Capítulo 12
Por supuesto, Cochran me dijo sobre el piloto alienígena. Emerson fue un tonto al creer que podía ocultar esto de mí. Él no tiene la menor idea de la existencia de la Fraternidad Secreta, la que une las grandes mentes, todas las lealtades insignificantes condenadas... Pero estoy agradecido por su necedad; eso me da más libertad en estos asuntos. Desafortunadamente, sin embargo, el piloto fue movido antes de que yo pudiera intervenir. Y ahora que me he enterado de su nombre, es imperativo que llegue a él cuanto antes. Si él es quien yo creo que es... mi mente da vueltas por la posibilidad. ¡En cierto sentido, yo, Zand, soy su hijo!
Dr. Lazlo Zand, Horizonte de Eventos: Perspectivas sobre Dana Sterling y la Segunda Guerra Robotech
En el ahora pesadamente vigilado laboratorio de Miles Cochran, el piloto de Bioroid quien vendría a ser conocido como Zor Prime, se retorcía en aparente agonía, sus brazos delgados pero bien músculos luchaban con las cintas que lo mantenían confinado a la cama. Enmascarados y vestidos con batas, Rolf Emerson, Nova Satori, y Alan Fredericks observaban con preocupación, mientras el profesor monitoreaba los signos vitales del prisionero desde la zona de estacionamiento de la sala estéril. El joven alienígena de rasgos delicados había salido de su coma tres horas antes (impulsando la segunda visita de Emerson antes del atardecer al laboratorio), pero aseguraba no saber nada de sus circunstancias presentes o pasadas.
“Un caso muy conveniente de amnesia,” Fredericks sugirió, rompiendo el silencio inquieto que prevalecía cuando los gritos de Zor se habían calmado un poco. “Creo que es demasiado obvio que la criatura es un topo. Estos así llamados Maestros Robotech esperan infiltrar un agente entre nosotros por la más transparente de las maniobras. Un piloto de Bioroid que repentinamente no tiene memoria alguna de su pasado,” el hombre de la PMG se mofó. “Es absurdo. No solo eso, sino que los reportes de después de misión del Decimoquinto Táctico Blindado sugieren que este Bioroid en particular fue deliberadamente derribado por las fuerzas enemigas.”
Rolf Emerson inclinó su cabeza en acuerdo. “Estoy tentado a estar de acuerdo con su evaluación, Coronel. Sin embargo, hay formas en las que lo podemos usar–”
“¿Cómo sabemos que él no es uno de nuestros propios rehenes que se nos ha devuelto?” Fredericks interrumpió. “¿Tal vez los alienígenas nos han enviado un prisionero con el cerebro lavado simplemente para convencernos que estamos librando una guerra contra miembros de nuestra propia especie?”
“General,” Cochran levantó la voz, caminando entre ellos con un brazo lleno de lecturas de diagnósticos. “Discúlpeme, Emerson, pero por favor permítame presentar mis informes antes de que se convenzan de que este piloto es una trampa enemiga.”
“Adelante, Doctor,” Rolf dijo apologéticamente.
Cochran pasó su índice hacia debajo de las columnas de datos de la hoja continua de impresión. “Sí, aquí...” Él aclaró su garganta. “Escanéos del sistema límbico, extendiéndose a lo largo de la formación hipocámpica de los lóbulos temporales intermedios, el fórnix, y los cuerpos mamilares, hasta los núcleos anteriores del tálamo, el cíngulo, área septal, y la superficie orbital de los lóbulos frontales, la mayoría apunta claramente a un deterioro cerebral difuso de los centros de memoria.
“Es totalmente diferente de cualquier cosa que yo haya visto,” él agregó, quitándose sus anteojos. “Es inadecuado clasificarlo como retrógrado o antiretrógrado, y, según parece, sólo marginalmente postraumático. Más cerca a un estado de fuga que otra cosa, pero me gustaría consultar con el Profesor Zand antes de comprometerme en cualquier explicación reductora.”
“Absolutamente no,” Emerson vociferó, dando un paso hacia delante. “No quiero a nadie más involucrado en este caso, menos a Zand. ¿Está entendido?”
Cochran asintió mal dispuesto.
“¿Ahora cuáles son nuestras opciones, Doctor?” Rolf quiso saber.
Cochran reemplazó sus anteojos. “Bien, el tratamiento varía con el sujeto, General. Podríamos tratar la hipnosis, por supuesto.”
“¿Qué hay sobre la manipulación ambiental?” Nova sugirió. La teniente de la PMG miró al piloto. “Sus patrones cerebrales son obviamente anormales, pero parecen estar estabilizándose. Supongamos que lo transferíamos a otro entorno.”
“Se refiere a un lugar más humano,” dijo Rolf.
“Sí.”
“¿Pero quién supervisará el tratamiento?” Fredericks preguntó.
“Yo lo haré,” Nova dijo confiadamente. “Él no parece tener una naturaleza violenta, y si la amnesia es genuina, él necesitará a alguien en quien confiar...”
“Se sabe que ha dado resultados...” Cochran coincidió.
“Creo que usted está al tanto de algo, Teniente,” Rolf dijo alentadoramente. “¿Pero a dónde sugiere que lo llevemos?”
“Al hospital de la base,” Nova respondió. “Podemos asegurar un piso y gradualmente ponerlo en contacto con el mundo exterior.” Ella señaló con un ademán a los equipos y a las ventanas de observación de la sala. “Este lugar es simplemente demasiado intimidante, demasiado estéril.”
“Hay una razón para eso,” Cochran dijo a la defensiva, pero Emerson lo interrumpió.
“La estoy poniendo a cargo, Teniente Satori. Pero recuerde: la seguridad más estricta debe ser mantenida.”
***
Marie Crystal dio una mordida saludable a una deliciosa manzana roja (de la cesta de frutas que su escuadrón había enviado, junto con las flores ya en un jarrón en la mesita de noche), y hojeó las páginas de la revista de moda que ella había comprado. Parecía un poco bizarro –leer sobre las tendencias de moda proyectadas para el año próximo cuando había una guerra en marcha– pero ella aseguró que ello probablemente siempre había sido así: no importa cuan cruel la circunstancia, las cosas fundamentales se aplicaban...
Ella estaba sentada con las piernas cruzadas en la cama, la revista abierta delante de ella, un retrato atrayente en satén azul oscuro, cuando ella oyó un llamado a la puerta.
“Muy bien, adelante,” una voz severa fingida amenazó. “Esta es la seguridad del hospital, y sabemos que allí dentro hay una persona perfectamente saludable.”
No había ninguna equivocación en que era la voz de Sean. Ella le dijo que esperase un minuto, escondió la revista bajo la cama, y regresó bajo los cobertores, agarrándolos estrechamente en su cuello y haciendo una representación racional de un paciente.
Sean entró un momento más tarde, con flores en las manos. “Hola, Marie,” él dijo, lleno de alegría. “Pensé en pasar por aquí y disculparme por no venir antes, pero nos han mantenido bastante ocupados... ¿Quién rayos te trajo éstas?” él dijo por el regalo del escuadrón, sacando las flores amarillas del jarrón y tirándolas a la basura. Él las reemplazó con su propio ramillete.
Marie hizo una cara a sus espaldas y falsificó un gemido pequeño pero desesperado, amainándolo hasta lloriqueos callados cuando él se volvió hacia ella.
“¿Hey, qué pasa?” él dijo, inclinándose sobre ella ahora.
Ella surgió dura y rápidamente con un revés cuando él estaba extendiendo su mano hacia ella, alejando su brazo de una bofetada.
“¡Aléjate de mí!” ella gruñó en su sorprendida mirada. “¿Qué te sucede, grandísimo bribón –no pudiste encontrar ninguna enfermera con la cual jugar?”
Sean tenía los brazos abiertos de par en par, en un gesto de perplejidad. “Marie, debes haber recibido un golpe en la cabeza. Yo vine a verte a ti–”
“¡Sólo mantén tus manos alejadas!” ella ladró, luego se quejó de veras cuando un dolor abdominal punzante se presentó.
“Mi, mi... pequeña dulzura,” Sean importunó. “Realmente eres motivo de orgullo para tu uniforme, la manera en que manejas la dolorosísima agonía. O quizá debo decir la falta de uniforme,” él añadió, mirándola de reojo cariñosamente.
Marie ignoró el comentario, no molestándose en ocultar el espacio entre sus senos cuando se inclinó hacia delante sobre sus codos. “Lo estoy fingiendo, ¿es eso?” ella dijo airadamente.
Sean se arriesgó a sentarse en el borde de la cama, su mano acariciando su mandíbula contemplativamente. “No... Bueno, en realidad, el pensamiento había cruzado mi mente.” Él cruzó sus brazos y suspiró. “Sabes, reflexionando, me pregunto qué estaba pensando cuando te salvé la vida.”
Los ojos de Marie se estrecharon. “¿Buscando gratitud, Sean?”
“Aw, vamos,” él sonrió. “Quizá sólo un poco de amistad, eso es todo.”
La cabeza de Marie cayó hacia atrás sobre la almohada, los ojos en el techo. “Toda esta confusión nunca debió suceder. Es todo culpa de Sterling que yo esté yaciendo aquí como un tronco.”
“Cálmate,” él le dijo sinceramente. “No puedes culpar a Dana.”
Ella giró hacia él. “¡No me digas lo que puedo hacer soldadito de tierra! Odio al Decimoquinto –a todo el montón.”
Sean levantó sus manos. “Espera un minuto–”
“¡Sal de aquí!” ella le gritó, la almohada levantada como un arma ahora. “¡Fuera!”
Él retrocedió de espaldas y salió de la habitación sin decir palabra, dejándola para mirar con fijeza las rosas rosadas que él trajo y preguntándose si ella no había exagerado un poco.
***
En el pasillo fuera de la habitación de Marie, Sean se tropezó de cara con Dana, un ramillete en su mano y obviamente en camino a hacer una visita al nuevo enemigo del Decimoquinto. Sean se colocó delante de ella, bloqueando su avance hacia la habitación de Marie con poca plática.
“Y si estás aquí para ver a Marie, puedes olvidarlo,” él finalmente encontró oportunidad para decir. “El personal no dio la aprobación para que ella reciba visitas.”
Dana sospechó. “Lo permitieron hace días. Además, te dejaron verla, ¿no es así?”
“Uh, hicieron una excepción en mi caso,” Sean tartamudeado mientras Dana lo empujaba para abrirse paso. “Después de todo, yo soy quien–”
“¿Ella todavía me odia?” Dana preguntó, repentinamente comprendiendo el propósito del lenguaje ambiguo de Sean.
La sonrisa forzada de Sean se desplomó. “Aún peor. ¡Está lo bastante loca para decir que me odia! Probablemente se olvidará de ello,” él se apresuró a agregar. “Pero en este momento ella te considera responsable.”
“¡¿A mí?! ¿Por qué?” Dana se señaló. “¡Jeez, yo no la derribé!”
“Nosotros lo sabemos,” Sean dijo de modo tranquilizador. “Ella sólo busca a alguien a quien culpar. Y si ella no hubiera estado tratando de salvar a ese fulano Sullivan...”
“Hermano...” Dana dijo suspirando, sacudiendo su cabeza.
Ambos quedaron en silencio por un momento; luego giraron juntos hacia el sonido de conmoción controlada en el extremo lejano del pasillo del hospital. Una docena de soldados de la PMG, armados y blindados, estaban supervisando el rápido tránsito de una camilla hacia los grupos de ascensores.
“¿Qué es todo esto?” Dana se preguntó en voz alta.
“El lugar está repleto de policías militares,” Sean le dijo. “Oí que aislaron todo el noveno piso.”
Dana bufó. “Leonard probablemente esta aquí para su examen físico anual.”
Pero al tiempo que decía eso, algo no sentaba bien. No obstante, ella dio un vistazo final a la forma cubierta en la camilla y se encogió de hombros indiferentemente.
***
Para evitar una escena como la recientemente hecha en la sala de guerra, Rolf Emerson decidió que era mejor informar a Leonard de los nuevos planes que él había hecho para el piloto alienígena, quien, poco antes de ser transferido al hospital de la base, había dado su nombre como Zor.
¡Zor! el nombre que Dana había mencionado en las sesiones de interrogación siguientes al rescate de Bowie en los montículos de Macross. Ello había parecido coincidente entonces, pero ahora...
¡Zor!
Un nombre notorio estos pasados quince años; un nombre susurrado en los labios de todo aquel relacionado con la Robotecnología; un nombre a la vez despreciado y altamente reverenciado. Zor, a quién los Zentraedi habían atribuido el mérito del descubrimiento de la Protocultura; Zor, el científico Tiroliano que había enviado la SDF-1 a la Tierra, inconscientemente introduciendo la casi destrucción del planeta, el eclipse del género humano.
Por supuesto que era posible que Zor fuera un nombre común entre estas personas llamadas los Maestros. Pero de nuevo...
Emerson dijo este tanto al comandante cuando él se reportó a él. Leonard, sin embargo, no se impresionó.
“Me tiene sin cuidado cómo diga que se llama, o si es humano o androide,” el comandante gruñó. “Todo loo que sé es que su investigación hasta ahora ha sido improductiva. El nombre del hombre no es ningún gran premio, General. No cuando estamos en busca de información militar.”
“El Profesor Cochran confía en que el cambio en el entorno dará por resultado una brecha,” Rolf contestó.
“¡Quiero hechos!” Leonard enfatizó. “Este piloto de Bioroid es un soldado –tal vez uno importante. Quiero que se le extraiga información y francamente me importa un comino cómo se lleva a cabo eso.”
Emerson mantuvo su postura. “Con mayor razón para ser cautelosos en este punto, Comandante. Su mente es frágil, lo que significa que él puede o partirse en dos o volverse útil para nosotros. Tenemos que descubrir qué buscan los Maestros.”
El puño de Leonard cayó sobre el escritorio. “¿Está usted ciego, hombre? ¡Es obvio que ellos quieren la extinción completa de la raza humana! ¡Un planeta fresco para usar para la colonización!”
“Pero está la Matriz de la Protocultura”
“¡Al diablo con ese artificio místico!” Leonard bramó, de pie ahora, las manos apoyadas sobre el escritorio. “¡Y al diablo con la cautela! ¡Tráigame resultados, o tendré la cabeza de ese piloto, General –para hacer lo que tenga a bien!”
***
La lluvia del día parecía haber limpiado la Tierra; incluso había rastros de aromas perfumados en el aire lavado, dulces aromas cargados por el aire en una brisa de tarde que encontró a Dana en el balcón del cuartel. Es extraño mirar fijamente la línea de montañas serradas ahora, ella se dijo, la fortaleza se había ido pero los duros recuerdos de su breve permanencia estaban grabados en sus pensamientos. La misión de reconocimiento, una ciudad de clones; luego Sullivan, Marie, innumerables otros... Y presidiendo todo ellos, robándole el sueño estas noches pasadas, la imagen del piloto del Bioroid rojo: su rostro guapo y de duendecillo, sus larga cabellera de color plata y lavanda...
Dana cerró sus ojos fuertemente, como si en un esfuerzo por comprimir la imagen a nada, atomizarla de algún modo y liberarse. Era peor ahora que ella había recogido cierta información sobre la Misión Expedicionaria.
Ella podría no volver a ver a sus padres de nuevo.
Silenciosamente, Bowie se le unió en la baranda de balcón mientras sus ojos estaban cerrados; pero ella estaba consciente de su presencia y sonrió aún antes de girar hacia él. Ambos sostuvieron mutuamente sus manos sin intercambiar una palabra, bebiendo en el dulce aire de la noche y los sonidos de insectos veraniegos. No había nada que necesitase ser dicho; desde su juventud ellos habían hablado de Max y Miriya, de Vince y Jean, de lo que harían cuando la SDF-3 regresase, lo que harían si nunca regresaba. Ellos estaban lo bastante cerca para leer el pensamiento uno del otro a veces, así que no sorprendió a Dana cuando Bowie mencionó a la chica alienígena, Musica.
“Sé que la fortaleza representa al enemigo,” él dijo suavemente. “Y estoy consciente de que no tengo mucho para continuar, Dana. Pero ella no es uno de ellos –estoy seguro de ello. Algo se disparó en lo profundo de mi corazón... y repentinamente creí en ella.”
Dana dio a su mano un prolongado apretón reforzante.
¿Era eso lo que su corazón le estaba diciendo sobre el piloto del Bioroid rojo? –¡¿que ella creía en él?!
***
Él había sido trasladado; él sabía este tanto. Esta habitación era más cálida que la primera, vacía de ese corral de máquinas y dispositivos que lo habían rodeado. Él también sabía que había menos ojos en él, mecánicos y de otro tipo. Su cuerpo ya no era rehén de ese conjunto de almohadillas sensoras y transmisores; la vena en su muñeca ya no recibía el lento flujo de alimento nutritivo; su pasajes respiratorios sin restricciones. Sus brazos... libres.
Idas, también, eran las pesadillas: esas terribles imágenes del ataque insensato lanzado contra él por criaturas protoplasmáticas; los guerreros gigantescos que de algún modo parecían haber estado luchando de su lado; las explosiones de luz y un dolor de profeta; ¡la muerte y... la resurrección!
¿Eran aquellas pesadillas o era esto algo vuelto a la vida? –¡algo que una arte de él acostumbraba mantener enterrado!
Allí estaba una hembra sentada en una silla al pie de su cama. Sus hermosos rasgos y cabello negro azabachado le daban una apariencia atractiva, y sin embargo había algo frío y distante sobre ella que solapaba la impresión inicial. Ella estaba sentada con una pierna cruzada sobre la otra, uno primitivo dispositivo de escritura en su regazo. Ella llevaba puesto un uniforme y una vincha semejante a un comunicador que parecía servir ningún otro propósito que la ornamentación. Su voz era rica y melódica, y cuando ella hablaba él la recordaba de la corta lista de recuerdos registrados en su mente virgen, la recordaba como aquella que le había hecho preguntas sobre él antes, antes de que este sueño hubiera intervenido, suavemente pero sondeante. Él recordó que él deseaba confiar en ella, serle confidente. Pero había habido muy poco para decirle. Aparte de su nombre... su nombre...
Zor.
“Bienvenido,” Nova Satori dijo agradablemente cuando notó los ojos abiertos de Zor. “Has estado dormido.”
“Sí,” él dijo inciertamente. Su mente parecía hablar en varias lenguas simultáneamente, pero primero vino aquella en la que la hembra era versada.
“¿Soñaste de nuevo?” ella preguntó.
Él sacudió su cabeza y se puso derecho en la cama. La hembra –Nova, él recordó– se desplazó hacia un dispositivo que le permitió a él levantar la porción principal de la plataforma acolchada para dormir. Él lo activó, maravillándose por su diseño primitivo, y preguntándose por qué la cama no estaba reconfigurándose espontáneamente. O por un recordatorio de su pensamiento o voluntad...
“¿Cuál es la última impresión intensa que recuerdas de tu pasado?” Nova preguntó después de un minuto.
Por alguna razón incierta, la pregunta lo encolerizó. Pero con la ira regresó el sueño, más claramente ahora, y le pareció a él repentinamente que en otro tiempo él había sido un soldado de cierta clase. Él le dijo este tanto, y ella escribió algo en su notepad.
“¿Y después de eso?”
Zor buscó algo en sus pensamientos, y dijo: “Tú.”
“¿Nada en el medio?”
Zor se encogió de hombros. Una vez más el sueño volvió surgir. Sólo que esta vez era más lúcido todavía. Su cuerpo mismo estaba participando en el recuerdo, recordando donde estuvo y cómo se sentía. Y con esto llegó una remembranza de dolor.
Nova lo observó deslizarse en él y se puso de pie y fue a su lado instantáneamente, tratando de calmarlo, rememorándole de cualesquiera recuerdos lo estaban conduciendo dentro de tan duro sufrimiento y agonía. Ella sintió una preocupación que corría mucho más profundo que la curiosidad o un propósito atroz, y se entregó a ella, su mano sobre su afiebrado rostro, su corazón palpitando casi tan rápidamente como el de él.
“Libérate de ello, Zor,” ella dijo, su boca cerca de su oído. “No te presiones –todo regresará a ti a su tiempo. ¡No te hagas esto!”
Su espalda estaba arqueada, el pecho levantado no naturalmente. Él se quejó y llevó sus manos a su cabeza, rogando que terminase.
“Hagan que se detenga,” él dijo a través de dientes firmes. Entonces, curiosamente: “¡Prometo que ya no trataré de recordar!”
Nova retrocedió un poco, consciente que él no le estaba hablando a ella.