Capítulo 25

El detective Scanlon no estaba nada contento, sino todo lo contrario: echaba chispas. Cuando fue citado, pues sólo de esa forma podía calificarlo, se preguntó si aquello no sería una completa tomadura de pelo. Él no era una persona que soportara recibir órdenes, ya que sentía una repulsión innata por cualquier persona que se creyese con derecho a decirle lo que debía hacer.

Mientras estaba sentado en su coche, a las puertas del club del Soho, observando cómo la gente paseaba de un lado para otro, sintió de nuevo un brote de rabia por verse allí. Que un mierda como ése se creyera con derecho a decirle lo que debía de hacer le hizo ver lo mucho que habían cambiado las cosas en los últimos años.

Desde que comenzó en su oficio, siempre se había estado ganando un dinero extra pasando por alto algunos asuntos. A medida que transcurrieron los años siguió aceptando dinero porque había llegado a un punto en que lo necesitaba para mantener el estatus de vida que llevaba.

Nunca había tenido ningún problema, pero, ahora que lo citaban como si fuese un niño de escuela, por otro niño además, se dio cuenta de que las cosas se le iban a poner en su contra. Por un lado, imaginaba que a lo mejor lo llamaban para que realizase alguna labor que justificara el dinero que se había estado llevando durante ese tiempo, lo cual, de algún modo, resultaba hasta razonable. Es posible que hubiese llegado el momento de pagar, cosa que no deseaba en absoluto, pero el propietario de ese local le tenía pillado y eso le hacía lamentar lo que había estado haciendo todo ese tiempo.

Salió del coche, se despidió del sargento y caminó bajo la llovizna hasta que entró en el cálido club. La intensidad de la luz que había en el vestíbulo le cegó los ojos después de haber estado sentado en la oscuridad, armándose de valor. Sintió que los ojos se le ponían acuosos. Tosió nerviosamente al ver a una joven con poco pecho acercarse hasta él. Llevaba el traje ajustado, tenía el pelo largo y teñido y le sonreía amistosamente. Sentada sobre un taburete, detrás de un mostrador recién barnizado, daba la impresión de ser más importante de lo que era. Vio que el gorila de la puerta le miraba con una mirada que denotaba claramente que sabían quién era y a qué se dedicaba. Se sintió un poco avergonzado y le preguntó a la joven por Patrick Brodie. El portero le hizo un gesto con la cabeza y él le siguió a través del club, mirando a las chicas fumar y esperar la llegada de los clientes. Cruzó la sala de baile, donde una stripper estaba agachada, completamente desnuda. Acababa de terminar su número y estaba recogiendo la ropa que había tirado al suelo. La mujer ya no era ninguna jovencita. El espeso maquillaje que le daba ese aspecto glamuroso bajo las luces empezaba a desteñirse, pero miró a Scanlon como si fuese algo que se hubiera encontrado en el interior del zapato. Le hizo sentirse más ruin y traidor de lo que realmente era. Aquel lugar olía que daba asco y se fijó en los hombres que estaban sentados alrededor de la sala de baile. Tenían el aspecto de los hombres que pagan por tener una mujer a su lado, y eso podía percibirse lauto en sus ajustados trajes como en los gastados maletines que sus esposas e hijos, que por cierto no tenían ni idea de dónde pasaban su tiempo libre, les habían regalado.

Una canción de rock sonó a través de los altavoces anunciando a la siguiente stripper. Cuando la joven pasó a su lado, notó su olor a sudor rancio y caramelos de menta.

Llegaron a la parte trasera del club y, cuando bajaron las escaleras que conducían hasta el sótano, se sintió mareado. La bilis se le vino a la boca, quemándole la garganta, pero se la tragó como pudo. Estaba a punto de darle un ataque de nervios y, cuando por fin tocó el suelo, se dio cuenta de que había tocado fondo, literalmente hablando.

Pat Brodie estaba sentado en una mesa, tomando un brandy. Scanlon se sorprendió de ver el aspecto tan viril del muchacho y asintió ligeramente en señal de saludo, pero no recibió respuesta alguna. Pat le miró fijamente y, después de lo que pareció una eternidad, señaló un bulto que había en un rincón y le dijo:

—Todo tuyo.

Después de mirarlo detenidamente, Scanlon se dio cuenta de que era el cuerpo de un hombre muerto.

—Deja de ser tan tonta, Kath, y levántate para salir conmigo.

Eileen notó el tono molesto de su propia voz y trató de calmarse, a pesar del sentimiento de desesperación que su hermana le provocaba.

Kathleen era su viva imagen, era como mirarse al espejo, pero carecía de vida por completo. Siempre había estado mal, pero últimamente parecía haber empeorado ostensiblemente. Su aspecto lo decía todo y tenía enormes ojeras. Resultaba desalentador verla.

—No me apetece nada salir, ¿vale?

Eileen apretó los dientes y dibujó una sonrisa como pudo.

—Venga, vamos, Kath. Seguro que te lo pasarás bien. Va a tocar un grupo que se llama los Flanagan's Speakeasy y todas mis amigas van a ir a verlos. Es en el Parking, por lo que no tenemos que preocuparnos de que los muchachos nos molesten.

—Te he dicho que no quiero ir, ¿de acuerdo?

—¡Pues vas a ir!

Eileen se levantó, tiró de las mantas y sacó a la fuerza a su hermana de la cama. Kathleen se quedó sentada en la cama e intentó arroparse con las mantas de nuevo, pero Eileen se lo impidió y ambas empezaron a tirar de ellas. Se dio cuenta de que Kathleen se había visto en el espejo de la cómoda. Dejó caer las sábanas y se miró a sí misma. Eileen observó a su hermana durante unos segundos, preguntándose qué iba hacer ahora. Tenía los ojos hundidos y le miraba como si jamás la hubiese visto en la vida.

Luego se inclinó hacia delante y, volviendo a coger las mantas, la arropó de nuevo.

—Escúchame, Kath. Tú no estás bien y yo no sé qué puedo hacer para ayudarte. Yo te quiero, como hermana mía que eres, y me gustaría que volvieras a ser la de antes...

Kathleen no le respondió. El silencio de la habitación se hizo tenso a la espera de una respuesta.

—Dime qué te pasa. Soy tu hermana, si no hablas conmigo, ¿con quién vas a hablar?

La voz de Eileen sonaba desesperada. Temía que esa depresión fuese a mayor, pues ya tenía miedo hasta de ver la luz del día.

Dado que eran gemelas, le aterrorizaba pensar que ella pudiera contagiarse. Nadie parecía preocuparse lo más mínimo y todos Ungían que no era tan grave como parecía.

—Por favor, Kath, habla conmigo...

Kathleen se levantó, agarró a su hermana por el cuello y le dijo:

—¿Te importaría irte a tomar por el culo y dejarme en paz de una vez? Siempre estás con lo mismo. Eres como un disco rayado. Que nos parezcamos no significa que tengamos nada en común. Así que te ruego que me dejes en paz o te haré daño de verdad...

Kathleen apartó a su hermana bruscamente de su lado, cogió las mantas y se las volvió a echar por encima. Luego añadió:

—Y cierra la puerta cuando salgas.

Eileen salía de la habitación cuando vio que su madre subía las escaleras.

—¿Qué es ese ruido? —preguntó Lil.

Eileen empezó a llorar desconsoladamente.

—Se ha vuelto loca, mamá. ¿Qué le pasa? Lo único que quiero es ayudarla...

Se echó a los brazos de su madre y Lil la abrazó con ternura. Luego, besándole el pelo, le dijo:

—Es una niña muy extraña y no sé qué hacer con ella. El doctor la vio la semana pasada y dice que es una depresión. Ahora toma Valium y no hace más que dormir. No sé qué más podemos hacer por ella.

—Necesita ayuda, mamá. Más de la que le estamos dando...

La puerta del dormitorio se abrió y Kathleen apareció por ella. Tenía el camisón manchado de té, los pies y las uñas de los dedos sumamente sucios.

—¿Qué pasa, Eileen? ¿Ahora quieres que me metan en el manicomio?

—¿De qué estás hablando? Yo nunca he dicho una cosa así.

—No pienso ir a ningún lado. Intenta que me lleven a ese sitio y verás cómo me suicido. Te juro que lo haré.

Lil se acercó hasta ella, la sacudió ligeramente y le dijo:

—¿Qué estás diciendo? Nadie ha dicho nada de llevarte a ningún sitio. Pero no estás bien, y si no te das cuenta de ello, entonces quizá debas hacerlo.

Kathleen se rió al escucharla.

—Me ponéis enferma. Sois todos una pandilla de asesinos lunáticos y, por lo visto, yo soy la única que tiene problemas.

Eileen miró a su hermana y luego empezó a bajar lentamente las escaleras.

—Déjala, mamá. Qué haga lo que quiera.

Cuando llegó a la planta baja añadió:

—De paso, señorita. A ver si se te ocurre mirarte y olerte y usas el cuarto de baño.

—Tiene razón, Kath. Tienes un aspecto horrible.

Lil trató de poner una voz risueña, tratando de calmar la situación.

Kathleen cerró la puerta del dormitorio de un portazo y Eileen la del salón. Lil se quedó en el descansillo, preguntándose con cuál de sus hijas debería hablar primero.

Donny Barker era un hombre de pocas palabras. También era una persona que, cuando se cabreaba, era capaz de abrirle a alguien la cabeza, rajarle la cara y, en algunos casos, hasta el estómago.

Era un hombre sumamente violento, con una reputación de eliminar a todo el que se pusiera por medio. El norte de Londres no era la zona más idónea para nadie que tuviera algo pendiente con él. Le gustaba el fútbol, las peleas, el curry y pasar el día con su madre, justo en ese orden. Él no tenía tiempo para mujeres, ni para hombres tampoco. Donny era una anomalía para todo aquél que le conociese, y sólo se mostraba algo amable con su madre. Era una mujer pequeña, con cara de pájaro, que se llamaba Vera. Siempre hablaba con una voz alta y tosía como un camionero de tanto fumar. Donny besaba el suelo que pisaba y ella también le veneraba.

Cuando se sentó en el porche de la casa de su madre, miró las fotografías que le rodeaban, el tapete que había en la mesa, los respaldos de ganchillo y suspiró de alegría. Lance Brodie era un bicho raro, lo había oído comentar en muchas ocasiones, pero, como eso mismo decían de él, sintió hasta algo de simpatía por el muchacho. También le había agradado su forma de acercarse y, sin duda, se quedó impresionado con su forma de comportarse. Podía trabajar para él, estaba convencido de ello. Al contrario que sus otros guardaespaldas, no le miró como si fuese un bicho extraño. Luego estuvo pensando mucho tiempo en la proposición que le había hecho y se dio cuenta de que no le quedaba más remedio que aceptarla. Al menos de momento.

—¿Quién coño es? —preguntó Scanlon temblando de pies a cabeza.

Parecía surrealista. Todo lo que le estaba sucediendo aquella tarde era surrealista, como un mal sueño del que ya no iba a despertar. De hecho, se dio cuenta de que su vida iba a cambiar por completo.

—¿Quién coño eres tú para hacer esas preguntas? ¿Acaso eres de la policía?

Todo el mundo se rió.

Scanlon notó que se le estaba soltando las tripas y se dio cuenta de que el viejo dicho tenía mucho de verdad: uno podía cagarse, literalmente, de miedo.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó.

Patrick dio un sorbo a la copa de brandy y les hizo una señal a sus hombres para que salieran de la oficina. Luego le hizo otra señal a Scanlon para que se acercara a la mesa y le dijo:

—Siéntate y cierra el pico. No se te paga para que hagas preguntas, sino para que no me las hagan a mí.

Scanlon se sentó aliviado, pues se sentía incapaz de sostenerse sobre sus piernas.

Patrick lo vio encogido en la silla y le encantó verlo tan derrotado, pues había oído hablar mucho de él durante todos estos años. Era un chulo que se las daba de bravucón y acosaba a todo el mundo. Se sabía que incluso alardeaba de sus contactos dentro del mundo de la delincuencia. Pues bien, a partir de ahora lo tendría en el bolsillo para siempre.

Los polis corruptos solían salir librados de muchos asuntos. Como cualquier otro sistema, ellos cuidaban los unos de los otros, lo cual le parecía más que razonable. Pat sabía que a ellos no les interesaba que se supiese hasta qué punto estaban corrompidos, además de que la desaparición de un cuerpo era algo ya tan serio que ni ellos se libraban de ir a la cárcel por ello.

—Se llama Jasper y le hemos dado lo que se merecía, eso es lo único que debes saber. Hace mucho tiempo él eliminó a una persona muy vinculada a mi padre y, por eso, ha terminado ahí como le ves. Es algo que suele sucederles a las personas que me molestan.

Scanlon rro4e respondió, pues no estaba seguro de qué poder decir.

—Lo hemos torturado, apuñalado y sacrificado de un disparo. El disparo sobraba, pero me gusta el estilo americano y siempre remato a mis víctimas.

Scanlon escuchaba, pero era incapaz de asimilar nada.

—Quiero que saques el cuerpo con mis hombres y luego te libres de él.

Scanlon sabía que esperaba una respuesta, pero no sabía cuál darle. ¿Qué podía decir ante una sugerencia tan ultrajante?

—Un coche patrulla puede ir a cualquier sitio, ¿no es cierto? Por tanto, quiero que cojas uno y lo pongas en la parte trasera del club a eso de la medianoche. Sé que los utilizas para tu propio beneficio. Nosotros incluso le llamamos el servicio privado de taxis de Scanlon. Así que imagino que no te será un inconveniente llamar a uno y librarte de Jasper, o el Rastafari ambulante, que es como todos le llamaban. Una vez que lo hayas hecho, podremos mantener una relación más cordial.

Scanlon estaba metido en un aprieto y se daba cuenta de ello.

—Tú trabajaste para mi padre cuando empezaste en el oficio y ahora te necesito para que me localices a algunas personas y descubras algunas cosas que pueden ser relevantes para mi investigación. Necesito un poco de ayuda por tu parte y, cuando me la hayas dado, podrás marcharte como si nada de esto hubiera sucedido. Pero si tratas de jugármela, te aseguro que te aniquilo.

Scanlon no le respondió. Podía escuchar la música que venía de la planta de arriba y se dio cuenta de que sonaba una canción que siempre le había gustado. El sonido de My gang de Gary Glitter le resonaba en la cabeza mientras se veía allí, sentado y asintiendo como un idiota.

—Pues venga, muévete, capullo, y pide un coche policial.

Lance, como siempre, estaba solo. A él le gustaba trabajar solo y le agradecía a su hermano que lo comprendiera. Paseaba por el Soho, como de costumbre, pues le gustaba pasear de noche, mirar a la gente y ver lo diferentes que podían ser sus vidas. Paseaba en completo anonimato, ésa era una de sus ventajas y nadie parecía prestarle la menor atención. Esa era una de las razones por las que se había mostrado tan agresivo cuando era un niño. Pat Junior, en cambio, siempre se había hecho notar y todos le miraban y escuchaban; era una cualidad innata en él, por eso no le suponía el más mínimo esfuerzo. Le envidiaba por ello, aunque también se alegraba de que él pudiera mezclarse con la gente sin ser notado. Era un círculo vicioso. Ahora iba de regreso al club, para encontrarse precisamente con él.

Cuando entró vio que el portero hablaba entretenidamente con una de las chicas, una joven pelirroja, con la permanente muy mal hecha y tan lisa como una tabla.

—¿Tú eres el que vigilas la puerta o qué? —le dijo Lance.

Keith Munroe se dio la vuelta y vio a Lance, pero también vio a una de las chicas que se dedicaban a captar clientes, una rubia iraní que llevaba un impermeable barato y una sonrisa desdentada. Acompañándola había dos hombres de raza árabe que estaban muy nerviosos por el curso que habían tomado los acontecimientos aquella noche.

La chica se encogió de hombros al ver a Lance y le dijo que él no tenía culpa ninguna, ya que temía que le echaran la bronca por ello.

Munroe se acercó hasta ellos, todo sonrisas y camaradería. La chica les habló en árabe a los hombres y ellos asintieron sonriendo. Abrieron la cartera y pagaron las diez libras que costaba la entrada. Una vez que la recepcionista los hizo pasar a la sala, Lance se dirigió a ellos y les dijo:

—Sois un par de gilipollas los dos. Ni tan siquiera le habéis mirado la cartera. ¿Cómo le van a pasar la factura si no saben qué tarjeta llevan?

Normalmente, cuando la entrada se abonaba, el portero se fijaba en la cartera para ver si los clientes llevaban dinero al contado o alguna tarjeta. Luego anotaba en un papel el estado financiero en que se encontraba, la recepcionista pasaba esa información a la encargada y ella se encargaba de cobrarle.

Esa información era de suma importancia, pues de ella dependía la cantidad que pondrían en la factura. Era la forma de actuar de casi todos los clubes. Las chicas, una vez que sabían la pasta que llevaba el cliente, se hacían una idea de lo que podían sacarle. Ella podía exigir un cava de mejor calidad o una caja de cigarrillos extra. Solían contener cincuenta cigarrillos y se les regalaba a las chicas como comisión por haber captado al cliente. Si el cliente no tenía dinero para pagarse un rato con ellas, al menos ya le sacaban algo.

Keith Munroe estaba avergonzado. No es que le diera miedo Lance, ya que él también era un tipo duro de pelar, pero era el hermano de Pat Brodie quien le había reprendido y todo por una puta que sólo intentaba captar clientes. Trató de sonreír y, yendo hacia la puerta, le dijo:

—Lo siento, Lance. Me había distraído con un chochito. Bueno, tú ya sabes lo que es eso.

Lance se dio cuenta de que era una indirecta dirigida específicamente a él. Se la guardó para el futuro. Luego entró en el club, mirando a todas las personas que había dentro y se dio cuenta de que nadie le prestó el más mínimo cuidado. Y las chicas aún menos. Sabía que si le miraban sospechosamente, les causaría problemas. Las putas se acostaban con cualquiera que pudiera pagarles y, en ciertas situaciones, para sacar algún provecho de alguien. Lo lógico es que se le echaran encima como moscas, no que le evitasen, por eso las detestaba. Todas le miraban por encima del hombro cuando debería ser él quien las escogiese. La encargada le saludó respetuosamente y él le devolvió el saludo. Al menos ella sabía cuál era su sitio y sabía reconocer quién era importante y quién no.

Lance vio una mesa con una botella vacía de cava y un cliente que parecía muy enfadado. La chica que estaba sentada a su lado tenía los brazos cruzados y un cigarrillo colgando en la boca. Lance se detuvo y preguntó:

—¿Va todo bien?

El hombre negó con la cabeza y Lance vio que miraba de mala manera a la chica. Era una chica muy joven, con los ojos verdes y el pelo rubio, pero muy mal cortado. No había duda de que era una novata y hasta él sintió lástima por ella.

—¿Cuál es el problema? —preguntó.

El hombre era un calculador. Llevaba puesto un traje a rayas, una camisa cara y un reloj barato. Se podía ver con claridad que había bebido más cava que la chica, lo cual era lógico, pues para eso se les pagaba, y estaba de un humor de perros.

—Le he hecho una pregunta —dijo Lance respetuosamente, pero con autoridad.

—Quiero marcharme y no quiere venir conmigo. ¿Para qué coño he venido a este sitio si voy a dormir solo?

Lance miró a la chica, enarcó la ceja y le dijo:

—¿Y cuál es el problema?

La chica estaba totalmente aterrorizada y el cliente se dio cuenta de ello.» _—Venga, díselo —dijo el cliente.

Lance le señaló con el dedo y eso fue más que suficiente para que cerrara la boca.

—Venga, dime cuál es el problema.

Todos estaban observando y la chica se percató de ello. Las tilicas estaban de pie, alrededor de la sala de baile, como una bandada de pájaros exóticos. Aquello era algo que les afectaba a todas y se daban cuenta de ello.

Lance no se había percatado de ellas, ya que miraba al cliente y su arrogancia. La falta de respeto que le mostraba empezaba a molestarle más de la cuenta. La chica era muy joven y estaba sumamente nerviosa.

—No puedo irme con él hasta que no consuma tres botellas... Son las normas, pero al parecer no quiere entenderlo.

La chica señaló el cubo de hielo, sostuvo la botella y Lance vio que estaba vacía. El hielo también se había derretido, lo que significaba que llevaba más rato de lo normal sin consumir.

Lance se dio la vuelta para mirarle.

—Si usted tiene prisa, señor, le podemos poner las botellas en una bolsa y usted se las lleva al hotel. Pero la chica tiene razón. Hay que consumir tres botellas o ella se quedará aquí.

El hombre empezaba a armarse de valor, pero en ese momento vio que se acercaba otro hombre el doble de grande y se dio cuenta de que estaba en un verdadero aprieto.

—¿Cuál es el problema, Lance? —preguntó.

La voz de Pat sonaba amistosa, pero el hombre se percató del tono subyacente que escondía la pregunta. Sabía que le estaba pidiendo que no le hiciera ningún daño, pues estaban en presencia de más público. No sabía cómo se había dado cuenta de ello, pero el caso es que así fue. Probablemente se debía a la experiencia, pues era de esos hombres que siempre estaban buscando sexo rápido.

La chica estaba cabizbaja, ya que no podía mirar a nadie más que a ellos.

—Este hombre está tratando de timarnos. Quiere irse con la chica, pero no quiere pagar por la bebida. Lo único que intento es que comprenda la situación, explicarle cómo funciona el club. Supongo que no necesitaré explicarle que no somos una agencia de caridad que recoge dinero para un montón de gilipollas como él.

Patrick sabía que Lance estaba pasando por uno de sus malos momentos. Últimamente tenía la mosca detrás de la oreja y nada le parecería del todo bien hasta que no se hubiera desahogado con alguien. El hombre no parecía darse cuenta de que su vida corría peligro si continuaba llevándole la contraria al hombre que le sonreía tan amistosamente. Tenía que tratar de solucionar la situación y calmar a Lance.

—Págale a la chica y págale ya —le dijo Pat.

El cliente miró a los dos hermanos alternativamente y luego sacó la cartera. Mirando a Patrick, le dijo:

—Por supuesto. ¿Cuánto es?

Lo dijo como si jamás hubiera tratado de timar a la joven.

—Cuarenta libras.

El hombre le dio dos billetes de veinte a la chica y se levantó de la mesa todo lo aprisa que pudo, sin que pareciera que estaba huyendo.

—Y ahora paga la botella en la recepción. Aceptan dinero o tarjetas. Y un consejo: no vengas más.

No tuvieron que decírselo dos veces. Cuando se levantó de la silla, Lance lo cogió del hombro y lo arrastró literalmente fuera del club, pasándolo por delante de las chicas y empujándolo a la acera. Cuando estaba en el suelo le propinó una patada en los riñones.

Cuando entró de nuevo, Patrick negó con la cabeza. Estaba perplejo.

—No vuelvas a pegar a un cliente en la calle. ¿Qué pretendes? ¿Traer a la bofia? ¿Y qué pasa con la factura? ¿Quién va a pagar por la botella de cava que se ha tomado?

Pat le pegó en la cara y trató de calmarlo, para que le quedara claro que no estaba dispuesto a permitir que le causara más problemas.

Lance se dio la vuelta y miró al portero. Tenía ganas de pelearse con alguien y todo el mundo se daba cuenta de eso.

—Tú eres quien tenía que haber solucionado esto. Tú eres el encargado de vigilar las mesas.

Keith había soportado más de lo que era capaz. Aunque Lance fuera alguien importante en el club, estaba harto de que lo tratase como a una mierda.

—Eso es trabajo de la encargada, Lance. Lamento que intentes dejarme como un gilipollas, pero quiero que sepas que yo obedezco órdenes de tu hermano, no de ti.

Pat se puso en medio de los dos, pero Lance no pensaba olvidarlo y se la guardaría. Ya llegaría el momento de ajustarle las cuentas.

—¿Qué coño os pasa a vosotros dos?

Pat empujó a Lance hacia las escaleras y no le quitó ojo mientras subían las escaleras que conducían hasta la oficina. Una vez allí cerró la puerta y se encaró a su hermano como nunca antes lo había hecho.

—¿Qué coño te traes, Lance? ¿Se te ha ido la olla o qué?

—¿Y qué pasa contigo? Estaba tratando de que no perdiéramos dinero. Ese gilipollas se pasa el día de palique con las chavalas y no atiende su trabajo.

Pat levantó la mano, haciendo un gesto para que guardara silencio.

—No le digas a nadie lo que tiene que hacer, a menos que yo te lo diga expresamente, ¿me comprendes, Lance? Aquí yo soy el jefe, y eso te incluye a ti también. Keith sabe hacer su trabajo y los Munroes son una gente de puta madre. Si te peleas con él, vendrán los demás a buscarte y en este momento no puedo permitirme semejante cosa. Así que cierra el pico y no te quejes cuando no hay motivos.

Lance no le respondió. Permanecía de pie, mirándole fijamente. Su cara, como siempre, carecía de expresión alguna, salvo cuando mostraba malestar o disgusto.

Pat se preguntaba a menudo si Lance vivía en su mismo planeta. Lance era su hermano y le apreciaba como tal, pero era un bala perdida y, lo peor de todo, carecía de sentimientos. Salvo cuando se trataba de Kathleen, claro. Era la única persona capaz de inspirarle algo. Era lo único que le salvaba, el único motivo por el que ya le había perdonado en varias ocasiones. Debería darse cuenta de ello.

—Cuéntame, ¿qué ha pasado con Donny?

—Nada. Manso como un corderito. Ya ha devuelto todo el dinero.

—Bueno, ¿y dónde está?

Lance se encogió de hombros, como si estuviera hablando con un memo, alguien sin la más mínima inteligencia. Pat tuvo que contenerse para no matar a su hermano allí mismo.

—Lo he metido en la caja, por supuesto.

Pat asintió. Sabía que si Lance conocía la combinación, entonces lo fisgonearía todo. Tomó nota para que no se le olvidase cambiarla.

—Vamos, Lil, come algo.

—No puedo, Janie. Me siento como una auténtica mierda.

Las dos se rieron.

—Tienes hasta pinta de eso —dijo Janie en tono de broma.

—Estoy un poco mareada.

—Bueno, eso es lo que los niños producen. Yo siempre me he puesto como una perra cuando estaba preñada de los míos.

Janie se sentó a su lado en la mesa de la cocina y luego encendió un cigarrillo.

—Imagino que no podrías ni creértelo, ¿verdad que no?

Lil se rió y su cara, por un instante, pareció rejuvenecer.

—¡Vaya suerte la mía! —dijo Lil—. Mira que quedarme embarazada a mi edad.

—Míralo por el lado positivo, Lil. Puede que este niño sea el que te cuide cuando seas vieja. Hace muchos años, si una mujer se quedaba embarazada a tu edad, lo consideraban una bendición, pues siempre eran ésos los únicos hijos que luego te cuidaban.

Lil suspiró de nuevo.

—No creo que eso ocurra conmigo, Janie. Los niños de hoy en día no tienen aguante ninguno. Sólo piensan en ellos, nada más.

Janie se encogió de hombros.

—Bueno, no creo que te puedas quejar de los tuyos. Por lo que veo, tú eres su prioridad.

No le respondió. Se sirvió otra taza de té, le dio un sorbo y miró alrededor. La casa tenía un aspecto que no había tenido en años. Tenía una nueva nevera, una nueva lavadora e incluso un lavaplatos. Annie estaba entusiasmada con las novedades, incluso parecía disfrutarlo más que ella. Su madre estaba en su ambiente, una vez más se estaba ocupando de todo y eso se le había subido a la cabeza. A veces, incluso iba al bingo con las amigas y presumía de ello. Muchas mujeres que antes no le dirigían ni la palabra ahora la paraban por la calle para saludarla, pero se debía sólo a que su nieto había vuelto y estaba de nuevo en las calles.

Pat era un buen muchacho, aunque tuvo que pensárselo un poco. Hasta que Lil no vio el cuerpo de Jasper con sus propios ojos, pensó que el tipo que estaba muerto era el pobre Jambo.

Había habido demasiadas muertes en los últimos tiempos y eso empezaba a preocuparle, a pesar de que casi todas ellas habían sido estrictamente necesarias para que la familia sobreviviera. Ese fue el legado que les dejó Pat, a ella y a sus hijos. Su empeño por trabajar solo y ser la única persona que supiera ciertas cosas fue el motivo de su muerte. Las personas se habían agrupado para conspirar en su contra, pues solos jamás se habrían atrevido a ello. Sus hijos lo sabían, especialmente Pat, que a base de sonsacar a sus compañeros de prisión se enteró casi de todo. Él se parecía a su padre en algo más que el físico.

A nadie le molestó que sus hijos recuperaran lo que consideraban suyo y nadie les culpaba después de ver cómo habían sido tratados durante tantos años. Habían presenciado cómo otros se hacían ricos con lo que se suponía que era su herencia, y fueron tratados como ciudadanos de segunda clase al saber lo mucho que a ella le costaba vestirlos y darles de comer.

A veces se sentía mal. Conocía a sus hijos y, hasta Lance intentaba contentarla como podía, pero ninguno parecía darse cuenta de que para ella ya nada sería lo mismo. También reconoció que esa era la excusa que ellos empleaban para justificar el odio y la rabia que sentían.

Es posible que incluso ellos creyeran que lo hacían por ella, pero ella sabía—, y también ellos —sólo que en lo más recóndito de su corazón—, que en realidad lo hacían por sí mismos y no por nadie más. Era una buena razón para justificar todos esos acontecimientos tan macabros que habían tenido lugar recientemente, también sabía que los defendería hasta la muerte y, si llegaba el momento y hacía falta, incluso mentiría en un juicio aunque estuviera bajo juramento o con una pistola encañonándole. Esperaba, no obstante, que ese momento no llegara nunca. Si lo hacía, esperaba que al menos no la cogiera por sorpresa.

Su madre siempre le había dicho que ellos serían lo que Dios quería que fuesen, pero ahora pensaba que posiblemente ella habría desempeñado un papel muy importante. Por supuesto, sin intención, pero a base de errores que ella había cometido y cuyas consecuencias recayeron sobre ellos.

No había duda, ella los había creado. Con la ayuda de su madre, había creado a dos hombres que eran tan peligrosos como enigmáticos.

Hasta Ivana había caído en sus redes. Como cualquier mujer que fuese tan estúpida como para mezclarse con ellos, creía estar de suerte. A veces había pensado en advertírselo, pero seguro que sería inútil, no la escucharía. No más de lo que ella habría escuchado a alguien que le hubiera advertido acerca de Pat. La historia tiene la mala costumbre de repetirse.