Capítulo 28
—¿Te encuentras bien, mamá? —preguntó Eileen con voz suave y muy preocupada.
Lil estaba muy pálida y llevaba tendida en el sofá dos días, algo inusual en ella.
—Estoy cansada, muy cansada —respondió—, aunque no me siento enferma.
—Ve al médico, por lo que más quieras —gritó Annie desde la cocina.
—Mañana iré. Hija, estás muy guapa.
Eileen estaba realmente atractiva y, mientras le cepillaba el pelo, Lil se dio cuenta de lo bonitas que eran las gemelas. Hasta la pobre Kathleen, que no se ponía maquillaje ni se cuidaba, seguía siendo sumamente guapa.
Al extender el brazo para coger un cigarrillo, notó un pinchazo debajo del brazo. Fue un dolor agudo que le dejó sin aliento por unos instantes.
—Llama a Pat y dile que aún no me encuentro bien para ir al trabajo, ¿quieres, hija?
Colleen entró a toda prisa en la habitación y dijo alegremente:
—Yo lo hago. ¿Puedo ir al Wimpy con Lance?
—Por supuesto que sí. Y llévate a Shawn si quieres.
Al oír su nombre Shawn abrió los ojos, bostezó y sonrió a las mujeres de su vida.
—¿Te importaría vestirle? —preguntó Lil.
Colleen cogió al niño y salió con él alegremente.
Pat entró en ese momento y, después de sonreírle a todos, dijo:
—Mañana tienes cita con el médico en la calle Harley. Te va a hacer una revisión completa, ¿de acuerdo?
—No seas tonto. Sólo estoy cansada.
Pat estaba arrodillado y dándole a Shawn un paquete de gominolas. Respondió con voz tan firme que no admitía discusión alguna:
—Vas a ir, ¿de acuerdo? Y no se hable más.
Lil se echó en el sofá, sintiéndose peor que nunca.
—¿Qué pasa contigo, Lance? ¿Qué te anda rondando por la cabeza?
Los dos hombres se rieron mientras recorrían el camino de entrada hasta una gran casa situada en Chigwell. La cancela la había abierto Lance con ayuda de un corta cadenas. El camino era de chinarros, por lo que sus pasos alertaron al propietario de su presencia. Abrió la puerta principal con un bate de béisbol en la mano y un cuchillo de carnicero en la otra.
—Eso no es muy galante, ¿verdad que no? —dijo.
El hombre sonreía, pero los dos hombres se dieron cuenta de que estaba asustado, ya que le caía el sudor por la cara y le temblaba el cuchillo.
—Idos a tomar por culo. Aquí no vais a entrar.
—Creo que te equivocas —dijo Lance—. Vamos a entrar y vamos a coger algunas cosas. Y una de ellas son tus huevos, si no te quitas de en medio.
Lance sacó una recortada de debajo del abrigo. La cargó sobre su rodilla y luego, acercándosela hasta el mentón, le apuntó al hombre en la entrepierna.
—Me parece que una recortada tiene ventaja sobre cualquier cuchillo, ¿no te parece Donny?
Donny Barker asintió, como si hubiese reflexionado seriamente sobre la pregunta. Luego respondió con voz más afable:
—Sin duda. Ahora si no te importa tenemos que llegar a un arreglo. O nos das el dinero o nos llevaremos algo.
El hombre sacudía la cabeza. Era calvo, con los ojos negros y pequeños y unos labios excesivamente grandes; no tenía ni el más mínimo atractivo. Su esposa, sin embargo, era una mujer imponente, como solía comentarle a todo aquel que le escuchase. Afortunadamente, sus hijos habían salido a ella. Era esa esposa y esos hijos a quienes trataba de proteger en ese momento.
—No tengo el dinero. ¿Cuántas veces tengo de decirlo? Os lo devolveré en cuanto pueda.
Lance avanzó hasta donde estaba, sin dejar de apuntarle con la recortada. Empujó al hombre dentro del vestíbulo y luego al interior de la cocina.
Era una casa realmente bonita y Lance y Donny estaban estimando mentalmente el precio de los objetos que había en su interior.
—Pon el cuchillo y el bate sobre la encimera y aléjate de ellos —dijo Lance.
El hombre obedeció. Donny los recogió y los observó como si fuesen los objetos más interesantes que hubiera visto en la vida.
—El cuchillo está muy afilado. Podías haberle hecho daño a cualquiera con él.
Donny miró a Lance sonriéndole y éste asintió.
—Se puede sacar un ojo fácilmente o cortarle unos cuantos dedos a alguien con él.
El hombre estaba pálido y los ojos le parpadeaban de nerviosismo. Sabía que el hombre andaba pensando en cómo saldría de ésa y ganar tiempo para buscar el dinero y solventar ese asunto definitivamente. Lance sabía que guardaba una pequeña fortuna en una caja de seguridad, lo que no sabía era dónde se podía encontrar dentro de esa gran mansión hipotecada. Los coches, todo lo que tenía o bien era alquilado o comprado a base de sacarle dinero a las prostitutas. Era como otros muchos con los que tenía que bregar a diario; es decir, todo estampa, fachada y nada más que fachada. Vivían por encima de sus medios y no entendía para qué. A Lance jamás le había entrado eso en la cabeza. ¿Para que un grupo de amigos supieran que tenías un buen coche y una buena casa? Pues vaya timo. Ahora se estaba jugando su última baza y ninguno de ellos acudía para ayudarle.
—Ahora nos debes el dinero a nosotros —dijo Lance—. Hemos comprado la deuda y nosotros somos como los Mounties14, siempre cazamos a nuestro hombre.
—Escucha, puedo devolverte el dinero ahora mismo...
Lance sonrió.
—¿Puedes dármelo antes de que venga tu mujer con los niños? Su lección de baile habrá acabado y sería una lástima que tuvieran que presenciar esto.
Donny asintió de nuevo. Tenía un horrible gesto de mofa dibujado en la cara.
—Pobrecillos. Mira que si tienen que presenciar este espectáculo. Veo que se le da bien eso del baile, ¿no es verdad?
Pasó una uña con la manicura muy bien hecha por el filo del cuchillo.
—Una pena que ella perdiera un dedo o dos. ¿No es con ellos con los que mantienen el equilibrio?
Miró al hombre y vio el gesto de miedo y terror que tenía en el rostro.
—No harías una cosa así. Son niños y no creo que te atrevas a hacerle daño a un niño.
Lance respondió:
—Ya verás si puedo. Yo puedo hacerle daño a todo aquel que me deba dinero. Lo tomo como un insulto personal, como si se mofaran de mí, y eso no lo tolero. Ahora dime, ¿dónde tienes la caja fuerte? Ábrela, saca el dinero y páganos. Ya verás qué pronto nos vamos. Si no lo haces, le rebanaré el pescuezo a ese bebé del que te sientes tan orgulloso.
En ese momento oyeron que alguien abría la puerta y decía en voz alta:
—¿Has visto la cancela? Está abierta y yo la dejé cerrada como me dijiste.
La esposa entró en la cocina y vio lo que estaba sucediendo. Se dio la vuelta rápidamente, pero no lo suficientemente rápido. Sostenía el bebé en brazos y su hija mayor, que acababa de cumplir los doce, aún estaba en el vestíbulo, quitándose el abrigo y las botas. Levantó la cabeza sobresaltada al oír el ruido y, al ver a su madre temblando de miedo mientras un hombre la forzaba a que entrara en la cocina, empezó a llorar. La mujer abrazaba al bebé y trataba de cubrirlo, ya que, al ver la recortada, instintivamente hacía lo que podía por protegerle.
—Por favor, no quiero problemas. Nosotras no sabemos nada... —dijo.
Su voz sonaba entrecortada por las lágrimas y estaba temblando de pies a cabeza.
La hija corrió en su ayuda, llorando desesperadamente y eso sobresaltó al bebé. Había demasiado ruido, pero aun así la voz de Lance se oyó por encima de aquel alboroto.
—Dámelo, ahora.
Donny se quedó tan consternado como los padres del bebé.
—Te he dicho que me des al bebé.
—Déjalo, Lance. Esto no merece una cosa de esa magnitud —dijo.
Lance avanzó y apartó a la hija de los brazos de su madre. La mujer estaba histérica y Lance le gritó:
—Cierra el pico ahora mismo o acabo con todos para tener un poco de silencio.
Agarró a la niña y le apuntó a la cabeza con la recortada.
La niña se calló de inmediato, como si supiera lo seria que era la situación. Las lágrimas le corrían por las mejillas, pero no emitía ni el más mínimo sonido.
—Suéltala, por el amor de Dios, suéltala de una vez, hijo de puta. Suéltala y te daré lo que quieres.
Lance empujó a la hija mayor y casi se cayó. Estaba tan asustada que apenas podía mantenerse en pie. Lance le gritó a la mujer, que acudió en su ayuda para levantarla, sosteniendo al bebé al mismo tiempo.
—Sal de aquí y cierra la puerta. Recuerda que podemos verte, así que no intentes jugárnosla, ¿de acuerdo?
La mujer asintió con la cabeza, aunque Donny se dio cuenta de que estaba a punto de un ataque de nervios. La hija estaba casi en trance y supo de inmediato que el terror que estaba viviendo se quedaría impregnado en sus huesos para siempre.
—Vamos. Fuera de aquí —terminó diciendo Lance.
Salió de la cocina y se dirigió hacia su nuevo invernadero, razón por la cual su padre debía ese dinero. Cuando pasó a su lado, la hija le dijo:
—Mi madre tenía razón con respecto a ti. Ella siempre ha dicho que terminarías en la cárcel o con la cabeza cortada. Y ahora me metes esta calaña en casa.
Lance la empujó para que entrara en el invernadero y dijo:
—Si quieres le corto la suya como regalo por pagarnos. No sé por qué, pero me da la impresión de que tiene que ser un puñetero coñazo, igual que la madre y el bebé. Yo no discrimino, así que me cargo al que más te guste.
Él, por el contrario, sacudió la cabeza y con una voz que denotaba arrepentimiento y cara de pena dijo:
—Por favor, muchachos. Dadme una semana más. Sólo una semana y tendréis vuestro dinero. Os lo juro por la madre que me parió.
Lance empezó a enfadarse de veras. Le parecía increíble que este hombre siguiera jugando con la vida de sus hijos.
—Eres un cabrón de mierda. ¿Intentas jugármela a pesar de que he amenazado a tus hijos? Ya me conoces y ya sabes de lo que soy capaz. Eres un cabrón de mierda.
—Vamos, Lance. Ya sabes que haré lo posible, especialmente si sé que eres tú quien va a cobrarla.
—Sé que has comprado billetes a Dodger Marks para irte a España este jueves. A él también lo tengo cogido por los huevos, igual que te tengo a ti. Yo sé todo acerca de la gente que me debe dinero. Recopilo información antes de invertir mi dinero, así sé qué puedo pedir antes de meter un dedo en el asunto. ¿Qué pensabas? ¿Pagarme desde Benidorm? Me hubiera presentado allí igualmente, capullo. Una vez que decida buscarte, no hay sitio donde puedas esconderte.
Lance sacudía la cabeza y se reía ante la incongruencia de esa persona.
—Ahora te has convertido en mi enemigo de por vida. Si te veo por ahí, te machaco y lamentarás haberme timado. De momento, toma.
Le apuntó al pie y disparó. El sonido del disparo en la cocina fue ensordecedor y la sangre y el hueso del pie saltaron por todos lados. El hombre se quedó mirando lo que hace un momento era un zapato caro, incapaz de creerse lo que había sucedido, pues aún no había sentido ni el más mínimo dolor. La impresión de lo acontecido aún no había mandado las ondas al cerebro para que se diera cuenta de lo ocurrido y reaccionara apropiadamente.
Lance se había convertido en un maniático para entonces. Ahora apuntaba hacia la puerta del invernadero, mientras gritaba de odio y rabia.
—Coge a ese bebé, Donny, y verás como los mutilo a todos. Los voy a mutilar y te acordarás de su desgracia el resto de tu puñetera vida. Vas a desear que los hubiera matado, como vas a desear que te hubiera matado a ti.
Donny estaba tan consternado como el hombre al que había venido a cobrar. Lance estaba loco, completamente loco. Le brillaban los ojos y la cara la tenía roja de ira. Escupía incluso al hablar. Estaba completamente desquiciado.
—¿Acaso no me has oído lo que te he dicho? Trae a los niños aquí. Quiero darle una lección a este puto cabrón para que sepa que tenía que haber cuidado de su familia, no venderla.
El hombre oía lo que hablaba y, al igual que Donny, se dio cuenta de que era muy capaz de cumplir con lo que decía, sólo para darle una lección y poder demostrarse algo.
Se puso de rodillas y dijo:
—Por favor, Lance, no lo hagas. Te llevaré hasta la caja y te daré dinero, joyas o lo que quieras. Pero por favor, no lo hagas.
Lance miró al hombre durante un buen rato y tanto él como Donny vieron los esfuerzos que hacía por recuperar la compostura.
—Vamos, Lance, coge el dinero y vámonos.
La voz de Donny le llegó al cerebro, pero tardó casi cinco minutos en responderle. Estaba luchando consigo mismo y, aunque ambos hombres habían oído hablar de sus arrebatos, jamás habían presenciado ninguno.
—De acuerdo —respondió.
Miró al hombre que estaba arrodillado y le dijo:
—Muévete y enséñame lo que tienes para mí.
El hombre tuvo que arrastrarse por la cocina. Sus pies estaban empapados de sangre. Tuvo que empujarse por el vestíbulo, subir las escaleras y recorrer el amplio descansillo con Lance detrás mientras Donny vigilaba al resto de la familia. Cuando llegaron a la habitación había perdido ya tal cantidad de sangre que estaba a punto de desvanecerse y morir.
—La caja está detrás del cuadro. La combinación es 999999.
Lance se sonrió por la ironía de la combinación.
—Vaya, el teléfono de emergencias. Precisamente el que tú vas a necesitar. Por lo que veo, vas a necesitar algo más que una escayola para curarte los pies.
Lance abrió la caja, sacó una bolsa del bolsillo y metió todo el contenido dentro. Era mucho más de lo que debía, pero ¿para qué lo iba a querer él ahora?
Había hecho la única cosa que provocaba que Lance perdiera de verdad los estribos.
Le había intentado engañar incluso poniendo en riesgo a su familia. Miró al hombre con desprecio y le dijo tranquilamente:
—¿Qué prefieres? ¿Que te arranque un pie o que me lleve por delante a uno de tus hijos?
El hombre estaba casi delirando por la pérdida de sangre y por el miedo. Lance le propinó una patada en la cara para tratar de que recuperara la conciencia, pero lo que consiguió fue todo lo contrario. Al verlo inconsciente se enfadó porque le hubiera gustado que le respondiera a esa pregunta.
—Mamá ha estado en el hospital para hacerse unas pruebas, Lance, ¿lo sabías?
Lance asintió. Patrick estaba sentado enfrente de él y esperó hasta que entrara Annie con la bandeja del té para poder continuar.
—Aquí tenéis, muchachos. ¿Queréis unas pastas? También tengo un poco de whisky que guardo para mis invitados.
Pat negó con la cabeza.
—Siéntate, abuela, tengo que hablar con los dos.
Annie se sentó, pero el tono tan serio de su voz ya le dijo lo que tenía que saber.
—¿Es cáncer? —preguntó en voz baja, temerosa y con un sentimiento de culpabilidad.
Pat asintió tristemente.
—Mañana la ingresan. Le van a quitar uno de los pechos y creen que podrá tener alguna oportunidad.
No se sentía cómodo hablando de temas íntimos de mujeres, además de que estaba perplejo de que su madre, la persona más fuerte que había conocido, estuviera enferma, muy enferma, cuando aún era relativamente joven y tenía niños pequeños. Era como si todo estuviese siempre en su contra, como si no hubiera tenido ya bastante en la vida.
Lance le dio un sorbo al té. Sonándose la nariz, dijo:
—Necesitará ayuda. La abuela y yo nos podremos traer a Kathleen aquí, así estará más tranquila la casa y los demás no tendrán que ocuparse de ella.
Patrick estaba sorprendido por el giro que habían dado los acontecimientos, pero cuanto más pensaba en ello, más sentido le encontraba. Lance parecía darse cuenta de sus dudas, por eso dijo en voz alta.
—Ella que se preocupe de ponerse bien. No es precisamente una madre modelo, como todos sabemos, pero debe saber que yo siempre cuidaré de ella y, por mucho que piense lo que quiera, yo tengo un amor especial por Kathleen. Recuerda que cuando éramos niños yo siempre cuidaba de ella; como tú de Eileen. Mamá podrá descansar mejor sabiendo que las chicas no tienen que cuidar de ella. Con el pequeño Shawn tiene más que de sobra.
Annie asintió mostrando su acuerdo.
—Tiene razón, Pat. Ella debe preocuparse de cuidarse y no de los demás.
Pat sorbió el té sin responder. Conocía a su abuela y sabía que si Annie se encargaba de Kathleen, se vería libre de la responsabilidad de tener que cuidar al resto. Ella quedaría bien con todo el mundo y eso la haría ganarse méritos, aunque la mayor carga recayese en él y las chicas.
Pat se dio cuenta de donde procedían los rasgos de la personalidad de Lance. Él despreciaba y aborrecía a Annie, pues siempre iba detrás de algo. Sin embargo, no lo mencionó porque trataba de disponerlo todo de la mejor forma posible. Si no lo hacía él, no lo haría nadie. Se dio cuenta de que Annie tampoco se había molestado en preguntarle detalles de la mastectomia, ni de cómo se sentía su hija, ni de cuáles eran las horas de visita en el hospital. Lo único que estaba pensando era en cómo le iba a afectar a ella en el futuro. Ella sería la pieza clave para sus nietos y eso le permitiría la oportunidad de hacerse valer. Era una manipuladora; lo había sido siempre y siempre lo sería.
No le dijo nada a ninguno de los dos. En su lugar se tomó el té rápidamente y luego les pidió disculpas por haberles interrumpido. Los dos le hacían sentirse sucio y odiaba estar rodeado por ellos, especialmente si estaban juntos. Annie Diamond tenía mucho de lo que responder y su hermano era uno de los pesos que debía tener sobre su conciencia.
—¿Habéis visto a Colleen? —preguntó Christy con una voz que denotaba preocupación y que hizo que todos le mirasen.
—No, pensábamos que estaba contigo.
—No la he visto en todo el día, ni tampoco nadie.
Eileen suspiró pesadamente y miró a Lance, que le estaba ayudando a traer una cama al salón para su madre.
Éste puso los ojos en blanco, pero no se molestó en contestarle a su hermano, pues estaban muy liados en ese momento. Su madre regresaba del hospital esa misma tarde y pensaron que se sentiría mejor estando en el salón, rodeada de sus hijos.
Hacía seis semanas que le habían extirpado el pecho y una semana desde que había terminado la radioterapia. Tenía un aspecto enfermizo y era una sombra de lo que había sido, pero era una luchadora nata y eso les hacía pensar que se recuperaría. Lo único que necesitaba era reposo y volverse a poner de pie. Al menos eso es lo que se decían ellos entre sí, pues el peor pensamiento que se les podía venir a la cabeza era el de perderla. Desde que le diagnosticaron la enfermedad se dieron cuenta de lo mucho que sus vidas dependían de ella.
—No puedo encontrarla por ningún lado —dijo Christy.
—Colleen estará probablemente con sus amigas, así que no te preocupes.
Christy se sentó en el sofá y respiró profundamente, haciendo reír a Eileen. Era un niño tan dramático cuando se le antojaba.
—Ya aparecerá. ¿Has estado en la biblioteca? Esta mañana dijo que tenía que ir por allí.
—Sus amigas me dijeron que no ha ido a la escuela hoy.
Lance dejó lo que estaba haciendo y se dio la vuelta alarmado.
—¿Qué quieres decir? ¿Que no la has visto?
Christy negó con la cabeza y respondió de mal humor:
—Eso es lo que estoy tratando de decirte. Pensé que estaba con sus amigas, pero ninguna de ellas la ha visto.
Eileen percibió en el tono de su voz que estaba realmente preocupado. Los dos estaban muy unidos, pero sabía que Christy no se preocupaba si no había motivo.
—¿No la has visto en todo el día? —le preguntó.
Negó con la cabeza, cansado de repetir la misma frase.
—No viene conmigo a la escuela. Ella queda con sus amigas y yo con mis amigos. Tampoco la veo siempre en la escuela, pues estamos en clases diferentes. Pero siempre regresamos juntos. Quedamos para hacer la última parte juntos y siempre hablamos de todo.
Se refería a la enfermedad de su madre, pero no quiso mencionarlo. Eileen comprendía su reticencia, pues a los demás les sucedía otro tanto. En ocasiones les daba miedo hablar, parecía como si todo fuese más real. Les hacía vivir lo que ninguno de ellos quería que sucediese: perder a su madre y que ya no estuviera con ellos nunca más.
—¿Le has preguntado a sus amigas?
Asintió.
—¿No hay ninguna con la que haya salido o esté jugando a la pata coja?
Christy negó con la cabeza y se levantó.
—Voy a buscarla de nuevo, pero ella nunca juega a la pata coja. Además, sabía que mamá venía hoy. Estaba deseando verla y me extraña que haya ido a ningún otro lado. Especialmente sin decírselo a nadie. ¿Por qué narices no usáis vuestro cerebro?
Estaba molesto porque, al parecer, nadie se daba cuenta de que su hermana no se comportaba así normalmente, que era una chica responsable. Él era el que siempre andaba de bromas y metiéndose en problemas, pero no Colleen. Era una buena chica y a él le molestaba que los demás pensaran lo contrario.
—Quédate aquí, Christy —dijo Eileen.
Salió al vestíbulo y cogió el teléfono.
—Voy a llamar a Pat a ver qué dice.
Lance miró a su hermano pequeño, se sentó a su lado y de nuevo le dijo:
—¿Seguro que no sabes dónde puede estar? ¿No te habrás olvidado de alguien?
Christy ni se molestó en responderle. Negó con la cabeza con desánimo y suspiró de nuevo.
El policía miraba con interés a Patrick Brodie y no porque estuviera denunciando a una persona desaparecida, sino porque había oído hablar mucho acerca de la familia y ésta era la primera vez que estaba delante de uno de ellos. Eran como una leyenda y este agente se sentía como si estuviera en presencia de algún miembro de la realeza. Seguro que de ese encuentro hablaría durante mucho tiempo.
—¿Eres un poco lento o qué te pasa? —le dijo Pat—. Ve y llama al detective Broomfield ahora mismo.
El joven no le respondió. La forma en que le miraba Pat lo tenía aterrorizado y se dio cuenta de que debería haber prestado más atención a lo que le decía.
—¿Estás sordo o es que eres gilipollas del culo?
Patrick le estaba chillando. La rabia le salía por las orejas y apenas podía contenerse al ver que ese memo no le prestaba la debida atención.
El joven reaccionó y, apartándose de la mampara que se suponía debía protegerle de los miembros más violentos de la sociedad, dijo:
—Llamaré a un detective de inmediato, señor.
Pat permanecía de pie en el vestíbulo de la comisaría, tratando de controlar su carácter como podía. A su alrededor había muchas fotografías de ladrones y pillos que no valían un pimiento, y, para colmo, se veía obligado a hablar con un memo al que no le hubiera confiado ni para que fuese al supermercado, mucho menos para encontrar a una persona desaparecida. El lugar olía a pasma; es decir a tabaco y mentiras. Los odiaba a todos, odiaba lo que representaban y lo que otras personas pensaban de ellos. Él conocía un aspecto muy distinto de la policía y eso no lo convertía en un ser entrañable para ellos.
Era casi medianoche y Colleen aún no había aparecido. Él, como todos, estaba preocupado, pues no era la clase de chica que fuese a ningún sitio sin decírselo a ellos primero. Colleen era una niña en muchos aspectos y jamás había pasado una noche en casa de una amiga.
Oyó que una voz familiar le llamaba y vio que la puerta que daba acceso a la comisaría estaba abierta. Teddy Broomfield, un viejo colega de su padre, le hacía señales para que pasase.
—Pasa, muchacho. Tomemos un té y veamos qué podemos hacer.
Pat cruzó la puerta, sintiéndose mejor ahora que empezaba a hacerse algo constructivo. El, por su parte, tenía a todos sus hombres buscándola y nadie había visto ni oído nada. Era como si se la hubiese tragado la tierra. Además, era impensable que no hubiera esperado en casa el regreso de su madre. Le explicó todo eso a Teddy, quien, además de estar de acuerdo con él, se lo estaba tomando más seriamente que el mierda con el que se había topado en la recepción.
Eso le preocupó aún más. Era como si ahora que hubiese denunciado su desaparición se diera verdadera cuenta de que su hermana había desaparecido, que había que buscarla hasta encontrarla. Repentinamente se dio cuenta de lo seria que era la situación.
Lil, a las veinticuatro horas, supo que su hija jamás regresaría a casa. No sabía cómo había llegado a esa conclusión, y ni tan siquiera se lo mencionó a nadie, pero lo sabía, sabía a ciencia cierta que ya jamás vería más sonreír, ni hablar a su hija Colleen, que ya no la oiría más cantar, ni practicar con su flauta.
Se dio cuenta de que, para bien, se había ido.
Sabía que si la volvería a ver, sería para identificar su cuerpo. La policía estaba convencida de que se había escapado de casa, pero eso resultaba inimaginable. Ella jamás hubiera hecho una cosa así.
Lil había visto cómo Eileen se culpaba a sí misma, cómo sus hijos hacían otro tanto, y cómo los vecinos se quedaban sin palabras de aliento.
Estaba tendida en la cama, con el bebé en brazos, preguntándose por qué Dios la castigaba de esa forma después de lo que había tenido que soportar durante aquellos años. Se negó a ver al sacerdote y juró que jamás volvería a comulgar.
La vida sigue. Eso era un dicho que se había repetido infinidad de veces durante todo ese tiempo, pero ahora se daba cuenta de que eso no era nada más que una puñetera mentira. La vida no seguía. Vivía día a día, tratando de esconder su desconsuelo, su rabia y su miedo de no saber qué le podría haber sucedido a su encantadora hija.
Sin embargo, por las noches le acuciaban todas las pesadillas que sólo una madre puede imaginar. Todas las cosas que había leído en los periódicos o que había oído en la televisión se habían convertido en reales y posibles, habían dejado de ser un sueño y se habían convertido en realidad.
Se preguntaba si su hija tuvo miedo, si le hicieron daño, si abusaron de ella. ¿Había gritado pidiendo su ayuda? ¿La habría llamado y ella no acudió a su respuesta?
Lo peor de todo es que no se sabía nada al respecto; era como si se hubiese esfumado. Nadie sabía dónde podría haber ido, ni dónde estaría. Era como si no hubiera existido, aunque ellos sabían que sí. Su ropa estaba aún en la cómoda y sus zapatos seguían guardados en el armario que había debajo de las escaleras. Todo demostraba que había existido, que había vivido en aquella casa, con ellos. Era como si se hubiese marchado y pronto volvería a aparecer de nuevo, lo que pasa es que cada uno lo sentía a su forma. Se daba cuenta de cómo sus hijos trataban de asimilar lo sucedido.
Ninguno de ellos volvería a ser el mismo, eso era lo que más le dolía a Lil. La destrucción de su familia, a pesar de ser tan gradual, era tan completa que ya resultaba irremediable. Empezó a imaginar que sucedería un milagro, que algún día su hija Colleen entraría por la puerta y les haría darse cuenta de que estaban en un error. Luego, esa esperanza desapareció y lo único que ya esperaba encontrar es un cuerpo que poder enterrar, algo que pusiera fin a esas especulaciones que le atormentaban cada noche.
Si al menos tuvieran su cuerpo para poder enterrarlo, podrían llorarla, sabrían lo que le sucedió y comprender por qué se había marchado. Cada Navidad, cada cumpleaños, les recordaba su pérdida. Sin embargo, lo peor de todo era la espera, la espera de saber algo que terminara por romperles el corazón del todo.