Capítulo 11
—¡No me digas! ¡Espero que no te hayan dejado en pelotas!
Trevor no se rió. En parte porque no se esperaba eso de él. La voz de Pat Brodie sonó convencida e incrédula.
—¿Cuánto te desplumaron? —preguntó Patrick tratando de no dejarse llevar por la furia y perder el aliento. Cuando se encontraba en ese estado, era capaz de cualquier cosa y necesitaba enterarse hasta del detalle más nimio para no hacer nada a la ligera.
—Más de cien de los grandes. ¿Y sabes una cosa? Lo peor de lodo es que tuve que ir a por el dinero para dárselo. Sabían que yo soy de los que pagan rápido y contaban con eso. Les he tenido que dar más de lo que llevaba ganado a esas puñeteras sanguijuelas sin poder decir ni mu. Si me hubiese negado, me habrían enterrado sin pensárselo dos veces.
El miedo aún se podía percibir en la voz de Trevor y Patrick se dio cuenta de que aún estaba bajo los efectos que produce ese tipo de amenazas. Las amenazas de muerte ya eran malas de por sí, pero cuando se convertían en algo más que una simple posibilidad te jodían el día entero. Especialmente cuando tenías además que abrir la i artera o la amenaza se materializaría en cuestión de segundos.
Patrick ardía en deseos de tomar represalias. Trevor no sólo era un buen colega, sino alguien que estaba bajo su protección, y eso lo sabían todos. Trevor le daba un buen trozo del pastel con tal de que le garantizara que podía jugar con cualquiera y sentirse protegido y a salvo.
Las cartas eran un juego difícil para las personas como Trevor. Él era un caso aparte, un verdadero profesional del juego; la excepción que confirma la regla. De alguna manera, se las apañaba para ganar más de lo que perdía. Además era un buen tío, una persona decente como pocas. A Patrick siempre le había caído bien y, lo que es más, respetaba su talento porque sabía que muy pocas personas tenían ese don. Patrick lo había observado durante muchos años y no sabía expresar en palabras lo mucho que siempre le había sorprendido ver lo diestro que era con una baraja de cartas y una considerable cantidad de dinero. El problema es que no era un camorrista. No era un hombre duro, ni quería serlo. Por eso tenía que soltar algún dinero. Con dinero todo se conseguía. Se compraba la seguridad que necesitabas y ahí se había acabado el problema. Tener a Trevor allí sentado, en un estado terrible y diciéndole que le habían desplumado tres macarras y un mariquita le ponía tan cabreado que deseaba arrancarle la cabeza al primero que viese.
—¿Los conoces? ¿Sabes por dónde se mueven? Cualquier cosa que nos pueda decir quién anda detrás de esto.
Trevor asintió.
—Reconocí al más grande. Me llevó un rato hacerlo, pero lo he visto con Dave Williams. Ha estado en el casino algunas veces. Creo que se puso nervioso porque no dejaba de mirarle. Se cabreó mucho.
—¿Dave Williams?
Patrick evitó decir «mi Dave».
Trevor asintió.
—Estoy seguro, Pat.
Pat se levantó y miró a Trevor durante unos segundos. Sus ojos se oscurecieron de rabia. Luego, repentinamente, dijo:
—Ese jodido hipócrita.
La respuesta de Patrick, y la forma en que pronunció esa frase fue lo más sorprendente que Trevor había visto en su vida. Patrick Hrodie era bien conocido por ser un tipo duro, pero nadie en realidad sabía de lo que era capaz de hacer.
Pat era lo suficientemente sensato para que sus verdaderas villanías no cayeran en oídos de nadie. Sabía que las habladurías eran la principal causa de que la gente terminase entre rejas. Los chismorreos siempre tienen algo de cierto, por eso se sorprendía de que los hombres hablaran de su trapicheos en público; era como bañarse en su propia mierda. Ser conocido ya era razón para mantener el pico cerrado, puesto que todo lo que hacías era comentado, exagerado y creído por los que te rodeaban. Era algo intrínseco en la naturaleza humana. Por ese motivo, guardar silencio era la mejor forma de mantenerse a salvo.
Patrick había hecho cosas terribles a lo largo de los años, pero muy pocas personas las conocían. Si en algún momento se hablaba de ellas y le llegaban a sus oídos, podía señalar al culpable en cuestión de segundos. La única manera de mantenerse en primera línea de la partida era estándose calladito.
Dave probablemente era el chivo expiatorio, pues resultaba obvio quién era el cerebro: Dennis. Le había advertido a Dave de lo que sucedería si éste trataba de nuevo de inmiscuirse en sus asuntos, por lo que había llegado el momento de tomar algunas represalias. Antes lo había pasado por alto, en parte por Dave. Incluso después del último incidente, había intentado que no se le subiera a la cabeza.
Bueno, se había acabado eso de ser una persona agradable y considerada con los amigos que ya en muchas ocasiones se habían pasado de la raya. Estaba dispuesto a hacer daño y el primero que padecería su ira iba a ser Dennis Williams. De hecho, lo estaba pidiendo a gritos.
Jimmy Brick era un hombre grande y, como la mayoría de los hombres grandes, estaba acostumbrado a que la gente reaccionara o bien queriéndose enfrentar con él o evitándole para que no les hiciera daño. Aunque Jimmy estaba dispuesto a pelear si hacía falta, prefería casi siempre evitarlo.
Jimmy tenía una enorme cabeza que también era excesivamente larga, el mentón fuerte y anguloso, haciendo juego con unos ojos muy espaciados y unas cejas gruesas y prominentes. Le apodaban Frankenstein. Hasta su madre llegó a mencionar el parecido entre ambos en más de una ocasión. La familia bromeaba diciendo que, cuando su madre lo parió, el tamaño de su cabeza era tal que le causó enormes tormentos y provocó una enorme sorpresa entre las mujeres que asistían al parto. Su abuela, al ver a la criatura que había tardado casi cuarenta y ocho horas en venir al mundo, exclamó:
—¡Por los clavos de Cristo! Vuelve a meter dentro a ese cabrón tan feo.
La risa que siempre provocaba ese comentario ya no hería tanto como se esperaba. Jimmy era comprensivo; su aspecto físico jamás sería su punto fuerte. Él había visto fotografías suyas de cuando era un niño y tenía que admitir que su abuela estaba en lo cierto.
Había sido un niño muy feo y la adolescencia tampoco fue benévola con él. Tenía un acné exagerado que, junto con sus espesas cejas y su boca descolgada, le proporcionaron un aire de cierta tranquilidad. Finalmente, se había convertido en el favorito de su abuela, que fue quien le ayudó a aceptar su apariencia diciéndole que tenía dos opciones: esconderse o aceptar las miradas de la gente y recordar que no podía hacer nada al respecto. Era un tío muy feo y nada iba a cambiar eso. Por muy duro que fuese, estaba orgulloso de su abuela y de su sentido común. Había aprendido a vivir consigo mismo y sabía que muchas de las personas consideradas como bellezas nunca lo habían logrado. La belleza, al menos eso es lo que siempre le había dicho su abuela, era una maldición. Él, al menos, tendría la oportunidad de saber que lo amarían por ser él mismo. Nadie le había querido de momento, pero estaba seguro de que si lo encontraba y tenía unas cuantas libras, todo llegaría. Las mujeres ansiaban una bonita casa y una vida fácil. Sólo esperaba que sus hijos no salieran con la cabeza tan grande y causaran a la mujer con la que se casase tanto dolor como él le había provocado a su madre. La pobre seguía quejándose todavía de eso después de tantos años. Jimmy se sonrió al pensarlo. Tenía un carácter agradable que le hacía estar en buenos términos con las personas que se molestaban en conocerle, ya que sus rasgos echaban para atrás a la mayoría de la gente.
Jimmy Brick era un buen tío y él lo sabía mejor que nadie. Se sentía satisfecho de eso y disfrutaba de la vida y de su trabajo. A menudo se preguntaba: ¿cuántas personas podían decir lo mismo?
Cuando Jimmy entró en la oficina de Patrick Brodie sonreía. Pat devolvió la sonrisa al hombre que apreciaba verdaderamente y por el que sentía verdadera lástima. Era un tío muy feo y decir eso no era un insulto, sino constatar un hecho.
—¿Qué pasa, amigo?
Patrick asintió y dijo sin rodeos:
—Siéntate, colega. Tengo una proposición que hacerte, Jimmy, y quiero una respuesta lo antes posible, ¿de acuerdo?
Jimmy asintió también y se sentó. Patrick observó la forma en que se remangaba los pantalones para no arrugarlos demasiado. Era tan quisquilloso con la ropa que resultaba triste mirarle. Como había comentado Lil en cierta ocasión, Jimmy tenía el aspecto de ser el eslabón perdido. En ese momento, Pat se rió, pero luego, con el paso del tiempo y cuanto más miraba al muchacho, más comprendía lo que había querido decir. Jimmy Brick era como un enorme orangután vestido con un traje caro. Era un tío encantador, decente, pero con un aspecto que resultaba perturbador por mucho que se le conociese.
—¿Qué puedo hacer por usted, señor Brodie? —preguntó con una voz sonora y profunda, lo único seductor que Jimmy poseía.
A Patrick le encantaba la forma en que se dirigía a él cuando se trataba de asuntos de trabajo. Era otra de las muchas cualidades que le gustaban de Jimmy. Jimmy separaba el trabajo de su vida privada, cosa que también hacía él. Era algo imprescindible y necesario en su mundo.
—Jimmy, quiero ofrecerte algo importante, verdaderamente importante. Buen dinero y mucho trabajo. ¿Qué te parece?
A Patrick le agradó ver al muchacho ponerse rojo de orgullo y eso le reafirmó en que había escogido a la persona adecuada para ese trabajo.
Jimmy se quedó con las manos abiertas, pero no acertaba a encontrar las palabras necesarias para decir que aceptaba su proposición. Su cara, no obstante, lo decía todo.
Patrick sirvió un par de whiskys y, poniendo uno de los vasos en la mano de Jimmy, dijo:
—¡Por muchos años, colega!
Jimmy brindó con todo el placer del mundo y casi rompe los vasos del golpe, recordándole a los dos la enorme fuerza que tenía. Luego dijo tímidamente:
—No sé qué decir, señor Brodie. Para mí es todo un honor trabajar con una persona como usted.
Era un halago, un tanto empalagoso, pero le salía del corazón. Patrick Brodie negó con la cabeza y dijo en voz baja:
—¡Basta ya de pamplinas! Cualquiera que nos oyera diría que somos un par de mariconas.
Jimmy Brick estalló en carcajadas. La cabeza se le fue hacia atrás de lo expresiva y sonora que era su risa. A Patrick le gustó su sonido. Jimmy iba a convertirse en alguien esencial, de eso estaba seguro.
—Tenemos nuestra primera misión esta misma noche. Le vamos a dar a Dennis Williams el susto de su vida.
—¿Cojo mi caja de herramientas? Patrick sonrió y dijo alegremente:
—¿Tú qué crees?
Dennis Williams se creía tan importante que no esperaba que Patrick Brodie fuese a buscarlo personalmente. Era algo que no había imaginado bajo ninguna perspectiva, ni tan siquiera lo había considerado remotamente posible. Por esa razón, cuando Patrick Brodie se echó encima de él y sus hermanos en su propio territorio y en su propio local, se quedó más que anonadado.
Patrick cruzó las pesadas puertas de madera del Mill House en Dagenham como un ángel vengador. Era sábado por la noche y se encontraba atestado de familias. Los niños corrían de un lado para otro llevando sus mejores trajes y jugando a las prendas, mientras esperaban que la banda tocase Pennies from Heaven. Ése era el momento álgido de la noche, cuando los adultos arrojaban el dinero suelto que tenían a la sala de baile y los niños se arremolinaban entre sí, tratando de coger todo el dinero posible. Entonces comenzaba la discoteca, las luces se apagaban y los padres sentían que, por fin, la noche había comenzado mientras los niños salían y charlaban con otros niños.
El Mill House era un verdadero club social. Tenía un ambiente que garantizaba una noche agradable a las familias y a las parejas indistintamente. Tenía un aspecto destartalado a la luz del día, pero al llegar la noche adquiría un toque mágico muy suyo y peculiar. Olía a aperitivos, cerveza pasada y a multitud de diferentes perfumes. Las mesas brillaban con los ceniceros de estaño que tenían inscritos los nombres de personajes legendarios como los Marlboro Reds, o los Senior Service. El suelo era de madera, sin rayones ni marcas, y tan bien pulimentado que los niños empezaban la noche patinando de un lado para otro hasta que los adultos terminaban por llamarles la atención. Los muchachos caminaban erguidos, como si fuesen tipos duros, y salían al aire fresco donde podían seguir haciéndose los duros para impresionar a las chavalas. Era el comienzo del ritual de apareamiento, la primera lección, ya que se trataba de hacerte notar ante una chica, hacerte respetar por ella. Era una danza atemporal, ya que la habían empleado sus padres y abuelos mucho antes que ellos. Aprendían a cortejar mientras bebían Tizer5y jugaban a las prendas. Los dedos exploraban, las manos gozaban de ciertas libertades y todos terminaban excitados con los nuevos conocimientos adquiridos.
Era un verdadero club familiar, no la clase de club que frecuentaban los hermanos Williams, ni la clase de club donde los clientes gustaban de ver a tipos como ellos merodeando por allí. Ahora, sin embargo, Dave Williams y sus hermanos lo utilizaban como base, principalmente porque no sabían si serían bien recibidos en los bares que habían frecuentado durante años.
Los Williams se acostumbraron a utilizar el Mill House y se alegraron de saber que eran los únicos con poder que utilizaban aquel lugar. Al principio se convirtieron en una anomalía y, para la mayor parte de los clientes, en algo excitante, pero luego la novedad se pasó. Ver a los hermanos Williams por allí de vez en cuando no tenía importancia, pero que utilizasen ese lugar como oficina irritó a muchos de los clientes habituales. Todos se comportaban bien, pero eran peligrosos. Los miembros del comité, hombres mayores con familias y un trabajo respetable, no pudieron impedir que los Williams vendieran y negociaran siempre que les diera la gana, pero estaban deseosos de poder poner fin a un negocio que atraía a una serie de personajes bastante desagradables. Lo que más temían, sin duda, era que la policía hiciera una redada y cerrara el local. Ninguno tenía el valor de transmitir las preocupaciones de los padres de familia, del temor que tenían por sus hijos, pues los hermanos Williams no eran muy conocidos por su amabilidad si el asunto del que se trataba era acerca de sus negocios o de su forma de llevarlos a cabo. De hecho, eran bastante fríos e inaccesibles. Dennis, en particular, con su cara y su cabeza llena de cicatrices, con esa risa que le salía entre los dientes rotos, amedrentaba al más pintado. Dennis era un tipo duro y no trataba en lo más mínimo de ocultarlo. Se deleitaba haciéndose notar, y era eso precisamente lo que más preocupaba a la gente. Era violento incluso cuando la violencia no era necesaria.
Ser un mandamás era lo único que Dave deseaba en la vida. Un mandamás es un mandamás, como decía su padre cuando eran niños. Siempre le habían gustado los tipos importantes, se había regodeado en su gloria y vivía buscando el glamour que emanaba de ellos. Ahora ellos se habían convertido en tipos importantes por derecho propio, lo suficientemente conocidos como para negociar allí y compartir ese glamour con algunos chulos que, como su padre, hablarían de ellos en voz baja y con respeto.
Hacía ya mucho tiempo que habían dejado de ser la mano derecha de Brodie y Dave terminó por aceptarlo; al menos eso les hacía pensar a sus hermanos. Sabía que Dennis tenía los días contados, pero había tenido la esperanza de poder mantenerlo a distancia de Patrick y Spider hasta que las cosas se calmaran. Quizá de esa forma le concediesen una segunda oportunidad. Dave suspiró. Estaba colocado y sabía que eran las anfetas lo que le hacía pensar que Dennis se libraría de la mierda que él mismo había generado. El iba a tener que responder por sus estupideces, pero la inquietante cuestión era ¿cuándo? No podían pasarse la vida entera escondiéndose. Estaba tan colocado que empezaba a excitarse. De pronto todo se convirtió en algo tan real y palpable que sintió enormes deseos de ponerse a bailar.
Dave fue a los aseos y se preparó otra línea. Si vendieran esa mercancía a los clientes, se pondrían como locos con él. Pero no era así porque antes de venderla la cortaban. Aun así era una buena mercancía, y cuando esnifó la anfetamina notó el ardor en la nariz que le indicaba que había sido cortada con estricnina. Dave sonrió y se dijo: «Regresa glucosa, todo está perdonado».
Se rió como una hiena de su propia broma. Luego envolvió la papelina con sumo cuidado y salió. Al regresar a la sala, el sonido le golpeó y le hizo retorcerse incluso de dolor. Vio a un par de clientes suyos y suspiró.
Ahora se habían convertido en los responsables de cualquier droga que se distribuyera por los Anglers, el bar de hombres viejos que estaba enfrente del Mill House, así como de otros bares de los alrededores en los que no estaban interesados ni Spider, ni Patrick. El pub Volunteer en el Barking y en la rotonda de Dagenham era también otro de los lugares donde les gustaría negociar porque estaba siempre a rebosar. El club que había allí se llamaba Flanagan's Speakeasy y estaba hasta los topes la mayoría de las noches. Pero Spider se había hecho con él y más valía olvidarse.
Dave empezó a charlar con una chica de pelo negro y una permanente muy mal hecha. Llevaba puesto colorete en las mejillas y una chaqueta de satén brillante que no le tapaba sus enormes tetas. Sabía, sin preguntárselo siquiera, que iba vestida a lo Marc Bolan6. Bueno, ella podía vestir como le diese la gana, a él lo único que le interesaba era echar un polvo. Si se le pondría dura, no estaba seguro, pero valía la pena intentarlo.
Dave estaba colocado, muy colocado. Sabía que era una niña de escuela que se había vestido para salir de noche, y que su padre probablemente estaría observándolos con el corazón en vilo y sin saber cómo proteger a su hija. Dave pasaba de todo en aquellos días. Era un completo manojo de nervios y parecía que lo único que esperaba es que estallara el globo. Se sentía culpable por haber estado a punto de matar a su hermano y sentirse capaz incluso de matar a uno de su misma sangre fue toda una revelación. El hecho de que no hubiera llegado a terminar el trabajo es lo que le hacía sentir incómodo. Dennis era su hermano y él lo apreciaba de verdad. Desgraciadamente, también era un lunático violento y temperamental que siempre estaba causando problemas. Dennis no podía evitarlo, era de esos tipos que atraen los problemas. Para ser sinceros, la mayoría de las veces era él quien los provocaba, pues le encantaba que la adrenalina le recorriera por el cuerpo y acaparar la atención. Le gustaba ser el centro del universo y siempre por los motivos equivocados. Dave quería a su hermano, pero también lo odiaba por todos los problemas que le había ocasionado. Y porque él era siempre el chivo expiatorio que tenía que solucionarlos. Ahora ya no ganaban dinero de verdad, no tenían seguridad ninguna y todo porque Patrick Brodie los había echado, y con razón. Patrick le había concedido la oportunidad de que volviera, pero ¿cómo iba a hacerlo? Dennis no duraría ni cinco minutos si lo dejaba solo. En cuanto al resto de sus hermanos, entre todos tenían menos inteligencia que un mosquito. Dennis era un jodido lastre y eso nunca cambiaría.
Cuando Patrick y sus muchachos cruzaron la puerta y entraron en el club casi sintió un alivio al pensar que por fin sucedería lo irremediable.
Dennis se quedó tan sorprendido que permaneció de pie, con la boca abierta, mirando como un pasmado.
Patrick miró a Dennis con el ceño fruncido. Luego, con desprecio y en un tono amenazante que resultó evidente para los que le rodeaban, le dijo:
—¿Por qué pones esa jodida cara? ¿Acaso no me esperabas? ¿Qué pensabas? ¿Que me había olvidado de ti?
Patrick Brodie le estaba hablando, mejor dicho, tratando, como si fuera un don nadie, una mierda pegada a sus zapatos, y Dennis se dio cuenta de que sólo un gilipollas intentaría recuperar lo que había quedado de su reputación replicándole. Se esperaba que se tragara los insultos y sabía que cualquiera con una pizca de sesos mantendría la boca cerrada, pero nadie estaba seguro de que él tuviera tal cosa.
La gente de alrededor estaba encantada de ver a Patrick Brodie en su pequeño club. También tenían la esperanza de que le pegara una patada en el culo a Dennis Williams. La opinión generalizada es que era un bocazas, aunque nadie se atrevía a decírselo en la cara. El, sin embargo, tenía la errónea impresión de que era muy popular. Los verdaderos hombres de negocios, los mandamases, solían ser en la mayoría de las ocasiones gente agradable, amistosa y cercana que no necesitaban comportarse como tipos duros las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Los tipos como Dennis Williams, aunque se les hablara con la misma cortesía que a los otros hombres importantes, no agradaban tanto como para esperar lealtad o respeto de los que les rodeaban. Al menos no cuando había un verdadero hombre haciéndole parecer un capullo. Un gángster de plástico era el término que recientemente se utilizaba para designarlos, y ésa era la mejor forma de describir a Dennis Williams.
Dave se acercó hasta donde se encontraba Patrick e intentó recuperar al menos una pizca de la amistad que habían mantenido durante años.
—Aquí no, Pat, ¿de acuerdo?
Patrick miró con desprecio al que fue en su momento su amigo. Su pelo grueso tenía un color azul por las luces de la discoteca y sus ojos eran como dos tajos que miraban a Dave con sumo desdén.
—Quiero mi jodido dinero y lo quiero ya.
Dave dibujó un gesto de sorpresa con su bonito y apuesto rostro. Miró a Pat. Había visto en muchas ocasiones esa expresión cuando le hacía una pregunta a alguien y no obtenía la respuesta esperada.
—¿De qué está hablando, Den?
Patrick no se sorprendió que su hermano hablase por él. Si a Dennis le preguntaban qué había desayunado, diría que una salchicha. Las mentiras brotaban con tanta facilidad de su boca que ya no distinguía entre la verdad y su fantasía.
—Dennis, por favor.
La música se había detenido y todos los presentes les miraban atentamente. Patrick giró la cabeza para mirar a Dennis mientras Jimmy Brick se fue hacia él caminando con aire de fingida amistad, lo sacó del club y lo metió en un coche que estaba esperando. Dennis se comportaba como un corderito. Sabía que estaba derrotado y no pensaba provocarse más dolor del necesario.
Patrick salió del club seguido de sus dos otros guardaespaldas y Dave. Se dio la vuelta en la entrada y le dijo:
—Vuelve a tu sitio, Dave. Esto va a ser muy doloroso y antes de que te pongas nostálgico por tu hermano recuerda una cosa: él le ha quitado cien de los grandes a uno de mis socios esta mañana, así que este gilipollas ha quemado ya su última baza, ¿de acuerdo?
No estaba seguro de por qué se justificaba por quitar de en medio a Dennis Williams, pero se dio cuenta de que lo estaba haciendo. Respetaba y apreciaba a Dave, por eso no quería ni contarle mentiras, ni darle falsas esperanzas.
—No lo mates, Pat, por favor. Mi madre perderá la cabeza.
Patrick se rió.
—Tu madre hace ya mucho tiempo que perdió la cabeza. Hasta el más capullo tiene más sentido común que ella. Ahora déjame resolver este asunto de una vez por todas.
Cuando Patrick entró en el coche con Dennis y Jimmy, Dave le oyó decir con tranquilidad, pero autoritariamente:
—Escucha, Den. Mi abuelita decía que había dos tragedias en la vida. Una es conseguir lo que quieres y la otra no. Ahora tú vas a conseguir lo que estabas buscando, y también lo que no. Así que acéptalo y deja de mirarme con esa fea cara de mierda.
Dennis temblaba de miedo. Jimmy Brick era un torturador al que se le conocía por no mostrar la menor empatía por sus víctimas, capaz de infringir los más terribles castigos sin el más mínimo remordimiento. En una ocasión había desollado la pierna de un hombre para averiguar si había dormido con la esposa de uno de sus socios. Su amigo estaba encarcelado y había oído rumores. Había apelado a Jimmy para averiguar la verdad y poder quedarse tranquilo. Jimmy le había arrancado la piel a grandes tiras y, cuando averiguó lo que deseaba, lo metió en un cubo de basura y lo tiró a un estercolero, todo menos la piel, las orejas y el escroto. Lo peor de todo es que lo había hecho por un favor. No por una remuneración, ni para ganarse una reputación, tan sólo por un mero favor, eso es todo.
Dennis observó que Jimmy le miraba las cicatrices y se dio cuenta de inmediato que estaba pensando en la mejor forma de realizar su trabajo esa noche. Le abriría las cicatrices y luego añadiría algo de su cosecha.
Dennis sintió el frío que produce el miedo a la gente violenta. Por norma, así reaccionan los más cobardes cuando les llega su hora. De hecho, Dennis Williams ya había empezado a llorar en silencio antes de salir del parking y coger la Al3. Dave permaneció en la puerta hasta que las luces traseras del coche desaparecieron en la distancia.
Spider estaba en el Beehive, en Brixton, esperando que Cain viniera a recogerle. Mientras tanto, miraba a una chica africana con los ojos negros y unas plataformas de diez centímetros.
Ella le estaba sonriendo e invitando, con esa prepotencia que tanto le atraía de las mujeres. Sin embargo, ya tenía suficiente entre manos con el último ligue que se había echado y los berrinches que le daba a todas horas del día. La miró para quedarse con su cara y tenerla como referencia en el futuro, aunque no desdeñó la oportunidad de dibujarle una sonrisa. Nunca se sabe lo que depara el futuro.
Spider se estaba tomando su quinta pinta de Guinness cuando Cain entró y lo puso en movimiento para salir. Por primera vez en muchos años veía a su hermano preocupado, así que lo siguió sin demora. Muchas cosas iban a suceder esa noche y se preguntaba qué papel iban a desempeñar ellos.
Dennis estaba tirado en el suelo de hormigón y podía sentir el frío y la humedad introducirse en sus huesos. Llevaba tendido lo que le pareció una eternidad, aunque en realidad sólo fueron cuarenta y cinco minutos. Lo tenían atado como a un pollo. Las manos las tenía atadas a la espalda y las piernas a la altura de las rodillas, lo que le impedía ponerse cómodo. Olía a aceite y gasoil, lo que no le hacía presagiar nada bueno. No sabía dónde se encontraba exactamente. Estaba demasiado oscuro y durante el trayecto estuvo demasiado asustado para darse cuenta de dónde lo llevaban. Le habían dicho que mirase al suelo, cosa que hizo porque ya no podía confiar en que la amistad que un día mantuvo con Brodie le sacara del apuro.
Sus ojos se estaban acostumbrando a la oscuridad y miró alrededor con interés. Había muchos neumáticos apilados y olía a caucho y a mugre. Había también muchas cajas de embalar que supuso guardaban ropa de imitación o drogas y, cuando se serenó un poco, se preguntó en qué garaje se encontraba encarcelado y a quién pertenecería. Esperaba que no fuese de alguien que él conociese, pues la vergüenza sería insoportable.
Iba a ser la humillación de su vida y supo que no le quedaría más remedio que sufrirla si salía de allí ileso. Dennis comprendió que se había extralimitado en todos los sentidos y que no era lo suficiente duro como para enfrentarse a tipos de verdad. Su carrera se había acabado y no se había ganado el aprecio de nadie que pudiera ofrecerle algún tipo de respaldo. Dave se lo había advertido en repetidas ocasiones, había tratado de inculcarle algo de sentido común, pero él jamás creyó que esta noche llegaría.
La puerta se abrió y se encendieron las luces. Notó el escozor de las lágrimas que derramaba, más por miedo que por otra cosa. Observó con cautela a Jimmy dirigirse hasta un banco de trabajo con un torno en una mano y una caja llena de sprays en la otra. Dennis se dio cuenta de que se encontraba en un garaje de coches, por lo que sólo quedaban unas cuantas horas para que aquel lugar estuviera en plena actividad.
Se preguntó cuánto tiempo más estaría allí tirado y cuánta sangre derramaría sobre el serrín que Jimmy estaba esparciendo a su alrededor. Podía oír el ruido de los coches a la distancia y pensó que lo más probable es que se encontrase en el Smoke.
Mientras observaba a Jimmy prepararse para la noche de trabajo que le esperaba, se dio cuenta de cómo se habían sentido otras personas por su culpa. Comprendió además que para Jimmy Brick aquello no significaba ser un tipo duro, sino algo que hacía cuando se lo pedían y que él sabía hacer muy bien.
Dennis oyó el agua hervir en una olla. Esperaba que no formase parte del castigo y rezó para que cualquier cosa que le hiciera pudiera soportarla sin implorar por su vida. Incluso en ese momento, lo más importante para él era su imagen y creía que gozaba de la suficiente credibilidad como para que le dieran una muerte rápida.
Luego, cuando vio a Jimmy Brick con sus martillos y su cincel perdió todas las esperanzas. Patrick y Jimmy tardaron menos de diez minutos en amordazarlo y poner fin a sus gritos. Se rieron sin parar mientras lo hicieron, lo que no disipó para nada los temores de Dennis Williams.