Capítulo 12
Patrick estaba satisfecho con el giro que habían dado los acontecimientos. Spider y Cain se habían involucrado, lo mismo que otras personas de su confianza. Había transcurrido una semana desde que le dieron a Dennis Williams lo que se merecía, pero la opinión general es que se lo había buscado.
Nadie sabía en realidad lo que le había sucedido, pero las especulaciones corrieron como la pólvora y eso era precisamente lo que había pretendido Patrick Brodie. La gente se lo pasaba bien haciendo especulaciones y, posteriormente, algunas de ellas serían del dominio público. Llegaría un momento en que alguien se hartaría y diría que había estado presente y que conocía todos los detalles. Eso pondría fin a las habladurías.
Sin embargo, si alguien conocía los detalles y los contaba, muchos de esos tipos que se creen tan duros terminarían echando la papa en el váter o en el suelo a los pocos minutos de ser revelados.
De momento, las especulaciones corrían de un lado para otro y eso era exactamente lo que había deseado Brodie.
Mientras estaba sentado en la oficina esperando a que Dave Williams se presentara, tal y como se le había dicho, esperaba que por fin pudiera poner punto final a ese lamentable asunto. Patrick había aprendido algo de todo aquello: había concedido demasiado margen de libertad a Dave a lo largo de los años y eso era un error que no pensaba cometer dos veces.
Jimmy Brick se estaba convirtiendo en una de las piezas fundamentales de su mundo, cosa que empezaba a palparse, ya que Jimmy empezaba a sentir la suave fragancia de su nuevo estatus. Las chavalas empezaban a hacer cola para irse con él a la cama y él aún seguía sin decidir a quién le concedería el honor de probar su polla.
Patrick tenía la costumbre de conocer a fondo a las personas que trabajaban para él, por eso ahora conocía muchos detalles de la vida de Jimmy.
Había dos chavalas que se disputaban el título de ser su novia. Una de ellas era una rubia bajita con grandes tetas y un carácter muy alegre. Le encantaba vivir, le encantaba ser el centro de atención y le encantaba la atención que recibía de Jimmy. La otra chica era callada, con el pelo castaño desvaído, pero con un cuerpazo que muchas habrían pagado por tenerlo. Era una mujer agradable, generosa, simpática y sabía hablar, pero lamentablemente se sentía intimidada entre maleantes como ellos. Tampoco era una competidora nata, a pesar de que le gustaba Jimmy. La primera sería probablemente la que ganase la competición. Tenía desparpajo y se había asegurado que la desease, a ella y a ese cuerpo que tanto tenía que ofrecerle. Lo lamentaría hasta el día de su muerte.
La chica no sabía que, una vez que Jimmy se decidiera, la relación iba a ser como una suscripción de por vida, tanto si le gustaba como si no. Era como suscribirse a Renders Digest: Jimmy era como una condena de por vida, pero ella ignoraba ese hecho por completo.
Jimmy no era de las personas que se tomaban a sí mismo o a los demás a la ligera, por lo que los pocos meses que su novia disfrutase de ser la amante devota de un hombre importante se convertirían luego en años de pena y celos.
El hecho de que la chica lo quisiera repentinamente, justo en el momento en que él había adquirido ese nuevo estatus, le resultaba ofensivo, aunque no le habría importado utilizar esa baza para conseguir lo que deseaba. Era el camino al desastre; no para Jimmy Brick, sino para la chica en cuestión. La confianza sería uno de los temas más espinosos, como cualquier tipo de honestidad, ya que ella aprendería a decirle sólo aquello que quisiese escuchar. Su antagonismo natural les garantizaba que no importaba lo que sucediese, ella siempre sería sospechosa porque él sabría que había sido su reputación y su dinero lo que la mantenía a su lado. Luego terminaría fantaseando acerca de que lo arrestaban y por fin lograba librarse de él.
Jimmy, sin embargo, era hombre de una sola mujer, como todos sus antecesores, y eso era tan extraño en su mundo como encontrar un juez o un atracador honesto. Una vez que eligiese no habría vuelta atrás ni para él, ni para ella. Él sería su dueño, sin importar lo que ella pensase al respecto. Jimmy Brick la obligaría a estar a su lado, a serle fiel. Si ella en algún momento se alejaba de su lado, todos lo verían como a un pelele, un perdedor. Y eso no sucedería jamás. Lo único que tenía era su dignidad, algo que no pensaba perder aunque para ello tuviera que utilizar hasta el último gramo de su considerable fuerza. Si llegaban a tener un hijo, eso cimentaría la relación porque nadie en su sano juicio se atrevería a irse con ella después de haber estado con él. Ni aunque tuviera que cumplir una condena de treinta años. Sin embargo, pasaría un tiempo hasta que la chica que se convirtiese en su novia se diera cuenta de que había firmado una sentencia por cadena perpetua.
Pat Brodie sabía todo eso. Había empleado a tipos como Jimmy Brick toda la vida y sabía cómo tratarlos. Era un cabrón muy peligroso que necesitaba ser supervisado a todas horas. Aquello era algo normal cuando se trataba de chiflados como él. Solían tener la costumbre de matar a las personas por las razones más absurdas del mundo, especialmente sus esposas o novias, aunque de vez en cuando también a algún extraño que era tan estúpido como para enfrentarse a ellos en una tarde soleada.
Ese sería siempre el tendón de Aquiles de Jimmy: la destrucción de un cliente borracho en el bar o de un bocazas que no se daba cuenta de con quién se estaba enfrentando. Si no tenía cuidado, terminaría encarcelado por ello. Parecía increíble la cantidad de gente que estaba encerrada por un ataque de cólera.
Cuando tenía que hacer daño o quitar a alguien de en medio por dinero las cosas eran distintas. No había emociones, no había espacio para el odio o el resentimiento. Era tan sólo su trabajo, sólo eso. Brodie conocía la forma de pensar y actuar de ese hombre y sabía cómo utilizarla en su conveniencia. Como siempre decía, era la naturaleza de la bestia y eso era lo que eran todos ellos, del primero al último. Ni siquiera sabían cómo clasificarse a sí mismos.
Jimmy era un hombre joven que necesitaba ser guiado, que alguien lo controlase. Brodie sería esa persona, sería quien cuidase de él, y no sólo como alguien esencial para sus negocios, sino también como alguien a quien podía moldear y convertirlo en el segundo al mando. Pat Brodie tenía que dirigir un negocio y necesitaba de algún chiflado, pero esta vez contaba con la ventaja de tener a alguien que le agradaba y respetaba. El muchacho disponía de potencial y de cojones para ello, los dos ingredientes principales para esa clase de vida.
Jimmy quitó de en medio a Dennis con una violencia innecesaria y deliberada que, aunque estuvo sumamente controlada, le hizo disfrutar enormemente. Pat se había sentido impresionado e incluso molesto, pero resultaba imprescindible. Desde ese momento, Jimmy Brick era sinónimo de odio, desdén y terror. Su reputación evitaría los problemas antes incluso de que comenzasen, ya que a nadie le apetecería meterse con un tarado como Jimmy. Los que lo hicieran no tardarían en darse cuenta del error que habían cometido. Era como un cáncer; más tarde o más temprano acabaría contigo. Era como una garantía de tranquilidad, ya que ahora que había comenzado su reinado sólo un loco se atrevería a ponerse de por medio.
Patrick estaba interesado en tipos como Jimmy Brick porque podrían reportarles beneficios, llegando incluso a cumplir una condena por él. Mientras que no pudieran demostrar que había sido él quien había ordenado que dieran una paliza o asesinaran a alguien, nadie vendría a llamar a su puerta. Así de simple. Jimmy era un buen tío, pero también su chivo expiatorio si todo salía mal. Jimmy Brick se había convertido en el nuevo Dave Williams. Por supuesto, no le mencionó nada de eso, pues era demasiado astuto para cometer semejante estupidez.
Sonriendo se sirvió un brandy bien largo, le dio un sorbo y miró a través de la sucia ventana a las personas que se encaminaban a sus menesteres diarios en el Soho.
Estaba satisfecho de sí mismo, contento con la vida y alegre con lo que ésta pudiera depararle en el futuro. Sabía que contratar a Jimmy había sido una argucia muy astuta por su parte, por eso estaba contento de poderse relajar y esperar que él le trajera el dinero y la tranquilidad de espíritu. Había sido el cabecilla durante demasiado tiempo, era hora de sentarse en el asiento trasero y dejar que otro ocupase ese lugar. Podía relajarse y hacer acto de presencia cuando fuese imprescindible. La gente no tenía ni idea de la batalla diaria que había que librar, ni de lo que costaba mantenerse en la cima. El Soho era un lugar donde se hacían y se perdían fortunas con tan sólo darle una vuelta a una carta, o con las habladurías de un empleado agresivo. Era un lugar donde podía prescindirse perfectamente de las personas y donde la vida carecía de consecuencias reales.
«Eres lo que matas», le dijo el hombre al que le disparó hace muchos años en aquel lugar. Brodie sabía que fue una lección bien aprendida por parte de los dos.
Miró de nuevo por la ventana, disfrutando de las vistas y de los sonidos que siempre le rodearon. Aquel era su segundo hogar y, cuando no estaba Lil, el único lugar donde se sentía verdaderamente cómodo.
En el Soho no había nada que fuese realmente legítimo, ni nadie admitía nada de por vida. Hasta los nombres de las personas eran de mentira, como todo aquel lugar, que no dejaba de ser una completa farsa, más incluso que las representadas en los teatros de los alrededores. Las historias que representaban para sus audiencias noche tras noche no tenían ni punto de comparación con las historias reales que tenían lugar en las calles.
Brodie suspiró y se asombró de cómo se veía a sí mismo, alguien que sólo podía ver ese lugar como algo distinto de un pozo negro. El Soho destruía a las personas constantemente, especialmente a las mujeres. Su renovación era inaudita si se comparaba con otros lugares donde se negociaba con la carne y la pornografía, como por ejemplo Shepherds Market. Allí es donde las chicas del Soho solían terminar sus días, o en Notting Hill, y, en el peor de los casos, es decir, para las enfermas, las apaleadas y las que tenían cicatrices, en los muelles. Como hombre que era, eso no le afectaba lo más mínimo, por lo que podía mirar para otro lado. Ignoró el precio que pagaban las mujeres para que él pudiese fumarse los puros más caros y recibir palmaditas en la espalda por el éxito que había logrado. Ese era el secreto del Soho y de sus clientes. Mientras mantuvieras a tus subalternos a cierta distancia y no hicieras demasiado hincapié en el precio que pagarían los clientes, podías relajarte, relajarte y disfrutar de los trofeos de una guerra que jamás se había declarado contra las desprevenidas chicas que consideraban el Soho como una especie de refugio. Al principio, las chicas podían escabullirse, nadie las descubriría si mantenían en secreto su identidad, Sin embargo, era como un círculo vicioso y, como tal, no tenía ni principio, ni fin. El buen trabajo que habían conseguido, la independencia que consideraban tan importante, se transformaban y se convertían en lo peor que podía haberles sucedido. Era una vida muy seductora para las jóvenes liberadas. Parecía glamorosa y excitante, dinero abundante para comprar cosas, dinero que se ganaba y se gastaba fácilmente porque siempre iba a estar allí al día siguiente, y al otro, y así sucesivamente, hasta que los años pasaban y se veían metidas en un círculo vicioso que se llamaba prostitución. Cada año los clientes tenían menos pasta y ellas menos expectativas. Al final terminaban en la calle, pidiendo dinero para pasarse el día colgadas y así poder olvidar en qué habían convertido sus vidas.
Era un juego peligroso que proporcionaba muchas ganancias, pero no para las mujeres, por supuesto.
Los únicos ganadores eran los hombres como él, los hombres que utilizaban a las mujeres que se encontraban a diario y que se las quitaban de encima cuando dejaban de necesitarlas. Con el paso de los años, la mayor parte de las chicas se habían transformado para él en animales. No tenía sentimientos reales para ellas. ¿Cómo podría tenerlos si ni siquiera ellas los tenían para sí mismas?
No pensaba demasiado en su trabajo, especialmente porque en los últimos días se sentía un tanto apático y muy seguro de sí mismo. Sólo se preocupaba de su familia; todo lo demás le parecían daños colaterales, tan sólo eso.
Miró a través de la ventana. La caída de la tarde era su hora predilecta en el Soho, pues las calles estaban repletas de gente esperando pasar un buen rato, gente que no sabían, o no les preocupaba, cómo iba a terminar aquella noche. Al llegar la noche se abrían todos los locales, la esencia de las noches del Soho, la razón por la que las personas se congregaban allí noche tras noche. Era una combinación de jóvenes, estúpidos, usados y usuarios. Luego, por supuesto, estaba la gente como él, sin los cuales ninguno de ellos podía comerciar con su mercancía. Pensaran lo que pensaran de él y de sus homólogos, constituían el ingrediente básico del Soho, ya que eran los encargados de mantener el lugar en funcionamiento, los que mantenían la mística que tanto atraía a los clientes y juerguistas.
A todo el mundo le encantaban los mandamases, los delincuentes, y todos querían asociarse con ese glamour que proporcionaba la delincuencia. Los ricos y famosos eran atraídos por personas como él, como la llama de una vela atrae a las polillas. Así era cómo funcionaban las cosas y él estaba dispuesto a exprimirlas al máximo. ¿Qué más podía hacer?
Ésa era una de las razones por las que necesitaba a Jimmy Brick. Los clubes solían ser frecuentados por personas importantes con nombres conocidos. Se habían convertido en el sitio de reunión de los ricos y guapos que pagaban más que suficiente por su protección, además de que eran dueños de tanta inmundicia que podían garantizar a los clientes más exóticos un pase libre y absoluta tranquilidad. Ahora tenía que resolver la última pieza del rompecabezas; una vez que lo hubiera hecho podía relajarse con los mejores.
Vio cómo las strippers pasaban una al lado de la otra cuando cambiaban de club, saludándose entre sí, contentas de ver a sus homologas, ya que eso les hacía sentirse menos solas y menos asustadas por lo que la noche pudiera deparar. Las scouts ya se habían puesto manos a la obra y trataban de captar clientes para que entraran en el bar o en los clubes, prometiéndoles el oro y el moro, pero sin proporcionarles nada, salvo la promesa de un buen rato de diversión. El aire estaba suficientemente frío para que su respiración se convirtiese en vaho, y la escasez de sus ropas les hacía acelerar el paso hacia el calor del siguiente club.
A Patrick Brodie le encantaba el West End y se sentía como en casa en ese lugar.
No le preocupaba perder su corona porque la había ganado limpia y honestamente, era respetado y, lo más importante, temido. I labia procurado que así fuese y también de eso se sentía orgulloso. El Soho era un cagadero para la mayor parte de la gente, pero para él representaba un medio para lograr un fin.
Lil, el amor de su vida, estaba de nuevo embarazada y una vez que diera a luz recuperaría su forma de ser. Sus hijos eran inteligentes, guapos y estaban bien educados. Tenía más dinero del que precisaba, una casa bonita, todo lo que un hombre criado como él jamás hubiera considerado posible. Era feliz en su interior, muy feliz, aunque no lo pareciese. Sólo Lil, su Lil, sabía lo feliz que era y lo mucho que significaba su vida con ella. Todo lo demás resultaba una menudencia cuando se comparaba con su familia.
Dios había sido bueno con él, lo sabía y por eso se lo agradecía cada domingo presentándoles sus respetos y disfrutando de la tranquilidad que le proporcionaba estar en la iglesia.
La vida, al menos eso pensaba, merecía la pena.
—Mi fiesta va a ser la mejor fiesta del mundo, Lance. Si quieres, puedes invitar a cualquiera de tus amigos.
Pat Junior se sentía magnánimo, a pesar de que su hermano le había estado fastidiando todo el día. Sabía que estaba siendo excesivamente agradable con Lance y su mordaz lengua, y, aunque sabía que resultaba tan fastidioso como cualquier otro hermano pequeño, entendía su infelicidad, incluso mejor que él.
—¿Por qué iban a querer mis amigos ir a tu mierda de fiesta?
Pat Junior se encogió de hombros al escuchar las palabras de su hermano.
—Bueno, yo te lo he ofrecido, por si quieres preguntárselo a alguno.
Evitó decir «si es que tienes algún amigo a quien pedírselo», pero sabía que no tenía ningún sentido, ya que no le excitaba lo más mínimo herir los sentimientos de su hermano. Sabía que Lance ya tenía bastante con saber que tenía una madre que no le prestaba demasiada atención, aunque simulara hacerlo, y que su abuela Annie se la prestaba excesivamente, razón por la cual su madre siempre estaba tan resentida con él.
Su abuela se apoderaba de Lance en cuanto entraba en el edificio y eso le venía bien a Pat porque la odiaba enardecidamente, aunque jamás lo había confesado delante de nadie, por supuesto. Sabía que su madre la soportaba y que a las gemelas les agradaba la compañía de su abuela porque estaba enamorada de ellas, como todos los demás. Las gemelas conseguían eso: atraer la atención de cualquiera. Pat adoraba a sus hermanas pequeñas y comprendía que causaran esa impresión en todos. Sin embargo, Lance era cosa aparte y lo lamentaba por él, a pesar de que a momentos se enfadara con él.
Suspiró pesadamente y dijo:
—Lo dicho. Puedes invitar a quien quieras.
Lance asintió, sintiéndose mal ahora. Sabía que Pat Junior estaba al borde de su considerable paciencia, así que sonrió y cambió de cara. Tenía un rostro apuesto y cara de inocente, el rostro que tendría si no estuviera siempre buscando camorra o mal interpretando las palabras.
—Gracias, Pat. Pensaré en ello, ¿de acuerdo?
Pat Junior asintió.
Luego ambos se sentaron y vieron en la tele Jackanory7, en lo que, por una vez, pareció un amistoso silencio.
Lil entró, vio a sus dos hijos juntos y sonrió. Los dos eran tan parecidos y Lance parecía deseoso de cambiar. Luego se sentó y, mientras tomaba una taza de té, deseó sentir con más frecuencia esa alegría. Sin embargo, sabía que resultaría difícil porque ella no podía.
Lance la observaba con cautela por el rabillo del ojo y, una vez más, se vio abrumado por ese sentimiento de culpabilidad. Se sintió tan mal que estuvo a punto de gritar. Lo había intentado con todas sus ganas, pero el deseo de pegarle una bofetada a ese hijo suyo se hacía cada vez más abrumador.
Observó cómo Patrick Junior miraba a su hermano y luego le tendía la mano, como si no pasara nada, como si no existiera esa tensión en el ambiente. Lo peor era ver a Lance aferrando la mano de su hermano, como si de esa forma evitara ahogarse. Se dio cuenta de que Patrick estaba actuando, como siempre, como muralla entre los dos, una muralla que la separaba a ella de su segundo hijo, incluso físicamente. No hizo nada por retenerlo.
Lil apreciaba la ayuda que le prestaba su hijo mayor porque sabía que hacía todo aquello por ella, pues él tampoco apreciaba demasiado a su hermano.
Su hijo tenía la misma actitud con su hermano que su marido con Dennis Williams, que posteriormente agotó su paciencia. Al contrario que Dennis Williams, Lance sabía sacar el lado bueno de Pat.
Lil estaba preocupada, sin embargo. Dennis estuvo a punto de causar problemas en su propia casa y, aunque Pat los había resuelto, ella seguía un tanto resentida. No importaba lo que Pat dijera, o mejor dicho, no dijera, ella contaba con su madre para enterarse de las habladurías.
No obstante, estaba convencida de que los hermanos Williams siempre serían una fuente de problemas para ellos.
Dave estaba nervioso y no sabía qué clase de recepción le iban a dar cuando entrase en la oficina de Patrick. Esperaba, aunque era sólo una esperanza, que estuviera solo, que no tuviera que hablar con él delante de nadie. Creía que Pat le debía mucho, pero no podía exigirle; sus días de exigencias se habían acabado.
El hecho de que lo invitasen al club era un detalle porque sabía que si pretendía hacerle algo no sería allí, donde le viese o le oyese la gente. Necesitaba enterarse de lo que pensaba, no sólo por él, sino también por sus hermanos, que le estaban esperando para saber si podían estar seguros o no. La familia se había dividido y lo único que podía hacer por ahora es tratar de olvidar las diferencias. Si eso significaba tener que tragarse sus cojones, estaba dispuesto a hacerlo. Dave sabía que ahora le darían las sobras, pero tenía que aceptarlo y empezar de nuevo a ganarse la confianza de Patrick. Intentaría recuperar algo de las relaciones de trabajo que habían mantenido, así, al menos, sus hermanos y él tendrían algo que rascar.
Estaba también preocupado por lo que le había sucedido a Dennis. Sabía que Jimmy había estado de por medio, por lo que prefería no escuchar los detalles, aunque lo haría si fuese necesario y lo aceptaría como algo irremediable.
En pocas palabras, que no cesaba de recordarse que tenía que hacer lo que fuese mejor para la familia, él incluido. No le quedaba otra opción que aceptar que los buenos tiempos se habían acabado y que, por tanto, tenía que coger lo que le ofrecieran con la mayor dignidad y orgullo, hasta que todo se pasara.
Al menos eso es lo que no cesaba de decirse a sí mismo.
Aparcó su coche y caminó lentamente por entre el tumulto vespertino que reinaba en el Soho. Caminar por allí empezó a ponerle enfermo. En su momento ése había sido su territorio, el epítome de todo lo que había deseado e incluso conseguido, y ahora esas calles le parecían frías e inhóspitas, como si él ya no formase parte de ellas.
Las luces de neón y los pósteres chabacanos que mostraban mujeres desnudas y sus estrellas estratégicamente colocadas le resultaban extraños. El sexo se vendía por todos lados, pero subyacente a todo eso estaba el hedor de los proxenetas y de los Brodies, todos dispuestos a coger lo que se les antojase.
El olor de la comida china mezclada con la pasta era repugnante y las mujeres de piel grisácea que parecían salir sólo de noche tenían un aspecto siniestro. El maquillaje que llevaban, así como los atuendos baratos que vestían, le mostraron repentinamente lo falso que era el mundo en el que había vivido.
El Soho era todo espectáculo, pero si se raspaba la superficie te dabas cuenta de que estaba construido de mentiras y pretensiones. Él había sido parte de esa pretensión y ahora se veía obligado a mantenerse al margen. Era una lección cruel, una lección que no olvidaría jamás en la vida.
Ya nadie se percataba de su existencia. Ya nadie le saludaba, ni le recibían con los gritos joviales a los que tanto estaba acostumbrado. Vio incluso que algunos se escabullían deliberadamente de él, como si padeciese alguna enfermedad, aunque, de alguna manera, así era. Ahora era un intruso, y ése era el peor sentimiento que había experimentado en la vida.
Cuando entró en el ambiente cálido del club, ya no le quedaban ilusiones acerca del estatus que ocuparía dentro de esa comunidad de la que un día fue el líder.
La encargada del club, Lynda Marks, le miró de arriba abajo con obvio desdén antes de decirle:
—Le avisaré de que has llegado, si no te importa.
Su comportamiento le mostró lo bajo que había caído y eso le dolió donde más daño le hacía.
Si una cabaretera creía que podía hablarte de cualquier manera, entonces es que habías caído todo lo bajo que se puede caer.
Sabía, sin embargo, que tenía que aceptar cualquier cosa que le dijesen, pues había sido él quien lo había echado rodo a perder.
Pasarían años antes de que fuese aceptado de nuevo en los niveles más bajos de ese mundo que había considerado suyo y muchos más para que confiaran en él. Tenía que hacerle comprender a Patrick Brodie que se presentaba ante él con el sombrero en la mano y con toda la humillación del mundo, con la esperanza de poder sacar algo de todo aquel descalabro. Al menos una forma de vivir para él y sus hermanos. Necesitaba también averiguar si Dennis estaba muerto o vivo, y si quedaba algo de él que pudiera enterrarse o si le tendría que decir a su madre que no había restos sobre los que llorar. Mientras esperaba a que le concedieran audiencia, sudaba por los nervios y la boca se le quedó seca por el miedo.
—Mira ese par de luciérnagas.
La voz de Annie sonó dulce, como solía suceder en esos últimos días, y todo se debía a sus dos nietas gemelas, ellas eran la causa de todo.
—Son encantadoras, ¿verdad, mamá? Espero que ésta sea niña y con eso se acabó. —Lil puso la mano por debajo de su barriga y se la levantó cuidadosamente; era la más grande que había tenido nunca, por eso asumió que bien llevaba un niño o bien otro par de gemelas.
Ella, sin embargo, deseaba otra niña. Le gustaban las gemelas y, desde el nacimiento de Lance, le aterraba tener otro hijo, otro muchacho al que no pudiera querer.
Las gemelas estaban echadas una al lado de la otra, hablando en su propia lengua. Resultaba fascinante mirarlas. Eran como dos gotas de agua y, a menos que las conocieras muy bien, no había forma de distinguirlas. El amor obvio de su madre por ellas había terminado por ablandar hasta su duro corazón y su relación se había vuelto más fácil por esa razón, más de lo que había sido en mucho tiempo. Annie estaba siempre tratando de facilitar las cosas y la ayudaba, cosa que Lil apreciaba. Mientras miraba su atestado salón, notó el cansancio y la excitación que le provocaba el nuevo bebé.
Sólo esperaba que Patrick estuviera cuando llegase el momento de nacer. Siempre le estaba preguntando cómo se encontraba y aseguraba que podía averiguar el sexo del bebé haciéndole a ella preguntas y tocándole la barriga. Era como la mayoría de los hombres a ese respecto. No tenía ni la más mínima idea de lo que significaba llevar un bebé en tu cuerpo durante nueve meses, pero sin embargo se consideraba un experto. Ella era la que paría y él quien se llevaba la gloria. Como su madre decía, los hombres eran tan útiles como una chocolatera cuando una mujer estaba embarazada. Estaba de acuerdo con eso; por una vez en la vida le daba la razón.
Annie había sido últimamente como un ángel caído del cielo, ya que le había ayudado con la fiesta, las gemelas y con Patrick, que se pasaba el día perdido. Su cuerpo se estaba rebelando contra este bebé por alguna razón, así que estaba deseando parirlo de una vez y luego echarle un vistazo. Sólo una niña podía ser la causa de esas terribles e incómodas noches, además de la razón de su constante dolor de espalda y deseos de ponerse a llorar. Jamás antes se había sentido ni tan animada, ni tan desanimada mientras estaba embarazada.
Lance cogió en brazos a Eileen y la llevó hasta su cama. Lil sonrió ligeramente. Era muy bueno con sus hermanas, especialmente con Eiléen. Ese sentimiento tan extraño que experimentaba cuando él estaba cerca debía de proceder de ella, debía de ser su culpa. Lance trataba por todos los medios ganarse su amor, pero sabía que, independientemente de todo lo que hiciera para demostrárselo, él sabría en el fondo de su corazón que sólo disimulaba.
Eran las ocho y el club estaba casi vacío, excepto por algunos chicos de ciudad que les apetecía una copa, echar un vistazo a las strippers y un poco de juerga antes de irse a casa con sus mujeres. Cuando por fin condujeron a Dave hasta la oficina de Patrick, éste estaba a punto de llorar de lo nervioso que se encontraba.
Patrick estaba sentado en su mesa tomando un brandy; eso era una buena señal. También fumaba uno de sus puros, lo cual era otra buena señal. A Patrick le encantaban los habanos, todo el mundo lo sabía, pero siempre los fumaba en el club, jamás en casa.
Dave sonrió tembloroso y vio la pena en los ojos de Pat. En pocos meses se había distanciado enormemente de él y pudo percibirlo, especialmente ahora que había conseguido tener una cita con el hombre que no sólo le había arrebatado la vida a su hermano, sino el que le había proporcionado todas las cosas buenas, tanto a él como a sus hermanos, durante muchos años.
Pat le sonrió con tristeza.
—¿Qué bebes, Dave?
Aceptó su oferta con excesivo entusiasmo y excesivo alivio. Resultaba engorroso mirarlo y Dave supo que eso haría más insoportable su humillación. Si ése era el tono que iban a adquirir las cosas, no estaba seguro de poder soportarlo.
Patrick lamentaba el apuro en que se encontraba su amigo. A él siempre le había caído bien el muchacho. No tenía ni la mitad tic cerebro, ni la mitad de agallas que su hermano mayor, pero poseía el suficiente coraje como para que Pat pensara que quizá valía la pena concederle una segunda oportunidad por respeto a su hermano muerto, Dicky. Lo había dejado participar sólo por su hermano y había cometido un error. Ahora estaba pagando por ello; todos lo estaban haciendo.
Le pasó la copa al muchacho y, en ese momento, Jimmy Brick entró en la pequeña oficina. El joven Dave se puso blanco al verle. Hasta los labios se le pusieron pálidos.
Eso molestó a Patrick. Dave debería haber esperado algo parecido, ya que él no iba a evitar el encuentro entre esos dos durante meses o años, ¿no es así? El mismo hecho de no haberlo esperado era otra razón para considerarlo un capullo, una pérdida de tiempo. Dave debería haber preparado su discurso, sus sinceras disculpas, debería haber comprendido lo importante que es la economía del lenguaje. Y, sin embargo, allí estaba, de pie, como un pasmarote.
Patrick miró a Dave e intentó transmitirle el mensaje con un discreto movimiento de cabeza, esperando que el muchacho reaccionara como se esperaba de él. O estaba dispuesto a luchar como un cabrón y mantenía su postura con respecto a la muerte de su hermano, o bien se lo guardaba y quedaba para siempre como un capullo, como un don nadie.
Dave no hizo nada y Patrick se quedó muy desilusionado, aunque no había esperado gran cosa. El ambiente de la habitación estaba tenso y enrarecido, pero ver encogerse de hombros a Jimmy con tanta indiferencia puso fin a ese episodio.
Dave vio cómo Patrick Brodie abrazaba a Jimmy como si fuese un hermano al que no había visto en años. Entonces se dio cuenta de que él debía de haber dado el primer paso y abrazar a Jimmy Brick como si todo lo ocurrido no fuese nada más que un estúpido error. Debería haberse dado cuenta de que Jimmy era ahora la persona que controlaba lo que él ganaría y las responsabilidades que tendría. La había jodido una vez más y nadie lo lamentaba tanto como Patrick Brodie. Había tratado de establecer un lazo entre los dos, pero Dave había sido demasiado estúpido como para darse cuenta. Dave observó la solidaridad que esos dos hombres se mostraban con el rostro triste y la cabeza gacha. Estaba acabado y no había necesidad de restregárselo por las narices, pues resultaba más que obvio.
Los ojos inexpresivos de Jimmy recobraron la vida y Patrick se dio cuenta de que estaban llenos de malicia. Estaba disfrutando de ese encuentro porque Dave estaba aprendiendo una lección muy importante que correspondía a Jimmy hacérsela entender, rápido y ligero, así no la olvidaría tan fácilmente.
Una vez más los hermanos Williams habían desperdiciado una irrepetible oportunidad.