Capítulo 1
EXEDORE: Por lo tanto, Almirante, hay poca incertidumbre: la composición genética [de los Zentraedi y los Humanos] señala directamente a un punto común de origen.
ALMIRANTE GLOVAL: Increíble.
EXEDORE: Verdad. Además, al examinar los datos notamos muchas características comunes, incluyendo una propensión de parte de ambas razas para darse a la guerra... Sí, ambas razas parecen disfrutar el hacer la guerra.
De los reportes de inteligencia de Exedore al Alto Comando de la SDF-2
En otro tiempo, una fortaleza alienígena se había estrellado en la Tierra...
Su llegada había puesto fin a casi diez años de guerra civil global; y su resurrección había introducido el Armagedón. Los restos irradiados y ennegrecidos de esa fortaleza yacían enterrados bajo una montaña de tierra, apilada sobre ella por los mismos hombres y mujeres que habían reconstruido la nave en lo que ha sido su isla tumba. Pero ignorado por aquellos que lloraban su pérdida, el alma de esa grandiosa nave había sobrevivido al cuerpo y aún la habitaba –una entidad viviendo en las sombras de la tecnología que ella animaba, esperando a ser liberada por sus guardianes naturales, y hasta entonces vagando por el mundo escogido para su penoso exilio...
Esta nueva fortaleza, este regalo más reciente del lado más siniestro del cielo, había anunciado su llegada, no con revueltas de marea y tectónicas, sino con guerra declarada y devastación –tarjetas de visita manchadas de sangre de la muerte. Esta fortaleza no estaba abandonada y no controlada en su fatal caída sino conducida, bajada a la Tierra por los reacios jugadores menores en su oscuro drama...
***
“¡Decimoquinto ATAC al grupo aéreo!” Dana Sterling gritaba en su micrófono sobre el estruendo de la batalla. “¡Golpéenlos de nuevo con todo lo que tengan! ¡Traten de hacerles mantener sus cabezas abajo! ¡Nos están tirando nada más que zapatos viejos aquí abajo!”
Menos de veinticuatro horas atrás su equipo, el escuadrón 15to, del Cuerpo Blindado Táctico Alfa (ATAC), había derribado este gigante, no con hondazos y disparos, sino con un ataque coordinado lanzado al talón de aquiles de la fortaleza –el reactor central que gobierna la red de biogravedad de la nave. Ésta había caído parabólicamente de su órbita geosincrónica, estrellándose en las escarpadas colinas a varios kilómetros de distancia de Ciudad Monumento.
Apenas un punto de impacto coincidente, Dana se dijo mientras encuadraba la fortaleza en la mira del rifle/cañón del Hovertank.
El 15to, en modo Battloid, se estaba moviendo a través de una zona de batalla que se parecía a un campo de géiseres de explosiones anaranjadas y de tierra y rocas arrojadas muy alto –parecido a una cruza entre un paisaje lunar y el interior del Vesubio en un día movido.
Allá arriba, los guerreros del TASC, los Leones Negros entre ellos, rugían en otra pasada. El cañón de lágrima verde vítreo de la fortaleza no parecía tan efectivo en la atmósfera, y hasta ahora no había habido ningún signo de los escudos de copo de nieve. Pero el casco del enemigo, levantándose sobre los atacantes Battloids, aún parecía capaz de absorber todo el castigo que ellos podían asestarle y permanecía inalterado.
La fortaleza alienígena, un hexágono alargado, angular y relativamente plano, medía más de ocho kilómetros de largo, la mitad de eso en anchura. Su casco gruesamente blindado era del mismo gris deslustrado de las naves Zentraedis usadas en la primera Guerra Robotech; pero en contraste con esos gigantescos acorazados orgánicos, la fortaleza ostentaba una topografía que competía con aquella de un paisaje urbano. A lo largo del eje más largo de su superficie dorsal había una porción de superestructura de más de un kilómetro de alto que asemejaba los techos puntiagudos de muchas casas del siglo XX. Más adelante había una proyección cónica concéntricamente enrollada que Louie Nichols había bautizado “una teta Robotech”; en popa había enormes puertos de propulsores Reflex; y en otra parte, estaciones de armas, grietas profundas, enormes paneles de celosías, domos, torres semejantes a tenedores de dos dientes, escaleras y puentes, bahías de atraque blindadas, y las bocas articuladas de los innumerables cañones segmentados “como patas de insecto” de la nave.
Debajo de la cordillera serrada que los pilotos de la fortaleza habían escogido como su sitio de aterrizaje estaba Ciudad Monumento, y a varios kilómetros de distancia al otro lado de dos cordilleras ligeramente más altas, los restos de Nueva Macross y los tres montículos hechos por los humanos que marcaban el sitio de descanso final de las fortalezas super dimensionales.
Dana se preguntaba si la SDF-1 tenía algo que ver con esta última guerra. Si estos invasores eran en realidad los Maestros Robotech (y no alguna otra banda de merodeadores galácticos XT), ¿habían venido a vengar a los Zentraedi de alguna forma? O algo peor aún –como muchos estaban preguntando– ¿estaba la Tierra peleando una nueva guerra con Zentraedis micronizados?
Hija de un padre Humano y una madre Zentraedi –el único niño conocido de tal matrimonio– Dana tenía buenas razones para refutar esta última hipótesis.
Que algunos de los invasores eran humanoides era un hecho sólo recientemente aceptado por el Alto Mando. Apenas un mes atrás Dana había estado cara a cara con un piloto de uno de los mechas bípedos de los invasores –llamados Bioroids. Bowie Grant había estado aún más cerca, pero Dana era la que aún tenía que recobrarse del encuentro. De repente la guerra se había personalizado; ya no era máquina contra máquina, Hovertank contra Bioroid.
Aunque eso no importaba en lo más mínimo a los líderes endurecidos del GTU. Desde el fin de la Primera Guerra Robotech, la civilización Humana había estado en declive; y si no hubiese venido a ser Humanos contra alienígenas, ello probablemente habría sido Humanos contra Humanos.
Dana oyó un rugido sónico por los recolectores externos del Hovertank y miró al cielo lleno de guerreros Alpha de nueva generación, descendientes romos de los Veritechs.
El lugar estaba atestado de humo y fragmentos volantes por los estallidos de misiles, y de las trazas de los misiles. Mientras Dana miraba, un par de VTs terminaba una pasada sólo para que dos naves de asalto alienígenas se elevasen en el aire y los siguiesen. Dana gritó una advertencia por la red de Control Aéreo Avanzado (FAC), luego conmutó de la frecuencia de FAC a su propia red táctica porque la confrontación decisiva real había empezado; dos Bioroids azules se habían aparecido inesperadamente por detrás de pedrones rodados cerca de la fortaleza.
Los azules abrieron fuego y los ATACs lo contestaron con interés; el alcance era largo medio, pero descargas de energía y discos de aniquilación sesgaban y chapoteaban furiosamente, buscando objetivos. Al pedido de Dana, una escuadra de bombarderos de la Fuerza Aérea Táctica llegó para soltar unas cuantas docenas de toneladas de artillería convencional mientras que los TASCs emprendían su próxima pasada.
Abruptamente, una luz azul verde brilló desde la fortaleza, y un instante más tarde ésta yacía bajo un hemisferio de materia semejante a una rociada, un domo de telaraña radiante, y todos los rayos y sólidos entrantes salpicaban inocuamente de ello.
Pero el enemigo podía disparar a través de su propio escudo, y lo hizo, derribando a dos de los bombarderos que se retiraban y a dos VTs que se acercaban con fuego de cañones. Cualquiera que fuera el daño al sistema de biogravedad, éste no había despojado visiblemente a la fortaleza de todo su estupendo poder.
La mano de Dana se estiró hacia la palanca de selección de modo. Ella armonizó sus pensamientos con el mecha y tiró la palanca hacia G, reconfigurando de Battloid a Gladiador. El Hovertank era ahora una SPG (self-propelled gun: cañón autopropulsado) de dos piernas acuclillada, con un único cañón extendiéndose delante de ella.
Cerca, en la cubierta escasa provista por afloramientos de granito de ladera y pedrones rodados sueltos, el resto del 15to –Louie Nichols, Bowie Grant, Sean Phillips, y el Sargento Angelo Dante entre otros– similarmente reconfigurados, estaba soltando andanadas contra la fortaleza estacionaria.
“¡Maldita sea, estos tipos son empedernidos!” Dana oyó a Sean decir por la red. “¡No se mueven ni un centímetro!”
Y no es probable que lo hagan, Dana lo sabía. Nosotros estamos luchando por nuestro hogar; ellos están luchando por su nave y su única esperanza de supervivencia.
“A este paso la lucha podría continuar por siempre,” Angelo dijo. “Es mejor que alguien piense en algo rápido.” Y todos sabían que él no estaba hablando de sargentos, tenientes, o alguien más que pudiera ser acusado de trabajar para ganarse la vida; el alto mando era mejor que comprendiera que estaba cometiendo una equivocación, o a la llegada de la tarde ellos necesitarían al menos un nuevo escuadrón de Hovertank.
Entonces Angelo avistó un azul que había ido a la carga por detrás una roca y se dirigía directamente hacia el Diddy-Wa-Diddy de Bowie. La actitud y la postura del mecha de Bowie sugería que estaba distraído, desconcentrado.
¡Condenado niño, distraído! “¡Cuidado, Bowie!”
Pero entonces Sean apareció en modo Battloid, disparando con el rifle/cañón, el azul tambaleándose cuando entró a los rayos llameantes, luego cayendo.
“Despierta y estáte alerta, Bowie,” Angelo gruñó. “Es la tercera vez hoy que cometes un error.”
“Lo siento,” Bowie regresó. “Gracias, Sargento.”
Dana estaba ayudando a Louie Nichols y a otro soldado a tratar de hacer retroceder a los azules que estaban avanzando arrastrándose de cubierta en cubierta sobre sus barrigas, la primera vez que los Bioroids eran vistos hacer tal cosa.
“Estos sujetos no aceptarán un no como respuesta,” Dana se irritó, barriendo su fuego de un lado a otro sobre ellos.
***
Cámaras a control remoto situadas conveniente a lo largo del perímetro de la batalla traía la acción a los cuarteles generales. Un sonido corto y agudo intermitente (como una disparatada clave Morse) y barras de ruido horizontal interrumpía la transmisión de vídeo. Sin embargo, el cuadro era claro: las unidades Blindadas Tácticas estaban recibiendo una paliza.
El Coronel Rochelle ventiló su frustración en una lenta exhalación de humo, y apagó aplastando su cigarrillo en el ya lleno cenicero. Allí había otros tres oficiales con él en la larga mesa, en cuya cabeza estaba sentado el General de División Rolf Emerson.
“El enemigo no está mostrando ningún signo de rendición,” Rochelle dijo después de un momento. “Y el Decimoquinto se está cansando rápidamente.”
“Golpeémoslos más duro,” el Coronel Rudolph sugirió. “Tenemos al comandante del ala aérea esperando. Un golpe quirúrgico –nuclear, si es necesario.”
Rochelle se preguntó cómo el hombre había alcanzado su rango actual. “Ni siquiera consignaré esa sugerencia. No tenemos un conocimiento bien definido del escudo de energía de esa nave. ¿Y qué ocurriría si las cartas no nos favorecen? La Tierra estaría acabada.”
Rudolph parpadeó nerviosamente detrás de sus anteojos gruesos. “No veo que la amenaza vaya a ser mayor que los ataques ya lanzados contra Monumento.”
Butler, el oficial del estado mayor sentado enfrente de Rudolph habló al respecto. “Esta no es la Guerra de los Mundos, Coronel –al menos no todavía. Ni siquiera sabemos qué quieren de nosotros.”
“¿Tengo que recordarles señores sobre el ataque a Isla Macross?” La voz de Rudolph tomó un filo más duro. “Veinte años atrás no es exactamente historia antigua, ¿no es así? Si vamos a esperar por una explicación, podríamos rendirnos también en este momento.”
Rochelle estaba asintiendo con su cabeza y encendiendo otro cigarrillo. “Yo estoy en contra de una escalada en este punto,” él dijo, humo y aliento saliendo.
Rolf Emerson, las manos enguantadas plegadas delante de él en la mesa, estaba sentado en silencio, acogiendo las evaluaciones y opiniones de su personal pero diciendo muy poco. Si se le dejara a él decidir, intentaría abrir un diálogo con los invasores invisibles. Ciertamente, los alienígenas habían dado el primer golpe, pero habían sido las Fuerzas de la Tierra quienes les habían estado aguijoneando en continuos ataques desde entonces. Desafortunadamente, sin embargo, él no era el escogido para decidir las cosas; él tenía que contar con el Comandante Leonardo para eso... Y que el cielo nos ayude, él pensaba.
“¡No podemos sólo dejarles sentarse allí!” Rudolph estaba insistiendo.
Emerson aclaró su voz, en voz suficientemente alta para atravesar las conversaciones separadas que estaban en progreso, y la mesa se acalló. Los monitores de audio trajeron el ruido de la batalla a ellos una vez más; en concierto, los cristales de las ventanas de permaplas resonaban con los sonidos de las explosiones distantes.
“Esta batalla requiere más que sólo hardware y personal competente, señores... Les devolveremos el terreno que hemos tomado porque no nos es de utilidad en este momento. Retiraremos nuestras fuerzas temporalmente, hasta que tengamos un plan viable.”
***
El 15to agradeció las ordenes de retirarse y cesar el fuego. Otras unidades estaban reportando graves bajas, pero su equipo había sido afortunado: siete muertos, tres heridos –números que habrían sido juzgados insignificantes hace veinte años, cuando la población de la Tierra era más que sólo un puñado de sobrevivientes endurecidos.
Emerson despidió a su personal, regresó a su oficina, y pidió encontrarse con el comandante supremo. Pero Leonard lo sorprendió diciéndole que se quedase en su sitio, y cinco minutos después entró tempestivamente por la puerta como un toro airado.
“¡Tiene que haber una manera de vencer a esa nave!” Leonard denostó. “¡No aceptaré la derrota! ¡No aceptaré el statu quo!”
Emerson se preguntó si Leonard habría aceptado el statu quo si él hubiera sudado la mañana en el asiento de un Hovertank, o un Veritech.
El comandante supremo era el opuesto de Emerson en apariencia así como en temperamento. Era un hombre masivo, alto, de cuello grueso, y de pecho ancho, con una enorme cabeza pelada, y quijadas marcadas que ocultaban lo que una vez habían sido los rasgos fuertes y angulares, rasgos prusianos, tal vez. Su uniforme estándar consistía en pantalones blancos, botas de cuero negro, y un largo sobretodo castaño ribeteado en los hombros. Pero dominante en este conjunto había una enorme hebilla de cinto de cobre, la que parecía simbolizar la inequívoca solidez materialista del hombre.
Emerson, por otra parte, tenía una cara guapa con una mandíbula fuerte, cejas gruesas, largas y bien dibujadas como alas de gaviota, y ojos oscuros y sensitivos, más cercanos de lo que deberían, en cierto modo un aspecto amenguante o de otra manera inteligente.
Leonard comenzó a pasearse por la habitación, sus brazos cruzados en su pecho, mientras que Emerson permanecía sentado en su escritorio. Detrás de él había una pantalla de pared cubierta con exhibiciones esquemáticas de despliegue de tropas.
“Tal vez el plan de Rudolph,” Leonard meditó.
“Me opongo fuertemente, Coman–”
“Usted es demasiado precavido, Emerson,” Leonard interrumpió. “Demasiado precavido para su propio bien.”
“No teníamos alternativa, Comandante. Nuestras pérdidas–”
“¡No me hable de pérdidas, hombre! ¡No podemos dejar que estos alienígenas nos atropellen! Yo propongo que adoptemos la estrategia de Rudolph. Un golpe quirúrgico es nuestro único recurso.”
Emerson pensó en oponerse, pero Leonard había girado y dejado caer estrepitosamente las palmas de sus manos sobre la mesa, callándolo casi antes de que empezara.
“¡No toleraré ninguna demora!” el comandante le advirtió, las mandíbulas de bulldog sacudiéndose. “¡Si el plan de Rudolph no encuentra su aprobación, entonces presente uno mejor!”
Emerson sofocó una réplica y desvió sus ojos. Por un instante, la cabeza afeitada del comandante a centímetros de la suya, él entendió porque Leonard era conocido por algunos como Pequeño Dolza.
“Desde luego, Comandante,” él dijo obedientemente. “Comprendo.” Lo que Emerson entendía era que el Presidente Moran y el resto del consejo del GTU estaban comenzando a cuestionar la aptitud de Leonard para mandar, y Leonard estaba sintiendo que le apretaban los tornillos.
La mirada fría de Leonard permaneció en su lugar. “Bien,” él dijo, cierto de que había quedado claro. “Porque quiero un fin para toda esta locura y lo estoy haciendo responsable... Después de todo,” él añadió, volviéndose y alejándose, “se supone que usted es el hombre milagroso.”
***
El 15to tenía una vista clara de la línea montañosa dentada y de la fortaleza caída desde sus habitaciones en el duodécimo piso en el recinto de cuarteles. Entre el recinto y los picos gemelos que dominaban la vista, la tierra estaba sin vida e incurablemente áspera, craterizada por los innumerables rayos de muerte Zentraedi llovidos sobre ella casi veinte años antes.
La sala de alistamiento de los cuarteles era elegante para cualesquiera normas actuales: espaciosa, bien iluminada, equipada con características más convenientes para una habitación de recreación, incluyendo vídeo juegos y una barra. La mayor parte del escuadrón estaba agotado, ya en la cama o en camino, excepto por Dana Sterling, demasiado conectada para dormir, Angelo Dante, quien necesitaba poco de ello en cualquiera ocasión, y Sean Phillips, quien estaba más que acostumbrado a largas horas.
El sargento no podía apartarse de la vista y parecía desear vehemente regresar a la batalla.
“Aún deberíamos estar allí peleando –¿estoy en lo cierto o estoy en lo cierto?” Angelo pronunció, dirigiendo sus palabras a Sean sólo porque él estaba sentado cerca. “Estaremos luchando esta guerra hasta que seamos ancianos a menos que derrotemos a esos monstruos con una gran jugada; el silbato suena y todos van.”
A los veintiséis, el sargento era el miembro más viejo del 15to, también el más alto, el más ruidoso, y el más implacable –como los sargentos no debían ser. Él había encontrado la horma de su zapato para su impulsividad en Dana, y la imprudencia en Sean, pero los resultados finales aún tenían que ser dichos.
Sean, la barbilla descansando en su mano, tenía su espalda vuelta hacia las ventanas y hacia Angie. Presunto Casanova de cabellos largos del 15to y de casi cada dos equipos en los cuarteles, él imaginaba conquistas de una clase más suave. Pero en ese momento estaba demasiado exhausto para campañas de cualquier clase.
“El alto mando deducirá qué hacer, Angie,” él dijo al sargento cansadamente, aún considerándose un teniente sin importar qué pensaba el alto mando de él. “¿No lo haz oído? Lo saben todo. Personalmente, estoy cansado.”
Angelo dejó de pasearse, mirando a su alrededor para asegurarse de que Bowie no estaba allí. “¿Por cierto, qué se ha hecho de Bowie?”
Esto pareció despabilar a Sean un poco, pero Angelo declinó a seguir su comentario con una explicación.
“¿Por qué? ¿Está en problemas? Debiste haber dicho algo durante el interrogatorio.”
El sargento puso sus manos en sus caderas. “Él ha estado fastidiando las cosas. Ese no es un problema en combate; es un mal funcionamiento mayor.”
***
Algunos habrían esperado que la presencia de la fortaleza lanzase un paño mortuorio sobre la ciudad, pero ése no era el caso. De hecho, en apenas el tiempo de una semana la a menudo silenciosa nave (excepto cuando era agitada por los ejércitos de la Cruz del Sur) se había convertido en un rasgo aceptado del paisaje, y algo así como un objeto de fascinación. Si el área del sitio del estrellamiento no hubiese sido acordonada, es probable que la mitad de Monumento habría fluido a las colinas con las esperanzas de atrapar un vislumbre de la cosa. Como lo fue, el negocio continuó como de costumbre. Pero los historiadores y comentadores fueron rápidos para ofrecer explicaciones, apuntando al comportamiento del populacho de ciudades sitiadas del pasado, Beirut del último siglo, e innumerables otras durante la Guerra Civil Global al fin del siglo.
Incluso Dana Sterling, y Nova Satori, la fría pero atractiva teniente de la Policía Militar Global, no eran inmunes al encantamiento ominoso de la fortaleza. Aunque ambas habían visto el lado más mortal de su naturaleza revelarse.
En este momento ellas compartían una mesa en uno de los cafés más populares de Monumento –un piso embaldosado como un tablero de ajedrez, mesas redondas de roble, y sillas de hierro forjado– con una vista de la fortaleza que sobrepasaba la vista de los cuarteles.
La suya había sido menos que una relación sin defectos, pero Dana había hecho un trato consigo misma para tratar de hacer las paces. Nova fue complaciente y dispuso de una hora más o menos.
Ambas vestían sus uniformes, sus tecno-vinchas en su lugar, y como tal las dos mujeres parecían un par de sujetalibros militares: Dana, baja y flexible, con un globo de cabello rubio revuelto; y Nova más alta, con su cara pulida y espesa caída de cabello negro.
Pero apenas coincidían sobre las cosas.
“Tengo muchos sueños,” Dana estaba diciendo, “del tipo despierto y del tipo durmiente. A veces sueño sobre encontrar un hombre y volar hasta el borde del universo con él–”
Ella se contuvo abruptamente. ¿Cómo en el mundo entero ella había llegado a este tema? Ella había empezado a disculparse, explicando las presiones bajo las que ella había estado. Entonces de algún modo ella había considerado confiar a Nova las imágenes inquietantes y trances concernientes al piloto del Bioroid rojo, el llamado Zor, no segura de si la teniente de la PM se sentiría moralmente obligada a reportar el asunto.
¿Quizá ello tenía algo que ver con estar mirando a la fortaleza y saber que el Bioroid rojo estaba allí afuera en alguna parte? Y entonces de repente ella estaba balbuciendo sobre sus fantasías de niñez y Nova la estaba estudiando con una mirada de traigan una camisa de fuerza.
“¿No piensas que es tiempo de madurar?” dijo Nova. “¿Tomar la vida un poco más seriamente?”
Dana giró hacia ella, el hechizo roto. “¡Escucha, estoy tan atenta al deber como la persona de al lado! No conseguí mi comisión debido a quienes son mis padres, así que no seas condescendiente –¿huh?”
Ella se puso de pie de un salto. Un enorme PM acababa de entrar con Bowie, luciendo avergonzado, caminando detrás. El PM saludó a Nova y explicó.
“Lo atrapamos en una taberna fuera de los límites, señora. Él tiene un pase válido, ¿pero qué debemos hacer con él?”
“¡Ni una palabra, Dana!” Nova advirtió. Entonces ella preguntó al PM, “¿En qué lugar fuera de los límites?”
“Un bar en el Gauntlet, señora.”
“Espere un minuto,” dijo Bowie, esperando salvar su cuello. “¡No era un bar, señora, era un club de jazz!” Él miró atrás y delante entre Nova y Dana, buscando la línea de menor resistencia, dándose cuenta todo el rato que había una línea delgada entre bar y club. Pero ser arrestado por beber le iba a costar más puntos que vagar en una zona prohibida. Quizá si él mostraba la culpa que ellos obviamente esperaban que él sintiese...
“¡Que son conocidos por despojar de todo a soldados que despiertan sangrando en algún callejón!” Nova dijo bruscamente. “¡Si el ejército no necesitase a cada ATAC en este momento, dejaría que lo piense por una semana en el calabozo!”
Nova estaba forzando el tono duro en su voz. Lo que ella en realidad sentía era más cercano a diversión que ira. En cualquier momento ahora Dana trataría de intervenir en beneficio de Grant; y Grant estaba destinado a enredarse de nuevo, lo que entonces se reflejaría en Dana. Nova sonrió por dentro: se siente tan bien llevar la ventaja.
Bowie estaba tartamudeando una explicación y una disculpa, lejos de ser sincero, pero de algún modo convincente. Nova, sin embargo, puso un fin rápido a ello y pasó a leerle la ley de sedición.
“Y además, yo aprecio enteramente la presión bajo la que todos ustedes han estado, pero no podemos afrontar ser indulgentes en casos especiales. ¡¿Me entiende, soldado?!”
La implicación fue más que clara: Bowie estaba siendo advertido de que su relación con el General Emerson no sería tomada en cuenta.
Dana estaba mirando fríamente a Bowie, asintiendo junto con la lectura de la teniente, pero al mismo tiempo estaba arreglándoselas para deslizar a Bowie un guiño sagaz, como diciendo: Sólo estáte de acuerdo con ella.
Bowie lo entendió finalmente. “¡Prometo no hacerlo de nuevo, señor!”
Entretanto Nova había girado hacia Dana. “Si la Teniente Sterling está dispuesta a responsabilizarse por ti y mantenerte fuera de problemas, dejaré pasar este incidente. Pero la próxima vez no seré tan indulgente.”
Dana consintió, su tono sugiriendo que a Bowie Grant le esperaban cosas ásperas, y Nova despidió a su agente.
“¿Deberíamos terminar nuestro café?” Nova preguntó insinuantemente.
Dana pensó cuidadosamente antes de responder. Nova llevaba mala intención, pero Dana vio repentinamente una manera para volcar el incidente a su favor. Y Bowie también.
“Creo que sería mejor si empiezo a probarme ante usted haciéndome cargo de mi nueva responsabilidad,” ella dijo tiesamente.
“Sí, haz eso,” Nova pronunció despacio, sonando como la Bruja Malvada del Oeste.
***
Más tarde, caminando de regreso a los cuarteles, Dana tuvo unas palabras serias con su carga.
“Nova no está jugando. La próxima vez ella probablemente te alimentará a las pirañas. Bowie, ¿qué sucede? Primero lo estropeas en combate, luego vas a buscar problemas en la ciudad. ¿Y por cierto, dónde robaste un pase válido?”
Él se encogió de hombros, la cabeza colgando. “Mantengo reservas. Lo siento, no quise causar ninguna fricción entre tú y Nova. Eres una buena amiga, Dana.”
Dana le sonrió. “Muy bien... Pero hay algo que puedes hacer por mí...”
Bowie estaba esperando a que ella terminase, cuando la mano abierta de Dana llegó sin advertencia y lo abofeteó enérgicamente en la espalda –casi tirándolo al piso– y con ello lo espontáneo de Dana: “¡Anímate! ¡Todo estará bien!”