Capítulo 13
Él es el líder de una raza de clones,
Que ha venido a la Tierra a destrozar algunos huesos.
Él es el Bioroid con gran cantidad de luchas,
El Perturbador de tus sueños en la noche;
Él grita “¡Victoria, cariñito-oo, Victoria!
Soy invencible, soy alguien!”
la lujuria en un duelo con–
el Piloto Carmesí
“Piloto Carmesí,” música por Bowie Grant, lírica por Louie Nichols
Dana dejó las ventanas de su habitación abiertas esa noche, esperando que la luz de las estrellas y esos aromas perfumados le proveyesen un encantamiento adormecedor y la condujeran al sueño. Pero en vez de ello la luz formaba sombras amenazantes sobre la pared y los olores y sonidos la distrajeron. Ella se movió de un lado a otro y giró la mayor parte de la noche y justo antes de la salida del sol se deslizó en un sueño caprichoso plagado de pesadillas que las caracterizaba quien otro sino el piloto del Bioroid rojo. Como consecuencia ella se durmió tarde. Al despertarse, todavía a mitad del asimiento del miedo y el terror de la noche, ella corrió literalmente al simulador de batalla del complejo, donde escogió un escenario de combate Bioroid con base en tierra uno-D-uno-nueve, y exorcizó sus demonios aniquilando una imagen olográfica del piloto carmesí, estableciendo un nuevo puntaje en la máquina del tamaño de un mecha.
El ingresar sus siglas al paquete del software, sin embargo, no fue premio suficiente para estabilizar el patrón circular de sus pensamientos, y cargó una mezcla de ira y desconcierto con ella por el resto del día.
La puesta del sol la encontró vagando en la sala de alistamiento del 15to, donde Bowie estaba al piano, improvisando en la secuencia atonal de medias notas que él había oído en la cámara del arpa de Musica y que finalmente había sido capaz de recordar (e instrumentar). Angelo, Louie, Xavez, y Marino estaban haraganeando por ahí.
“Es bueno oírte tocar de nuevo,” Dana le cumplimentó. Ella trató de tararear la curiosa melodía. “¿Qué es eso?”
“Es lo más que puedo acercarme al arpa de Musica,” él le dijo, la mano derecha corriendo por el riff modulador de nuevo. Bowie puso ambas manos en ello ahora, improvisando un realce. “¿Qué clase de gente pueda crear música como ésta y aún sentirse capaz de matar?”
“No confundas a las personas con sus líderes,” Dana empezó a decir cuando Sean irrumpió en la sala. Él se dirigió en línea recta hacia ella y estaba sin aliento cuando habló.
“¡Teniente, no va a creer esto, pero tengo una noticia!”
“Dila,” ella dijo, sin una pista.
“Hice algunas investigaciones y descubrí a quién la PMG ha escondido en el piso noveno del centro médico. Es un piloto de Bioroid capturado –un piloto de Bioroid rojo.”
La boca de Dana quedó abierta. “¿Lo viste?”
Sean sacudió su cabeza. “Lo tienen bajo estrecha vigilancia.”
“¿Cómo averiguaste esto, Sean?” Bowie preguntó desde el taburete del piano.
Sean tocó con su índice su nariz. “Bueno, mi amigo, sólo digamos que rinde sus frutos amistarse con una linda enfermera de vez en cuando...”
Dana hizo un gesto de impaciencia. “¿Crees que sea él, Sean –Zor, al que vimos en la fortaleza?”
“No lo sé,” él confesó.
“Tengo que verlo,” ella dijo, comenzando a andar a pasos regulares.
“Esos policías militares pueden tener algunas ideas diferentes sobre eso,” Sean dijo a su espalda.
“Me tienen sin cuidado,” Dana escupió. “¡Tengo algunas preguntas, y ese piloto de Bioroid es el único capaz de responderlas!”
“Yeah, pero nunca llegará a verlo,” Louie Nichols hizo oír su voz.
Angelo también se había prendido en la conversación. “No sé lo que tenga en mente, Teniente, pero no creo que sea una buena idea meter nuestras narices donde no pertenecen.”
“En todo caso,” Louie indicó, “él probablemente está programado en contra de divulgar información. No es probable que consiga sacarle algo.”
“Probablemente tienes razón,” Dana coincidió. “Pero no creo que pueda dormir bien hasta que lo confronte cara a cara.”
Sean puso sus manos en su cintura y pensó por un momento. “Bueno, si significa tanto para usted, entonces hagámoslo. ¿Pero cómo vamos a entrar allí?”
Dana consideró esto, luego sonrió en comprensión repentina. “Tengo una idea,” ella rió; luego rápidamente agregó, “¡Ajústense sus cinturones, muchachos –va a ser una noche agitada!”
***
Una hora más tarde, un transporte de mantenimiento falso estaba rugiendo por las calles oscurecidas de Ciudad Monumento camino al centro médico. Louie tenía el volante. Al ser detenidos en la puerta, Angelo, en el asiento del acompañante, pasó deprisa una orden de requisición y reparación falsa al guardia soñoliento.
“Mantenimiento quiere que reparemos un inyector de iones roto en uno de sus secuenciadores de exploración de rayos X,” el sargento dijo deliberadamente.
El guardia se rascó ausentemente su casco e hizo una seña con la mano al vehículo para que pase. Al entrar en el garaje subterráneo, Louie dijo, “ Por cierto, los inyectores de ion no se rompen. “
“Rompen, shmupen,” Angelo rimó. “Nos izo pasar, ¿no es así?”
Louie dirigió el transporte a un área de estacionamiento apartada. Angelo saltó desde el asiento delantero y abrió de par en par las puertas posteriores: salieron de allí Bowie, Sean, Marino, y Xavez –todos con monos y gorros con visera– y Dana, en un uniforme de enfermera que era al menos tres tallas más pequeño y le ajustaba como una segunda piel. Louie y Bowie inmediatamente comenzaron a jugar con el teléfono del hospital y los interruptores de las líneas de comunicación, mientras que el resto de los hombres empezaron a desvestirse...
En la habitación del piso noveno de Zor, Nova puso a un lado su portapapeles para responder el teléfono. Una voz nasal en el otro extremo dijo:
“Esta es la oficina del Jefe de Personal Emerson, Teniente Satori, y el general solicita que usted se encuentre con él en el Ministerio cuanto antes.”
Nova mira con ceño al microteléfono combinado y lo colgó. Ella se disculpó con Zor por tener que irse tan repentinamente, y un minuto más tarde estaba en camino...
Bowie, quien tenía una reputación por las impresiones vocales, dejó de presionar su nariz e informó al equipo que Satori había mordido la carnada. Los monos fuera ahora, Angelo llevaba puesto zapatillas de dormitorio y una bata de tela de toalla no notable. Marino y Xavez estaban vestidos como ordenanzas. Sean vestía su uniforme usual.
“Muy bien,” Dana dijo al sargento, “haz tu jugada en diez minutos.”
“Nunca fallé una indicación,” Angelo prometió.
Nova dijo a las dos guardias de la PMG que estaban estacionados a ambos lados de la puerta a la habitación de Zor que mantuvieran sus ojos abiertos.
“Regresaré en breve,” ella dijo.
Al mismo tiempo, alguien presionó el timbre eléctrico afuera de la habitación en el séptimo piso de Marie Crystal. Ella estaba sentada en la cama, leyendo una revista de fisicoculturismo, la que ella rápidamente ocultó de la vista, deslizándose debajo de las sábanas y fingiendo estar dormida.
Un momento más tarde, las puertas se abrieron silbando y entró Sean.
Marie se enderezó, sorprendida. “¿Qué estás haciendo aquí a estas horas de la noche?”
Entretanto, en el primer piso, Dana, cargando un enorme bolso (su gorro de enfermera en su lugar), estaba escoltando una camilla hacia uno de los elevadores; la camilla era sostenida por Xavez y Marino, ambos llevando puesto máscaras quirúrgicas –para ocultar sus sonrisas tanto como cualquier otra cosa. Ellos entraron al elevador, presionando siete en el display de piso, precisamente cuando el ascensor adyacente se abría, permitiendo a Nova Satori salir.
Escalera arriba, Sean estaba arrodillado sobre una rodilla al lado de la cama de Marie. “Llegué a pensar... tú yaciendo aquí sola. Estaba preocupado por ti.”
“Oh, de veras,” ella regresó sarcásticamente.
“Seriamente,” él persistió. “Es una bella noche, Marie. Y pensé que te gustaría subir al techo y disfrutarla conmigo. ¿Un cambio de escenario, tú sabes?”
Marie rió. “Suena grandioso, pero estos doctores vigilan cada movimiento que hago.”
Sean se puso de pie y bajó su voz conspiradoramente. “¿Qué dirías si te prometo que no te meterás en ningún problema?”
Ella le dio una mirada de confusión.
“Lo arreglé todo con la administración,” él dijo con inocencia elaborada.
Marie no pudo evitar sospechar un poco. “¿Por qué yo, Sean?”
“Porque eres tan dulce y fina,” él la halagó. “¡No puedo evitarlo!” Entonces de repente hubo golpe corto y seco y ligero en la puerta y él pareció repentinamente impaciente. “Vamos, alístate. Tu limosina está aquí.”
Apenas María había pasado una mano por su pelo y cinchado su manto, cuando las puertas se abrieron silbando de nuevo. Dos ordenanzas enmascarados aparecieron conduciendo una camilla.
Marie se recostó, sobresaltada y pensándolo mejor. “Sean, no estoy segura de esto...”
“¿Qué sucede?” él dijo. “A caballo regalado no se le miran los dientes.” Sin advertencia él tiró de las cobijas de la cama, y un segundo más tarde, Marie se encontró en sus brazos, siendo cargada hacia la camilla que esperaba y esos ordenanzas sonrientes...
Tan pronto como el trío del 15to había transportado la camilla una distancia segura por el desierto pasillo, Dana entró deprisa en la habitación de Marie, se quitó el sombrero almidonado, y abrió la ventana. Ella se inclinó hacia fuera y miró hacia arriba: La habitación de Zor estaba dos pisos directamente arriba. De la bolsa de hombro, ella recuperó un arma de choque, una espiral corta de cuerda, y cuatro copas de succión de trepador. Ella colocó su brazo por el primero, y sujetó las copas a sus rodillas y muñecas. Apretó el arma de choque en el estrecho cinturón del uniforme. Una vez realizado eso, se subió al antepecho de la ventana y comenzó a trepar el lado marmóreo del edificio.
Al alcanzar el noveno piso, ella miró cautamente por la ventana, casi perdiendo su agarre cuando vio a Zor, el piloto carmesí, sentado en la cama de una plaza de la habitación, una chaqueta de uniforme sobre sus hombros. Ella se bajó cuando él pareció sentir su presencia y se volvió hacia la ventana. Ella permaneció allí durante varios segundos, luego verificó su reloj. Decía 9:29.
“Casi la hora,” ella dijo quietamente, fijando una cuerda al marco exterior de la ventana...
Exactamente a las 9:30 un Sargento Dante en bata de baño y pantuflas salió de uno de los elevadores del noveno piso. Tres guardias de la PMG estuvieron sobre él inmediatamente.
“Regrese al ascensor,” uno de ellos le dijo brevemente. “Este piso está cerrado al público.”
Angelo esperó a que las puertas se cerraran y entonces dijo: “Está bien, se me permite estar aquí arriba.” Él comenzó a caminar indiferentemente. Un segundo guardia lo refrenó.
“Verifiquen a este sujeto con seguridad,” el guardia ordenó a uno de sus compañeros. El hombre corrió al teléfono de pared, pero reportó con un grito que la línea estaba muerta.
Gracias a la alteración del sótano de Louie, Dante pensó.
“Déjenme ir, muchachos,” el sargento protestó contra los dos que le habían sujetado de los brazos. “¡Se los digo, estoy aquí para ver a mi esposa!”
“Cálmese, amigo,” dijo el que estaba a la izquierda de Dante. “Vamos a ir a dar un pequeño paseo. ¿Va a venir tranquilamente o tenemos que arrastrarlo?”
Dante sonrió internamente y se preparó para la batalla...
En su habitación a una distancia corta pasillo abajo, Zor oyó la conmoción y salió de la cama para investigar. Era toda la distracción que Dana necesitaba: ella ingresó de un salto por la ventana, su arma de choque en las manos.
“¡Quédese justo ahí!” ella dijo a Zor, quien estaba a poco de la puerta.
Zor giró y comenzó a caminar hacia ella, en silencio pero determinado.
“¡Retroceda!” Dana le advirtió, armando el arma y colocando ambas manos en el mango. “¡Si no se detiene, dispararé!”
Pero él no fue disuadido, un momento él estaba acechándola, y al siguiente a un metro sobre su cabeza en una supersalto que lo hizo aterrizar precisamente sobre el arma. Cuando éste salió volando de sus manos, Dana retrocedió, adoptando una pose defensiva y esperándolo que viniera.
Zor se inclinó hacia delante como para dar un paso, pero se agachó diestramente cuando ella salió con un gancho derecho. Él se tiró contra su abdomen, tirándola al piso fácilmente y sujetándola contra el piso, su mano izquierda sujetada en la muñeca izquierda de ella, su antebrazo derecho apretado contra su garganta, suficientemente firme para sofocar el aliento de ella.
“¿Por qué estás tratando de matarme?” él exigió. “¡¿Qué he hecho?!”
Dana jadeó por aire, alcanzando a decir: “¡Eres responsable por matar a hombres bajo mi comando!” ¡Y más!
Ella vio que sus ojos se abrieron ampliamente en sorpresa, sintió disminuir la presión contra su tráquea, y sacó el mayor provecho de ello, levantándolo con sus piernas y arrojándolo sobre la cabeza de ella. Pero el ágil alienígena aterrizó sobre sus pies después de una vuelta carnero hacia atrás, en posición agachada de combate cuando Dana se movió hacia él.
Él esquivó su patada lateral y cayó al piso, barriendo las piernas de Dana de debajo de ella con su pie derecho. Ella cayó duramente sobre el lado de su cara y perdió el conocimiento por un momento. Cuando ella levantó la vista, el alienígena tenía el arma apuntada hacia ella.
“Tú eres él,” Dana dijo, luchando por ponerse de pie. “El Bioroid rojo,”
“¡¿Qué dices?!” Él la interrogó.
Dana tenía sus puños apretados, sus pies separados para otro kata. “¡Tú eres al que vimos en los montículos –el que capturó a Bowie! ¡Y el de la fortaleza!”
Zor relajó su arma algo, su cara traicionando la perplejidad que él sentía. “Nova me dijo lo mismo,” él dijo con rostro preocupado. “¿Qué significa –Bioroid?”
Dana se enderezó de su pose. “¡¿Tu memoria sólo trabaja cuando estás matando a mis hombres, no es así?!” ella gritó. “¡Ni siquiera sé por qué me molesto contigo, alienígena!”
Zor cejó como si hubiese sido pateado. “¿Alienígena?” él pareció preguntarse; luego: “¡Soy un ser humano!”
Lo que él apenas pronunció: la poderosa patada frontal de Dana lo agarró directamente en la barbilla y lo hizo golpear estrepitosamente contra la pared. Él aún tenía el arma, pero ahora colgaba ausentemente a su lado.
“¡Yo estaba allí cuando te arrastraste fuera de ese Bioroid!” Dana bulló. “¡No lo niegues!” Ella estaba de pie esperando a que él se levantara, sus manos listas; pero el alienígena permanecía sobre sus rodillas, sangre saliendo de su boca..
“No lo haré,” él dijo contritamente. “Pero yo no era responsable por lo que estaba haciendo.” Zor la miró y dijo: “¡tienes que creerme!”
“¡¿Quién te hizo hacerlo?! ¡¿Quiénes son ellos?!” Dana exigió.
Resignado, Zor arrojó el arma a los pies de ella. “¿No puedes verlo?” él dijo, muy disgustado consigo mismo. “He perdido mi memoria...”
En los elevadores, Bowie Grant, con un abrigo blanco tan grande para su talla como el uniforme de Dana lo era pequeño para ella, había venido a ayudar a Angie. No era que el sargento necesitase ayuda: un guardia ya estaba inconsciente, el sujetado en el brazo izquierdo de Dante bien de camino, y el tercero estaba más de medio camino hacia allí. De algún modo, todos ellos habían perdido sus cascos en la lucha.
“Ah, disculpe, Sr. Campbell,” Bowie estaba diciendo con su mejor voz docta. “La habitación de su esposa está en el octavo piso.”
Dante arrojó a los dos guardias a un lado desechándolos y pasó a terminar su escena con Bowie, actuando para un público casi inconsciente.
“Así que cometí una equivocación, Doc –¡¿es esa alguna razón para que estos gorilas suyos estallasen contra mí?!”
Bowie, también, estaba deseoso de divertirse, especialmente ahora que los tres estaban recuperando el conocimiento. “Cálmese, Sr. Campbell. Sólo estaban haciendo su trabajo. Y usted difícilmente puede culparlos por eso, ¿correcto?”
Angelo rió brevemente y dejó a un Bowie silbante llevárselo...
La tonada que Bowie silbaba era una extraña, con una melodía inusual pero persistente. Era la señal de Dana para que hiciera su escape. Ella dijo este tanto a Zor quien estaba sentado ahora en el borde de la cama, su cabeza en sus manos.
“¿No puedes recordar nada en absoluto?” Dana preguntó por última vez.
“No, es irremediable,” Zor empezó a decir pero repentinamente levantó la vista al oír el sonido de la tonada silbada. “Esa música,” él dijo ansiosamente. “¡¿Qué es esa música?!”
Dana se arrodilló a su lado. “Uno de mis soldados la aprendió de una chica alienígena en la fortaleza,” ella explicó.
“¡Sí... la recuerdo!” Zor exclamó. “Una muchacha llamada... Musica.”
Dana quedó boquiabierta. “¡Es cierto!” Así que la visión de Bowie fue real después de todo, ella dijo para sí.
“Ni siquiera estoy seguro de cómo lo sé,” Zor se encogió de hombros...
En otra parte, la Teniente Nova Satori regresaba furiosa a los elevadores del centro médico. “¡Nadie me hace quedar en ridículo de esa manera!” ella hirvió en voz alta cuando las puertas del ascensor se cerraron...
“¡Pero esto es grandioso!” Dana estaba diciendo al alienígena, ya no ansiosa por dejar la habitación. “¡Parece que tu memoria está regresando!”
Zor sacudió su cabeza en desesperación.
Y repentinamente las puertas se abrieron silbando.
Dana pensó que podían ser Bowie y Angelo, pero cuando se volvió encontró a Nova Satori mirándola con odio.
“¡Tendré sus barras por esto, Sterling!” ella oyó a la teniente de la PMG decir. Dana dio dos pasos rápidos y se lanzó por la ventana, descendiendo a soga hasta la habitación de Marie con las amenazas de Nova sonando en sus oídos.