Capítulo 8

Vamos, gente, hemos hecho esto antes y podemos hacerlo de nuevo. No hay uno de nosotros –excepto por los niños– que no haya visto nuestras casas y vidas destruidas por las salvas y los misiles de una facción u otra. Así que, recuerden aquellos días, recuerden cómo tuvimos que construir y reconstruir. Y recuerden que nunca perdimos de vista el mañana. Podemos apoyarnos mutuamente y salir de esto, o todos podemos retirarnos a nuestra miseria individual y perderlo todo. Se lo dejaré a todos y cada uno de ustedes. Pero yo sé lo que voy a hacer: ¡voy a arremangarme, a tomar esta pala, y a sacarme de este revoltijo!

Del discurso del Mayor Tommy Luan a los residentes de SDF-1 Macross, como se cita en El Alto Mando de Luan

El botín humano que resultó de la incursión de los Bioroids en Ciudad Monumento fue almacenado en una enorme esfera estasis dentro de la nave insignia en tierra de los Maestros –una esfera luminiscente de más de quince metros de diámetro que una vez había sido usada para almacenar a los clones especímenes derivados de los tejidos celulares del científico Tiroliano, Zor. De las trescientas y pico de víctimas del secuestro, sólo setenta y cinco habían sobrevivido a la experiencia. Estos hombres, mujeres, y niños estaban flotando sin peso en la cámara gaseosa ahora, mientras los Maestros contemplaban desapasionadamente. Había llegado la hora de someter a uno de los prisioneros a un sondeo cerebral xilónico para determinar no solo la composición psicológica de los humanos, sino para averiguar su envolvimiento con la Protocultura también.

A la orden de los Maestros un rayo antigravedad recuperó uno de los machos terrícolas inanimados y lo transportó a la mesa de sondeo mental, una plataforma circular algo así como una mesa de luz, iluminada por el sistema de circuitos interno de sus numerosos dispositivos de exploración. El sujeto era un joven técnico, todavía en uniforme, su bien parecida cara una máscara de muerte. Él fue cuidadosamente colocado supino sobre la superficie transparente de la plataforma por el rayo antigravedad, mientras que los Maestros se colocaban en la consola de control de la mesa, un aparato semejante a un tazón ligeramente más grande que el escáner xilónico, su borde una serie de almohadillas de activación sensibles a la presión.

“¿Pero podremos extraer la información que deseamos de lo que es indudablemente un ejemplo inferior de la especie?” Bowkaz sugirió a sus compañeros. Su elección se había basado en el hecho que éste vestía un uniforme de las Fuerzas Terrestres; había habido prisioneros de rango más alto, pero habían expirado en tránsito.

“Al menos seremos capaces de determinar la profundidad de su confianza en la Protocultura,” Dag replicó.

Seis manos arrugadas fueron puestas sobre las almohadillas sensoras; la voluntad combinada de tres mentes dirigía el proceso de exploración. Imágenes de rayos X y esquemáticos internos del humano eran mostrados en la pantalla central de la consola de control.

“Su desarrollo evolutivo es más limitado del que pensábamos,” Shaizan comentó.

Cuando las sondas fueron enfocadas en los centros de memoria cerebrales, imágenes de vídeo reemplazaron los gráficos de montaña rusa; estos así llamados esquemáticos mnemónicos traducían en realidad los pulsos cerebrales electroengrámicos a longitudes de onda visuales, permitiendo a los Maestros ver el pasado del sujeto. Lo que se ejecutó en la pantalla del monitor circular fueron escenas que eran cierta extensión arquetípica humana: recuerdos preverbales de la infancia, recuerdos de la vida escolar, entrenamiento de cadete, momentos de amor y pérdida, belleza y dolor.

Los Maestros tenían pocos problemas entendiendo las imágenes de entrenamiento e inducción jerárquica, pero estaban menos seguros cuando las escenas contenían cierta medida de contenido emocional.

“Estructura de comando poco eficiente y sistema de armas grotescamente primitivo,” Bowkaz ofreció, cuando recuerdos militares salieron a la superficie.

Ahora una imagen efímera de una corrida por un campo de hierbas verdes y altas de la Tierra, una compañera junto a...

“¿Es esta la contraparte femenina del espécimen?”

“Muy probablemente. Nuestros estudios previos han mostrado que los dos sexos se entremezclan bastante libremente y que los terrícolas aparentemente seleccionan compañeros específicos. Creo que estamos viendo un ejemplo de lo que puede ser aludido como el ritual del cortejo.”

“Un patrón de comportamiento barbárico.”

“Sí... La especie se reproduce a través de un proceso de parto autónomo. No hay evidencia de ingeniería biogenética de ninguna clase.”

“Al azar... tonto,” murmuró Dag.

“Pero algo sobre ellos es aprensivo,” dijo Shaizan. “No es de extrañar que los Zentraedi fueran derrotados.” Él alzó sus envejecidas manos de las almohadillas sensoras, efectivamente desactivando la sonda.

El joven cadete sobre la mesa se sentó, aparentemente no afectado y despierto; pero no quedaba vida en sus ojos: sea cual fuera alguna vez su identidad individual había sido sacada de él por la sonda de los Maestros, y lo que quedaba estaba vacío de consciencia, como una mano limpiada de las huellas digitales y las líneas, esperando ese primer pliegue y flexión...

“Hay poca oportunidad de usar a estos seres para pilotear nuestros Bioroids,” Bowkaz pronunció. “El solo proceso de exploración ha destruido gran parte del sistema nervioso de este individuo. Necesitaremos reacondicionar a cada uno de ellos para satisfacer nuestro propósito...”

Pero si esta parte de su plan estaba frustrada, era al menos alentador haber aprendido que no todos los humanos tenían conocimiento de la Protocultura, excepto desde el punto de vista de su aplicación al realce de la tecnología. Ellos aún no habían descubierto su verdadero valor...

“... Y esto es nuestra ventaja,” dijo Dag. “Ignorantes, ellos no se opondrán a que quitemos la matriz de la Protocultura de las ruinas de la fortaleza dimensional de Zor.”

“Pero debemos impedirles que lleven a cabo estos ataques contra nosotros. ¿Se podrá razonar con ellos?”

Bowkaz frunció el entrecejo. “Pueden ser amenazados.”

“Y fácilmente manipulados... siento que ha llegado la hora de pedir una nave de rescate.”

“Pero estamos tan cerca de nuestra meta,” Dag se opuso.

Shaizan miró a su compañero. Había un elemento inconfundible de impaciencia en la actitud de Dag, seguramente un contagio diseminado por los terrícolas a los que se les había permitido explorar la fortaleza. O tal vez por los mismísimos especímenes que los Bioroids había traído. Mayor razón para abandonar la superficie del planeta tan pronto como fuera posible.

“Ha llegado la hora de que activemos a Zor Prime y lo insinuemos entre los humanos. El clon se asemeja tanto a ellos que lo aceptarán como uno de los suyos.”

Bowkaz concurrió. “Lograremos un propósito doble: implantando un neuro sensor en el cerebro del clon, seremos capaces de monitorear y controlar sus actividades.”

“¿Y en segundo lugar?” Dag preguntó ansioso.

“La realización de nuestro plan original para el clon: a medida que la contaminación lo vaya tomando, las imágenes nerviosas de Zor serán despertadas. Y una vez que eso ocurra, no sólo sabremos precisamente dónde ha sido ocultado el dispositivo de la Protocultura, sino exactamente cómo opera.”

Shaizan casi llegó a sonreír. “El Invid será detenido y la galaxia será nuestra una vez más.”

Bowkaz miró al sujeto humano, luego la esfera estasis misma. “¿Y qué hacemos con éstos?” él preguntó a sus compañeros.

Shaizan volvió su espalda. “Destruirlos,” él dijo.

“El espécimen está en posición y el eliminador de protón está listo,” reportó el técnico del bio-laboratorio.

***

El Comandante Leonard se acercó a la ventana de observación de permaplas y dio una última mirada al androide alienígena. Éste había sido extendido sobre su espalda en una plataforma central al enorme tanque de saneamiento. Curiosamente, alguien en forense había pensado en volver a vestir a la cosa disecada con su uniforme. Por ende, esta disposición rutinaria estaba comenzando a sentirse más como una vigilia que algo más, y a Leonard no le gustaba eso ni un poco.

La cámara de saneamiento se asemejaba al barril sellado de un revólver enorme, su superficial interior curva un conjunto de puertos circulares vinculados por conductos a tanques de químicos depuradores o aceleradores de rayos de partículas. Nadie había esperado que el comandante supremo hiciera una visita casual, y sólo era la ocurrencia la que explicaba su presencia –él y su comitiva habían estado en el área y el Coronel Fredericks de la PMG lo había invitado a testificar el proceso. Rolf Emerson también estaba presente.

Leonard estaba poco más o menos listo a dar al técnico la señal de proceder, cuando la Teniente Sterling entró corriendo, instándole a esperar, instándole a que no de la señal.

“Comandante,” ella dijo sin aliento. “No puede sólo destruirlo. Él debe ser regresado a su gente. Tal vez podamos negociar–”

Leonard aún estaba ardiendo por las interrupciones de Dana en la presentación del informe, así que él giró hacia ella ásperamente ahora, gesticulando hacia la forma sin vida en el tanque. “¡Es una pieza no pensante de protoplasma aún cuando estaba viva, Teniente! ¡¿En realidad cree que los alienígenas negociarían por esto?!”

Rolf Emerson estaba listo a sacar a rastras a Dana antes que ella pudiera responder, pero ella ignoró su mirada iracunda, hasta levantó su voz un poco. “¿Por qué ‘piezas no pensantes de protoplasma’ se molestarían en tomar rehenes humanos, Comandante? ¡Responda eso!”

Leonard cejó y miró a su alrededor, preguntándose si alguien sin una autorización había oído el comentario de Sterling. Fredericks comprendió, y se colocó detrás de Dana, suavemente tomando asidero de sus brazos.

“¡Suélteme!” Dana dijo por sobre su hombro.

Fredericks retrocedió, luego dijo en tonos bajos: “Cálmese, Teniente. No se tomaron rehenes ayer, sólo hubo bajas. Y en todo caso, este asunto no tiene nada que ver con usted.”

“¡Activar!” Dana oyó al comandante decir. Él se había vuelto, las manos cruzadas detrás de su espalda, dibujada la silueta contra la ventana de observación ahora cuando un destello de luz brillante desintegraba el cadáver alienígeno. Enseguida productos químicos fluyeron de dos puertos quitando cualquier rastro remanente de tejido.

Dana quedó inmóvil; indiferente a Leonard cuando él la empujó con los hombros al pasar, desechándola. Fredericks y Emerson se acercaron a ella.

“Ya, Teniente,” el coronel de la PMG empezó siniestramente.

“¡¿Quíteme sus manos de encima?!” Dana dijo a gritos, liberándose de su puño.

Rolf se colocó frente a ella. “Dana,” él dijo, controlado pero obviamente furioso, “considerando su historial, se arriesga mucho viniendo aquí de esta manera. Usted sabe que el castigo por insubordinación es severo –y no piense ni por un momento que intervendré en su favor.”

“¡Sí, por supuesto. Señor!”

Rolf se ablandó algo. “Créeme, comparto tu preocupación que el Comandante Leonard ha sido demasiado resuelto en este asunto, pero no estoy en posición para debatir sus acciones y tampoco tú. ¿Está claro?”

Los labios de Dana eran una línea delgada. “Claro, señor,” ella dijo tiesamente. “Claro como el día.”

***

El 15to, al igual que muchos de los otros escuadrones del ATAC, había sido asignado al deber de limpiar el terreno de restos del enemigo. Había secciones de Ciudad Monumento no tocadas por el ataque reciente, pero esto estaba más que compensado por la devastación en otra parte. Sin embargo, todo seguía igual para los civiles: gracias a la Robotecnología, la reconstrucción no era la tarea que hubiera sido veinte años atrás, aunque había relativamente pocas unidades mecha asignadas a la construcción. Muchos se admiraban de cómo Macross había podido reconstruirse tan a menudo sin la ventaja de las técnicas y materiales modernos, sin mencionar las innovaciones de diseño modular. Uno oiría historias sobre Macross constantemente, comparaciones y tales cosas, pero lo que siempre surgía era un sentido de nostalgia por las maneras más viejas y crudas, nostalgia por un cierto espíritu que se había perdido.

La generación de Dana no veía las cosas de esa manera, sin embargo. De hecho, ellos sentían que Monumento tenía más espíritu que cualquiera de sus prototipos. Mientras que la generación de Hunter se había educado durante una era de guerra –la Guerra Civil, luego la Robotech– Dana y sus pares habían disfrutado casi veinte años de paz. Pero ellos habían sido criados para esperar la guerra, y ahora que ella estaba aquí, ellos simplemente hicieron su parte, luego regresaron a las búsquedas hedonistas que siempre los habían gobernado y provisto de un equilibrio necesario a las predicciones oscuras de sus padres y ancianos.

De este modo, las operaciones de limpieza eran normalmente excusas para fiestas en grupo. Los civiles dejaban los refugios y empezaban a festejar tan pronto pudieran, y los miembros más jóvenes del Ejército de la Cruz del Sur eran tan fácilmente distraídos y seducidos...

“¡Date prisa, Bowie!” Dana gritó sobre su hombro, mientras ladeaba su Hovercycle en un giro.

Bowie estaba a unos seis cuerpos detrás de ella, con poder suficiente para alcanzarla, pero falto de ánimo. Ella lo había persuadido engañosamente de escabullirse de la patrulla para tomar unos cuantos tragos rápidos en el club que él frecuentaba cuando tenía permiso. Era un truco loco para cometer, pero Dana era inmune a sus advertencias. Cuál es la diferencia, ella le había dicho. El Alto Mando nunca escucha una palabra de lo que tengo que decir de todos modos, ¿así que por qué debería escucharlos?

Oh, él había concordado con ella, pero como siempre ella lo superaba.

“¡Hey, ve más despacio!” él le rogó desde su motocicleta. “¿Estás loca o qué?”

Era una pregunta tonta para preguntar a alguien que acababa de abandonar la patrulla, así que Bowie simplemente sacudió su cabeza y dio al mecha más poder.

El club (llamado Pequeña Luna, un término afectuoso para el Satélite Fábrica Robotech que había estado en órbita geosincrónica hasta la llegada de las naves alienígenas) estaba SRO (solamente se podía estar de pie) para cuando Dana y Bowie llegaron; estaba atestado en la pista de baile y más apretado que en los demás lugares. Pero Bowie disfrutaba de cierto prestigio porque tocaba allí muy a menudo, y no pasó mucho tiempo antes de que tuvieran dos asientos en la barra.

“Dame una botella de su mejor whisky escocés,” Dana dijo al cantinero. Ella le pidió a Bowie unírsele, pero él se rehusó.

“No sé lo que te está molestando,” él dijo, “¿pero no crees que podrías estar tratando esto de la forma equivocada? Me refiero a que, lograr que te metan al calabozo no probará nada–”

Dana lo acalló poniendo su mano sobre su boca. Su atención estaba remachada en alguien que acababa de aparecer en el escenario.

“Señoras y caballeros, muchachos y niñas, ricos y pobres,” el disc jockey anunció. “¡George Sullivan!”

Bowie hizo aun lado la mano de Dana y se inclinó alrededor de ella. Sullivan estaba haciendo una rápida reverencia para la multitud. Él era un hombre apuesto en sus tempranos treinta y bastante conservador además. Bien afeitado y de apariencia sana, él llevaba su cabello castaño ondeado en un tipo de jopo arcaico, y gustaba lucir fraques con solapas de terciopelo. Bowie nunca pudo comprender su encanto, aunque cantaba bastante bien.

“¡Qué atractivo!” Dana comentó.

Bowie hizo una mueca. “Tocamos juntos a veces.”

“¿Tú tocas con ese bombón? Bowie, debí haber viniendo a este club contigo hace mucho tiempo.”

Dana estaba demasiado preocupada para notar el encogimiento de indiferencia Bowie. “Es un recién llegado.” Sullivan había divisado a Bowie y estaba dejando el escenario y dirigiéndose hacia la barra, manoseado por algunos de los más mayores. “Viene hacia acá,” él le dijo a Dana serenamente. “No hagas un papelón.”

Los ojos de Dana chispearon cuando Sullivan estrechó la mano de Bowie. “Me alegra que hayas venido, Bowie,” Dana le oyó decir. “¿Te gustaría acompañarme en ‘It’s You’? Estoy teniendo algunos problemas con mi imagen romántica.”

Dana pensó que él era aún mejor parecido de cerca. Y olía maravillosamente. “Es difícil de creer,” ella dijo con voz aflautada.

Sullivan giró hacia ella. “¿Nos conocemos?” él dijo molesto.

“Esta es la Teniente Dana Sterling, George,” dijo Bowie.

Sullivan la miró con fijeza: ¿sus ojos se entrecerraron con interés justo entonces, o me lo imaginé,? Dana se preguntó. Él extendió el brazo para tomar su mano. “Es un placer,” ella dijo, refrenándose de darle el apretón de manos masculino que ella estaba acostumbrado a dar.

“El placer es mío,” dijo Sullivan, algo demasiado enérgicamente. Él sostuvo la mano de ella más tiempo del que tenía que hacerlo, comunicando algo con sus ojos que ella no pudo sondear.

***

Los tres Maestros estaban de pie frente a una pared curva altísima de luces estroboscópicas y esquemáticos centelleantes. Sus manos extendidas hacia las almohadillas sensoras de una consola de control.

“Los vectores están coordinados,” dijo el número tres. “Listos para interferir la red de comunicaciones de los Micronianos.”

“¡Comencemos inmediatamente!” dijo Shaizan, dándose cuenta demasiado tarde de la urgencia implicada por su tono. Bowkaz le preguntó por ello.

“¿Es esto impaciencia? ¡Ahora estás comenzando a dar muestras de contaminación!”

Shaizan gruñó ligeramente a través de dientes vestigiales y apretados, amarillos por la edad y el desuso.

“Suficiente,” dijo Dag, poniendo un fin rápido a la discusión. “Comiencen interferencia...”

***

Desde su despacho en Los Cuarteles Generales de la Tierra Unida, el Comandante Leonard hablaba con el primer ministro de la República vía vídeo teléfono. Un politiquero de bigotes blancos quien había trabajado al igual que Leonard para T. R. Edwards, el Presidente Moran vestía su insignia de oficial en su pecho derecho, y su arma de mano enfundada. Él había aprendido tácticas de Edwards, y eso lo hacía un hombre peligroso en realidad.

“Su Excelencia,” Leonard dijo respetuosamente, “debemos esperar hasta saber más sobre los alienígenas antes de lanzar un golpe preventivo. Francamente, mi personal está dividido–”

“La decisión final es por supuesto suya,” el presidente interrumpió. “Pero espero que comprenda que se está volviendo cada vez más difícil para mí defender su inacción. Si no es capaz de ello...”

Leonard trató de mantener sus emociones refrenadas cuando Moran dejó su amenaza inconclusa. “Entiendo mis obligaciones para con el consejo,” él dijo tranquilamente.

La cabeza de Moran asintió en el campo del monitor. “Bien. Espero que usted coordine sus planes de ataque cuanto antes.”

La imagen de la pantalla se desvaneció y Leonard pasó una mano por su cara en señal de frustración. ¡Maldigo a Edwards por dejarme para esto! él se dijo.

Pero repentinamente la pantalla estaba viva de nuevo: Leonard abrió sus ojos para ver barras de estática ondulantes y líneas de contorno multicolores. Entonces apareció una voz anexa a las oscilaciones –de tono alto y sintetizada, sin embargo su mensaje era claro.

“Consideren esto una advertencia final,” ella empezó. “Interfieran con nuestros intentos para dejar este planeta y enfrentarán la extinción.”

Una segunda amenaza en el mismo número de minutos.

La pantalla del monitor se puso deslumbrantemente blanca.