Capítulo 8

—Casi matas a tu hermano.

Dave estaba todavía cubierto de la sangre de su hermano cuando oyó la voz consternada de Patrick. Olía su sudor y su propio vómito y eso le hacía tener arcadas. Patrick se apartó de él lo más rápido que pudo, ya que iba a echar la papa de nuevo.

Patrick miró al hombre que tenía ante sus ojos y sintió lástima de ver a lo que había quedado reducido. Durante los muchos años que llevaba conociéndole lo había considerado como una joven promesa, pero luego todo quedó reducido a mera arrogancia juvenil. No pintaba nada en el mundo, y aunque jamás se lo había dicho en la cara, ambos lo sabían desde hacía mucho tiempo.

Le había dedicado mucho tiempo a Dave, se había preocupado de él, pero éste rara vez había prestado oídos a sus consejos y fracasaba porque no tenía fe en sí mismo. Patrick intentó ayudarle, le dio consejo, pero era como hablar con una pared. Con Dave todo parecía ir bien, pero no por mucho tiempo. Carecía del aguante necesario para mantener a flote los negocios. Era un oportunista por naturaleza, como casi todos ellos. A Dave le iría mejor si se dedicaba al soborno, a los atracos o pillaba un buen pellizco.

—¿Te encuentras bien, tío? —dijo Patrick con la voz triste porque las cosas habían resultado de esa manera.

Por otro lado, se sentía aliviado porque la confrontación que reinaba entre los hermanos Williams y los hombres de Spider ya no la tendría que resolver él. A él le caía bien ese muchacho, al igual que sus hermanos, además de que le eran muy útiles, si no indispensables. Llevaban muchos años trabajando juntos y eso significaba mucho para él. Sabía que Dennis era el principal causante de la mayoría de las broncas en que se veía involucrada la familia. También sabía que Vincent Williams era un tipo decente y no pediría ninguna clase de retribución a cambio. Al menos no lo haría después de que Pat hablara con él. Había sido un desafortunado cambio de acontecimientos y la mejor forma de resolverlo era solucionándolo de una vez y cuanto antes. Esa reunión que se suponía que debería haber tenido con Dave no salió exactamente como él esperaba, pero si lograba mantenerlos a todos a raya sería positivo.

Cain y Spider empezaron a reírse cuando James McMullen, un jamaicano alto con una sonrisa permanente y un sentido muy errático para su forma de vestir, les contó lo que le había sucedido a Dennis Williams.

James estaba sintiendo el subidón de la hierba y ya se estaba haciendo otro porro de dimensiones mayúsculas. Los hombres se callaron recapacitando sobre lo ocurrido.

Cain sacudió la cabeza con tristeza, preguntándose qué habría ocurrido para que la familia Williams se peleara de forma tan desmesurada y violenta.

—Pobre Vincent. Es un buen tío. Un tío legal y de confianza. ¿En qué coño estaría pensando Dennis para hacer una cosa así?

Spider se encogió de hombros.

—Son todos unos capullos, del primero al último. Se creen mejor que nadie. Dennis vendería a su madre si supiera que le va a sacar algún dinero. Son asesinos de tres al cuarto, que no saben en qué mundo viven. Son todos unos miserables que no saben ni lo que significa lealtad ni el respeto, ni por ellos ni por nadie.

Cain asintió, confirmando la certeza de las afirmaciones de su hermano.

—¿Te imaginas? Pegarle a uno de tu propia familia, sangre de tu sangre.

James lamió el papel del porro que había enrollado con tanta destreza y respondió:

—Envidia, tío. Pura y simple envidia. Vincent sigue al pie del cañón y en lo suyo es uno de los mejores. Ha hecho un poco de dinero y sabe cómo manejarlo. Los otros, en cambio, deben dinero a todo dios y saben que si no fuese por la protección que les brinda Patrick, ya hace tiempo que se hubieran visto obligados a pagarlo. Las deudas se les están amontonando y, según tengo entendido, ya no les dan créditos ni los vendedores al por mayor.

Cain recapacitó y trató de encontrar la lógica del asunto.

—Dave debería haberle matado. Dennis no dejará que las cosas queden así, tiene menos cerebro que un mosquito. Dave haría bien en cuidarse las espaldas.

—¿En qué lugar nos deja eso a nosotros? —preguntó Spider—. Ellos ambicionan lo que nosotros tenemos y estoy seguro de que seguirán queriéndolo. Puede que les lleve un tiempo reagruparse, volver a coger las riendas, pero tarde o temprano volverán a necesitar dinero. Pienso que lo mejor que podemos hacer es ir y acabar con ellos de una vez por todas.

James asintió, pero Cain no estaba tan seguro de ello. Creía sinceramente que aquello se había convertido en una contienda familiar y que los hermanos Williams se pasarían la vida peleándose entre sí en el futuro. Expresó lo que pensaba:

—No lo sé. Se estarán dividiendo. Vincent querrá retribuirse de alguna manera, pues no es un gilipollas y sabe que si no lo hace perderá el respeto. Dave tratará de mantener el liderato de la familia, pero ¿quién le va a respetar ahora? Yo creo que están acabados, y acabados para siempre.

James y Spider se rieron al ver lo ingenua que era la juventud.

—Escucha, muchacho. Cuando te encuentras en una situación como ésa, lo único que puedes hacer es recuperarte y devolver el golpe con más fuerza. Es igual que cuando sorprenden a los polis cogiendo pasta. Los otros se sienten tan mal como sus colegas. Por eso se hacen una piña y entonces salen, hacen una redada y cogen a todo el mundo, tanto si son culpables como si no, con el fin de recuperar el respeto público. Nosotros somos iguales. Necesitamos superar los batacazos haciendo un alarde de fuerza. Esos puñeteros cabrones aún no han dicho la última palabra, especialmente Dennis. Es un cabeza hueca que ambiciona lo que no tiene. Es tan corto de mollera que no se da cuenta ni de lo que tiene delante de su nariz.

Spider se rió al escuchar las palabras de James.

—Esas cosas se aprenden con la edad, Cain. No es algo que se compre, como tampoco los hermanos Williams pueden comprar el sentido empresarial o la amistad. James está en lo cierto. No es una cuestión de cuándo volverán, sino de cómo. Imagino que pensarán en algo sumamente espectacular que atraiga la atención de todo el mundo, pues necesitan de algo sólido que les haga recuperar el respeto y, lo que es peor para nosotros, seguro que conlleva el apoderarse del pan de otro. Así que lo mejor que puedes hacer es cuidarte las espaldas. Siguen queriendo lo que tenemos y no nos queda más remedio que cuidar de lo nuestro.

James asintió, su enorme y fuerte cuerpo se movía con agilidad a causa de la hierba que se había fumado. Estaba más sosegado, pero aún era capaz de mantener la compostura por mucha hierba que hubiese Rimado. Era un hombre robusto, más fuerte de lo normal, tanto física como mentalmente. Era un estratega por naturaleza, un mujeriego y podía ser tan peligroso como cualquiera.

Señaló a Cain con un dedo largo y calloso, pues aprovechaba cada oportunidad que le ofrecía la vida para instruir al chaval.

—Corremos más peligro que antes. Ahora están obligados a demostrarse algo, tanto a sí mismos como a los demás. Vigila tus movimientos y alerta a tus guardaespaldas, estoy seguro de que vendrán a por nosotros, Brodie incluido. Y no tardarán en hacerlo, recuérdalo.

Dennis estaba agonizando. Mientras yacía tendido en la cama del hospital, se preguntó cómo un hermano podía haber cometido un acto tan salvaje contra uno de los suyos. El hecho de que hubiese atacado a su primo, una persona que siempre había estado a su lado y que en numerosas ocasiones les había dejado dinero, no significaba nada para él. Dennis siempre se las había apañado para adecuar su moral a su gusto.

Mientras permanecía allí tendido pensaba en cómo reaccionaría la gente, qué pensarían los demás, en el daño que eso le habría hecho a su reputación. Estaba seguro que daría mucho de qué hablar, que se convertiría en motivo de mofa, y eso le corroía por dentro. Sería el hazmerreír de todos. En muchas ocasiones había presenciado situaciones parecidas y sabía que se estaría comentando en todos los bares y clubes que frecuentaba. Todos se reirían de él, harían estúpidas bromas a su costa y no importaba lo rápido y fuerte que se levantara, eso siempre estaría presente, sería del dominio público. Ya habría sido terrible si un extraño o alguien con los huevos muy gordos lo hubiese derrocado, pero verse humillado delante de los demás por su propio hermano era lo peor que le podía suceder a nadie. No podía creerlo. ¿Su hermano? Una persona en la que habría confiado por encima de cualquiera.

Eso, en su opinión, equivalía a amotinarse, por lo que Dave pagaría por ello. Pagaría por la humillación pública y por lo que le había hecho en la cara. No pensaba descansar hasta que Dave pagara por cada comentario que hicieran, ya fuese real o imaginario, sobre ese asunto.

Dennis pidió un espejo y vio lo amoratada y llena de puntos que tenía la cara y la cabeza. La cólera le invadió de nuevo. Dave, su hermano mayor, esa persona a la que tanto admiraba, lo había molido a palos y puesto al límite de la muerte y no pensaba olvidarlo.

El hecho de que nadie hubiese intervenido ni nadie viniese a visitarle también era algo a tener en cuenta en el futuro. Su madre, esa jodida gilipollas, decidió obviamente ponerse del lado del victorioso. Sus hermanos también podían irse a tomar por el culo, deberían haber estado de su lado y evitar lo sucedido. No importaba. Él tenía buena memoria, pero muy mal carácter, así que pensaba devolverles el golpe. Con tal violencia que pensarían que Hitler se había reencarnado y, una vez más, bombardearía el East End. Sólo que esta vez el sur de Londres daría un giro completo.

Dennis era de los que saben actuar a largo plazo, y eso es lo que pensaba hacer. Pensaba esperar y luego regresaría. Y lo haría de tal forma que dejaría tirado por los suelos al mismísimo Henry Cooper. Pensaba tomarse su tiempo y, cuando todos creyesen que ya todo había pasado, atacaría por sorpresa y con toda la fuerza que pudiera disponer.

Podía escuchar su propia respiración. Respiraba forzada y trabajosamente. Estaba muy enfermo y, por primera vez en la vida, se sintió vulnerable y emotivo, incluso un poco asustado. Era un momento muy delicado que ya se esforzaría por que no se repitiese jamás, ni tampoco olvidar.

Patrick se sentó en la cama y observó cómo dormía Lil. Parecía tan joven y tan cansada, aun en su profundo sueño, que sintió la necesidad de despertarla y garantizarle que todo iba a ir bien.

Miró la habitación; estaba impecable. Hasta la cama estaba relativamente ordenada, ya que Lil se movía muy poco una vez que se quedaba dormida. Salió de puntillas de la habitación y bajó las escaleras que conducían hasta la cocina. Mientras esperaba que el agua hirviese, pensó en lo sucedido.

Los hermanos Williams habían causado un cambio de posiciones dentro del mundo en que vivían. Ya nadie los tomaría en serio; de hecho, ya sólo eran un lastre. Las deudas que acumulaban ya de por sí los ponía en el escalafón más bajo según los apostadores con los que negociaban, por lo que él debía considerar el papel que desempeñaban en su organización. Era una situación difícil que no le hacía ninguna gracia, pero por otro lado se sentía aliviado porque pensaba librarse de ellos de una vez por todas. Ya no eran rentables y sus escasos conocimientos de los negocios los estaban convirtiendo en un hazmerreír.

En lo más profundo de su corazón se dio cuenta de que quizá debía haberles concedido unas cuantas migajas sobrantes del comercio de drogas. Quizá Spider lo hubiera aceptado. Sin embargo, y hablando con sinceridad, ya entonces le estaban sacando de sus casillas. No Dave. El precisamente parecía un buen tío, sino Dennis y los más jóvenes. Siempre creían tener muchos cojones cuando no valían ni un pimiento. Sólo eran chorizos, chorizos de los que se ven en cualquier bar de Smoke.

Sólo eran unos mequetrefes, unos héroes de barrio a los que se les recordaría porque sabían pelear. Probablemente terminarían con cicatrices que añadirían un poco de salsa a su reputación, y luego se pasarían el resto de la vida hablando de las personas con que trataron cuando tenían dinero. Conocía a ese tipo de gente, y los conocía demasiado bien.

Patrick sorbió el té, deliberadamente combinado con algo de brandy. Suspirando encendió uno de sus cigarrillos Dunhill. Tenía la radio puesta en voz baja y se podía oír los acordes de «Hotel California» de los Eagles.

Echó una mirada a su alrededor y vio su recién amueblada cocina. Sintió una vez más el usual orgullo que le invadía al pensar que había creado un hogar tan acogedor con Lil. Tenía todo lo que una mujer puede desear, toda clase de electrodomésticos y la nevera y el congelador siempre llenos de comida. Al igual que Lil, Patrick necesitaba estar rodeado de lujos. Para ellos demasiada comida era preferible a no tener suficiente; eso lo habían aprendido ambos desde muy pequeños. Sus hijos comían fruta y verdura fresca, bebían zumos y tomaban dulces; no les faltaba de nada. Era buenos chicos y le llenaban de orgullo.

Cuando Patrick se sirvió otra taza de té, se abrió la puerta de la cocina y vio a su hijo mayor, de pie y en pijama. Tenía el pelo despeinado y sus ojos cansados brillaron de alegría al ver a su padre.

Patrick le sonrió. Se levantó y fue en busca de otra taza mientras Pat Junior acercaba las galletas. Ambos se preguntaron cuántas veces habían realizado el mismo acto. Pat Junior dormía con un ojo abierto, siempre al acecho para ver si oía los ruidos que hacía su padre al llegar. A los pocos segundos de hacerlo, siempre estaba levantado.

Se sentaron juntos, en un ambiente de congenialidad. Los dos se parecían mucho y ambos disfrutaban de la compañía del otro. Patrick, como siempre, esperó a que su hijo se tomara el té con algunas galletas y luego iniciara la conversación.

Aquella escena se había convertido en un ritual, en un momento memorable que ambos sabían que permanecería siempre en sus recuerdos.

—¿Cómo van las cosas, hijo?

Pat Junior se encogió de hombros.

—Como siempre, papá.

Mientras decía eso, sacó una bolsa de papel de la camisa del pijama.

—Ahí está todo, papá. Si quieres puedo volver la semana que viene.

Era sumamente servicial y su cara, apuesta y joven, brillaba con expectación. Una parte de Patrick estaba orgullosa de su hijo. Los trabajillos que le daba eran menudencias en muchos aspectos, pero sabía que al muchacho le gustaba ganarse su propio dinerillo. Otra parte de él lo lamentaba, pues observaba que se le daba tan bien. Se encargó de realizar algunas apuestas para unos apostadores amigos suyos. Eran apuestas sin importancia, pero Patrick se encargó de ellas personalmente porque los hombres con los que negoció eran socios antiguos y de mucha confianza. Esperaban que él les diera un toque personal, a pesar de ser un hombre muy ocupado, pero, como la mayoría de ellos le habían ayudado a llegar donde estaba, les devolvió el favor que consideraban que les debía. Había sido una ventaja que la casa de apuestas que poseía Patrick estuviera de camino a la escuela y le encantaba ver la forma en que su hijo había sido capaz de guardar un secreto. No había duda: llevaba los genes de Brodie.

Patrick sonrió, con una sonrisa que le arrugó la cara y que rara vez mostraba fuera de su casa.

—¿Todo está aquí? ¿No le has pegado un pellizco?

Pat Junior miró escandalizado y replicó con toda honestidad:

—Papá, yo no haría una cosa así, jamás...

Patrick sonrió.

—Estaba bromeando, eso es todo.

Despeinó el pelo del niño y le acercó las galletas para que cogiera alguna más. Pat Junior sacó una galleta integral de chocolate y la mojó en el té.

—¿Cómo van las cosas por casa?

—Como siempre, papá. Mamá está muy cansada recientemente y las niñas le dan mucho trabajo. Tanto Lance como yo hacemos lo que podemos. La abuela Annie sigue siendo un dolor en ese sitio que tú ya sabes, pero mamá sabe apañárselas. Yo me encargo de sacar la basura y de hacer los recados.

Dijo todo aquello con una seriedad que hizo que Patrick sintiera ganas de echarse a reír, pero no lo hizo porque sabía que su hijo tenía mucha dignidad.

—¿Y qué tal la escuela?

Pat Junior no se mostró tan entusiasmado respecto a ese tema, como podía imaginar su padre.

—¿Ya no más peleas?

—Ya sabes que yo nunca me peleo por cosas mías. Fue por Lance. Siempre tengo que andar defendiéndole. Primero busca pelea y luego no quiere camorra.

Sus palabras mostraban indignación una vez más. Patrick vio que su hijo hablaba con total sinceridad.

Lance era un oportunista. Era un buen chico, pero tenía la debilidad de los abuelos de Brodie corriendo por sus venas.

—¿Has hablado con tu hermano de eso?

—Por supuesto que sí. Pero no escucha. Lo hace sin darse cuenta, papá. No sabe cuándo debe cerrar la boca. De todas maneras, ya los he puesto en su sitio y no lo molestarán durante un tiempo.

Patrick miró a su hijo y sintió enormes deseos de abrazarle, pero no lo hizo. Sabía que el muchacho intentaba comportarse como un hombre y pensó que debía tratarle como tal. Hacerse hombre era un camino muy largo y él quería que sus hijos estuvieran capacitados para eso cuando llegase el momento. Lance iba a necesitar de su hermano porque carecía de la astucia que tenía su hijo mayor. Pat Junior era la viva imagen de su padre y él se dio cuenta de que estaba delante de un merecido sucesor de sus negocios.

—¿Has ido a misa esta semana?

—Estoy de monaguillo, padre. No he tenido otro remedio.

Mientras reían oyeron un grito aterrador que les hizo levantarse de los asientos y salir corriendo escaleras arriba. Kathleen estaba histérica y su madre trataba de calmarla. Eileen estaba sentada en la cama, con los ojos abiertos y la cara pálida. Lance estaba apoyado en la puerta, contemplando la escena con su típica falta de interés.

—¿Qué cono le pasa, Lil?

Lil sostenía en brazos a la llorosa niña y negó con la cabeza.

—¿Qué has visto, Lance? Tú has sido el primero en llegar.

Lance se encogió de hombros indiferente.

—Creo que estaba soñando.

Lance se aproximó hasta donde estaba Kathleen, pero ella hizo ademán de esconderse de él.

—Vete —dijo.

Kathleen se apartó de los brazos de su madre y se subió a la cama de su hermana. Eileen le dejó espacio automáticamente, mientras los hermanos se miraban entre sí y se encogían de hombros. Ésa era la forma normal de actuar de las niñas. Normalmente se dormían abrazadas una a la otra, aunque iban separadas, cada una a su cama. Todos pensaban que se debía a que eran gemelas, ya que entre ellas hablaban hasta su propia lengua.

Ya más tranquilas, las niñas se arroparon para dormirse, aunque Kathleen continuaba con la mirada temerosa de un animal asustado. Ahora el pelo se les había puesto rizado y de un color bronce que resaltaba el color gris de sus ojos. Tenían los ojos de la madre de Patrick, pero al contrario que los suyos, sólo emanaban dulzura e inocencia. Su madre tenía la mirada de las mujeres que han conocido demasiados hombres y perdido muchos sueños.

Cuando todo parecía haber pasado, Patrick besó a sus hijas y condujo a los niños hasta sus habitaciones. Oía a Lil hablando con las niñas, tratando de calmarlas y sonrió de nuevo. Su casa era más divertida que el teatro; siempre había algún tipo de drama. Tener cuatro hijos era una garantía de que así fuese. Sin embargo, sus hijos eran todos unos niños buenos y él estaba muy orgulloso de ellos.

Le guiñó un ojo a Pat Junior cuando lo arropó en la cama. Su habitación era un completo desorden, con tebeos y juegos por todas partes. Era, sin duda, la habitación de un niño. Todo estaba hecho un amasijo y apestaba a zapatillas de fútbol y patatas fritas. Estaba empapelada y cubierta con fotografías de tanques y aviones. A Patrick le encantaba esa habitación. Estaba repleta de cosas de las que él había carecido de niño y podía oler el éxito en su vida con tan sólo aspirar el perfume de aquella habitación.

Entró en la habitación de Lance. Su astucia le hizo sonreír. Al contrario que Pat, él tenía la ropa bien doblada y los comics de horror muy bien ordenados. A Lance le gustaba lo oculto y cualquier cosa que estuviese relacionada con vampiros. Tenía las paredes cubiertas con fotografías de películas de miedo: vampiros y hombres lobo atacando a mujeres de busto pronunciado. Vincent Price se reía entre dientes al lado de Peter Cushing y Lon Chaney Junior. La habitación olía a gominolas y a chicle Bazzoka Joe. Lance también tenía una amplia biblioteca de revistas porno, pero su madre se las había confiscado. Era extraño, pero si hubiese sido Pat Junior con revistas de Penthouse, él no se hubiera preocupado tanto. Sin embargo, había algo de siniestro en Lance, aunque no sabía a ciencia cierta el qué. Besó el pelo despeinado de Lance, cerró la puerta y se dirigió a la habitación que compartía con su mujer.

Lil se había acostado de nuevo. Su pelo largo caía sobre la almohada y sus pechos blancos estaban aplastados contra el camisón. Todavía tenía un aspecto deseable y Patrick sintió la necesidad de poseerla allí y en ese preciso momento. Él sabía que no estaba en plena forma y lo lamentaba en muchos aspectos.

Se echó en la cama y se acurrucó a su lado. Se río al notar su pene erecto contra su muslo.

—Eres como esas pilas que anuncian en la tele. ¡Siempre dispuesto!

—Ya me conoces. Siempre dispuesto a echar un polvo.

Patrick se sonrió y la apresó como si estuviera jugando con ella. Lil lo apartó de su lado, de buena manera, pero tajante.

—Lo siento, Patrick, pero estoy hecha papilla.

El bostezó y la besó cariñosamente. Sabía que la tenía tan dura que podría parar un autobús, pero que no insistiera le hizo quererle aún más. Estaba sumamente cansada y no había dormido porque había estado muy preocupada preguntándose dónde estaba. Ahora estaba a su lado, por lo que podía relajarse y dormir en paz. Ojala los hombres comprendieran lo vulnerables que se sienten las mujeres cuando están muy avanzadas, especialmente cuando ya no es tan excitante como suele ser la primera vez. Esta era la última vez que pensaba quedarse embarazada. No estaba dispuesta a pasar por ello nunca más.

—Buenas noches, cariño. Que duermas bien.

Lil sonrió en la oscuridad al oír sus palabras. Ahora que él estaba a su lado, eso es lo que pensaba hacer. Pat pensaba en la pequeña pelirroja con la que se estaba divirtiendo últimamente. Necesitaba urgentemente satisfacer su deseo y ella era la chica adecuada.

—Cariño, es posible que vuelva a llegar tarde mañana por la noche.

—¿Qué pasa con la fiesta? Pienso que debemos empezar a organizaría.

Patrick chasqueó la lengua en señal de desaprobación y Lil se dio cuenta de que le había molestado con ese asunto doméstico. Sin embargo, era el décimo cumpleaños de su hijo y deseaba celebrarlo debidamente.

—¿A quién coño le chasqueas?

Ahora estaba despierta del todo y Patrick se dio cuenta de que había metido la pata de lleno. Se sentía culpable, en parte porque ya estaba pensando en lo que iba a hacer con la pelirroja.

—Yo no he chasqueado la lengua. Estoy cansado, eso es todo.

Trató de sonar lo suficientemente drástico como para que cesara cualquier tipo de discusión. Estaba cansado y Lil era de las que pelean por nada cuando se le antojaba.

—Sólo quiero que me ayudes a que tu hijo tenga un día especial, pero si eso es mucho pedirte, dímelo y, como siempre, lo resolveré yo solita.

Estaba indignada. Sabía que lo había pillado desprevenido y pensaba aprovecharlo.

—Lil, por amor de dios, déjalo.

Ella le dio un empujón no muy cordial en el hombro.

—No, déjame que te diga una cosa. Me paso los días enteros aquí metida mientras tú haces lo que te sale de los cojones. Lo único que quiero es que el décimo cumpleaños de tu hijo mayor sea algo que recuerde toda su vida. A mí jamás me dieron una fiesta, ni una puñetera fiesta, y tú también estabas de acuerdo hasta ayer noche. Pues bien, vete a tomar por el culo. Si tienes cosas más importantes que hacer, hazlas.

Se echó de espaldas. Respiraba pesadamente, pero más le pesaba la conciencia. Él ya estaba despierto del todo y ella lo sabía.

—Por favor, Lil. Estaba cansado, eso es todo. Ya sabes que puedes hacer lo que quieras, pero yo soy un completo inútil con eso de las fiestas.

Lil se apoyó en el codo y él pudo ver su rostro bajo la mortecina luz que entraba por la ventana. Estaba roja de ira. Cuando se trataba de defender a sus hijos se convertía en una amazona con él. Sin embargo, desde hace un tiempo para atrás, se estaba convirtiendo en un dolor de huevos. Pat forzó una sonrisa y, con mucho aplomo, le respondió:

—Tú sabes con cuánta mierda he tenido que bregar esta semana...

Se apartó de él y suspiró pesadamente. Era un suspiro muy estudiado que le haría sentirse aún más culpable. Sabía que andaba en juergas cuando no venía a casa, pero aquella noche precisamente no le preocupaba lo más mínimo. Si alguien más le estaba contentando, pues allá ella. En ese momento de la vida lo único que ansiaba era una noche de plácido sueño y una fiesta para su hijo que fuera de lo más sonada. Cualquier otra cosa no entraba dentro de su campo de acción. Él era indigno de ella, pero no pensaba dejarle escapar sin pelear.

—¿Y tú? ¿Sabes acaso cómo es mi vida? Dolor de espalda, incontinencia de orina y cuatro niños que no se acuestan ninguna noche sin armar un drama. Además de eso, tengo un marido que se pasa las noches fuera esperando que me crea que lo hace por asuntos de trabajo aunque yo haya trabajado con él en los clubes y me conozco el meollo mejor que él. Sólo te he hecho una pregunta muy sencilla respecto al cumpleaños de nuestro hijo porque se me había olvidado que ya no te importamos un comino, ¿no es verdad? Oh, no. A ti sólo te interesa lo que tienes entre manos, noche tras noche, mientras yo me pudro como una puñetera perra en este sitio.

Patrick no quiso interrumpirla, ni discutir con ella hasta que no sacó el tema de los clubes. Ahora estaba tan enfadado como ella. La culpabilidad le estaba carcomiendo y estaba dispuesto a ponerla en su sitio. El ataque era la mejor forma de defensa y su padre le había demostrado que estaba en lo cierto.

—¿Qué insinúas, Lil? ¿Qué estoy mojando en otro sitio?

Era lo peor que podía decir y lo supo incluso cuando lo estaba diciendo.

Salió disparada de la cama.

—Eres tú el que ha dicho eso, no yo. ¿Qué te pasa? ¿Te está jugando una mala pasada tu conciencia? Me paso el día con tus cuatro hijos y otro coñito está ocupando mi lugar. Sales y entras de la vida de tus hijos como si fueras un jodido fantasma. Lo único que te pido es que estés aquí una noche para el cumpleaños de tu hijo y reaccionas como si te hubiera mandado una cita para el juzgado. Pues bien, qué te den morcilla. Lo haré yo solita, como yo solita lo hago todo últimamente.

Bajo la luz de la lámpara tenía un aspecto demoníaco y Patrick lamentó que la noche se hubiese estropeado y tomara ese rumbo. También se preguntaba si eso no le serviría de excusa para marcharse e irse en busca de la pelirroja. Lil arremetía de nuevo contra él. Su cólera la hacía aún más deseable. Pat sabía que tenía razón para estar molesta con él. Recientemente, no es que hubiese pasado demasiado tiempo en casa, en parte porque se había estado divirtiendo, pero en parte también porque había estado resolviendo multitud de problemas. Su estado le hacía ponerse borde e insolente por cualquier menudencia y, no por primera vez, pensaba sacarle beneficio. Mirándola como si fuese una demente, vio que esa era su oportunidad. Se levantó de la cama y empezó a vestirse. Fingió contener la rabia y la indignación y exageró cada gesto y movimiento.

Era una escena ya muy bien conocida por ambos. Patrick estaba completamente despierto. Tenía otro sitio donde curarse las heridas y reposar sus huesos y su mujer le había dado la perfecta excusa para marcharse. Ahora pensaba curarse las heridas al lado de una pequeña pelirroja con la boca bonita.

—¿Qué haces?

Era una pregunta que no tenía el más mínimo propósito de responder con sinceridad.

La miró con expresión de sorna y respondió:

—¿Y tú qué crees, Lil? Dímelo tú, que lo sabes todo.

Se puso los calcetines, metió los pies en los zapatos y continuó empleando el mismo tono.

—Voy a salir de nuevo. Puesto que resulta obvio que no me vas a dejar descansar, regreso de nuevo a la ciudad. Y puede que a lo mejor te dé verdaderos motivos para quejarte.

Lil estaba a punto de ponerse a llorar, no porque estuviese contrariada, sino porque la furia la estaba dominando.

—¿Te vas porque simplemente te haya preguntado por el cumpleaños de tu hijo? ¿Te parece razón suficiente para que te vayas con tu querida?

La rabia de Patrick se aplacó con esas palabras.

—¿De qué querida hablas? Yo no tengo ninguna querida y tú lo sabes bien, Lil. De vez en cuando echo una canita al aire, pero nada más.

Caminó alrededor de la cama medio vestido, pasándose las manos por el pelo en señal de consternación. Luego la estrechó entre sus brazos y le dijo con delicadeza:

—Eres una jodida cabrona, Lil, y te gusta mucho joder la marrana. Sabes de sobra lo que ha estado sucediendo últimamente con los hermanos Williams.

La miró a los ojos. La sensatez le decía que se quedase en casa y la hiciese feliz, pero su polla y la nueva fuente de energía que había encontrado recientemente le impulsaban a marcharse y echar un buen polvo. Liberarse de todas sus tensiones echando un polvo sin complicaciones.

Las mujeres no comprendían a los hombres: no era nada personal, tan sólo cuestión de echar un casquete. Sólo estaban allí para ser tomadas y eso es lo que ellos hacían. Tan sencillo como eso. No había nada de complicado en ello. La diferencia es que con una extraña te limitabas a hacerlo. No había que preocuparse porque disfrutasen, ni era necesario ser agradable antes o después, aunque a él le gustase serlo. Bastaba con invitarlas a unas cuantas copas y pasar un buen rato. Si volvías a encontrártelas, intercambiabas una sonrisa y eso era todo. Si tenían delirios de grandeza, entonces había que ponerlas en su sitio con unas cuantas palabras amables y una palmada en el culo mientras se les enseñaba la puerta. Ahora Patrick tenía el olor a extraño impregnado en sus fosas nasales y su esposa le estaba haciendo sentir como un jodido intruso en su propia casa: una razón más que le justificaba para marcharse y no sentir remordimientos por sus devaneos.

—Escúchame, Lil. Por supuesto que deseo que el chico disfrute de un día especial, pero diga lo que diga, al final siempre eres tú la que lo decide todo. Lo único que quieres es bronca y no pienso satisfacer tu deseo.

Lil sabía lo que intentaba hacer y eso la deprimía. Peleaba por cualquier nimiedad, en eso tenía razón. Pero ella también tenía razón en lo que había dicho sobre él y su otra vida. Él las llamaba ligues; para ella, sin embargo, era la razón de que no durmiese.

—Vuelve a la cama.

Permitió que la arropara, devanándose para no echarse a llorar. Le dolía todo el cuerpo, estaba cansada e irritable. Las gemelas se tenían que levantar a las seis y ella tenía que despertarse con ellas, por muy mal que se sintiera. Ésa era la ventaja que él tenía siempre sobre ella. Se preguntó qué pasaría si una noche ella se fuese de juerga y lo dejase allí, solo, preguntándose dónde estaba, con quién y cuándo regresaría. Sin embargo, eso jamás sucedería y ambos lo sabían.

—Duerme un poco, Lil, lo necesitas. Con mi presencia aquí te estoy perturbando y ninguno de los dos desea una cosa así, ¿no es verdad?

Mientras se echaba en la almohada, se sorprendió de ver a su marido terminar de vestirse. Lo observó comprobar que llevaba las llaves y la cartera en el bolsillo y luego, después de besarla débilmente, salió de la habitación, cerrando con cuidado la puerta. Lil se estiró en la cama y, por fin, el sueño que había eludido la invadió; aquello era un hito en su matrimonio, y lo sabía. Sin embargo, por primera vez en su vida se alegró de que se hubiese marchado de su lado. Sabía que había regresado a casa en busca de reposo y que ella lo había fastidiado todo. Darse cuenta de ello la entristeció.