Capítulo 6
Pienso que pasé con facilidad el resto del reconocimiento en un tipo de trance, mis pensamientos tan envueltos alrededor del ¡Eureka! El encuentro de Bowie con Musica se había calzado en mi mente. La fortaleza de los Maestros se había destransposicionado de su viaje hiperespacial con las partículas del Continuo de la Cuarta Dimensión todavía adheridas a ella, limaduras de hierro hacia el imán –como la memoria misma, viva en el cerebro Humano a pesar de un transcurso de cálculo cronológico. Inmediatamente me puse a trabajar en una nueva teoría basada en la hipótesis de que ese tiempo, como la luz misma, estaba compuesto de paquetes de cuantos de materia que yo luego llamé cronons. A lo que finalmente llegué –años más tarde– no era nada más que un teorema adaptado de finales de siglo de Macek (entonces desconocido para mí): ¡si puedes tomar el tiempo y viajar, seguramente puedes viajar y tomar el tiempo!
Louie Nichols, Bailar con Agilidad
Diez de los trece originales de la Teniente Sterling habían retornado de la misión de reconocimiento; basado en las bajas sufridas por las fuerzas terrestres y el apoyo aéreo que habían contribuido con el operativo de penetración, esto resultó estar del lado inferior del promedio, y Dana encontró algo de consuelo allí. Pero no eran los números los que permanecían con ella, sino la imagen del soldado Jordon y Simon yaciendo en ese piso frío, bañada en la áspera luz de su Hovertank, sus vidas fluyendo fuera de ellos. Eso, y los breves momentos que ella y Bowie y Louie habían pasado en el corazón románico de la fortaleza. ¿Eran esos gemelos y trillizos clones Humanos, o habían sido moldeados de las partes de cuerpos que el Cabo Nichols había encontrado por casualidad durante la misión? Su corazón le decía que eran clones, hermanos y hermanas de su mitad Zentraedi, pero el cuartel general no estaba interesado en sus sentimientos; con toda razón, ellos necesitaban evidencia concreta, y el hecho triste era que los dispositivos de monitoreo habían cesado de funcionar temprano. Estaba, sin embargo, el Bioroid que el mecha de Dana se había llevado en secreto de la nave, y seguramente el piloto de esa nave alienígena enterraría todas estas preguntas; él o ella no necesitaría decir nada: sólo quedaba por ser visto si las Fuerzas de la Tierra estaban enfrentándose a androides o seres como ellos mismos.
Dana había repasado estos asuntos en su mente durante el interrogatorio y por ello, incapaz de dormir, ella había dejado su litera a mitad de la noche. La salida del sol la encontró a ella y a la mitad del 15to en la sala de alistamiento del cuartel. Todos ellos habían discutido de atrás para delante, incapaces de llegar a un consenso, así de variadas fueron sus experiencias individuales dentro de la fortaleza. El escuadrón estaba registrado para patrullar en menos de una hora, y ella desesperadamente buscaba convencerlos de que sus instintos eran correctos.
“¿Cómo pueden esperar que dispare a personas que muy bien podrían ser mis propios parientes?” Dana les había sugerido finalmente. Ella había sacado su arma de mano, y ahora tenía a la distante y silenciosa fortaleza horquillada en la mira de la pistola. El Sargento Dante entró a la sala precisamente entonces, y encontrándola así, puso una mano en su hombro.
“Yo, uh, no quiero interrumpir,” él dijo, despreocupado realmente por la ventana de permaplas de la sala.
Dana giró para soltarse de su mano, y frunció el entrecejo mientras enfundaba el arma.
“¿Práctica de tiro, eh? Es una lástima que no haya ningún alienígena por aquí para apuntarle.”
Dana esperaba ese tanto de Angelo. La misión sólo había servido para convencerlo de la verdad de sus más tempranas creencias: los alienígenas eran sólo creaciones biodiseñadas que habían sido programados para la guerra. Ella sabía que él sentía lo mismo sobre los Zentraedi, a pesar del hecho que su aspecto humano no solo había sido probado, sino aceptado por los mismos hombres y mujeres que una vez habían luchado contra ellos. Sean, Louie, y Bowie actuaban como si ellos no estuvieran en la sala.
“Usted es increíble, Sargento,” Dana dijo, disgusto e incredulidad en su voz. Ella miró a los otros por apoyo, pero no lo encontró. Ella sabía que Bowie coincidía con ella, especialmente ahora que él había tenido cierto tipo de encuentro propio dentro de la nave, pero él era demasiado tímido para tomar una posición. El voto aún recaía en Louie: al igual que el personal en el cuartel general, él iba a necesitar evidencia inequívoca antes de decir algo. Sean, como siempre, no tenía ninguna opinión de una u otra manera.
“¿Supongo que crees que debemos disparar a cada alienígena a la vista, huh? ¿Te haría eso feliz?”
Angelo sonrió con afectación. Era tan fácil afectarla. Pero ese no era realmente su propósito; él meramente quería llegar al lado humano de ella. “Bueno, estaríamos mucho más seguros, Teniente. Y no pienso que nadie del lado de ellos vaya a vacilar en dispararnos.”
Angelo había vuelto su espalda a ella y estaba alejándose, cuando un mensajero entró sin anunciarse por las puertas corredizas de la sala.
“Señor,” el ayudante dijo tiesamente, ofreciendo su saludo. “El General Emerson requiere su presencia. Debo escoltarla a usted y al Cabo Nichols al laboratorio del Dr. Beckett inmediatamente.”
Dana dijo al mensajero que esperase afuera. Ella puso el comando temporal del equipo en el Sargento Dante, sintiendo como si ella hubiera perdido una batalla menor.
***
Los Maestros Robotech sentían lo mismo.
Los tres habían convocado a sus triunviratos Científico y Político al nexo de comando de la fortaleza después de que los terrícolas habían hecho su escape temerario.
“Espero un reporte completo del daño a nuestra nave y una actualización de la posición de los Micronianos,” dijo el Maestro llamado Bowkaz. “Micronianos” era un término que los Maestros usaban al hablar de cualquiera de sus numerosos clones, un remanente de los tiempos de los Zentraedi.
Había una nota inconfundiblemente de desesperación en su voz, un hecho que al instante angustiaba y complacía a los tres clones Científicos –figuras andróginas, con rasgos exóticos y cabello largo en colores brillantes.
“La mayor parte del daño está aislado de los módulos de poder Reflex,” reportó el Científico de cabellos color miel. “Los Micronianos probablemente atacarán de nuevo. Deberíamos intensificar nuestro perfil de combate.”
“¿Cómo pudo llegar la situación a esto?” Dag preguntó retóricamente. Al igual que sus compañeros Maestros él tenía nariz de halcón y ojos líquidos, de aspecto monástico en la larga vestimenta cuyo triple cuello remedaba la estructura tripartita de la Flor de la Vida. “Nunca fue nuestra intención destruir a los Micronianos o a su planeta.”
Uno de los jóvenes Políticos habló sobre eso. Él se asemejaba a los Científicos en forma y figura, excepto por el hecho que él estaba vestido con mantos semejantes a togas, y por supuesto había sido biodiseñado para funciones políticas antes que científicas.
“Los Micronianos se sienten amenazados por nuestra presencia aquí,” él recordó a los Maestros ahora.
“Pero deben comprender que nuestros clones no están aquí para manipular su civilización,” dijo Shaizan, quien era de muchas formas el vocero verdadero de los Maestros, frecuentemente teniendo la obligación de comunicarse directamente con los Ancianos de Tirol. “La verdadera amenaza a nuestras razas son los parasíticos Invid, quienes vendrán en persona en búsqueda de la Protocultura.”
Lo que era y no era verdad: pero los Maestros estaban forzados a hacer sentir a sus clones que el viaje a la Tierra era más noble de lo que en realidad era.
“Debemos completar nuestra misión antes de que el Invid llegue,” Bowkaz contestó. “Los Micronianos son peligrosos y deben ser destruidos si continúan obstruyéndonos.”
“Coincido,” Dag dijo después de un momento de reflexión. “La ignorancia de los Micronianos de nuestro propósito y su inexperiencia con la Protocultura lo convierte en una amenaza peligrosa a nuestra causa.”
“Y muchos de nuestros propios pilotos de Bioroid han sido severamente heridos para montar un ataque efectivo contra ellos en este momento,” Bowkaz se apresuró a agregar.
“¿Resisten nuestros escudos?” Shaizan preguntó a los Científicos.
Representaciones esquemáticas de las capacidades del sistema de energía de la fortaleza cobraron vida en la pantalla de formada oval que llenaba los intersticios de la estructura como neurona del centro de mando.
“Estimamos una capacidad funcional de sólo veinte por ciento,” replicó uno de los Científicos. “Ni siquiera bastante poderoso para sellar las roturas en el casco de la fortaleza.”
“¿Si no podemos irnos y no podemos luchar, entonces qué opción nos queda?” preguntó un segundo.
Los tres Políticos y los tres Científicos esperaron los pronunciamientos de los Maestros. Finalmente fue Shaizan quien les respondió.
“Debemos usar a los Micronianos,” él dijo algo vacilantemente. “Primero tomaremos a algunos de su tipo y los someteremos a un sondeo cerebral xilónico para determinar si podemos o no convertirlos en los pilotos de Bioroid. Esto servirá un doble propósito: en primer lugar, nos permitirá fortalecer nuestras fuerzas. En segundo lugar, permitiendo a uno de estos pilotos rediseñados ser capturado, seremos capaces de convencer a los Micronianos de que han sido manipulados para combatir a su propio tipo. Esto nos comprará el tiempo que necesitamos para efectuar reparaciones o llamar a una nave de rescate. Entretanto, debemos reformular nuestro pensamiento y salir con un plan para asegurar la matriz de la Protocultura antes de que sea demasiado tarde.”
***
El esqueleto parcialmente disecada del Bioroid alienígena capturado yacía sobre su espalda en una enorme plataforma en el laboratorio del Centro de Defensa del Dr. Beckett. Los Coroneles Anderson y Green, junto con varios ingenieros y técnicos de computadora forenses, ya estaban de servicio cuando el General Emerson entró con Dana y Louie al remolque.
“Creo que encontrarán esto muy interesante,” Beckett dijo a modo de introducción.
Él era un hombre de apariencia indescriptible en sus avanzados treinta años, con anteojos gruesos y matizados de color ámbar y un uniforme blanco firmemente almidonado que él mantenía estrechamente apretado en el cuello y los puños. Conocido por el puntero de un metro de largo que él se decía llevaba dondequiera que él iba, Beckett tenía poco del sentido común del profesor Cochran, y ni de lejos el poder intelectual de alguien como Zand; pero él era lo bastante competente, y Louie Nichols le dejó vagar durante varios minutos antes de decir algo.
“Déjenme empezar por decir que esta cosa es una red complicada de partes mecánicas controladas por estímulos biológicos, el origen de los cuales es desconocido hasta ahora.” Beckett usó su puntero para indicar un tablero de control localizaba abajo y hacia la izquierda de la cabeza del Bioroid. “Sin embargo, pensamos que este módulo aquí actúa como un dispositivo sensor, o mecanismo de circuito de sobrecarga.” Él dio al tablero varios toques con el puntero.
“Entonces si uno desvía ese relevador,” Louie interpuso, extendiéndose para alcanzar uno de los cables sensor del Bioroid y enrollándolo alrededor de su antebrazo, “...ah, éstos deberían actuar como algún tipo de músculo.”
Dana, quien estaba parada junto al cabo, observó el brazo del Bioroid comenzar a crisparse cuando Louie flexionaba los músculos en su antebrazo. Sobresaltada, ella se alejó de la plataforma, preocupada de que la cosa fuera a atacar.
“No se preocupe, Teniente,” Louie dijo, lleno de confianza. “No va a ninguna parte.” Él señaló con un ademán a su antebrazo y una vez más lo flexionó; el brazo del Bioroid tembló otra vez. “Sólo está respondiendo al estímulo que yo le estoy dando.”
“Como la armadura corporal de poder amplificado,” Dana dijo, relajándose algo.
“Bingo,” dijo Louie, quitándose de sus envolturas.
Emerson, Green, y Anderson señalaron a Beckett que explicase en detalle. El doctor aclaró su garganta y dijo: “Sí... En muchas maneras funciona más bien como nuestros propios Veritechs, sólo que en lugar de nuestros guantes y cascos sensores, parece estar directamente armonizado a su piloto.”
Beckett instruyó a uno de sus técnicos proyectar los datos que él había preparado para el reporte preliminar. Todos los ojos se volvieron hacia la pantalla pared sobre la plataforma forense. Varias representaciones esquemáticas y lecturas de los sistemas del Bioroid llenaron la pantalla mientras el doctor hablaba.
“Es en realidad un tipo de traje blindado que responde a los estímulos proveídos por un piloto. A través de una red compleja de diodos biomecánicos, en realidad interactúa con su piloto y lleva a cabo las órdenes del piloto en cuestión de nanosegundos.” Beckett hizo una pausa mientras un nuevo esquemático se armaba. “La diferencia aquí está en que el piloto, también, parece haber sido biodiseñado para interactuar con el mecha.”
“Por eso es que son tan maniobrables,” Dana dijo.
“¿Entonces este Bioroid es una extensión de su piloto?” preguntó el barbudo de Green, aún inseguro de lo que Beckett y este joven cabo con las gafas oscuras estuvieran queriendo decir.
“Exactamente,” el doctor dijo. “Los circuitos de uno duplican los circuitos del otro. Aún tenemos que determinar cómo tal impresión ha sido hecha posible, pero no hay ninguna equivocación del logro.”
“Pero esto es increíble,” Emerson dijo. “Usted está sugiriendo una forma de vida biomecánica.”
Beckett sacudió su cabeza. “Se requiere de un piloto,” él empezó a decir antes de que el Coronel Green interrumpiese.
“¿Cuál es la forma más efectiva de detener estas cosas de una vez por todas?” el coronel exigió.
Dana, entretanto, tenía ahora el cable enrollado alrededor de su propio brazo. Si el Bioroid requería un piloto vivo, entonces su caso por el aspecto humano de los alienígenas estaba hecho. Habría sido redundante poner androides en las cabinas de los Bioroids...
Ella sintonizó la respuesta de Beckett a la pregunta de Green, conteniendo su lengua hasta el momento indicado. El doctor estaba una vez más golpeando su puntero sobre el módulo de cuello del Bioroid.
“Bueno, considerando lo que sabemos ahora sobre el diseño, yo diría que el disparo más efectivo tendría que ser colocado en el área de este mecanismo de control.”
Rolf Emerson ahora dio un paso hacia delante, como para acallar a todos. “Me gustaría tener su opinión, Teniente Sterling. Usted y su equipo han combatido a estas cosas mano a mano, por decirlo así. ¿Alguno de ustedes observó algún punto débil en sus sistemas de defensa individuales?”
Dana se encogió de hombros. “Yo estaba muy envuelta en las tácticas para notar algo.”
“¿Está el Bioroid equipado con algún tipo de micro grabador?” Louie preguntó al Dr. Beckett. “Porque de serlo así,” él continuó sin esperar por una réplica, “debe haber algún tipo de sistema de monitoreo de control de daños internos... Nuestra computadora principal podría acceder los datos y–”
“Ya hemos pensado en eso, Cabo,” Beckett interrumpió, perceptiblemente irritado. “Despliegue los datos pertinentes,” él dijo al técnico en la consola.
“Creo saber porque estas cosas han sido tan difíciles de detener,” Louie murmuró a Dana mientras nuevos esquemáticos se desplazaban a través de la pantalla pared. “Muestre las secciones dañadas individualmente,” él instruyó al técnico de la computadora, adelantándosele a Beckett.
Louie se acercó a la pantalla y dio una explicación de los datos al General Emerson y a los otros jefes, pero fue Beckett quien dijo: “Los Bioroids no son afectados por impactos directos a menos que se pueda destruir la cabina.”
“Es como yo lo leo,” Louie secundó, ningún rastro de competencia en su voz.
“Muy bien,” dijo un complacido Coronel Anderson. “Haré que sea orden permanente apuntar sólo a la cabina.”
Era el momento por el que Dana había estado preocupada, la orden que ella temía. “¡No puede hacer eso, Coronel!” ella dijo abruptamente, sorprendiendo a todos ellos. “¡Usted destruirá a los pilotos así como a los Bioroids!”
Anderson parecía ligeramente absorto por la explosión. “Bueno creo que eso debería ser obvio, Teniente. El piloto androide será destruido junto con su máquina...”
“¡Pero no son androides! Eso contribuiría a un sistema redundante,” ella dijo, mirando a Louie por ayuda. Ella hizo mención de sus experiencias en la nave, la ciudad de los clones.
Green hizo un gesto de descarte. “Pero usted no tiene pruebas de que esas, ah, personas no fueran simplemente androides. Qué hay de esta línea de montaje de androides que usted afirma haber visto–”
“¿Exactamente lo que sabemos sobre el piloto capturado?” Emerson preguntó a Beckett. El doctor hizo un gesto y miró a Green, quien contestó satisfactoriamente la pregunta, enrojecido.
“Siento reportar que el piloto recibió algunas heridas serias a causa de nuestros esfuerzos más bien apresurados para removerlo del Bioroid. Sin embargo, nuestros equipos médicos están haciendo todo lo posible...”
Green dejó a sus palabras apagarse cuando un mensajero entró al laboratorio.
“General Emerson, se requiere su presencia en la sala de guerra. El Comandante Leonard está recibiendo información sobre el piloto alienígena capturado.”
“¿Cómo está el piloto?” Emerson preguntó.
Con los ojos al frente, el mensajero contestó: “Dejó de funcionar hace alrededor de una hora, Señor. Pero la autopsia está terminada.”
***
El General Emerson pidió a Dana que lo acompañase a la sala de guerra; era la primera vez que ellos habían tenido una oportunidad para hablar en algunas semanas, pero Rolf fue cuidadoso en alejar la conversación del asunto de los alienígenas. Él sabía perfectamente lo que debía estar pasando por la mente de Dana, pero hasta ahora no había ninguna prueba sobre la naturaleza o identidad de los invasores. Rolf esperaba que la información pusiera fin a esto de una vez por todas, y se preguntaba lo que la madre de Dana habría hecho. Pero entonces, si el Almirante Hunter, Max, Miriya, y los otros, no hubieran ido en su Misión Expedicionaria, nada de esto estaría sucediendo ahora. Miriya se había vuelto en contra de los suyos una vez, y Rolf estaba seguro de que ella habría permanecido del lado de la Tierra en el conflicto presente.
Dana debía comprender que los Zentraedis no estaban de ninguna manera relacionados con los Maestros Robotech. Por supuesto que era verdad que como clones de ese mismísimo grupo existía linaje entre ellos, pero los Zentraedis se habían largado por su cuenta; ellos se habían convertido en su propia gente, y Dana era más que cualquier otro Zentraedi representante de este gran cambio. No existía ningún parentesco entre ella y estos clones que los Maestros Robotech habían traído a la Tierra; sólo había enemistad entre ellos; ella no tenía hermanos o hermanas en esa nave, no más que las personas de la Tierra que habían luchado unos con otros en el curso de la historia siendo hermanos.
Los jefes del estado mayor estaban sentados alrededor de esa agrupación de mesas que Rolf aún deseaba fuera triangular, con Leonard en su lugar acostumbrado al ápice curvo, y el Dr. Byron de la Defensa Médica retirado hacia su derecha. Byron era un hombre alto, cuya cabeza a menudo parecía demasiado pequeña para su enorme torso. Él tenía rasgos marcados y agudos, y un bigote castaño oscuro que era la correspondencia perfecta invertida de sus cejas arqueadas y espesas, dando a su cara un giro algo cómico, en desacuerdo con la naturaleza enérgica seria de su personalidad.
El ingreso de Emerson y de Sterling había interrumpido obviamente al hombre. Rolf presentó a Dana a Leonard y al personal, viendo el destello analítico en los ojo del comandante supremo ahora que tenía una imagen visual de esta persona que él no había visto en años, a excepción de un apretón de manos breve en las ceremonias de la Academia. Pero él fue más que atento con Dana, felicitándola por la misión de reconocimiento y la captura del Bioroid.
Leonard ordenó al Dr. Byron que continuase con sus informes.
“Ante todo, encontramos algo notable dentro del cuerpo del piloto,” Byron dijo, leyendo sus notas. “Había un tipo de dispositivo bioeléctrico implantado en su plexo solar. Análisis posteriores de esto mostraron que era similar a los chips animadores usados anteriormente por los equipos de Robotécnicos del Dr. Emil Lang en la manufactura de mechas terrestres.”
La mano de Emerson se levantó como una bala. Él gesticuló impacientemente hasta que Byron lo acusó.
“Siento interrumpir, Doctor. ¿Pero era el piloto humano o no?”
“Oh, definitivamente no era humano,” Byron dijo, sacudiendo su cabeza.
Rolf oyó el suspiro pesado de desilusión de Dana mientras el doctor continuaba.
“Pero diré que sobrepasa todo lo que alguna vez intentamos en la dirección de creaciones biomecánicas. De hecho, este dispositivo animador que encontramos en el plexo solar del androide es más que todo semejante a un alma artificial.”
El comandante supremo aclaró su garganta ruidosamente. “Mantengamos la teología fuera de esto,” él se dirigió a Byron. “Sólo apéguese a los hechos, doctor.”
Byron cejó ante la reprimenda y nerviosamente ajustó el cuello de su chaqueta.
“Creemos que esta raza fue forzada a adaptarse a entornos hostiles al comenzar su expansión a través de la galaxia, y que un biosistema androide fue el resultado natural de esto.”
Leonard interrumpió de nuevo. “Estos alienígenas no son los Zentraedis micronizados que al principio pensamos que eran, sino un ejército de androides programados en el control de armas de devastación biomecánicas. Es obvio para mí que los Maestros Robotech encontraron mucho más fácil usar androides que clones.” Él miró alrededor de las mesas, luego se paró, las manos apretadas contra la mesa. “Tanto más fácil para nosotros, entonces. Estamos librando una guerra contra una forma de vida artificial, señores, y no debemos tener ningún escrúpulo en destruirla –totalmente.”
Repentinamente Dana estaba de pie. “Comandante, usted está equivocado,” ella dijo. Ella levantó su voz un nivel para atravesar los comentarios. “Ese piloto del Bioroid puede haber sido un androide, pero yo creo que estamos tratando con una raza de seres vivos –no un ejército desalmado de máquinas.”
Byron entrecerró sus ojos y se meció hacia delante sobre las yemas de sus pies. “Mis observaciones están completamente documentadas,” él contestó. “¿Qué prueba tiene para respaldar esta posición absurda?”
“He tenido cierta experiencia de primera mano tratando con ellos,” Dana replicó. Pero ella ahora sintió la mano de Rolf apretada sobre su brazo.
“¡Sterling, siéntese!” él le dijo.
Leonard parecía furioso. “Mire, estoy familiarizado con su reporte, pero es posible que usted haya interpretado mal sus experiencias, Teniente. Los alienígenas podrían haber implantado ciertas cosas en su mente. ¿Si ellos son capaces de crear androides de esta forma avanzada, quién saben qué más son capaces de hacer?”
“No,” Dana le respondió. “¡¿Por qué se niega a aceptar la posibilidad de que yo pueda tener razón?!”
Leonard dejó caer pesadamente su puño sobre la mesa. “No nos provoque, Teniente. Cálmese al instante o me veré forzado a hacerla remover de esta sesión.”
Pero Dana estaba sacada, la naturaleza persistente de su lado alienígena en control de ella ahora. “¡Son unos tontos si se niegan a oírme!” ella dijo al estado mayor.
“¡Retiren a esta insubordinada!” Leonard ordenó. “¡He oído suficiente!”
Dos guardias se habían adelantado y tomado sus brazos.
Pero Emerson, también, estaba de pie ahora. “Tal vez deberíamos escucharla.”
“No tengo tiempo para sus interrupciones,” Leonard dijo tiesamente.
Dana fue sacada a tirones de la sala, retorciéndose y dando puntapiés, hasta liberándose de su asidero una vez para llamar a todos idiotas. Rolf sólo esperaba que Leonard estuviera dispuesto a pasar por alto algo de ello. Él se sentó como un gesto conciliatorio, intercambiando miradas con el comandante supremo.
“Continúe con su reporte, Dr. Byron,” Leonard dijo después de un momento.
Byron enrolló las cosas, perdiendo a la mayor parte del estado mayor cuando pasó a las tecnicidades.
Leonard aclaró su garganta.
“Señores, me parece que nuestro curso es claro: debemos comprometernos a la destrucción total de estos androides.”
Todos a excepción de Emerson concurrieron.
Leonard dio al jefe del estado mayor una mirada sucia mientras se ponía de pie. “¿Tiene algo que añadir, General?”
Emerson mantuvo su voz controlada. “Sólo esto: si estos alienígenas poseen cualesquiera características humanas, deberíamos tratar de negociar. La lucha no puede ser la única alternativa. Miren lo que sucedió durante la Guerra Robotech–”
“Seguramente usted no cree que podríamos llegar a un acuerdo con un grupo de bárbaros, ¿o sí Emerson?”
“Eso es probablemente lo que Russo y Hayes y el resto del UEDC dijo antes de que la armada de Dolza incinerara este planeta,” Rolf dijo con una mofa. “Yo creo que cualquier cosa es mejor que una pérdida continua de vidas.”
“Tal vez, tal vez,” el comandante supremo permitió. “Pero su tecnología avanzada no nos deja otra elección. Aún si pudiéramos negociar, lo estaríamos haciendo desde una posición de debilidad, no de fortaleza, y ese podría resultar ser fatal. ¡Está fuera de cuestión! Ahora, ¿habrá algo más de su parte, General?”
Leonard ni siquiera lo había oído, Rolf dijo para sí mientras tomaba asiento. Peor aún, el comandante estaba de hecho repitiendo la justificación que Russo y su condenado consejo habían usado antes de disparar el Gran Cañón a una armada alienígena de más de cuatro millones de naves de guerra.
“No, Comandante,” Emerson dijo débilmente. “No ahora.”
Alguien susurrará las palabras apropiadas sobre nuestras tumbas.