Capítulo 22

—¡Hola, Lil! Deja que te vea.

La voz de Jimmy Brick sonaba tan apática como siempre, pero ver a Lil añadió un toque de complacencia que resultaba difícil de detectar a no ser que lo conocieras muy bien.

Lil se dio la vuelta en su asiento para verle y, de inmediato, se dio cuenta de que el tiempo no había pasado en vano. Después de la muerte de Patrick, se le había visto involucrado en algún asunto, pero luego pareció como si se lo hubiera tragado la tierra, pues nadie supo nada de él. Lil sabía que no estaba en el trullo. Parecía más bien como si lo hubiese vendido todo y hubiese desaparecido.

Jimmy aparentaba justo lo que era: un viejo matón. Su aspecto denotaba que había sido un camorrista. De hecho, todavía parecía capaz de cuidar de sí mismo y de poner a cualquiera fuera de órbita.

A Lil se le iluminó la cara al verle y él lo agradeció. La había .visto desde la otra punta del bar y la reconoció al instante, pues, aunque había envejecido, no había cambiado gran cosa. De hecho, le sorprendió lo poco que lo había hecho desde la última vez que le vio. Trató de quitarse ese recuerdo de la cabeza. Si Lil lo sacaba a relucir, hablaría de ello, pero si no, lo dejaría tal cual.

Se había cansado de vivir en España y echaba de menos Londres, mucho más de lo que jamás habría imaginado. España estaba llena de carrozas, chorizos y fumetas. Había regresado a Inglaterra por la misma razón que muchos otros; es decir, porque echaba de menos el clima, las mujeres y las oportunidades que ofrecía a hombres de su calaña. Sin embargo, cuando entró en el Crown, que estaba en Dean Street, y vio a Lil Brodie, el pasado se le echó encima, parecía como si el tiempo no hubiera transcurrido pues los recuerdos seguían aún latentes. Aunque viviera cien años, siempre recordaría cada detalle de lo que sucedió aquel día.

—Dios santo, Jimmy. Cuánto tiempo sin verte.

Jimmy sonrió. Su cabeza calva, afeitada por completo para disimular el poco pelo que le quedaba, le daba la apariencia de ser más viejo, pero su piel bronceada y el traje tan caro que llevaba le sentaban bien. Lil se lo comentó:

—¡Coño, Jimmy! ¡Qué bien te veo! ¿Dónde te has metido?

Jimmy acercó una silla y, cuando se sentó a su lado, notó el peculiar olor que emanaba: una mezcla de Estée Lauder y barra de labios Revlon.

—Tú sí que tienes buen aspecto, muchacha. He estado viviendo en España. Ahora he regresado por un tiempo, y puede que me quede si todo sale bien. Todavía no lo he decidido.

—Debe ser un lugar muy agradable para vivir.

Jimmy se echó contra el respaldo de la incómoda silla y la observó detenidamente. Así era Jimmy. Lil, además, sabía que él siempre había tenido debilidad por ella.

—España es una puñetera mierda, Lil. Allí no viviría nadie, a menos que esté huyendo de la justicia. Supongo que no está mal si tienes familia, pero si estás solo, no te lo aconsejo.

Lil se sonrió y Jimmy vio sus uniformes dientes. Para él siempre había sido una mujer atractiva con una sonrisa encantadora.

—Tú no eres de los que puedan vivir en otro lado, Jimmy. Tú eres londinense de pies a cabeza, como yo, y no sabríamos vivir en otro sitio.

Los dos se rieron, pero luego se quedaron callados. Ambos se dieron cuenta de que entre ellos había muchas cosas sin aclarar y eso les hizo sentirse repentinamente tímidos al respecto.

—Lil, tengo más hambre que un lobo. ¿Te apetece comer algo?

—¿Por qué no? Estoy esperando a mis hijos y luego podremos irnos.

Jimmy estaba pidiendo una copa para los dos cuando vio entrar a los muchachos. El mayor, Pat Junior, era la viva imagen de su padre. Nada más verle el corazón se le hizo un puño. Era como ver a Patrick de nuevo, porque tenía la misma estampa, los mismos andares, hasta los mismos gestos. El más pequeño, Lance, por lo que se veía, seguía teniendo esa mirada extraña en los ojos, pero trató de ocultar sus sentimientos. Cuando Lil se los presentó, notó la fuerza que emanaban juntos. Eran una familia que quedó destrozada repentinamente, pero se dio cuenta de que, a su manera, lo habían superado.

Pat Junior se sentó y miró al hombre con cierto interés. Luego dijo:

—Me acuerdo de ti, Jimmy. Sé que eras un buen colega de mi padre y me alegra verte de nuevo. A él le encantaba este bar, lo sé. Cuando estaba en chirona conocí a muchos de sus viejos socios y me contaron muchas historias suyas. Siempre hablaban muy bien de ti.

Era un simple comentario, pero con él se iniciaba una amistad que para los dos resultaba más que obvia. Pat sintió la emoción que le provocaba a Jimmy estar de nuevo con los hijos de su viejo amigo.

Lil vio el intercambio de miradas que hubo entre ellos y se alegró de que ambos se recibieran de esa forma. También observó que, como siempre, Lance permanecía callado y al margen. Eso le hizo sentir el mismo rechazo de siempre, el mismo que ella trataba en vano de disimular. Lance, para ella, era como un intruso. No podía verlo de otra manera, por mucho que lo intentase. Allí estaba, sentado, sin producirle ninguna emoción, salvo la de un profundo rechazo.

Cada vez que Lil veía a Janie se acordaba de lo que su hijo era capaz de hacer. Muchas personas ya lo habían olvidado, lo sabía, pero ella no podía hacerlo y jamás le perdonaría por eso. Lo único que le salvaba era su amor y entrega por Kathleen. Aunque Lil amaba a su hija con todo su corazón, le irritaba tenerla cerca por mucho rato. Deseaba que su hija asimilara de una vez por todas lo ocurrido y dejara de ser tan débil e indefensa, pero sabía que aquello era pedir algo imposible porque Kathleen sería siempre una mujer débil y frágil. Estaba en su naturaleza y Lance era el único que tenía paciencia para soportar su carácter.

Lil se echó contra el respaldo y dejó que los dos hombres terminaran de hablar. Parecía como si hubiesen sido amigos desde siempre y eso lo consideró una buena señal. A Pat le vendría bien tener a alguien como Jimmy Brick de su lado y, al igual que su madre, Patrick también se había dado cuenta de ello. En ese momento sorprendió a Lance mirándola y las buenas vibraciones desaparecieron de inmediato. Aunque no manifestó sus sentimientos y trató por todos los medios de ocultarlos, Lance sabía cómo ella se sentía y eso la complació. No quería que pensase que llegaría un día en que ambos estarían unidos, pues eso no iba a suceder. No había nada ni nadie en el mundo que le hiciese amar a ese hijo suyo.

Kathleen estaba en el salón, viendo la televisión. A ella siempre le gustaba ver las reposiciones de Frank Spencer12 y a ninguno de ellos se le ocurría nunca cambiar de canal. Ella se reía de sus payasadas, se reía de verdad, con una risa que infundía felicidad a todo el que la rodease. Kathleen no estaba bien de los nervios y había muy poco en la vida que la hiciera realmente feliz. Cuando vio a Frank subido en un monopatín agarrado a la parte trasera del autobús empezó a reírse a carcajadas, contagiando con su risa a Colleen y Christopher. Estaban esperando a que se terminase la serie para poder poner su programa favorito: Los días felices y los Fonz13. Sin embargo, en ese aspecto eran como todos sus hermanos y estaban dispuestos a renunciar a cualquier cosa con tal de verla reír, aunque sólo fuese unos minutos.

Eileen entró en el salón con una bandeja llena de tazas de té y vio que la risa de Kathleen se estaba transformando de nuevo en lágrimas. Trató de contener la irritación que eso le producía, sintiéndose además culpable por ello.

—Vamos, Kath, anímate, por favor. ¿Te has tomado las pastillas?

Patrick la había llevado a ver a un doctor que tenía la consulta en Harley Street y la había diagnosticado como maniaca depresiva, aunque no entendía muy bien lo que eso significaba. Le había prescrito algunos antidepresivos, pero a ella no le agradaba lo más mínimo tomarlos y sólo Lance parecía capaz de convencerla para que lo hiciese. Cuando los tomaba, se sentía como si estuviese colocada, pero también más alegre. Eileen se sentó al lado de su hermana y la abrazó calurosamente.

—Vamos, Kathleen. Déjalo ya, ¿de acuerdo? Tómate el té y las pastillas. Si no lo haces, voy a enfadarme mucho. Siempre te las tomas cuando te lo dice Lance, pero esta vez me gustaría decirle que te las has tomado sin poner objeciones.

Kathleen no apartó la mirada de la televisión, pero se tragó las pastillas con el té hirviendo. Eileen respiró aliviada, a pesar de que su hermana no cesaba de llorar. En los últimos días había estado tan baja de ánimo que estuvieron a punto de llevarla de nuevo a ver al médico, pero según Pat, una vez que las pastillas entraran en su sistema nervioso, se sentiría mucho mejor. Ojalá fuese así, pensó Eileen, pues ella era su hermana gemela y odiaba verla en ese estado. Parecía una persona muy desgraciada, pero lo peor era el desinterés que mostraba por todo lo que le rodeaba.

Kathleen era una adolescente y parecía ya una vieja. Su hermana, por el contrario, estaba llena de vida y gozaba de una energía que parecía inagotable. Suspiró de nuevo. Luego cogió un pequeño espejo de mano y empezó a arreglarse las cejas con unas pinzas. Le había echado el ojo a un chico nuevo que había entrado en la escuela y estaba segura de que lo conquistaría.

Por mucho que quisiera a su hermana, había momentos en que se sentía avergonzada de ella. Llevaba unos días faltando a la escuela y tuvo que admitir con vergüenza que había disfrutado de su ausencia, pues, por primera vez en muchos años, no tuvo que cuidarla, ni ocuparse de ella, sino que se limitó a ir a la escuela y ser como una más de sus compañeras. Se sintió avergonzada de pensar tal cosa y sonrió de nuevo a su hermana. A veces deseaba tener la paciencia de Lance; él era, en definitiva, el único que sabía cómo tratarla, por muy desanimada que estuviera.

Sabía que Kathleen era su hermana gemela, pero estaba cansada de derrochar su energía con ella. Eileen era una mujer joven que quería disfrutar de la vida, pero siendo Kathleen como era, no había forma de conseguirlo.

Pat estaba en la puerta de club de alterne donde su madre había trabajado durante muchos años y, la verdad, no se sentía nada impresionado. Era un lugar bastante dejado, pero no con la dejadez típica de los garitos del Soho, iluminados siempre con luces tenues, sino con un abandono que resultaba patente incluso a oscuras.

Vio que el portero de la sala acompañaba a dos hombres al interior del club. Pat observó que hasta él estaba ya más arrugado que una bolsa vieja y que el traje lo llevaba todo raído. Estaba cumpliendo con las formalidades y eso ya le dijo mucho a Patrick acerca de ese lugar. Era sólo una fachada. El dinero que proporcionaba no tenía nada que ver con lo que se cocía dentro. El verdadero negocio debía ser otro, y su madre seguro que estaba enterada de ello, aunque no pensaba presionarla para que se lo dijera porque sabía que no deseaba que él y Brewster tuvieran desacuerdos.

El gorila regresó de nuevo al pequeño vestíbulo y reconoció a Pat. Sabía quién era porque Pat ya se había establecido en el Smoke. No obstante, que ese hombre lo reconociera de inmediato le agradó. O bien era eso, o alguien les había advertido de su llegada, aunque trató de ahuyentar ese pensamiento. Pat se encontraba solo porque Kathleen no se encontraba nada bien y Lance se había marchado a casa para cuidarla.

Pat había telefoneado antes y habló con Eileen. Sabía que deseaba salir y, sabiendo que Lance haría cualquier cosa por su hermana, probablemente había exagerado los síntomas. Pat sonrió al pensar en su hermana Eileen; sin duda, era una chica astuta y sabía cómo apañárselas. ¿Por qué iba a hacer algo si tenía quien lo hiciese por ella?

—¿Qué desea, señor Brodie?

El hombre le habló con un respeto que Pat reconoció como auténtico. Cuando se le acercó, vio que no era mucho mayor que él. Era un muchacho apuesto, un mestizo, y obviamente dispuesto a tener una encarnizada pelea con el que se le pusiera por delante.

—¿Dónde está Brewster?

Era una afirmación, más que una pregunta.

El portero se quedó inmóvil por un rato. Se quedó tan quieto como un fiambre, como si estuviera tomando una decisión que afectaría al resto de su vida. Mirando por encima del hombro para asegurarse de que nadie le oía le dijo:

—No se encuentra en este momento, pero regresará dentro de una hora. Está reunido con un conocido suyo.

Patrick asintió lentamente.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó Patrick.

El hombre le tendió una mano carnosa.

—Colin. Colin Butcher.

Se estrecharon la mano y Pat notó lo fuerte y fría que la tenía. Seguro que no sería fácil vencerle y, una vez más, se preguntó si no le estaban tendiendo una trampa. Él sabía los diferentes trucos que se empleaban en su mundo. En la cárcel se los habían enseñado todos, así como la forma de afrontarlos, y se lo habían enseñado precisamente los maestros en ello.

Su instinto, sin embargo, le dijo que el muchacho no era una mala persona y decidió dejarse guiar por él, ya que hasta entonces nunca le había fallado.

—Entonces esperaré, si no te importa.

Colin sonrió, lo que le hizo parecer una persona completamente distinta. Tenía una sonrisa abierta y sincera que hacía que quien la recibiera se sintiera completamente relajado y tranquilo.

Pat, por su parte, se dio cuenta de que el joven valía lo suyo, pues sabía cómo comportarse y tener la boca cerrada.

—¿Quiere que le traiga algo de beber? —le preguntó el joven.

—Creo que me acercaré a la barra y lo esperaré allí —respondió Pat.

Entraron juntos en el club y Pat se sintió cómodo en su compañía. También se percató de la dejadez del lugar. Era un garito, un lugar de mala muerte, por lo que sería más fácil de reclamar que si fuese un palacio. De repente recordó que había entrado en ese lugar con su padre y que aún tenía el mismo papel en las paredes y la misma moqueta color gris oscuro de antes. Olía a tabaco, sudor y desodorante barato; es decir, que olía igual que Brewster, pensó.

Pidió un whisky doble, se acomodó en la barra y miró a las chicas que trabajaban allí. Lo miraban con cierto recelo, preguntándose si sería tan poca cosa como para trabajar para un tipo como Lenny Brewster. Esperaban que no.

Las putas no le gustaban. No por su forma de ganarse la vida, sino porque su profesión les hacía perder su autoestima y porque habían perdido el goce de estar con un hombre. Una vez que una mujer se metía en ese mundillo, veía a los hombres como alguien a quien poder sacarle algo, por eso jamás se podía confiar en ellas. Las prostitutas no sabían lo que significaba la lealtad, ni tan siquiera con ellas mismas.

Pat no perdía detalle de lo que sucedía a su alrededor, a pesar de que no apartaba la mirada de la bebida. Era otra de las triquiñuelas que había aprendido en chirona, pues allí una mirada en un momento poco oportuno podía suponer la muerte. También había aprendido a tener paciencia. Por eso se quedó donde estaba, completamente relajado y cómodo con el ambiente que le rodeaba, esperando a que regresara Brewster.

Spider veía cómo su hijo jugaba al billar, pero también miraba la hora. Sabía que aún era temprano y que Pat no se quedaría allá por mucho rato, pero estaba nervioso, algo que llevaba mucho tiempo sin sucederle.

El muchacho era un chanchullero, de eso no cabía duda, además de astuto. Había oído hablar de sus hazañas en prisión y sabía que ahora, que estaba fuera y libre, trataría de recuperar lo que consideraba suyo. Y no sólo suyo, sino de su madre. Había sido manipulada descaradamente y todo el mundo lo sabía. Pat y Lance entonces eran sólo unos niños, por eso no comprendieron la gravedad de lo que sucedía. Sin embargo, ahora se habían hecho mayores y se habían convertido en hombres que disfrutaban a tope con la venganza.

Spider miró la gente que había en la barra y muchos de ellos habían tenido sus más y sus menos con Brewster, pues éste no se había preocupado lo más mínimo de conservar a sus amigos. Y eso que la amistad y la familia eran la esencia de su vida, ya que, en ese mundo, necesitas personas en las que poder confiar y de las que poder depender. La lealtad era importante, especialmente si alguien era apresado. Tener la boca cerrada cuando la pasma te interrogaba y cumplir tu condena como un hombre era considerado un deber. Brewster, sin embargo, tenía tantos enemigos que sólo podía confiar en unas pocas personas.

Se había puesto en contacto con Patrick a través de otros, pues le faltaba el coraje para hacerlo directamente, cosa que no extrañó a nadie en absoluto. Todo el mundo estaba esperando y nadie pensaba pronunciarse hasta que ellos dos no se viesen y se decidiera una solución. Hasta entonces sólo se podía esperar, pero la espera debía acabar esa misma noche.

Jimmy Brick y Lil entraron en el club en el mismo momento que Lenny salía de su auto. Su chofer siempre lo dejaba en la misma puerta, delante del portero de la sala y de sus esbirros. El club le proporcionaba algún dinero, pero no tanto como para tirar cohetes. Sin embargo, allí estaba su oficina y allí planeaba la mayoría de sus trapicheos.

Al ver a Lil con Jimmy le invadió la cólera de siempre.

—¿Cómo estás, Jimmy? Mucho tiempo sin verte —dijo con una voz más alta de lo deseado y simulando una amistad que no sentía.

Jamás habían sido colegas. De hecho, sólo se toleraban. Sin embargo, sabía que debía mostrarse afable, ya que con su antipatía de siempre no conseguiría nada.

El joven Pat, que era como le llamaban todos, parecía tener el mismo valor y entereza que su padre, por lo que la gente se sentía atraída por él. Tenían un concepto muy alto de él y eso que apenas había cumplido los veinte años. Se había pasado de la raya al esperarle como si él fuese un simple camello, pero sabía que debía solucionar ese problema lo antes posible y asegurarse de que los demás le veían, por una vez, hacer lo adecuado.

Ahora, para colmo, estaba Jimmy Brick delante, mirándole como si él fuese a salir por piernas. Lil le miraba. Tenía unos ojos muy bonitos y, haciendo justicia, había que decir que aún resultaba una mujer muy apetecible. Aunque a Lenny se le veía normalmente con jovencitas, disfrutaba mucho más con las maduras. Le gustaba que las mujeres tuvieran algo de experiencia y, sobre todo, le gustaba que hubieran sido la mujer de otro. Para él no había nada como tirarse a la novia de alguien y, si era su esposa, mejor. Eso, además de acrecentar su excitación, era una forma de marcar su territorio, algo parecido a lo que hacen los perros cuando orinan por las esquinas. De esa manera dejaba claro que él había estado ya allí.

Una vez que las había poseído y utilizado, se libraba de ellas sin pensárselo dos veces. Para él se habían convertido en una carga y no había razón para seguir con ellas.

Sin embargo, ahora que entraba en su club siguiendo a un silencioso y callado Jimmy, sintió enormes deseos de echarse a reír. Había organizado una pequeña recepción y estaba deseando ver la cara de sorpresa que ponían cuando vieran lo que les esperaba.

Jimmy Brick no estaba contento de acompañar a Lil, pero no tenía elección, pues ella pensaba entrar con él o sin él.

Cuando subieron las destartaladas escaleras que conducían a la oficina, Lil recordó las miles de veces que las había subido en los últimos años. Al parecer, ese club iba a formar parte una vez más de su destino en la vida, del suyo y del de sus hijos. Se sorprendió de darse cuenta de que estaba temblando.

Seguía pensando que Lance debería haber estado presente. No importaba lo que ella pensara de él, debía de estar allí acompañando a Pat para que solucionara el problema definitivamente. Sabía, además, que todo el mundo recordaría que no había estado presente en una situación como ésa y seguro que traería sus consecuencias.

Pat Junior estaba ya dentro. De hecho se había sentado detrás del escritorio, del viejo escritorio que ella compró una tarde soleada en Camden Market con Patrick. Ahora estaba muy usado y tenía las manchas que habían dejado las miles de tazas de té y los cigarrillos que se había fumado sentada en él. Estaba arañado y manchado, pero seguía teniendo su encanto. Al ver a Patrick le pareció ver a su marido sentado detrás de él. Nunca antes se había parecido tanto. Ahora tenía la misma mirada fría, los mismos modales y el mismo deseo de violencia si no conseguía lo que deseaba.

Lenny lo vio sentado en el escritorio. Tratando de contener su ira, le dijo:

—Espero que te metas en mi tumba igual de rápido, muchacho.

Se acercó hasta el pequeño bar y sirvió unas copas. Se sorprendió de ver que le temblaban las manos, que le temblaban ostensiblemente, y se dio cuenta de que el muchacho se le había adelantado. Nadie le había respondido a su jocoso comentario y, por primera vez, se dio cuenta de la situación tan precaria en la que se había metido. Ninguno de los amigos a los que había llamado había llegado, al parecer ninguno había hecho acto de presencia. Hasta Colin estaba ausente, y eso sí resultaba extraño porque él siempre estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de ascender de puesto. Ahora que las cosas se ponían feas, sin embargo, prefería mantenerse al margen. Colin no era ningún estúpido, tenía unas dotes especiales para oler la mierda y Lenny era plenamente consciente de eso. A él le pasaba otro tanto y eso le había evitado muchos problemas a lo largo de los años. Hasta ahora, claro. Lenny tenía una carta a su favor, bueno no una, sino dos: tenía hijos con Lil y ellos eran hermanos de sangre de Pat también. Estaba seguro de que Pat no le haría nada ultrajante al hombre que habían engendrado a sus dos hermanos pequeños. Patrick era como su padre y se consideraba demasiado decente como para hacer algo así, lo cual era una debilidad que no tardaría en descubrir.

Lil se había sentado en el sofá que había colocado en la oficina por si alguien necesitaba echarse un sueñecillo o un poco de espacio cuando las cosas no iban bien en el club. Muchas de las mujeres que trabajaban allí habían tomado en alguna ocasión una taza de té y se habían desahogado sentadas en ese sofá. Era una forma de calmar la situación. Las cabareteras solían ser muy peleonas y les encantaba tirarse los trastos a la cabeza. Un desaire o el excesivo consumo de drogas podían hacer que cualquiera de ellas se volviera paranoica. Ahora, al parecer, se convertiría en el trono donde pensaba sentarse cuando su hijo reclamara lo que había sido de su padre.

Todos estaban sentados, salvo Lenny, que se había quedado de pie en su propia oficina. Los miró con su acostumbrado aplomo, como si nada le perturbase. Se apoyó desganadamente en el bar. Su traje hecho a medida estaba arrugado y tenía los ojos enrojecidos por la cantidad de alcohol que había ingerido aquella tarde. Hasta el whisky de siempre le sabía ahora un poco más amargo.

Lenny miraba sin cesar a la puerta, como si esperase que alguien entrara, aunque sabía que tal cosa no iba a suceder. Patrick sabía en qué andaba pensando, por eso le dijo con tranquilidad:

—Nadie va a venir a rescatarte, colega. De eso ya me he encargado yo.

Lenny se encogió de hombros.

—¿Debería echarme a temblar? —dijo tratando de sonar más seguro de sí mismo de lo que estaba. Luego añadió—: Vamos, Lil, mete en cintura a este muchacho.

Su voz sonó deliberadamente despreciativa, pues sabía que tenía que tratar de impresionar, a pesar de darse cuenta de que estaba metido en serias dificultades. Por primera vez en muchos años estaba asustado, terriblemente asustado.

Lil no respondió. Nadie esperaba que lo hiciera. Sin decir nada, se levantó, se acercó hasta donde estaba su hijo y le besó en la mejilla. Luego dijo:

—De ésta no te vas a librar, Lenny. No te queda más remedio que quedarte ahí de pie y aceptar lo que venga.

Su voz fue la perdición de Lenny. No podía soportar verla allí delante, contemplando como su hijo lo humillaba. Por fin se dio cuenta de que nadie acudiría en su ayuda, que estaba rodeado de enemigos, y lo estaba porque así lo había querido él, ya que, al fin y al cabo, eso era lo único que se había creado.

La chica con la que había estado aquella misma tarde se había escurrido y se dio cuenta de que hasta ella había oído rumores de lo que le iba a suceder. Que una puta como aquélla tuviera conocimiento de algo así terminó por derrumbarle del todo.

El joven Patrick seguía sentado en su sitio. Sus profundos ojos azules carecían de expresión, se le veía joven, fuerte y robusto. Lenny se dio cuenta de que no podría competir con él. Pero distaba mucho de considerarse un hombre acabado y no estaba dispuesto a abandonar sin pelear.

—No pienso tolerar esto, muchacho. Yo no soy tu padre y no pienso permitir que me echen como si fuese un perro rabioso. ¿Quieres celebrar tu cumpleaños este año, hijo?

Lenny jamás había llevado un arma encima, pues sabía que le podían caer siete años por posesión ilícita de armas. Siempre pensó que había sido muy listo de su parte permitir que fuese otro quien la llevara, pero ahora echaba de menos no llevar una con la que poder volarle la cabeza al cabrón que tenía delante.

Patrick no se sintió ofendido por sus palabras. No pensaba dejarse llevar por la cólera, sino todo lo contrario, parecía calmado y tranquilo. Lil vio la reacción de su hijo y, levantándose de un salto, dijo:

—Estaré abajo si me necesitas. Las chicas necesitan que les den un repaso y, cuanto antes empiece, mejor.

Cuando Lil se encaminó hasta la puerta, Lenny, llevado por la rabia, levantó la mano para propinarle un puñetazo. Jimmy y Patrick se levantaron de su asiento para evitarlo, pero fue ella la primera en reaccionar. Cogió un vaso de whisky del bar y se lo estrelló en la cara con todas sus ganas. Cuando Lenny notó que el vaso se rompía abriéndole una brecha en la cara, se quedó tan consternado que ni se movió. Levantó la mano, se la llevó a la mejilla y vio que la piel le colgaba. Luego se apartó la mano de la cara, vio que la sangre le corría y se dio cuenta de que estaba acabado. Lil había tenido la última palabra y él supo apreciar la ironía del asunto. Se había pasado la vida utilizando a todo el mundo y, desde hacía mucho tiempo, sabía que ese momento le llegaría. Era inevitable. Lo único que jamás había imaginado es que viniese de manos de los Brodies. Sonrió con tristeza, acuciado por el dolor. No obstante, reconocía que Lil estaba en su derecho para propinarle ese golpe, pues la había maltratado durante años.

Lil vio cómo la sangre le chorreaba por la cara. Se le veía el hueso y se sorprendió de no sentir náuseas. Tenía un aspecto horrible, pero no le preocupaba en absoluto. Ni tan siquiera podía sentir rencor por todo el daño que le había hecho. Vio que la camisa que llevaba estaba empapada de sangre y sintió un enorme alivio. Ese hombre la había torturado y, lo que era aún peor, había ignorado a sus hijos, a la sangre de su sangre. Todos aquellos años de abusos se habían acabado de una vez por todas.

—Jódete, Lenny. Jódete, pedazo de cabrón. Tú me quitaste a Pat y tú lo sabías cuando viniste arrastrándote como un gusano a mi casa. Tú me has utilizado y además has disfrutado con ello.

Lenny la miró y empezó a reírse.

—Por supuesto. ¿Quién coño va a quererte a ti y a tu familia? No eres nada más que una puta con un montón de niños. Tienes el coño más grande que el túnel de Dartford y nunca has sido otra cosa que eso para mí.

Patrick se acercó hasta donde se encontraba Lenny. Éste, al ver su mirada, se envalentonó aún más.

—¿Ésa es tu madre, hijo? Pues no es nada más que una puta, una jodida puta de mierda. Ella ha vendido su coño en este mismo club. Lo que es de extrañar es que no se haya follado hasta al mismo Lance. Seamos sinceros, a él le encantaría. Menudo elemento está hecho. Y no hablemos de las gemelas. Una está zumbada y la otra lesbiana. No formaría parte de la familia Brodie ni por toda la coca de Colombia.

Lenny no comprendía por qué nadie hacía nada para callarle. Iodos estaban de pie, como si fuesen invisibles. Luego se dio cuenta de que Lil había levantado la mano, haciéndoles señas para que no hicieran absolutamente nada. El hecho de que la obedecieran con tanto fervor le sorprendió, pues las mujeres no pintaban nada en su mundo. Él jamás se había preocupado por ninguna en toda su vida.

Ahora se daba cuenta del poder que las mujeres ejercían sobre sus hijos y sus amantes, pero se alegró de no verse reducido a nada tan humillante.

—¿Y qué pasa con Colleen y Christy? ¿Qué pasa con ellos, Lenny?

Se rió. Ahora empezaba a dolerle de verdad la cara y notaba cómo la sangre goteaba en el suelo. Era surrealista, todo le parecía completamente surrealista.

—¿Qué pasa con ellos? Pues pasa que no significan nada para mí, igual que tú.

Lo dijo con tanto desagrado, con tanta malicia y odio que Lil no quiso seguir escuchándole más.

—Tú me lo arrancaste todo, Lenny, pero no importa, porque yo al menos tengo a mis hijos y ellos valen su peso en oro.

Le miró y vio la sangre, el sudor y el miedo. Estaba aterrorizado y ella se dio cuenta de que siempre había vivido asustado de algo o de alguien. Hasta el mismo Patrick había muerto a manos de los hermanos Williams porque él no tuvo nunca los cojones de hacerlo solo. El había sido el catalizador de todos los males de su familia y, sin embargo, le había dado dos hijos a los que adoraba.

Su miedo por él había desaparecido. Le había marcado, igual que él a ella. Había tenido a sus hijos con el único propósito de encadenarla, pero había ido demasiado lejos. Su hijo cambiaría completamente el rumbo de su vida y ella se libraría de ese hombre para siempre, de él y de su odio.

—Nos vemos los tres más tarde —dijo mientras se iba.

Lil salió de la habitación, sintiendo una liberación que no había sentido en muchos años. La gente pensaba que la violencia no era la mejor forma de solucionar las cosas, y probablemente tenían razón, pero Lil sabía que las personas de su clase recurrían a ella porque a veces era lo único de lo que disponían.

Lenny la observó marcharse. Tenía el aspecto diabólico de un maniaco. Aterrorizado vio cómo Jimmy Brick y Pat Brodie sacaban unas cadenas muy pesadas de los bolsillos y se las enrollaban en los nudillos. Entonces fue cuando se dio cuenta de que iba a morir con una horrible agonía y después de que le propinasen una buena paliza.

—Me lo voy a pasar en grande, Lenny —dijo Patrick—. No eres nada más que una puta mierda.

Se rió de ellos. Ahora era un hombre con el piloto automático puesto.

—¿Y qué piensas decirle a tus hermanos, Pat? ¿Qué mataste a su padre? No creo que la idea les agrade mucho.

—A ellos no le importas una mierda. Con lo chicos que son ya se han dado cuenta de que eres un gilipollas.

Patrick agarró la cadena con fuerza y le propinó un cadenazo, asegurándose de que le daría justo donde su madre le había hecho la herida. También había aprendido eso en la cárcel. Si tu oponente tiene una herida, golpéale ahí, el dolor es mucho más intenso. También estaba el aspecto psicológico, ya que, cuando tenemos un corte o una herida, nuestra propia naturaleza tiende a protegerla.

—Vas a morir, Lenny, y, como verás, ninguno de tus hombres está aquí para respaldarte. Ninguno de ellos se ha opuesto a que hagamos lo que vamos a hacer.

Jimmy se rió y Lenny se dio cuenta de que para mañana a esa , misma hora ya estaría muerto.

—Eres un gilipollas de mierda que se ha pasado la vida haciendo lo que se le antoja. Ahora es mi turno —le dijo.

Jimmy tenía la cadena enrollada en la mano, pero también llevaba un cúter con el que le abrió la barriga a Lenny.

Lenny notó el dolor de la cuchilla cuando le abrió la piel y vio cómo Patrick se quedaba mirando como si nada pasara. Se dio cuenta de que realmente era el hijo de Patrick Brodie y no se esperaba menos de él. Ahora se había convertido en un hombre y seguro que recuperaría lo suyo. El sabía que Patrick Brodie había muerto sin implorar ni un solo instante por su vida, sino defendiéndose como podía.

Cuando Patrick empezó a golpear a Lenny, Jimmy retrocedió y observó la escena con interés. Miraba al joven y se dio cuenta de que lograría abrirse camino, ya que, como su padre, estaba hecho para los trapicheos y la cárcel. A los pocos minutos vio que Lenny pedía un poco de piedad, pero al parecer nadie estaba dispuesto a ofrecérsela.

Lil oyó cómo gritaba de dolor, al igual que todos los presentes en el club, aunque nadie hizo mención de ello. Las cabareteras que no estaban alternando con ningún cliente se sentaron en las mesas para fumar y tomar una copa, y actuaron como si nada sucediese.

Lil Brodie, por primera vez en muchos años, se sintió en plena forma. Notaba como su rabia y su odio por Lenny desaparecían con cada golpe y, por muy padre que fuera de sus dos hijos, no pensaba que estuviera haciendo nada malo. Subió el volumen de la música hasta que el sonido de los Stylistics ahogó por completo los gritos de Lenny.

Lenny rogaba clemencia por su vida cuando ellos cantaban Betcha By Golly Wow, canción que a Lil le pareció un justo tributo. Las chicas la miraban con cautela y supo que ellas no le causarían ni el más mínimo problema, pues sabían cómo estaba el marcador de tantos mejor que nadie.

Cuando Lil se puso detrás de la barra y miró a su alrededor, notó como si la sangre le volviera a correr de nuevo por las venas. Pensó en su esposo y estaba segura de que se sentiría orgulloso de su hijo. Colin, el portero, le guiñó un ojo y ella le sonrió. La vida sería más fácil a partir de ahora y ella había esperado mucho tiempo a que ese momento llegase.

El cuerpo de Lenny jamás lo encontraron. Lo metieron dentro de una máquina machacadora de un desguace del sur de Londres y su ataúd fue el maletero de un Hillman Imp.

Todavía estaba vivo y consciente cuando Jimmy y Patrick lo metieron allí. Patrick era lo que deseaba hacer y Jimmy se sintió muy satisfecho de complacerle. Lo último que Lenny vio en esta vida fue a esos dos hombres riéndose de él antes de cerrar la puerta. Luego oyó el ruido de la trituradora y notó que el coche se levantaba del suelo. Cuando el coche se balanceó en el aire se sintió como encerrado en una jaula de metal y se dio cuenta de que nadie se preocuparía por él, que nadie intentaría nunca descubrir qué le había sucedido.

El ruido del metal aplastándose hasta convertirse en un reducido cubo ahogó por completo sus gritos. El coche se retorcía y se doblaba mientras él se debatía intentando salir de él. Su instinto por la vida era tan fuerte que luchó por escapar hasta el último segundo, hasta que su cabeza quedó completamente triturada y su cuerpo aplastado como un acordeón. Cuando el pequeño cubo en que había quedado reducido el coche pasó a través de la maquinaria y cayó al suelo produciendo un ruido seco, Jimmy vio que Patrick , hacía un ruido sonoro para tragarse los mocos y escupió en él.

Una hora más tarde, Spider se sorprendió de ver a los dos hombres entrar en su club. Nada más verlos se dio cuenta de que todo había acabado.