Un salto adelante: 52 a. C.
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Por desgracia, ninguna magia pudo alejar la desventura que años después se abatió sobre mí: la muerte de mi hermano. El auriga del Hades vino a buscarme… para llevarme a recoger el cuerpo torturado de Clodio.

En contra de la sensatez, a veces me pregunto si la maldición de Canidia no se ocultaba detrás de esa desgracia, no porque crea en el poder de sus amenazas, sino porque estoy convencida de que el contacto con los seres inmundos nos ensucia sin remedio. Por eso me repugna tocar a los muertos: no quiero que me contagien la muerte que desprenden. Al volver de la aventura del cementerio, me lavé muchas veces y me desinfecté el arañazo con asfódelo, pero no pude quitarme de la cabeza la idea de que la garra de la bruja me hubiese contagiado su podredumbre.

El Senado votó unánimemente el regreso de Cicerón al poco de estar en el exilio. El único en contra fue mi hermano Clodio. Derrumbaron el templo de la Libertad y retiraron la estatua que se parecía a mí. Se perdió en los alborotos que siguieron a los intentos desesperados de mi hermano por impedir la reconstrucción de la villa del viejo orador. La destrucción del templo no fue más que la primera de una serie de medidas que derogaron, una tras otra, las leyes que Publio había promulgado. Para frustrar la más popular, la de la distribución gratuita de trigo, difundieron a conciencia la falsa noticia de una inminente carestía, que hizo subir los precios por las nubes e impidió las donaciones. Pompeyo bloqueó la llegada a Roma del trigo procedente de las provincias, con consecuencias desastrosas. En cuanto la Urbe, hambrienta, le confirió plenos poderes sobre el abastecimiento, el puerto de Ostia, por arte de magia, se llenó de barcos rebosantes y reinó de nuevo la abundancia. A partir de entonces, el pueblo lo exaltó como su salvador, olvidando que había sido idea mi hermano.

Después de eso, ya no logró renacer. El flamenco, símbolo del ave fénix, era un recuerdo lejano. Durante los años siguientes, Clodio solo supo participar en la vida política mediante la violencia. Su más acérrimo adversario, Milón, jefe de los pompeyanos, lo asesinó en el camino que había construido nuestro antepasado más ilustre: la via Apia. Si hubiese vivido tres meses más, mi hermano habría cumplido cuarenta años.