enorme amor que se profesaban entre sí, algo que, como siempre, le hizo sentirse una intrusa. Hasta Pat Junior y las gemelas se quedaron calladas mientras veían abrazarse a sus padres.

La enorme devoción que sentía su hija por el hombre con el que se había casado, así como el profundo amor que él manifestaba por su esposa jamás dejaron de sorprenderle. Que su hija Lil pudiera suscitar tanto amor en un hombre tan apuesto y viril como Patrick Brodie le hacía sentir algo de celos y envidia. Sin embargo, aunque eso a veces le carcomía, trataba de ocultarlo en lo posible.

Su matrimonio había carecido de cualquier cosa que pudiera parecerse al amor, pues se casó con el primer hombre que se lo ofreció. Había pasado la vida entera sin saber lo que significaba abrazar a un ser amado, hacer el amor apasionadamente o hablar simplemente sobre las cosas cotidianas de la vida. Por eso, ver que su hija Lil, esa niña bastarda que fue concebida durante una noche loca en la que Annie no sólo perdió su virginidad, sino también su orgullo, tuviera la suerte de llevar una vida que muchas mujeres no se habrían atrevido ni a soñar, le resultaba prácticamente imposible e injusto como la vida misma. Sus sentimientos por su hija pasaban del orgullo al odio y deseó que no fuese así. Ella rezaba por sus anhelos y por encontrar un poco de paz de espíritu, pero saber que su vida había sido tan insulsa le carcomía por dentro. Annie aún sentía esos deseos internos que sólo un hombre es capaz de satisfacer. Seguía soñando que se enamoraba de un hombre que la correspondía, pero sabía que ese sueño jamás se haría realidad. Lo más parecido al verdadero amor que había sentido en su vida fue lo que sintió al ver nacer a Lance. Aunque también quería mucho a sus otros nietos, por él sentía un especial cariño y era por el único que sentía verdadera necesidad.

—Coge la cámara, Annie, y hazme una foto con mis mujeres y mi mejor hijo. Luego nos pondremos en marcha, que tengo que llevar a mi hijo a su fiesta.

Mientras Patrick hablaba Annie corrió a coger la cámara de la cocina. Cuando regresó al salón vio a Lance, de pie, en lo alto de las escaleras y vestido en pijama. Con voz suave le dijo a su hermano:

—Qué lo pases bien, Pat. Feliz cumpleaños.

Patrick subió las escaleras, seguido como siempre de las gemelas. Lil tuvo durante unos segundos la tentación de dejarle ir a la fiesta, pues aparentaba ser tan pequeño y vulnerable que parecía incapaz cié hacerle daño a una mosca. Sin embargo, se recordó a sí misma que era un gran actor, además de un mentiroso. Si ahora se dejaba engatusar y no se hacía la fuerte, él les pisotearía el resto de sus días.

Los dos muchachos se abrazaron y hasta Patrick se sintió conmovido por esa amistad que les unía. Pat Junior era la única persona, aparte de las gemelas, por la que Lance manifestaba algo de aprecio. Resultaba obvio que ambos hermanos se sentían unidos a pesar de lo que hubiese sucedido entre ellos en el pasado. Annie pensó que él la adoraba, pero luego no tuvo más remedio que reconocer que Lance, de alguna manera, su propio hijo, era un mutante, un capricho de la naturaleza. Había mucho de Brodie en él, lamentaba reconocerlo, pero la verdad estaba por encima de todo.

Annie estaba de pie, vestida con sus mejores galas y, al verlo, se quedó contemplándolo como si llevara meses sin verlo, aunque sólo fueron unos cuantos días. Deseó que lo dejasen ir aquella noche a la fiesta, que pudiera estar con su familia y sus amigos. Aunque no lo dijo en voz alta, pensó que era un castigo muy cruel y poco corriente para un niño, pues, al fin y al cabo, eso es lo que era. Sus padres parecían olvidarlo y lamentó no tener suficiente estatus en la familia como para defenderle y poder levantarle el castigo.

Alguien llamó a la puerta y Annie la abrió de par en par. Debía ser el chofer que había contratado Pat, así que él podría hacer la foto y ella también saldría en ella.

Jimmy Brick se estaba empezando a poner nervioso. El salón estaba repleto de personas y regalos, el pinchadiscos les había puesto a Slade a dos niñas de quince años que estaban vestidas como si tuvieran veinte, y un grupo de adolescentes degenerados con el pelo muy corto no le quitaba ojo al buffet. Casi todas las mesas estaban ocupadas y la gente bebía y tomaba aperitivos mientras esperaba que comenzase la fiesta. El sacerdote iba de un lado para otro como un yonqui y los camareros, al igual que el sacerdote, ya estaban un poco cansados.

La mayoría de los invitados ya habían llegado y estaban sentados cerca de la mesa reservada para Patrick y Lil, cada uno en su sitio correspondiente. Tenía a varios hombres trabajando y pendientes de cualquier inicio de disputa que pudiera ocasionarse, con la orden explícita de no utilizar la violencia hasta que no fuesen desalojados del local. Una vez que llegasen al aparcamiento gozaban de carta blanca, pero hasta entonces todo debía ser sonrisas y buenas caras.

Los Palmers ya se encontraban allí y sus hijos ya se disponían a patinar por el salón de madera con sus calcetines blancos y de marca. Los degenerados a los que Jimmy no les quitaba ojo ya se las habían apañado para coger un plato de sándwiches y un recipiente con golosinas de la mesa. Esperaba que no intentasen venir a por más porque no estaba de humor para conversaciones educadas.

Las fiestas, si no se controlaban debidamente, podían tener resultados inesperados y él era el responsable de que ésta transcurriese con el mínimo de altercados y el mayor divertimento posible.

Las luces se bajaron. Spider y su novia charlaban con los Brewster, una gran familia del sur de Londres que se dedicaba al negocio de la pornografía: vídeos y revistas, por supuesto. Lenny Brewster, un viejo amigo de la niñez de Patrick, estaba contando chistes verdes en voz alta y, al igual que Spider, no cesaba de mirar a la puerta. Jimmy miró el reloj y se dio cuenta de que eran casi las seis. Patrick pensaba llegar a la hora justa, lo cual era una de sus prerrogativas. Estaban a un paso de su casa y probablemente se habían entretenido con gente que los felicitaba.

El pastel de cumpleaños era una verdadera obra de arte. Era una réplica exacta del estadio de Wembley y la hierba, desde lejos, parecía completamente real. El pastelero dijo, sin ánimo de ofender por supuesto, que esperaba que no le pidiesen un pastel como ése cada santo del niño.

Jimmy Brick estaba satisfecho de cómo había quedado todo y estaba seguro de que Patrick también lo estaría. Todas las invitaciones que habían enviado habían sido aceptadas amablemente y se veían peces gordos y gente normal hablando y charlando alegremente. Además, después de haber amenazado al pinchadiscos, ya se escuchaba música más decente. Aquello era una fiesta de verdad y se alegraba de que Brodie y su familia fuesen recibidos con tanta amistad y camaradería. Él mismo notaba que empezaba a relajarse, satisfecho de haber hecho su trabajo como debía. Ahora sólo le quedaba esperar al gran hombre y luego podría tomarse un breve descanso.

También le había echado ya el ojo a una jovencita. Llevaba puesto un traje verde chiffon y sus altos tacones mostraban sus delgados tobillos. Tenía un par de tetas bastante decentes, pero él siempre era un hombre que se fijaba primeramente en las piernas. Ella le había hecho un guiño y, tras una minuciosa inspección, observó que no asustaría a nadie en una noche oscura. El caso es que tenía el presentimiento de que iba a ser una gran fiesta para todo el mundo una vez que el invitado de honor llegase.

Annie vio al hombre en la puerta principal y, por un segundo, pensó que estaba soñando. Sin embargo, cuando él la apartó de un empujón y entró seguido de los otros tres, se dio cuenta que estaba en lo cierto.

El primer hombre estaba cubierto de sangre y oyó el grito que dio Lil de la impresión. Luego vio que aquellos hombres llevaban navajas en las manos y empezaron a apuñalar a Patrick. Él trataba de defenderse, se debatía por mantenerse en pie, pero ellos eran cuatro y llevaban todas las de ganar. Se reían mientras la emprendían a golpes con él. Luego vio que había sangre por todos lados y se desmayó.

Pat Junior y Lance contemplaron todo el espectáculo mientras sostenían a sus hermanas en brazos y le tapaban la cara para que no viesen semejante carnicería. Pat Junior vio a su padre gritar y amenazar a aquellos hombres, a los que reconoció como los hermanos Williams. Podía oír cómo ellos vociferaban obscenidades mientras hundían las navajas en la cabeza y el pecho de su padre una y otra vez. Patrick cayó de rodillas y los muchachos se quedaron atónitos cuando vieron a Ricky Williams patearle a su padre en las entrañas con todas sus ganas, levantándolo incluso del suelo. Pat Junior le dijo a Lance que cogiera a las niñas y se encerrara en la habitación. Luego bajó las escaleras y se abalanzó sobre el primero que pudo, con su camisa nueva ya manchada de sangre. Seguían apuñalando a su padre y ahora se reían de sus vanos intentos por tratar de detenerlos.

Pat Junior vio a su madre en el suelo, aterrorizada, y se sintió impotente, incapaz de hacer nada para defender a sus padres. El hombre más corpulento de los tres lo cogió en brazos y lo estrelló contra la pared, provocándole un dolor tremendo. Cuando estaba tendido en el suelo vio lo que quedaba de la cara de su padre y se dio cuenta de que ya estaba muerto, a pesar de que los tres hombres seguían apuñalándole y golpeándole por pura diversión. Supo que aquella sangre y aquellas risas ya no las podría olvidar nunca porque a partir de ahora todo sería muy diferente. Abriéndose camino a empujones, Pat Junior se arrojó sobre el cuerpo de su padre para protegerle. Tommy Williams tenía el brazo levantado para apuñalarle de nuevo en la cara cuando Dave le agarró el brazo. Dave vio al aterrorizado niño echado encima del cuerpo de su padre y fue entonces cuando se dio cuenta de la enormidad de lo que acababan de hacer.

—Basta, basta. Casi apuñalas al niño, gilipollas.

La voz de David fue como un catalizador para que todos se detuvieran. Se quedaron callados, resollando en aquel silencio. Pat Junior no cesaba de llorar y pudo oírse a sí mismo gritando «papá, papá», aunque sabía que su padre ya nunca más volvería a responder a sus llamadas.

Lil, tendida en la entrada de la cocina, había visto morir a su marido mientras sentía cómo el nuevo bebé se movía en su interior, como si tratara de escapar de aquella locura. Intentó levantarse en varias ocasiones, pero no pudo porque el dolor se lo impedía. Tardó un rato en darse cuenta de que había roto aguas.

Vio a Dave sentado en las escaleras, con la cabeza apoyada en las manos y contemplando el cuerpo de su marido. Era irreconocible, lo habían cortado a pedazos literalmente. Fue entonces cuando vio a su hijo Pat empapado en sangre y echado encima del cuerpo de su padre, tratándolo de proteger con sus pequeños brazos. Era una pesadilla; una pesadilla de la que estaba convencida que se despertaría en unos instantes para ir a la fiesta tal y como tenían planeado.

Por desgracia no era así. Patrick había sido descuartizado delante de sus ojos, su hijo había sido testigo de su asesinato y lo había tratado de proteger. Era su cumpleaños, el día que tanto había esperado, y estaba empapado de la sangre de su padre. La camisa blanca, su primera camisa de la marca Ben Sherman que tanto orgullo le había producido, ahora estaba teñida de rojo y empapada de la sangre de su padre. Cuando Lil miró a su alrededor vio que hasta las paredes y las escaleras estaban manchadas de sangre. Luego pudo oír las arcadas de Dave Williams y vio como vomitaba en el suelo. Se dio cuenta de que todo era verdad, que su marido, su alma gemela, yacía muerto en el suelo y ella iba a parir un hijo al que él nunca vería, nunca sostendría en sus brazos. Fue entonces cuando empezó a gritar, a lanzar unos gritos tan feroces que fueron los que sacaron del estupor a los hermanos Williams.

Pat Junior los vio salir de la casa como si fuesen a dar un paseo; es decir, sin prisas, sin miedo a que fuesen apresados. Salieron lentamente y cerraron la puerta como si hubieran desahogado toda su rabia con su padre, cosa que por supuesto habían hecho.

Patrick Junior continuaba sollozando, sólo que ahora ya eran sollozos sin lágrimas. Se levantó y se acercó para ver a su madre. A pesar de que sus gritos aún resonaban en las paredes, logró dejar de temblar y llamó al 091.