Capítulo 14

Irónicamente, el hombre que más pudo haber ayudado era también el que más daño pudo haber hecho –el Dr. Lazlo Zand, quien emerge de sus propios trabajos y de aquellos de numerosos comentadores como una especie de voyeur para la devastación de la Tierra por los Maestros Robotech. Su manipulación patológica de Dana Sterling ha salido a la luz sólo recientemente [ver el propio Horizonte de Eventos de Zand] y uno comprende completamente por qué el Jefe de División Rolf Emerson era reacio a involucrar al científico en cualquiera de los tratos de la Tierra con sus nuevos invasores. Pero debe ser señalado que sólo Zand, el discípulo principal de Lang, pudo haber provisto las respuestas a las preguntas que el Comando de la Tierra estaba haciendo. Es en realidad fascinante especular lo que podría haber surgido de una reunión entre Zand y Zor Prime.

Zeitgeist, Perspicacias: Psicología Alienígena y la Segunda Guerra Robotech

El primer pensamiento de Nova fue hacer arrestar a Dana por la PMG por deliberadamente violar la seguridad, cohecho, o cualesquiera cargos fraudulentos que los muchachos en jugadas sucias podían inventar. Pero el hecho era que el encuentro de Dana con Zor había resultado en un adelanto de alguna clase. Cuando Nova lo había interrogado después del escape valentonado de Dana del noveno piso de la habitación del hospital, fue evidente que algo dentro del alienígena se había meneado; él tenía al menos recuerdos parciales de nombres y caras aparentemente vinculados a su pasado reciente, tal vez mientras estaba a bordo de la fortaleza alienígena misma.

El Profesor Cochran ya estaba revisando su diagnóstico inicial basado en el reporte actualizado de Nova; él estaba rechazando ahora la idea del estado de fuga y pensando más desde el punto de vista del tipo retrógrado, o posiblemente una forma nueva de amnesia global pasajera. Escaneos del cerebro realizados después de la lucha del alienígena con la Teniente Sterling indicaban que las anormalidades límbicas detectadas más temprano habían disminuido hasta cierto punto; pero Cochran estaba aún a oscuras en cuanto a la etiología. Él presionó a Nova para que llamase abiertamente al Profesor Zand, pero Nova se rehusó; ella le prometió, sin embargo, que haría mención de Zand durante su reunión con el General Emerson.

El general estuvo furioso con Sterling durante casi cinco minutos. Después de eso, Nova pudo ver que un nuevo plan había surgido en él, uno que pondría a Dana Sterling en el mismísimo centro de las cosas. Nova retendría el control sobre el interrogatorio de Zor, pero Dana iba a proveer el estímulo.

Emerson explicó todo esto a Dana apenas una semana después de que los actores del centro médico habían hecho unos tontos de los guardias de la PMG.

Dana no había oído una palabra de Nova o el Alto Mando durante ese tiempo y había pasado sus momentos de holgazanería preparándose para el calabozo, trabajando su cuerpo hasta el agotamiento en las salas de entrenamiento del cuartel, y tratando de sacar algún sentido de las emociones contradictorias que ella sentía ahora hacia el piloto alienígena. Zor había sido extraído del hospital de la base e incluso Sean no había sido capaz de sacar ninguna información adicional del personal de cuidado.

Así que Dana apenas se sorprendió cuando le llegó la llamada para que se reportase con el General Emerson en el Ministerio. Pero había sorpresas esperándole que ella no podía haber supuesto.

Rolf estaba sentado rígidamente en su escritorio cuando Dana se anunció y entró caminando a la espaciosa oficina. El Coronel Rochelle estaba parado lejos a un lado, Zor al otro lado. Dana ofreció un saludo y Rolf le dijo con una voz regañona que se acercase al escritorio.

“Supongo que no hay ninguna necesidad de que le presente a Zor, Teniente Sterling. Entiendo que ustedes dos ya se conocen.”

Dana engulló y dijo, “Sí, señor. Verá–”

“No quiero oír tus explicaciones, Dana,” Rolf interrumpió, moviendo de un lado a otro su mano despreciativamente. “Este asunto ya es bastante confuso.” Él aclaró su garganta significativamente. “Lo que tú puedes o no saber, es que Zor está aparentemente amnésico –o a causa del choque o tal vez por cierta salvaguarda neural que los Maestros vieron a bien incluir en sus pilotos Humanos. Sin embargo, creemos que él puede ser sacado de esto. En realidad, su previo... encuentro con él parece haber provisto un principio en esa dirección.”

“Uh, gracias, señor,” Dana murmuró, instantáneamente deseando desdecirse de ello. Los ojos de Rolf estaban destellando de ira.

“¡No me agradezca, Teniente! ¡Lo que usted hizo fue excesivo, y hasta cierto punto se esperará que lo compense!” Rolf bufó. “Pero por ahora, quiero poner a Zor bajo su dirección personal. Quiero que él participe en las actividades del Decimoquinto.”

Dana estaba espantada. “¿Señor?... ¿Quiere decir?...” Ella miró a Zor, afectada por cuán brutal él lucía en el uniforme y las botas que alguien le había suministrado: un uniforme azul marino y escarlata muy ajustado, cinchado por un cinturón ancho y dorado, y de cuello de tortuga, haciendo parecer a su cabellera color lavanda aún más larga. Su sonrisa tímida trajo una similar al rostro de ella.

“Creo que comprendo la lógica aquí,” ella dijo, volviéndose hacia Rolf. “Una asignación militar puede ayudar a su memoria de alguna forma.”

“Precisamente,” dijo Rolf. “¿Piensas que puedes manejarlo, Dana?”

De nuevo ella miró a Zor; luego inclinó la cabeza. “Estoy deseosa de intentarlo, señor.”

“¿Y qué hay de su equipo?”

Dana pensó sus palabras cuidadosamente antes de hablar. “El Decimoquinto es la mejor unidad en la Cruz del Sur, señor. Todos harán su parte.”

“¿Y Bowie?”

Los labios de Dana se apretaron. Bowie sería más difícil de manejar. “Hablaré con él,” ella dijo a Rolf. “Él lo hará bien, y estoy dispuesta a apostar mis barras a ello.”

Emerson la miró duramente y dijo, “Lo está, Teniente.”

Cuando Dana había dejado la habitación con Zor, el Coronel Rochelle tuvo algunas cosas para decir a Emerson, empezando con desaprobar el proyecto entero. “Es una locura,” él dijo a Rolf, gesticulando mientras se paseaba frente al escritorio. “Y no quiero otra parte más. Un piloto alienígena –un puesto, para colmo– vagando por ahí con una de nuestras mejores unidades... ¿Supongamos que es un topo? ¿Supongamos que está cableado o arreglado de alguna forma que nosotros ni siquiera podemos imaginar? Podríamos de igual manera dar a los Maestros una invitación abierta para que echen un vistazo a nuestras defensas.”

Emerson le dejó hablar; Rochelle no estaba diciendo nada que Rolf no hubiera pensado ya, que no hubiera temido, escudriñado, y analizado en extremo.

“¿Y por qué Sterling? Ella es un problema de disciplina y una–”

Rochelle se cortó a poco de decir la palabra, pero Emerson terminó el pensamiento por él.

“Es cierto, Coronel. Es mitad alienígena. Parte Humana, parte Zentraedi, y por lo tanto la elección perfecta en este caso.” Rolf exhaló ruidosamente, cansadamente. “Sé perfectamente cuán arriesgado es esto. Pero este Zor es nuestra única esperanza. Si podemos mostrarle quienes somos, entonces tal vez él pueda convertirse en nuestra voz con los Maestros. Si ellos están en busca de lo que creo que están buscando, tenemos que usar a Zor para convencerlos de que no lo tenemos.”

“La legendaria fábrica de Protocultura,” Rochelle dijo deliberadamente. “Sólo espero que sepa lo que está haciendo, señor.”

Con los ojos cerrados, Emerson se recostó en su silla y no dijo nada.

***

“Nuestro nuevo recluta es un soldado muy habilidoso,” Dana decía a los miembros reunidos del 15to. “Puedo decirles que él ha sido asignado a nosotros personalmente por el General Emerson, y que yo tengo suma confianza en él.”

El equipo, incluyendo un par de verdes recién salidos de la Academia, estaba reunido en posición de descanso en la sala de alistamiento de los cuarteles. Dana había estado dando publicidad al nuevo recluta durante los pasados cinco minutos y Angelo por lo menos estaba comenzando a sospechar. Especialmente con toda esta plática sobre tener fe suficiente en la decisión del Alto Mando para aceptar una misión que parecía un poco extraordinaria a primera vista.

“Muy bien, puedes entrar ahora,” la teniente decía, media girada hacia las puertas corredizas de la sala de alistamiento.

Las puertas se abrieron silbando y el delgado y bien afeitado recluta entró. Él era guapo en casi modo andrógino, de altura arriba de la media, y luciendo una sombra de tinte púrpura claro en su largo cabello. Los hombros de su uniforme eran verdes en contraste al rojo de Dana, el amarillo de los cadetes, y el azul de Louie. Dana lo presentó como Zor.

El nombre no tenía ningún significado para algunos de ellos, pero Angelo expresó en voz alta las repentinas inquietudes del resto.

“¡¿Es este el alienígena?!”

Dana dijo, “Zor es oficialmente parte de nuestra unidad.”

Ahora todos se chiflaron –todos excepto Bowie, con quien Dana había hablado de antemano y quien ahora estaba haciendo rechinar sus dientes. Murmullos de incredulidad y confusión barrieron por las filas de la tropa, hasta que Dante airadamente les dijo que se callaran.

“¿Teniente, es este el bobo real?” el Cabo Nichols preguntó escéptico.

“Battloids Llameantes,” Dana respondió. “¿Crees que estoy inventando esto?”

De nuevo los comentarios empezaron y de nuevo Dante los acalló, dando un paso hacia delante esta vez y fijando a Zor con una mirada fija y penetrante.

“¡Teniente, yo vi a este alienígena ser derribado por sus propias tropas! ¡Lo vi con mis propios ojos! ¡El sujeto es un espía! ¡¿No es demasiado obvio para que lo vea el Alto Mando?! ¡Él es un maldito espía!”

“No hay modo de que lo quiera como mi piloto de flanco,” Sean expresó.

“¡SILENCIO!” Dana gritó cuando las cosas comenzaron a escalarse.

“¡Ahora, yo aún estoy en comando aquí, y les estoy diciendo que Zor está oficialmente asignado a nuestra unidad! Dejen al estado mayor preocuparse sobre si es o no es un espía. ¡Es nuestro trabajo hacerlo sentirse bienvenido y esa es la esencia del asunto!” Dana se quedó parada, los brazos en jarra, con su barbilla hacia delante. “¿Alguna pregunta?” Cuando nadie habló, ella dijo: “¡Dispérsense!”

Todos excepto Louie Nichols comenzaron a marcharse en fila de la sala, arrojando miradas hostiles al nueva recluta. El cabo, sin embargo, se acercó a Zor y extendió su mano.

“Bienvenido al Decimoquinto,” Louie dijo sinceramente.

Zor aceptó la mano ofrecida vacilantemente. Era bastante fácil ver de qué lado estaba la mayor parte del equipo; ¿pero qué se suponía debía sentir él hacia aquellos que repentinamente le estaban dando la bienvenida?

“Así que, amigo,” Louie sonrió. “¿Tú y Dana –se llevan bien?”

La situación era, por supuesto, fascinante para Nichols: la hija de una XT biodiseñada genéticamente y un Humano, ahora era responsable de un XT quien muy bien pudo haber contribuido con su propia materia celular al embrollo genético... Dana y Zor podían ser padre e hija, hermana y hermano, las posibilidades eran ilimitadas. Pero lo que más intrigaba a Louie era la idea de que este Zor estaba relacionado de alguna forma con su tocayo Tiroliano –¡el genio que había descubierto la Protocultura misma!

El recluta Zor estaba confundido por la pregunta de Louie; pero Dana parecía haber conocido el juego del gesto amistoso del cabo.

“¿No tienes nada mejor que hacer?” ella dijo conducentemente. “¿Tal vez abajo en las bahías mecánicas o algo por el estilo?”

Louie comprendió la indirecta y sonrió. “Supongo que podría encontrar algo que hacer... Más tarde, Dana.”

“¡Y yo te agradeceré que te dirijas a mí de la manera apropiada desde ahora en adelante!” ella vociferó mientras él estaba retrocediendo y alejándose.

Louie alcanzó las puertas corredizas precisamente delante de Eddie Jordon, el hermano más joven del soldado que había encontrado tal fin cruel durante la misión de reconocimiento de la fortaleza. Dana notó que el cadete añadió su propia mirada hostil al estanque antes de salir, fijando a Zor con una mirada que podía matar.

***

Ellos lo ubicaron en una habitación pequeña, vacía excepto por una única silla y oscura excepto por la magra luz roja de una solitaria bombilla de filamento. Todo era tan alienígeno a él: estos encuentros, eventos y desafíos. Y sin embargo una parte de su mente estaba seguramente familiarizado con todo ello, dirigiéndolo irreflexivamente por los movimientos, poniendo palabras en su boca, convocando emociones y reacciones. Pero él estaba consciente de la ausencia de conexión, la ausencia de recuerdos que debían haber estado atadas a estos mismos encuentros y emociones. Un depósito que había sido drenado, el que ellos ahora esperaban rellenar.

Sacado de la habitación él fue dejado solo a oscuras, aunque sus sentidos le decían que esta área era mucho más grande que la última, y que él estaba bajo observación. El sujeto delgado que lo había escoltado a esta nueva oscuridad había atado un arma en él, una pistola de rayo láser no usada que de algún modo se sentía primitiva y arcaica en su puño. De nuevo, el pensamiento lo asaltó de que había cierta redundancia insensata trabajando aquí: el arma debía disparar espontáneamente, adaptarse a su voluntad, reconfigurarse...

Pero de repente un proyector orientable lo encontró, y él ya no estaba solo sino en el centro de un anillo que giraba rápidamente de objetivos ordenados en serie; y él entendió que la naturaleza de la prueba era destruir cada uno de éstos dentro de un intervalo predeterminado de tiempo. Las órdenes y el conteo regresivo eran transportados a él por un sistema de dirección amplificado que él no podía ver, con voz lo suficientemente alta para que él lo oyera a través de los silenciadores acolchados que alguien había pensado en colocar sobre sus oídos.

Los objetivos en blanco y negro habían estado girando más y más rápidamente, pero ahora estaban dispersándose, abandonando la disposición ceñida del círculo hacia la seguridad del movimiento casual y caótico. Un cronómetro digital destellaba en el fondo.

Él separó sus piernas y tomó el arma con ambas manos, vacío de todo pensamiento y centrado en seleccionar el objetivo ordenado en serie. Cuando el número uno llegó por detrás de él, él se agachó, volteó, y disparó una carga, desintegrando la cosa insubstancial en un destello ardiente. El número dos vino volando desde su derecha y él lo agujereó asimismo, quedando en posición para los números tres y cuatro.

Él arriesgó un vistazo al conteo regresivo numérico y comprendió que tendría que presionarse más duro si quería destruir a todos ellos. Su siguiente ráfaga eliminó a dos al unísono.

Ahora ellos estaban viniendo a él de canto, pero aún su puntería resultó certera, cuando dos, luego tres objetivos más fueron astillados y destruidos. Él eliminó al último con un tiro sobre su cabeza justo cuando el conteo regresivo alcanzaba cero-cero-cero-cero.

Cuando las luces del techo de la habitación se encendieron, Zor enfundó la pistola y quitó los manguitos de seguridad. Dana salió corriendo de la casilla de control, cumplimentando a Zor por su puntaje. Detrás de ella, estaban varios miembros del 15to, miradas hoscas en sus caras.

“¡No puedo creerlo!” Dana estaba diciendo efusivamente. “¿Dónde aprendiste a disparar de esa manera? ¡Venciste al simulador! ¡Nunca nadie lo había hecho antes! ¡Eres bueno, Zor; eres realmente bueno!”

Zor sintió algo semejante al orgullo pero no dijo nada. Él oyó a uno de los cadetes decir, “Sí, demasiado bueno.”

Él era joven, del lado menor, con flequillo castaño oscuro y una cara inmadura pero no desagradable. Él tenía sus brazos cruzados a través de su pecho, insolentemente.

Eddie, Zor recordó.

“¿Puedes disparar muy bien, pero ahora qué, as? ¿Vas a destruir a los Bioroids o a nosotros?”

Zor permaneció callado, incierto.

“¡No puedo oírte, grandulón!” Eddie lo ridiculizó. “¿Cuál es el problema –el gato te comió la lengua, tipo duro?”

“Vamos, Eddie,” dijo Dana. “Vasta ya.”

“¡Vamos, Teniente!” el joven le dijo. “¡No me creo esta basura de que perdió la memoria!”

Sin advertencia Eddie sacó su arma y la apuntó hacia Zor, quien permaneció inmóvil, casi indiferente. Dana se había puesto delante de él, advirtiendo a Eddie que apartase el arma.

En vez de ello el cadete sonrió, dijo, “¡Toma!”, y lanzó al arma lateralmente. Dana esquivó, tropezando en los brazos de Angelo, y Zor atrapó la cosa.

“¡Y tampoco creo que él sea tan duro!” Eddie dijo, alejándose de todos ellos.

Dana se enderezó y fijó la vista detrás él, las manos en sus caderas. “¡Muchacho inteligente!” ella murmuró.

Zor miró al arma, sintiendo un asco repentino.

***

El alienígena permanecía exilado, pero la mayor parte del 15to de mala gana llegó a aceptarlo. Parecía improbable que él llegase a ser aceptado alguna vez como uno del equipo, pero de una manera general las miradas hostiles habían cesado. A excepción de Bowie y Louie, todos ellos simplemente lo ignoraban. Dana era un caso especial; su interés en Zor ciertamente estaba más allá del llamado del deber y especialmente inquietante para el Sargento Dante. No había mucho que él pudiera hacer al respecto, pero él mantenía sus ojos en Zor siempre que podía, aún convencido que el piloto de Bioroid era un agente de los Maestros Robotech, y que esta cosa de la amnesia era falsa en el mejor de los casos.

Sólo Sean era neutral en el asunto del amor obsesivo de Dana. No era como si él no le hubiera pensado un poco en ello; sólo era que él estaba tan involucrado en su propia infatuación con Marie Crystal para prestarle cualquier cuidado. Desde la noche en la azotea del centro médico, Sean había estado absorto con la teniente de cabellos negros y brillantes, casi al punto de olvidarse totalmente de las otras mujeres en su vida.

El día en que Marie debía salir del hospital, Sean se vistió con su traje más fino y limpió las florerías de la base de los ramilletes. Él estaba en camino a verla, cuando Dana casi lo derribó en el pasillo de los cuarteles. Sterling, también, estaba vestida al extremo: una falda y blusa de sombras rosas, una bufanda de seda blanca anudada alrededor de su cuello.

“Ahora escuche, soldado,” ella rió, “Marie no será tan fácil como cazar calandrias, ¿me entiende?” Ella enfatizó esto golpeando rápida y ligeramente el dedo índice contra uno de la media docena de ramilletes que él llevaba, destrozando los pétalos de un pimpollo.

“No bromee,” él bromeó en respuesta. “Yo disparo bastante bien... ¿Y qué hace de civil?” él dijo, dándole una ojeada.

“Sólo una sesión de interrogación con Zor,” Dana le dijo, con los ojos estrellados.

“¿Interrogación? ¿Con esas ropas?”

“Síp,” ella asintió con la cabeza, verificando su reloj. “¡Y estoy retrasada! ¡Así que dile a Marie que le dejos saludos, y que vendré a verla tan pronto como pueda!”

Con eso, Dana se marchó, dejando a Sean murmurando en su estela: “Un verdadero cadete del espacio.”

***

La idea de Dana de una sesión de interrogación era la de llevar a Zor a Arcadia, el único parque de atracciones de Ciudad Monumento. Allí ellos comieron la comida chatarra usual y alimentaron créditos a los juegos usuales, pero sólo Dana estaba interesada en ir a los paseos. Zor la miraba desde fuera, mientras ella se permitía girar en círculos en una variedad interminable de sube y bajas aquí, centrifugado allí, hacia atrás, adelante, y de lado.

Sorprendía a Zor que después de todo esto ella pudiera todavía conservar apetito para los dulces pegajosos que ella prefería; pero de nuevo, allí había tanto que era poco común sobre ella. Por momentos él sentía como si la conociera de algún pasado olvidado que antedataba la vida misma, y no era tanto una parte de su estado amnésico, sino que tenía más que ver con enlaces místicos y correspondencias ocultas.

Para Dana era casi lo mismo, sólo que en mayor grado (que todas las cosas estaban con ella). Ella reconocía su infatuación y no hacía nada para reprimirla o disfrazarla. Se suponía que Zor debía ser tratado abierta y honradamente, y Dana no veía por qué el amor no podría estimular su memoria al igual que la guerra lo podría hacer. Siguiendo las órdenes estrictas del General Emerson, ella aún tenía que decirle de su ascendencia mixta; pero dada su condición, la confesión tendría poco impacto en todo caso. Así que ella simplemente trataba de mantener las cosas divertidas.

En un momento él sugirió que regresasen a la base, pero ella lo vetó, señalándole que ella era la que estaba a cargo.

“¡Pero yo soy en quien tú estás experimentando!” él le dijo, poniendo esa cara triste que la hacía quererlo sostener y amar. A cambio, él atrapó la mirada en su rostro y le preguntó si le pasaba algo.

“Creo que estoy enamorada,” ella suspiró, sólo para oírle responder: “Esa palabra no tiene significado para mí.”

Esa era una línea que ella había oído bastante a menudo en el pasado; así que ella se iluminó al instante y lo convenció de al menos montar el Túnel Espacial con ella. Él no estaba locamente entusiasmado con la idea, pero finalmente cedió.

El Túnel Espacial era la atracción principal de Arcadia; no sólo se requerían supuestos atrevidos para elevarse hasta la cima sino prácticamente presentar una nota de sus médicos también. Era un paseo agotador en montaña rusa a alta velocidad a través de túneles que habían sido diseñados para jugar trucos peligrosos con los sentidos visual y auditivo. Los participantes se encontraban sujetos lado a lado en carros antigravedad para dos personas que eran lanzados en una sesión fantasmagórica con náusea y puro susto.

Después de que Zor entendiera que los gritos de Dana eran el resultado del regocijo y no del terror, él, también, comenzó a rendirse a la experiencia. Fue sólo cuando ellos entraron el infame túnel giratorio que las cosas empezaron a desunirse.

Había algo sobre la colocación de esos discos de luz a lo largo de las paredes del túnel, algo sobre su forma vagamente oval y concavidad curiosa que sacó un recuerdo alarmante... uno que él no podía conectar a nada sino al horror y la captura. Parecía jalar de la tela misma de su mente, abriendo lugares que era mejor dejarlos sellados y olvidados...

Dana vio su angustia y desesperadamente trató de agarrarlo; pero estaba inmovilizada por las fuerzas g y el propio mecanismo de arneses. Ella no podía hacer nada sobre el primero sino esperar a un punto más calmo a lo largo del curso; así que entretanto ella se puso a trabajar en los arneses, liberando de un tirón los acopladores de sus manguitos. Casi inmediatamente ella se dio cuenta que había calculado mal: el carro estaba acelerando en un rizo completo y en un instante los arneses de hombro estuvieron liberados y ella fue arrojada del asiento.

Zor la vio propulsada hacia la parte de atrás del veloz carro, la vista espantosa fue lo bastante fuerte para vencer el asimiento de la memoria. Excepto que no fue sólo por Dana que él se estiró después de que había liberado sus propios arneses, sino por la imagen radiante de una mujer de su pasado, una imagen rosada brumosa de amor y pérdida, no fácilmente olvidada en esta o cualquier otra vida.

***

Zor luchó a brazo partido con la imagen de la mujer por varios días. Él no lo mencionó a Dana o a Nova Satori, pero lo acompañaba dondequiera que él fuera, su primer recuerdo bien definido, aparentemente una llave para esa Caja de Pandora almacenada en su mente.

Él estaba con la teniente de la PMG ahora, viendo una serie de imágenes de vídeo que aparentemente debían tener algún significado para él, pero hasta ahora habían resultado menos que evocativas. Árboles frutales altos de algún tipo, zarcillos enrollados alrededor de una misteriosa esfera luminiscente; vacuolas protoplasmáticas libremente flotando entre un plexo aparentemente neural de cables y cruces; un cono blindado cofado elevándose de la superficie igualmente blindada de una fortaleza galáctica...

“Hemos visto repetidamente estas cintas, Zor,” Nova dijo, iluminando la habitación con un golpecito a un interruptor. “¿Qué estás tratando de hacer –volvernos locos a ambos?”

Zor hizo un sonido de descontento. “Me estoy acercando más cada vez que veo estas cosas. Puedo sentirlo, sólo puedo sentirlo. Voy a recordar. Algo, al menos. Me abriré paso.” Zor acarició su frente ausentemente, mientras Nova cargaba un vídeo cassette en una segunda máquina. “Echémosle una mirada a ese primer programa de nuevo.”

“¿Qué sucederá si recobras tu memoria?” Nova le preguntó fríamente. “¿Perderás la razón o qué?”

“¿A quién le importaría, de todos modos?” Zor respondió.

Nova sonrió irónicamente. “Quizá a Dana, pero ella es casi la única.”

La actitud de la teniente de la PMG hacia el alienígena había cambiado, aunque Zor no sabía cómo comprenderlo. Él sentía que ello tenía algo que ver con Dana, pero no veía cómo eso podía explicar el repentino cambio de posición de ella.

“Sólo pon la cinta,” él le dijo ásperamente.

Una máquina de guerra bípeda de color rojo que Satori había llamado un Bioroid; otras máquinas de guerra en combate con Hovercrafts; tres mesetas idénticas, redondas y empinadas, coronadas con vegetación y elevándose abruptamente de un llano boscoso...

Zor miró con fijeza la escena, un dolor agudo perforando su cráneo, palabras en una lengua antigua llenando sus oídos internos.

“La Tierra es la fuente final de la Protocultura,” la voz empezó. “La base de nuestro poder, la sangre vital de nuestra existencia. Nuestra meta primera es controlar esta fuente de vida recobrando lo que nos fue robado, lo que fue ocultado de nosotros, aquello de lo cual sólo nosotros somos dignos y tenemos derecho...”

Zor estaba de pie, no consciente de la inquietud sonora de Nova. Él vio a tres formas sombrías originarse en los montículos y desaparecer –criaturas deliberadamente revelándose para su beneficio.

Nova oyó un gemido compacto, luego grito en agonía cuando él colapsaba inconsciente sobre la mesa.

***

El Profesor Cochran no estaba disponible y el Profesor Zand era tabú; así que Nova tuvo que pedir prestado a la PMG a un médico del Estado Mayor General relativamente de menor grado del departamento de defensa.

Zor estaba inconsciente, aunque no en coma, retorciéndose en la cama en la que Nova y el médico lo habían llevado a los cuarteles de la policía militar.

El Dr. Katz y la Teniente Satori estaban sobre él ahora; el médico profesionalmente apartado y Nova alentada por la brecha pero al mismo tiempo alarmada. Katz había desnudado a Zor y le había dado un sedante, lo bastante poderoso para calmar al alienígena un poco pero no lo suficientemente fuerte para controlar los horrores invisibles que él estaba experimentando.

“La Tierra,” Zor estaba gimiendo. “La Tierra, la Tierra es la fuente... ¡La Tierra!... ¡la Protocultura! ¡Debemos tenerla!...”

“Él finalmente está recordando,” Nova dijo quietamente.

Katz se ajustó sus anteojos y dio una mirada final a las cartas de cabecera. “No hay signo aparente de daño cerebral. El sedante debería surtir efecto pronto y durar toda la noche.”

Nova le agradeció. “Una cosa más,” ella le dijo antes de que él dejara la habitación. “Ahora está bajo restricción de seguridad máxima. Usted no ha sido aquí en absoluto, nunca ha visto a este paciente. ¿Está entendido?”

“Completamente,” dijo Katz.

Nova repasó el flequillo húmedo de la frente afiebrada de Zor y siguió al médico afuera.

Un minuto después de que la puerta se cerró detrás de ella, una carga eléctrica pareció hacerse cargo del alienígena sedado, empezando en su cabeza y radiándose a lo largo de sendas aferentes, forzando su cuerpo en un tipo de saludo involuntario de brazos estirados. Zor gritó y se agarró a las sábanas de la cama, su espalda arqueada, el pecho levantado, pero Nova y Katz estaban muy lejos para oírlo.