Capítulo 11

El Mayor Carpenter y su tripulación partieron hoy. “La conjetura al azar de Lang,” como algunos lo llaman. Pero yo ha lo he dejado saber que la responsabilidad es mía, y una parte de mí hasta envidia su partida. Simplemente de intentar un regreso a la Tierra, de abandonar este rincón maligno del espacio, esta guerra loca y maníaca contra nuestros propios hermanos y hermanas y las imparables criaturas nacidas del salvajismo y la injusticia de los Tirolianos... Es claro para mí que mi destino se encuentra en otra parte, tal vez en Optera mismo, Lisa mi vida y fortaleza a mi lado.

De los Diarios Completos del Almirante Rick Hunter

La nave que se había materializado del hiperespacio y creado esa cresta de eco en el tablero de amenaza estaba muy retrasada en su llegada al espacio terrestre. Diez años eran apenas una cantidad medible por las normas galácticas estándar; pero para un planeta una vez traído al borde de la extinción y ahora enredado en una guerra que amenazaba lo poco que quedaba, diez años eran una eternidad –y la aparición de la nave una fortuna. Desafortunadamente tales sentimientos pronto probarían ser prematuros...

Perdido en el espacio por los pasados cinco años terrestres –perdido en corredores de tiempo, en continuos cambios y lazos mobius hasta ahora no mapeados– el crucero finalmente había encontrado su camino a casa. Antes de eso, había sido parte de la Misión Expedicionaria Pionero –ese intento malaventurado de alcanzar el mundo hogar de los Maestros Robotech antes de que las siniestras manos de los Maestros alcanzasen la Tierra. La Misión, y esa maravillosa nave construida en el espacio y lanzada desde Pequeña Luna, habían tenido tan nobles comienzos. La Matriz de la Protocultura que se creía había sido ocultada dentro de la SDF-1 por su creador alienígeno, Zor, nunca había sido localizada; la guerra entre la Tierra y los Zentraedi terminada. Así qué que mejor paso para tomar, sino uno diplomático: un esfuerzo por borrar toda posibilidad de una segunda guerra llegando a un acuerdo con la paz de antemano.

¿Pero cómo los miembros de la SDF-3 podían haberlo sabido –los Hunter, Lang, Breetai, Exedore y el resto– cómo podían haber previsto lo que les esperaba en Tirol y que traicionera parte T. R. Edwards vendría a jugar en el despliegue de los eventos? La misma Tierra no tendría ningún conocimiento de estas cosas durante años por venir: de la importancia de cierto elemento nativo del gigantesco planeta Fantoma, de cierta criatura cuasi canina nativa de Optera, de un joven genio en capullo llamado Louie Nichols...

Por el momento, por lo tanto, el crucero rastreado por el Control de Defensa de la Tierra parecía como la respuesta a una oración.

La nave era un curioso híbrido, fabricada al otro lado del centro galáctico por los Robotécnicos de la SDF-3 antes del cisma entre Hunter y Edwards, para el propósito expreso de experimentación hiperespacial: la SDF-3 no tenía los medios para regresar a la Tierra, pero era concebible que una pequeña nave pudiera realizar lo que su masiva madre no podía. Aquellos versados en las clasificaciones de las naves de guerra Robotech podían señalar a las influencias Zentraedi en ésta, notablemente la forma alisada y en forma de tiburón del crucero, y el elevado puente y centros de navegación espacial que se elevaban como una aleta dorsal precisamente a popa de su proa enromada. Pero si su casco era alienígena, su centro de poder Reflex era puramente Terrícola, especialmente el diseño cuadripartido de las unidades de propulsión triple que comprendían la popa.

El comandante del crucero, el Mayor John Carpenter, se había distinguido durante la campaña Tiroliana contra el Invid, pero cinco años en el hiperespacio (¿eran cinco minutos o cinco vidas, quién podría decir cuál?) le habían cobrado su peaje. No solo a Carpenter, sino a la tripulación entera, todos ellos víctimas de una enfermedad espacial que no tenía nombre excepto locura, tal vez.

Cuando la nave había emergido del hiperespacio y una visión de su mundo hogar azul y blanco había llenado los puertos de observación delanteros, no hubo un miembro de la tripulación a bordo que creyera lo que veían sus ojos. Todos ellos habían experimentado los trucos crueles que aguardaban a los tecno viajeros incautos, los horrores... Luego habían identificado las masivas fortalezas de la flota alienígena. Y no había ninguna forma de confundirlas, ninguna forma de equivocar el intento de los desalmados Maestros que las guiaban.

Carpenter había ordenado un ataque inmediato, convencido de que el mismo Almirante Hunter hubiera hecho lo mismo. Y si ello parecía insano, el comandante se dijo a sí mismo cuando equipos Veritech partían de los puertos del crucero –una nave relativamente más pequeña contra tantas– ¡uno meramente tenía que recordar lo que la SDF-1 había hecho contra cuatro millones!

Hasta la estrategia iba a ser la misma: todo el poder de fuego sería concentrado contra la nave insignia de la flota alienígena; una vez destruida ésta, seguiría el resto.

Pero la tripulación de Carpenter se basó demasiado en la historia, lo que, a pesar de las demandas en contra, raramente se repetía. Más importante aún, Carpenter olvidó exactamente contra quien estaba luchando: después de todo, éstos no eran los Zentraedis... ¡éstos eran los seres que habían creado a los Zentraedis!

***

En el centro de comando de la nave insignia alienígena los tres Maestros intercambiaban miradas de asombro por sobre la corona redondeada del casquete de Protocultura. Al alzar sus ojos hacia las pantallas de datos del puente, la mirada que los tres registraban casi pudo haber pasado por diversión: una nave de guerra aún más primitiva en diseño que aquellas que las Fuerzas de la Tierra habían enviado contra ellos en el pasado reciente acababa de destransposicionarse del hiperespacio y estaba intentando atacar a la flota a solas.

“Absurdo,” Bowkaz comentó.

“Tal vez deberíamos añadir el insulto a la lista de estrategias que ellos han intentado usar contra nosotros.”

“Primitivos y barbáricos,” dijo Dag, observando cómo los cañones segmentados de la fortaleza aniquilaban los mechas terrestres, como si fueran un enjambre de garrapatas. “Les hacemos un servicio aniquilándolos. Se insultan a sí mismos con tales gestos.”

Detrás de los Maestros el triunvirato Científico estaba agrupado en su estación de trabajo.

“Hemos fijado objetivo sobre su crucero en marca seis rumbo cinco-punto-nueve,” uno de ellos reportó ahora.

Shaizan miró la pantalla. “Prepárense para un cambio de planes,” él dijo al clon de cabello azul. “Ignoren a los zánganos y combatan directamente con el crucero. Todas las unidades convergirán en sus coordenadas. Nuestra nave tendrá el liderazgo... por la gloria de la matanza.”

***

Los técnicos, el personal, y los oficiales en la sala de guerra aún estaban diciendo yahoo y celebrando el retorno de la Misión Pionero. El Comandante Supremo Leonard había partido inmediatamente para conferenciar con el Presidente Moran, dejando al General Emerson a cargo de la sorpresiva situación.

“¡Señor!” dijo uno de los técnicos. “El Comandante de la Pionero solicita refuerzos. ¿Debemos enviar nuestros guerreros y Ghosts?”

Emerson gruñó su asentimiento e inclinó la cabeza, curiosamente inquieto, casi alarmado por el súbito vuelco de los eventos. ¿Era posible, él preguntó mientras los técnicos sonaban la llamada –el regreso de sus viejos amigos, un nuevo comienzo?...

Bowie y Dana, cada uno encerrado en pensamientos privados, resultados de meditaciones interrumpidas más temprano, estaban en la sala de recreación del 15to cuando oyeron la alarma de lucha.

“Todos los pilotos a los puestos de combate, todos los pilotos a los puestos de combate... Todas las tripulaciones de tierra presentarse a las áreas seis a la dieciséis... ¡Preparen los guerreros para reunirse con el ala de ataque de la SDF-3!”

Dana estaba de pie aún antes de la parte final de la llamada, desatendiendo como siempre los pormenores y detalles. Pasando precipitadamente al lado de Bowie, ella tomó su brazo y prácticamente lo arrastró dentro del pasillo del cuartel, donde todos estaban corriendo a paso ligero hacia los tubos de descenso y los puertos de los mechas. Ella no había visto tal frenesí, tal entusiasmo, en meses, y se preguntó por la causa. O la ciudad estaba bajo un ataque a gran escala o algo milagroso había sucedido.

Ella vio a Louie pasar corriendo y le gritó que se detuviera. “¡¿Oye, a que se debe todo el tumulto?!” ella le preguntó, Bowie sofocado a su lado.

Louie regresó una ancha sonrisa, los ojos brillantes aún a través de los anteojos siempre presentes. “¡Parece que la caballería llegó en el momento preciso! ¡Recibimos refuerzos desde el hiperespacio –la Pionero ha vuelto a casa!”

Dana y Bowie casi se desmayaron.

¡Algo milagroso ha sucedido!

***

“Necesitamos un milagro, John,” el navegante del Comandante Carpenter dijo sin esperanza. “Hemos arrojado todo lo que tenemos. Nada penetra esos escudos.”

Los dos hombres estaban en el puente del crucero, junto con una docena de oficiales y técnicos que habían atestiguado mudamente la destrucción completa de su fuerza de ataque. Esos mismos hombres que habían pasado por tanto terror debían perecer en la puerta principal de la Tierra, Carpenter pensó, medio loco por el horror de ello. Pero él estaba determinado a que sus muertes valieran algo.

“Que la primer ala haga un ajuste a cincuenta-y-siete marca cuatro-nueve,” él empezó a decir cuando el crucero recibió su primer golpe.

Carpenter fue enviado dando vueltas a través del puente por la fuerza del impacto, y varios técnicos fueron sacados de sus sillas. Él no necesitaba que le dijeran cuán serio era pero pidió reportes de daño sin embargo.

“Nuestros escudos están abajo,” el navegador actualizó. “Fracturado. Los propulsores primarios de estribor han sido todos neutralizados.”

“¡La fortaleza enemiga está justo detrás de nosotros, Comandante!” dijo un segundo.

En shock, Carpenter miraba las pantallas. “¡Desvíen todo el poder auxiliar a los propulsores de babor! ¡Todas las armas abran fuego hacia popa a voluntad!”

***

“¡¿Qué diablos está sucediendo allí arriba?!” Leonard gritó mientras andaba a pasos regulares delante del Tablero Gigante de la sala de guerra.

Rolf Emerson giró desde una de las consolas del balcón para responderle. “Hemos perdido toda comunicación con ellos, Comandante.”

Leonard hizo un gesto de asco. “¿Qué sucede con nuestra ala de apoyo?”

“Lo mismo,” Emerson dijo tranquilamente.

Leonard giró hacia la pantalla de situación, levantó y sacudió de un lado a otro su puño, un gesto tan significativo como lo era patético.

***

Una erupción radiante estalló a través de la puntiaguda proa de la nave insignia de los Maestros, puntas de alfiler de energía cegadora que reventaron un nanosegundo más tarde, emitiendo líneas devastadoras de corrientes calientes que penetraron rasgando el indefenso crucero, destruyendo en una serie de explosiones el cuarto trasero entero de la nave.

Más de la mitad de la tripulación del puente yacía muerta o moribunda ahora; Carpenter y su segundo estaban hechos pedazos y sangrando pero vivos. El crucero, sin embargo, estaba terminado, y el mayor lo sabía.

“Aliste todas las cápsulas de escape,” él ordenó, el talón de su mano en una severa herida de la cabeza. “Evacúe la tripulación.”

El navegador llevó a cabo la orden, iniciando la secuencia de auto destrucción de la nave mientras lo hacía.

“Estamos fijados en un curso de colisión con una de las fortalezas,” él dijo a su comandante. “Diecisiete segundos para el impacto.” Jalando de un interruptor final, él agregó: “Lo siento, señor.”

“No se disculpe,” Carpenter dijo, encontrando su mirada. “Hicimos lo que pudimos.”

***

En una meseta sin vida sobre Ciudad Monumento, Dana y Sean, lado a lado en los asientos delanteros estrechos de un Hovertransporte, miraban los cielos. El resto del 15to no estaba lejos. Cápsulas de escape de la derrotada nave Pionera caían a la deriva casi perezosamente del cielo azul celeste, esferas metálicas destellantes colgadas de paracaídas brillantemente coloreados. Observando esta escena tranquila, uno habría estado apremiado a imaginar la que ellos habían vivido sólo momentos antes, el infierno celestial del que ellos habían sido arrojados.

Dana había aprendido la triste verdad: no había sido la SDF-3 la de allí afuera, sino una única nave hace mucho tiempo separada de su madre. Como ella misma. El último esfuerzo de la tripulación de lanzar el crucero hacia una de las seis fortalezas alienígenas había probado ser fútil. Sin embargo, ella tenía la esperanza de que uno entre los valientes sobrevivientes que ahora estaban saliendo quemados y heridos de las cápsulas de escape tuviera alguna noticia para ella personalmente, algún mensaje, aún uno de cinco o quince años de antigüedad.

Sean condujo su Hovercamión hacia una de las cápsulas que había aterrizado en su área. Dana se bajó de un salto y se acercó a la esfera, dando la bienvenida a casa a sus dos pasajeros ensangrentados, y haciendo lo poco que podía para curar sus heridas faciales. Los hombres eran ásperamente de la misma altura, de apariencia pálida y atrofiada después de sus muchos años en el espacio y muy estremecidos por su prueba reciente. El más viejo de los dos, quien tenía cabello castaño, un rostro bien parecido si bien con ojos muy abiertos, se presentó como el Mayor John Carpenter.

Dana les dijo su nombre y contuvo su aliento.

Carpenter y el otro oficial se miraron uno al otro.

“¿La hija de Max Sterling?” Carpenter dijo, y Dana sintió que sus rodillas se debilitaban.

“¡¿Conoce usted a mis padres?!” ella preguntó ansiosamente. “Dígame... ¿ellos están...?”

Carpenter colocó su mano en su hombro. “Lo estaban cuando los vimos por último vez, Teniente. Pero eso fue cinco años atrás.”

Dana exhaló ruidosamente. “Tiene que contármelo todo.”

Carpenter sonrió débilmente y estaba a punto de decir algo más cuando su compañero lo asió por el brazo expresivamente. De nuevo los dos se miraron mutuamente, intercambiando cierta señal sorda.

“Teniente,” el mayor dijo después de un momento. “Me temo que eso tendrá que esperar hasta que hable con el Comandante Leonard.”

“Pero–”

“Eso significa ahora, Teniente Sterling,” Carpenter dijo más firmemente.

***

El Comandante Supremo Leonard no había registrado muchas horas en el espacio intergaláctico, pero estaba bastante familiarizado con los altibajos para reconocer un caso de psicosis del vacío cuando lo veía; y eso es exactamente lo que él sentía que él y el General Emerson estaban enfrentando al escuchar los desvaríos locos del Mayor Carpenter y su navegante igualmente obsesionado con el espacio. En la oficina de Leonard en el Ministerio, los dos hombres divagaban sobre la Misión Expedicionaria Pionero, repetidamente refiriéndose a un cisma entre las Fuerzas Terrestres –T. R. Edwards en un lado, el Almirante Hunter y cierto grupo que se llamaba a sí mismo los Sentinels en el otro. Pero a pesar de todo ello, la pregunta principal del Alto Mando había sido contestada: estos alienígenas eran en realidad los Maestros Robotech. Ellos habían abandonado su mundo hogar de Tirol y viajado a través de la galaxia hacia el espacio terrestre; y le estaba comenzando a parecer obvio a Leonard que ellos no habían venido a reclamar algo, sino a destruir al género humano y reclamar y colonizar el propio planeta.

Los dos oficiales heridos tenían su propias preocupaciones, como cualquiera después de quince largos años fuera de su mundo, y el comandante hizo su mejor esfuerzo para responder a estas sin romper la seguridad. Él describió la aparición inicial de las naves Robotech; la lucha centrada alrededor de la base lunar y la estación espacial Liberty; la desaparición voluntaria del Satélite Fábrica Robotech por los Zentraedi que lo operaban.

Leonard miró intensamente a los tecno viajeros después de su breve resumen de los varios meses pasados, esperando regresar el tema al modo presente.

“Naturalmente, estamos agradecidos por lo que intentaron hacer allí afuera,” el comandante les decía ahora. “Pero por dios santo, señores, ¿en qué estaban pensando? ¡Una nave contra tantas! ¿Por qué no esperar hasta que el resto de la Misión Pionero llegase?”

Leonard notó que Carpenter y el navegante intercambiaron miradas y se preparó para lo peor. Carpenter lo estaba mirando gravemente.

“Me temo que usted nos ha mal entendido, Comandante,” el mayor empezó. “La Misión Pionero no regresará. El Almirante Hunter y el General Reinhardt sólo pueden ofrecerle sus oraciones, y su firme convicción de que el destino de la Tierra yace en buenas manos, con usted y las valientes fuerzas de defensa bajo su comando, señor. Pero no espere ninguna asistencia de la SDF-3, Comandante, ninguna en absoluto.”

“Y que Dios los ayude,” el navegante murmuró en voz baja.

Leonard hizo un sonido de desaprobación.

“Me pregunto si quedará alguien en la Tierra para apreciar sus oraciones para cuando regresen del espacio,” Rolf dijo, su espalda hacia la sala mientras observaba comenzar a caer una lluvia negra sobre Ciudad Monumento.