Capítulo 27

Shawn era un niño grande, además de feliz, ya que todo el mundo le adoraba. Hasta la misma Kathleen, a la que finalmente le habían diagnosticado una esquizofrenia, parecía disfrutar de su compañía. De hecho, cuando lo tenía a su lado parecía más animada y dejaba de escuchar esas voces que se le habían metido en el cerebro. Resultaba difícil convivir con esa enfermedad, pero con ayuda de los medicamentos parecía al menos tenerla bajo control. Dejando al margen las ideas tan extravagantes que tenía sobre el mundo en general, parecía encontrarse mejor de lo que había estado en mucho tiempo.

La vida resultaba mucho más sencilla cuando la veían contenta, ya que a todos les afectaba, de una manera o de otra, verla decaída. Hasta el pequeño Shawn parecía notar la diferencia, ya que se mostraba más callado y absorbente.

Annie estaba loca por el nuevo bebé, cosa que dejaba más que perpleja a su hija. Lil sabía que su madre tenía una vena racista, al igual que la tuvo su marido, y que no hubiera dicho ni una palabra al respecto la dejó sumamente sorprendida. Shawn no es que fuese totalmente negro, pero sí tenía la piel suficientemente oscura como para deducir su parentesco. Tenía unos ojos que ya de por sí dejaban embelesado a cualquiera, pues eran enormes y de color marrón, con una pestañas muy largas y sedosas. Sus hermanas le envidiaban, así como el color tostado de su piel y su suave y entonada voz. Todo el mundo adoraba a Shawn y él lo sabía.

Era un chico cariñoso que se ganaba a todo el mundo. Lil y el resto de la familia ya no podían imaginar la vida sin él. Hasta Pat solía llevárselo en el coche y Shawn parecía encantado con ello. Le gustaban los coches y disfrutaba de la compañía de sus hermanos mayores. Colleen y Christy se lo llevaban al parque, Shamus le enseñó a decir algunas palabrotas y las gemelas se peleaban por ver quién de las dos lo llevaba a la cama a dormir.

Lil había vuelto a trabajar a las tres semanas de dar a luz y ahora, dos años después, dirigía todos los clubes y supervisaba las deudas. Jambo solía frecuentar la casa, consiguió ganarse la simpatía de la familia y todos aceptaron la forma en que entraba y salía de sus vidas a su antojo.

Lil creía que el nacimiento de Shawn había sido el catalizador para que la suerte les cambiara por completo. Sabía que era una estupidez achacarlo a eso, pero así lo sentía. Desde que había venido al mundo, todo iba sobre ruedas, pues parecía que cada uno de ellos había encontrado una parcela de felicidad que podía considerar propia. Había sido como el amuleto de la suerte, el niño que cuidaría de ella cuando fuese mayor, tal y como le había dicho en una ocasión su amiga Janie. Al parecer todo lo malo había quedado atrás, había días incluso en que ya no se acordaba ni de Patrick, ni de Lenny. Normalmente, cuando alguno de ellos se le venía a la memoria, también lo hacía el otro. Eso emponzoñaba de alguna manera el recuerdo de su marido, pues aún le guardaba resentimiento por no haber dejado a su familia ni un solo penique. Todavía había momentos en que se sentía molesta y enfadada con él, aunque sabía que ya resultaba de lo más irracional, pues el pasado, pasado está. Había sucedido y ya nada podía hacer para cambiarlo.

Pat estaba en su oficina, como solía hacer todos los lunes por la noche. Los lunes era el día en que calculaban las deudas, cobraban los alquileres y decidían dónde iba a estar cada uno de ellos el resto de la semana. Era el día en que tenían más trabajo y Lance estaba sentado enfrente de su hermano, esperando que le soltara la monserga que sabía que le iba a echar. Era un aburrimiento. Pat, por su forma de actuar, se diría que se creía una estrella de cine.

—Lance, estoy empezando a hartarme de ti. ¿Qué te has creído? ¿Que no me entero de lo que haces?

Pat estaba tan enojado que eso era lo único que podía decirle para no darle un bofetón allí mismo.

—¿Qué he hecho ahora, Pat? ¿Tampoco te gusta mi forma de respirar?

Pat se percató del sarcasmo y se echó en el respaldo del asiento de cuero tratando de relajarse.

—Has apaleado a un pobre trabajador. Ese hombre tiene tres hijos y tú casi le dejas minusválido. ¿Cómo se va a ganar la vida ahora? ¿Y cómo vamos a recuperar nuestro dinero? ¿A ti te parece tan importante esa cantidad como para dejar a un hombre minusválido por novecientas libras? Novecientas libras y tú vas y le pegas con una barra de hierro.

Lance se encogió de hombros, como si sostuviera el peso del mundo con ellos.

—¿Y qué se suponía que debía hacer? Ya se había retrasado dos semanas.

—¡Qué gilipollas eres! Sabías que había estado de vacaciones. Él siempre ha tenido cuenta con nosotros y siempre ha sido puntual en sus pagos. Eres un estúpido, un arrogante de mierda.

Pat se había levantado de la silla y Lance se estremeció. Se le veía preocupado.

—Acabas con tres puñeteros hijos y una puñetera vida sin preocuparte lo más mínimo de ello...

Pat se le estaba echando encima y el deseo de pegarle era tan fuerte que podía saborearlo.

—No te lo voy a aguantar más, Lance. Es la última oportunidad que te doy. Te lo advierto.

—Fue un accidente —dijo Lance.

Pat se apartó de su hermano, se acercó a la ventana y miró a la acera.

—¿Un accidente? Te lo he advertido por última vez, gilipollas de mierda. ¿Cómo voy a poder confiar de nuevo en ti? Hasta Spider y Mackie creen que te has pasado de la raya esta vez. Te estás buscando muchos enemigos, y tus enemigos terminan por convertirse en los míos.

Lance se dio cuenta de que Pat hablaba en serio. Normalmente se cabreaba, pero luego se le pasaba y todo olvidado. Después de todo, su reputación como cobradores de facturas había subido como la espuma por la sencilla razón que ellos no cogían a nadie prisionero. Si el dinero no se devolvía en la fecha indicada, se le advertía a la persona implicada de que no iba por buen camino. Para eso se empleaba la fuerza bruta o se trataba de buscar una forma de intimidación.

—Te has pasado, Lance. Definitivamente, te has pasado.

Pat estaba a punto de coger una barra de hierro él mismo y empezar a pegar a Lance. Así se daría cuenta de lo agradable que es que a uno le peguen con un objeto contundente en la cabeza y en la espalda. Le daban ganas de pegarle, aunque sólo fuese para desahogar su ira. Y todo por menos de uno de los grandes. Resultaba realmente irrisorio.

Pat conocía los aspectos positivos de Lance y los utilizaba para su beneficio. Sin embargo, ese atropello que había cometido ahora sólo era un recordatorio de lo que tenía que afrontar a diario. Lance se estaba convirtiendo lentamente en un verdadero lastre y no sabía cómo podía pararle los pies sin que llegaran a reñir.

Si era sincero, empezaba a detestar la presencia de Lance, aunque reconocía que, cuando no estaban en el trabajo, era una persona muy diferente. Era como si quisiera estar demostrando algo todo el tiempo; él qué era una incógnita.

Pat miró de nuevo a Lance. Era un tipo muy raro, de eso no cabía duda. Con esos trajes tan poco favorecedores y esos zapatos de cuero repujado que utilizaba se parecía al hermano pequeño de Worzel Gummidge. Tampoco llevaba un corte de pelo adecuado y, normalmente, necesitaba un buen afeitado. Parecía tonto, pero no lo era. Eso se había convertido en otro de sus puntos fuertes, pues mucha gente lo consideraba un retardado y, sin embargo, cuando quería era más astuto que un zorro. Vivía como un monje y apenas iba a los bares o los clubes, salvo para arreglar cuentas con alguien. Era un bicho raro y Pat se dio cuenta de que tenía que hacer algo al respecto. Aparte de Kathleen y el pequeño Shamus, no parecía sentir el más mínimo aprecio por nadie y eso empezaba a ser preocupante.

—¡Lárgate, Lance! Por favor, quítate de mi vista.

Lance permanecía allí sentado, con su pesado cuerpo hundido en la silla y esa sonrisa sarcástica en la cara, como siempre.

Lance sabía que, en esta ocasión, se había pasado de la raya. Pat se estaba distanciando de él. Cada vez pasaban juntos menos tiempo y eso le llegaba al corazón. Lance quería ser, además de su hermano, su mejor amigo, pero parecía imposible. Pat parecía contento de entablar amistad con cualquiera, pero él no podía actuar de esa forma por mucho que lo intentase; y que conste que lo había intentado.

Lance percibía que la gente se sentía incómoda en su presencia, que, por alguna razón, era incapaz de llevarse bien con nadie. Sabía que tenía una apariencia extraña que incomodaba a las personas, aunque no se lo propusiera, al menos al principio. También admitía que utilizaba su personalidad en su propio beneficio, pues verlo a las cinco de la mañana en la puerta de tu casa con esa sonrisa y un instrumento punzante era razón sobrada para que le pagasen sin la más mínima demora. De hecho, había otros que requerían a veces de sus servicios, especialmente deudas muy difíciles de cobrar, y le pagaban bien por ello. No había duda de que, como cobrador de deudas, era el que mejor reputación tenía en el Smoke. Además, se había ganado la admiración de todos porque trabajaba siempre solo. Pat llevaba sin acompañarle bastante tiempo y rara vez utilizaba los servicios de alguien que no fuesen los suyos. Disponía de otros para las pequeñas deudas, pero las grandes siempre se las reservaba para él.

No estaba seguro de por qué se había ido tanto de la manga en esta ocasión, ya que, incluso en ese momento, se dio cuenta de que se había pasado de la raya. La diferencia es que él no se preocupó. El hombre, además, no le caía nada bien, pues era uno de esos guapetones que siempre llevan el traje recién planchado y les gusta apostar. Era un parásito, un mierda, y no podía entender que Pat estuviese tan cabreado porque él lo hubiera metido en vereda. Pero lo estaba y ahora no le quedaba más remedio que demostrar que lamentaba la situación.

—Escúchame Pat, el muy gilipollas se me puso gallito...

Pat se dio la vuelta y le gritó muy enfadado.

—¡Deja de soltarme tus rollos de mierda! El tío ese no es capaz ni de matar una mosca. Se te fue la olla de nuevo, ¿verdad? No es la primera vez que te pasa. Hace unos meses le rompiste las piernas a Jackie Tenant y aún no ha podido volver a trabajar. Tú eres la razón por la que la gente ha dejado de apostar con nosotros, ¿acaso no te has dado cuenta? Los apostadores no quieren debernos dinero porque temen que les encañones con una pistola por cuatro perras gordas.

Pat le encañonó con el dedo y se lo puso en la cara a Lance.

—Me estás costando una pasta —prosiguió— y eso es algo que no pienso consentir. En cuanto te conviertas en un lastre, te pongo de patitas en la calle.

—Tómate un respiro, Pat. Es cierto que me pasé un poco de la raya, lo admito. Pero al fin y al cabo somos hermanos y me estás tratando como si yo fuese una puta mierda.

Pat vio en sus ojos que era incapaz de comprender que lo que había hecho estaba mal. Siempre había sido así. Fingía estar arrepentido, pero era una completa farsa. Fue así desde que tiró a aquella niña del autobús. Le gustaba acosar a cualquiera que fuese más débil que él. Formaba parte de su naturaleza.

—Seremos hermanos, pero eso no va a hacer que cambien las cosas. Acabaré contigo como si fueses una sabandija si vuelves a hacer algo parecido. La gente no deja de hablar del asunto. A ti puede que no te gustase ese tipo, pero a otra mucha gente sí. Estás atrayendo la atención de mucha gente hacia nosotros y eso no me interesa lo más mínimo. Así que se acabó, ¿de acuerdo? ¡Qué sea la última vez!

—De acuerdo, Pat. Ya te he dicho que lo lamento.

—Tú no lamentas nada, pero dejando tu mierda aparte, te advierto que trates de controlarte.

Pat se dio la vuelta y se dirigió hasta la ventana de nuevo. El corazón le latía con tanta fuerza que podía oírlo, debido a la rabia y el coraje que le provocaba su hermano y su forma de ser.

—De acuerdo, Pat. Me marcho. Una vez más te digo que lo lamento.

—¿Como lamentaste lo que le hiciste a aquella niña en el autobús? Yo no soy un gilipollas, Lance, así que no me trates como tal. Ahora vete y quítate de mi vista hasta que se me pase el cabreo.

Aún le estaba dando la espalda a su hermano, sabedor de que estaba lo suficientemente molesto como para abofetearle si no lo dejaba un rato a solas.

Cuando se dio la vuelta la oficina ya estaba vacía. Lance se había marchado sin producir el más mínimo ruido, como siempre. Eso se le daba muy bien. Supo que fue su comentario acerca de la chica del autobús lo que le había obligado a irse. Lance odiaba que se lo mencionasen, y seguía preguntándose si la gente todavía hablaba de ello. La niña, en realidad, era la única persona que de verdad le había perdonado, pues a veces venía de visita con su madre y siempre le saludaba. El mundo estaba lleno de acontecimientos extraños, tenía que admitirlo, pero aquél era el más extraño que había presenciado en su vida.

Spider y Mackie estaban en un garaje cerrado en Bethnal Green. El suelo estaba cubierto de bolsas negras de basura repletas de cannabis. El olor era tremendo, pero lo mitigaba el olor a aceite de coche y bidones de residuos.

Mientras esperaban a que llegasen los compradores, se sentaron en un banco y liaron un porro. Era de muy buena calidad, rodo cogollo y nada de semillas. Unas cuantas caladas bastaron para que empezasen a sentirse como flotando. De ahí había salido la música reggae y la comida basura.

Eran conscientes de cada ruido, por muy minúsculo que fuese, y notaban la pesadez que les invadía por todo el cuerpo mientras esperaban.

—La mandanga es de primera calidad, papá.

Spider asintió mientras le daba caladas cortas y rápidas, tratando de colocarse lo más posible.

—Demasiado buena para vendérsela a esa panda de inútiles —respondió Spider.

Los dos se rieron. La mayoría de la hierba que vendían fuera de la comunidad no era de esa calidad.

—Me encanta el silencio —dijo Mac—. Parece como si se te metiera en la piel y dejara que te sumergieras en él.

Spider asintió de nuevo, pues sabía a qué se refería su hijo.

Era como unificarse con el mundo. A menos que alguien te interrumpiera, por supuesto; entonces era bien distinto.

—¿Has sabido algo de Jimmy Brick últimamente? —preguntó Mac.

Spider negó con la cabeza. Era una pregunta a la que tenía que responder con bastante asiduidad.

—¿Por qué siempre me preguntas lo mismo?

Mac suspiró.

—Sólo por curiosidad. Sé que está trabajando con Pat, pero pensaba que erais colegas, eso es todo.

—Lo somos, o quizá debería decir lo éramos. Desde que ha regresado de España no es el mismo, aunque no sé por qué.

Mackie miró a su padre y vio lo largas que tenía las trenzas y el brillo de sus ojos negros. Se le veía muy colocado.

—¿No estuvisteis en contacto cuando estuvo fuera?

—No, ni tan siquiera sabía dónde estaba. Después de que Patrick muriera todo se fue a tomar por el culo. No tenía nada a su nombre y hasta mi amistad con él fue puesta en entredicho. Era un tipo astuto, pero no esperaba morir. Como otras muchas personas, estaba invirtiendo y vivía de los intereses, lo cual, en personas como nosotros, es como tener un descubierto. Hubo muchas disputas al respecto y Brewster se quedó con todo porque era el que contaba con más hombres a sus espaldas. Además, por supuesto, de que pensábamos que estaba vengando su muerte. Una muerte en la que él había también puesto su grano de arena.

Mac escuchaba a su padre con interés.

—¿Por eso me metiste tan repentinamente en el rollo?

Spider se quedó sorprendido por sus palabras.

—¿A qué te refieres? —preguntó.

—A eso. Tú tenías una nueva familia, ¿no es así? Tú pagabas por nosotros, pero la verdad es que supiste muy poco de mí hasta que crecí. Yo solía preguntarme en dónde andabas y qué estarías haciendo. ¿Era porque mi madre era blanca?

—¿Qué coño pasa contigo, muchacho? He cuidado de todos los hijos que te tenido y no creo que te haya faltado nunca de nada. Tu madre era una auténtica pesadilla, ella y su padre, que por cierto me odió desde la primera vez que me vio.

Spider se reía de nuevo, con esa risa ruidosa y socarrona que tienen los que están muy colocados.

—No digas cosas que no son. Tú eres el mayor de mis hijos y te quise desde la primera vez que te vi.

—Tienes tres hijos y los tres se llaman Eustace, ¿no te parece extraño? A mí, si te soy sincero, sí me lo parece.

Spider se encogió de hombros con indiferencia.

—A mí no. Y ahora dejemos esta estúpida charla. He oído llegar un coche. Probablemente sea el de los compradores.

No le mencionó nada a su hijo, pero la conversación le había hecho sentirse incómodo.

Lil estaba en el salón, viendo una película en la televisión. Annie, al ver entrar a Lance, se levantó para prepararle una copa.

—¿Qué estáis viendo? —preguntó sin dirigirse a nadie en particular, pues siempre empleaba ese modo de hablar cuando estaba su madre presente.

Colleen, que estaba tendida en la cama con las piernas cruzadas, respondió:

—Oficial y caballero. Es realmente buena.

Se sentó en uno de los sillones y Annie le trajo una cerveza. Lance le dio las gracias asintiendo. Lil tuvo que hacer esfuerzos para quitárselo de la cabeza mientras Annie se sentaba en el otro sillón. Eileen, Lil y Colleen estaban recostados en el sofá, Christie .estaba tirado en el suelo, con las manos sosteniéndose la barbilla y Shamus tenía una botella de gaseosa al lado.

—¿Se encuentra bien Kathleen?

Lance estaba hablando de nuevo a todos en general. Colleen volvió a ser la que respondió:

—Está en su habitación, hablando otra vez sola.

Lil se levantó del asiento y le dio un golpe a Colleen en la pierna.

—¡No vuelvas a hablar así de tu hermana!

Eileen, sin apartar los ojos de la pantalla, dijo:

—¿Y por qué no? ¿Acaso no es verdad? Se ha pasado la noche entera dándome el coñazo. Me saca de quicio.

—No puede evitarlo y tú lo sabes, así que deja de ser tan puñetera.

Lil volvió a levantarse. Le habían arruinado la tarde.

—¿Por qué coño vienes, Lance? Siempre que vienes lo jodes todo. ¿Por qué no nos dejas en paz de una vez por todas?

Nadie dijo ni la más mínima palabra. Christy se encogió de hombros, como si esperase que alguien fuese a propinarle un golpe. Colleen, por su parte, apretó los ojos.

Lil sabía que no debía perder los estribos por tan poca cosa, pero no podía evitarlo. Cuando Lance preguntaba por Kathleen notaba en su voz un tono acusador. Sabía que estaba en lo cierto, que no eran imaginaciones suyas. Él lo enmascaraba muy bien, pero a ella no la podía engañar a ese respecto.

—¿Has visto el nuevo piso de Pat? —le preguntó.

Lance no le respondió y ella sabía que no lo haría.

—Es hora de que tú hagas lo mismo. Esta casa se está haciendo muy pequeña para todos nosotros y Kathleen necesita tener su propia habitación, al igual que Eileen.

Por fin lo había dicho. Cuanto antes se marchase, mejor. Sabía lo que había sucedido esa semana. De hecho, ella había sido la que se lo había dicho a Pat.

—Déjalo en paz, Lil. ¿Quién va a cuidar de Kathleen si se marcha?

Annie sonaba preocupada. Lance era la única razón que ella tenía para levantarse cada mañana y todos lo sabían.

—¿Por qué no te vas a vivir con la abuela? —dijo Christy tratando de imponer un poco de paz—. Ella tiene su propia casa y tiene muchas habitaciones libres.

Lil sintió ganas hasta de besarle, pero trató de controlarse.

Annie lo había estado deseando desde hace mucho tiempo y se dio cuenta de que Lance estaba en un dilema que tenía que resolver de una vez por todas.

Le dio un sorbo a la cerveza ruidosamente, miró a su madre y en voz alta y clara dijo:

—No pienso dejar a Kathleen. Soy el único que logra calmarla y tú lo sabes. Yo pago mi parte y si quieres que me vaya, me vas a tener que echar.

La voz de Lance sonó tan fría y seca como siempre. Era una voz sin inflexiones, monótona, tan desagradable como pasar las uñas por una pizarra.

—Considérate echado entonces, Lance. Y no se hable más —respondió Lil decidida.

Annie estaba encantada. Sabía que Lance se iría con ella con tal de estar cerca de Kathleen, además de que no era capaz de vivir independientemente como Patrick. No sabía ni freír un huevo y, puesto que Annie lo había tenido sobre algodones toda su vida, era muy poco probable que pudiera cambiar en ese aspecto. Él ni tan siquiera tenía una novia y, a menos que Lil lo echara del nido, difícilmente tendría ninguna. Salió de la habitación, seguida de Annie, como siempre, y todos respiraron aliviados cuando lo vieron marchar.

—¿De verdad puedo quedarme con su habitación, mamá? —preguntó Eileen.

—Por supuesto que puedes. Y hazme el favor de decorarla. Te daré dinero para que la pongas a tu gusto.

—¿Y qué va a pasar cuando yo necesite una habitación?

Lil miró a Colleen, sus florecientes pechos y sus delgadas piernas. Eileen parecía darse cuenta de lo mismo y respondió resignada:

—Te podrás venir a la mía y así Shamus puede estar en la de Christy.

Colleen estaba entusiasmada ante la idea de compartir una habitación con su hermana mayor. A ella le encantaba que la maquillara y le pintase las uñas y Eileen necesitaba alguien que le sirviera de tapadera cuando ella llegase tarde.

Annie regresó de nuevo al salón, con el rostro fruncido, como siempre. Lil se dio cuenta de que había envejecido. Había adelgazado últimamente y tenía la piel amarillenta.

—Ha sido muy cruel de tu parte, Lil.

Lil encendió un cigarrillo.

—¿De qué te quejas si has conseguido lo que querías? No creo que sea bueno que viva con nosotros hasta que cumpla los treinta y, por lo que veo, cabe esa posibilidad. Necesitamos esa habitación y tú lo sabes tan bien como yo, así que cierra la boca y sírvenos una copa a las dos. Tengo que ir al club más tarde y quisiera tomar un baño, ya que la diversión se ha acabado.

Ivana y Pat estaban sentados en la barra del club. Ahora la mayoría de los negocios se llevaban a cabo en los locales e Ivana contribuía en más de un aspecto al buen funcionamiento del club. Estaba contenta de ser la encargada de acomodar a las chicas y de engatusar a los clientes con la bebida. La verdad es que lo hacía muy bien, pues siempre lo acompañaba con una agradable sonrisa y una buena actitud. Hasta Lil se había sentido más distendida con ella en los dos últimos años. Además, cuanto más útil fuese Ivana, más tiempo podía pasar con Shawn.

Pat sonrió al pensar en el niño. Era realmente gracioso, todo sonrisas y cordialidad. En su mundo eso era más importante de lo que la gente creía.

Pat miró el reloj y le dijo a Ivana:

—Hazme un favor y lleva a la oficina a ese capullo.

Scanlon había hecho acto de presencia en ese momento y Pat sentía un inmenso desprecio por él, a pesar de que lo necesitaba para conseguir su último propósito.

Ivana lo condujo a la oficina que estaba encima de las escaleras pocos minutos después.

Scanlon era ahora un hombre muy distinto del que se había presentado dos años antes. No mostraba esa actitud tan chulesca y estaba más dispuesto a trabajar para ganarse su sueldo. Ahora que ya era conocido por todos no sufría de ese complejo de culpabilidad.

Después de sentarse le pasó a Pat un fajo de papeles.

—¿De dónde los has sacado?

—De uno de la brigada antivicio. Si he de serte sincero, deberías de hablar con él personalmente.

Patrick lo miró por unos instantes.

—¿Para qué? —dijo—. Más pasta para polis corruptos. ¿No te habrás creído que pienso sacaros un plan de pensiones?

Hasta Scanlon tuvo que reírse, gesto que le cambió la cara por completo. Era tan extraño verlo reír que incluso Pat se quedó de una pieza.

Scanlon se encogió de hombros.

—Tengo que admitir que hasta yo estoy empezando a interesarme. Cuanto más averiguo, más quisiera saber.

Pat lo podía comprender. El hombre era un solitario, además del hombre perfecto para que husmeara por él porque era, por naturaleza, antisocial y curioso. Una perfecta combinación para Pat.

—¿Y quién es ese tío de antivicio? ¿Puedes hacer que venga a verme?

—Creo que sí —respondió Scanlon—. Sabe que lo que estoy haciendo no es del todo legal, pero te sorprenderías lo frecuente que eso suele ser. A mucha gente le gusta leer las declaraciones de los testigos, de esa forma averiguan la dirección y lo que dijo. Es una práctica tan común que pronto pondrán una lista de precios.

Pat revisaba los papeles que tenía delante, pero se levantó para servir un par de copas. Luego volvió a sentarse y continuó mirando los papeles.

—Yo estaba en lo cierto, ¿verdad que sí?

Scanlon asintió y le dio un buen sorbo a la copa de brandy.

—Por lo que parece sí.

Scanlon se terminó la copa en silencio. Cuando se marchó, Pat seguía allí, sentado, mirando al vacío.

Kathleen estaba sentada al lado de la ventana de su habitación, donde pasaba horas sin hacer otra cosa que fumar cigarrillo tras cigarrillo. Las cortinas tenían muchos agujeros de quemaduras, ya que olvidaba con frecuencia dónde dejaba el cigarrillo encendido. Cuando se ponía a hablar sola, hacía gestos con la mano que sostenía el cigarrillo, como si estuviese hablando con gente de verdad.

Eileen estaba trasladando sus cosas y Kathleen parecía contenta, por lo que no había razón para que se sintiese mal. De hecho, parecía hasta complacida.

—¿Pero te sentarás a mi lado cuando me vaya a dormir?

Eileen sonrió.

—Por supuesto que sí. Y si te pones nerviosa, hasta me quedaré a pasar la noche. Yo no me voy a ir a ningún sitio, sólo a otra habitación.

—¿Sigues saliendo con ese chico, Eileen?

Cogió un puñado de jerséis de la cómoda que estaba al lado de la cama y, dándose la vuelta para mirar a su hermana, asintió con la cabeza.

Kathleen empezó a reírse de nuevo y Eileen le hizo señas para que se callara. Aunque sabía que Kathleen no diría nada, temía que alguno de sus hermanos pequeños oyera algo y lo dijera.

Lance estaba haciendo las maletas y estaba triste por él, aunque, por otro lado, también se alegraba de irse. Su madre al menos sería más feliz.

—¿Estarás bien, Kath, si se marcha Lance?

—Por supuesto que sí. La abuela Annie estará más que contenta, ¿no es verdad?

—Supongo. Mamá te ha dejado una chocolatina en la nevera. ¿Quieres que te la traiga?

—No, cómetela tú o dásela a los niños.

—Tienes que comer algo, Kath. Estás escuálida.

Kath encendió otro cigarrillo y volvió a acercarse a la ventana para mirar a través de ella. Eileen se dio cuenta de que no volvería a hablar en mucho tiempo.

Se refería a ellos, por supuesto, ya que de nuevo empezó a musitar palabras a no se sabe quién. Eileen se preguntó, por millonésima vez, por qué la muerte de su padre le había afectado tanto a su hermana y no a ella. En cierta ocasión había oído a Janie comentarle a alguien que las gemelas, Kathleen y ella, intentaron abrazar el cuerpo de su padre cuando estaba todo ensangrentado. Ella no podía recordarlo. Lo único que recordaba eran los gritos y a Lance sentado en las escaleras en ropa interior. A veces incluso se preguntaba si sólo eran imaginaciones suyas.