Capítulo 10

Creo que yo sentía algo por el piloto alienígena aún antes de que Cochran se dirigiera a mí con los resultados de sus informes. Aún ahora no puedo decir dónde ese sentimiento se originó o a dónde mis pensamientos presentes están dirigidos. Sólo sé que el momento parecía lleno de importancia y de gran propósito; algo sobre el alienígena disparó un cambio en mi que está comenzando a ensombrecer mi vida entera.

Del diario personal del General de División Rolf Emerson

El auto oficial del General Emerson (una Hoverlimosina negra con aletas posteriores grandes, una parrilla frontal clásica meramente decorativa, y un antiguo ornamento de capó alado) partió del estacionamiento del Ministerio un poco después de las tres en punto de la mañana siguiente al despegue de las fortalezas enemigas. Rolf iba en el asiento trasero, silencioso y contemplativo, mientras que su joven ayudante, el Teniente Milton, se sentía compelido a proceder con cautela. Ciudad Monumento se sentía como un pueblo fantasma.

Emerson había cubierto dos horas de sueño cuando la llamada de Alan Fredericks de la PMG lo había despertado: algo interesando había sido descubierto cerca del sitio de despegue –un piloto alienígena, vivo y aparentemente bien.

Rolf se preguntó qué estaría tramando Fredericks: él había llevado al alienígena al laboratorio de Miles Cochran, y aún tenía que informar al Comandante Leonard de su hallazgo. Con la rivalidad corriendo alto entre la PMG y la facción militarista del estado mayor, la posición de Fredericks era sospechosa. Tal vez, sin embargo, esta era meramente la manera de los PMGs de compensar el trabajo malicioso y prejuzgado que ellos hicieron en el primer piloto de Bioroid capturado. Emerson sabía cuando reutilizó su microteléfono combinado exactamente a lo que se estaría exponiendo pero sintió que el riesgo era justificado. Él le había pedido al Coronel Rochelle que se encontrara con él en el laboratorio de Cochran, luego pidió su automóvil.

“Esto va a parecer sospechoso, señor,” Milton le dijo por tercera vez. “El Jefe del Estado Mayor saliendo deprisa del Ministerio a mitad de la noche sin decirle a nadie a donde va.”

“Sé lo que estoy haciendo, Capitán,” Rolf dijo bruscamente, esperando poner fin al incesante fastidio del hombre.

“Sí, señor,” el teniente contestó, con malhumor.

Emerson ya se había vuelto de él para mirar fijamente por la ventana una vez más. Al menos espero saber lo que estoy haciendo, él pensó...

Rochelle, Fredericks, y Nova Satori ya estaba esperando en el laboratorio de alta tecnología de Cochran en las afueras de Ciudad Monumento. El mismísimo buen doctor, algo de un corsario que caminaba esa tierra de nadie entre la PMG y el Estado Mayor, estaba ocupado manteniendo al piloto de Bioroid vivo.

Emerson miraba fijamente al alienígena ahora desde el balcón de observación sobre una de las salas de CI del laboratorio. Cochran tenía al joven androide de rasgos de duende y apuesto sobre su espalda, un gotero intravenoso funcionando, una inserción traqueal en su cuello. El piloto estaba aparentemente desnudo bajo las sábanas, y rodeado por grupos de monitoreo y aparatos de exploración.

“Nuestro último prisionero murió por maltrato oficial,” Rolf estaba diciendo a los otros, su espalda vuelta hacia ellos. “Quiero estar seguro de que eso no sucederá de nuevo.”

“Sí, señor,” Fredericks habló en favor del grupo.

Rolf giró para enfrentar a los tres. “¿Quién lo encontró?”

Nova Satori, la atractiva teniente de cabellos negros y brillantes de la PMG, dio un paso hacia delante y ofreció un saludo. “Yo lo hice, señor. En donde estaba la fortaleza.”

Las cejas de Emerson sobresalieron. “¿Qué estaba haciendo allí, Teniente?”

Satori y Fredericks intercambiaron miradas nerviosas. “Uh, ella estaba buscando a uno de nuestros agentes,” Fredericks dijo.

Emerson miró con dureza al coronel de rostro de halcón. “¿Y qué estaba haciendo precisamente uno de sus agentes allí?”

Fredericks aclaró su garganta. “Estamos tratando de determinar eso nosotros mismo, General.”

Satori narró su breve explicación, adrede manteniendo el nombre de George Sullivan fuera de ella. Pero era al cantante/espía a quien ella había estado buscando; más importante aún, la terminal que él había estado llevando cuando fue visto por último vez –algo que Dana Sterling habría estado en mejores condiciones de explicar. Nova había oído sonidos viniendo de uno de los Hovercrafts derribados y tras la investigación había descubierto al piloto alienígena. Él estaba ambulando entonces, pero colapsó poco después de ser tomado en custodia, como si alguien lo hubiese puesto repentinamente en modo pasivo.

“Y él parece hablar fluido en inglés,” Nova concluyó.

“Con mayor razón para dejar a Cochran manejar esto personalmente,” dijo Emerson. “Y a partir de este momento quiero una supresión de información absoluta con respecto al prisionero.”

Rochelle estaba diciendo poco, esperando a que Emerson terminase; pero ahora él se sintió compelido a agregar el asunto que lo había estado atormentando desde la llamada telefónica del general algunas horas antes. Era un privilegio de alguna clase estar incluido en la pandilla de Emerson, pero no si ello significase una corte marcial.

“¿General,” él dijo por último, “está usted proponiendo que mantengamos esto en secreto del Comandante Leonard?”

Satori y Fredericks estaban pendientes de la réplica de Emerson.

“Lo estoy,” él les dijo serenamente.

“¿Exactamente qué quiere que hagamos con el espécimen?” Fredericks preguntó después de un momento.

“Quiero que le hagan toda clase de pruebas que se les pueda ocurrir. Necesito saber cómo respiran estas criaturas, cómo piensan, comen, ¿me entiende? Y necesito la información ayer.”

“Sí señor,” los tres dijeron al unísono.

Justo entonces el Profesor Cochran ingresó a la sala de observación, quitándose su máscara quirúrgica y guantes, mientras todos le interrogaban. Él esperó a que las voces se apagaran lentamente y miró a cada cara antes de hablar, una expresión ligeramente absorta en su cara.

“Tengo un hecho importante que reportar enseguida.” Él giró y señaló con un ademán al piloto de Bioroid. “Este alienígena... es Humano.”

***

Los tres Maestros convocaron a su triunvirato Científico al centro de comando de la fortaleza recientemente subida. El clon de Zor había sobrevivido y estaba al presente en las manos de los Micronianos. El neuro sensor en funcionamiento que se había implantado en el cerebro del clon les decía este tanto, aunque hasta ahora no había ninguna visual. Esquemáticos que llenaban la pantalla oval de la cámara mostraban que algún daño había recibido, pero todas las indicaciones sugerían que no era nada que necesitaba preocuparlos. Estaba claro, sin embargo, que los Científicos no compartían el entusiasmo de sus Maestros por el plan.

“Al capturar al clon de Zor, los Micronianos nos han facilitado las cosas,” Shaizan dijo a modo de defensa. Era desde luego innecesario que él se explicase al triunvirato, pero estaba claro que cierta rebeldía estaba en el aire, penetrante a lo largo de la nave, y Shaizan esperaba aplacar algo de ella. “Ellos mismos nos llevarán a la Matriz de la Protocultura.”

“¿Y supongamos que los Micronianos nos ataquen de nuevo?” el andrógeno de cabellos color lavanda preguntó insolentemente.

“Un propósito del neuro sensor es mantenernos al corriente de todas sus actividades militares,” Bowkaz le dijo, indicando los esquemáticos de la pantalla. “Tendremos advertencia amplia.”

“Sí... ¿y qué sucederá si los Micronianos descubren su preciado neuro sensor? ¿Qué entonces?”

“¿Descubrirlo?” Shaizan levantó su voz. “¡Es absurdo! La detección de la hiperfrecuencia del dispositivo está más allá del reino de sus crudos instrumentos científicos. ¡La idea es ridícula!”

El científico frunció el entrecejo. “Esperemos que así sea,” su voz sintetizada aparentemente siseando.

***

Dana sintió el golpecito cortés de Sean en su hombro y oyó un coro de antebrazo de sostenidos y bemoles. Ella abrió sus ojos a la salida del sol, despeñaderos distantes como dedos artríticos se levantaban entre capas de color rosado y gris del cielo. Ella se había quedado dormida en el piano de la sala de alistamiento, aunque le tomó un momento darse cuenta de ello, la cabeza descansada sobre antebrazos cruzados a través del teclado. Sean estaba de pie a su lado, disculpándose por molestarla, haciéndole una broma sobre que ella había vigilado a las ochenta y ocho toda la noche y preguntándole si quería algo de desayunar. El resto del 15to estaba esparcido por la sala, argumentando y abatiéndose por el aspecto de ello.

“... ¿Y quién rayos estuvo roncando toda la noche?” ella oyó a Angelo preguntar con su voz más alta. “Alguien sonaba como una máquina excavadora de correa de turbina con un silenciador descompuesto.”

Louie se encontraba lejos sentado en un sillón trabajando afanosamente con cierto artefacto que se parecía a un Bioroid en miniatura. Bowie estaba con cara de malhumor en otro, distanciado de la escena por los auriculares.

“No pude pegar un ojo,” Dana dijo a Sean débilmente. Ella recordó ahora que había estado pensando en Sullivan y su muerte sin sentido, que había estado tratando de arrancar la melodía de esa vieja tonada de Lynn-Minmei...

“Necesita liberarse de esa responsabilidad de vez en cuando,” el ex teniente le estaba diciendo. “Suéltese y diviértase un poco, tome la vida un poco menos seriamente.”

Dana se levantó, se estiró para tomar el vaso de jugo que ella había dejado sobre el piano, y fue a rellenarlo al dispensador. “Hay una guerra en marcha, amigo,” ella dijo, pasando de un empujó más allá de Sean. “Por supuesto tú no eres el primer soldado con el que me he tropezado que encuentra la llamada de la naturaleza más atractiva que la llamada del deber.”

“Miren quien está hablando,” Sean rió.

“Me refiero a que no pensaría que la guerra estaba interfiriendo algo, Soldado.”

“Yo no dejo que eso me corte las alas, Dana.”

¿Las alas? ella pensó, sorbiendo el jugo: Déjeme tener en cuenta las réplicas a eso... Pero cuando ella se decía esto a sí misma, fragmentos del sueño de anoche comenzaron a salir a la superficie. Allí estaba George, por supuesto, pero entonces él se confundió con las imágenes de ese piloto de Bioroid de cabellos largos con el que ella y Bowie habían cruzado rayos láseres semanas atrás –¡Zor! Y entonces de algún modo su madre había aparecido en el sueño, diciéndole cosas que ella no podía recordar ahora...

“... y definitivamente no estoy metido romances sin esperanzas.”

Dana giró rápidamente, no segura de si debía estar enfadada, habiéndose perdido de su introducción; pero vio que Sean estaba señalando con un ademán a Bowie.

“Ahora aquí tenemos a un sujeto que estaba funcionando bien hasta hace unas cuantas semanas atrás. Ahora está allí afuera donde los transbordadores no corren. ¡Y por una muchacha de ensueño para colmo!”

Bowie no oyó una palabra de esto, lo que Dana calculó daba lo mismo. Sean hizo unos cuantos comentarios inaceptables más mientras dejaba la sala. Dana se acercó a su amigo y se colocó donde ella podía ser vista, aunque no oída.

“Sean dice que estás enojado,” Dana dijo cuando él se quitó los auriculares.

Bowie hizo una mueca. “¿Qué sabe él?”

“Es esa chica alienígena,” dijo el Sargento Dante desde el otro lado de la sala, su nariz sumergida en el periódico. “Sería mejor que pongas los ojos en algo un poco más terrenal, mi amigo.”

Dana dio a Angelo una mirada que él pudo sentir claramente a través de la edición matutina. “¿Así como así, huh Sargento? Él sólo chasquea sus dedos y la olvida.”

“¡Para decirlo en voz alta, ella es una alienígena!... Uh, sin ánimo de ofender, por supuesto,” él se apresuró a agregar.

“Sin ánimo de ofender recibido,” Dana le dijo. “Sé que tu clase no puede evitarlo. Pero a mí me tiene sin cuidado si esta muchacha Musica es ‘la Mujer Araña,’ Angelo. No puedes decirle a alguien que sólo encienda y apague su corazón como un interruptor de luz.”

“¿Su corazón, Dana? ¿Su corazón?”

Dana había abierto su boca para decir algo, pero ella notó que Bowie estaba llorando. Cuando ella colocó su mano sobre su hombro, él lo quitó ásperamente encogiéndose, se puso de pie, y salió corriendo de la sala.

Dana comenzó a perseguirlo, pero lo pensó mejor a medio camino en el pasillo. ¿Tuvo su padre que tolerar esto de su escuadrón? ella se preguntó. ¿Su madre? ¡¿Y dónde estaban ellos, ella preguntó al techo –dónde?!

***

La Teniente Marie Crystal había dormido bastante bien, gracias a los anodinos que ella recibió en el hospital de la base después del estrellamiento de su nave. Pero los efectos de las pastillas se habían disipado ahora, y no podía localizar una articulación o músculo en su cuerpo que no estuviera pidiendo a gritos más de la misma medicación. Ella se extendió para alcanzar el espejo de mano al lado de la cama y echó un vistazo a su reflejo desgreñado y pálido. Afortunadamente su cara no lucía tan mal como el resto de ella se sentía. Estaba mortalmente caliente y seco dentro de la habitación, así que ella cautamente salió de la cama, temblando mientras se ponía de pie, y se cambiaba la vestimenta de hospital por un manto satinado azul que alguien había sido bastante considerado en dejar junto a la puerta. Ella la dejó abierta mientras subía de regreso bajo las sábanas; después de todo, no era como si ella estuviera esperando visitantes o algo.

Pero apenas esa idea había cruzado su mente cuando oyó la voz de Sean del otro lado de la puerta. Literalmente el haber aterrizado en los brazos del don Juan de la Cruz del Sur era tal vez sólo una sombra preferible a haberse estacado en una montaña, pero era algo con lo que ella iba a tener que vivir por algún tiempo. Ella no había, sin embargo, previsto que las mortificaciones fueran a empezar tan pronto.

Marie pasó una mano por su cabello corto e indisciplinado y se cerró el manto; Sean estaba tropezándose con cierta artillería antiaérea en la puerta.

“¿No podría tener sólo cinco minutos con ella?” Marie oyó a Sean decir. “¿Sólo para dejar estas hermosas flores que escogí con mis propios dientes?”

La enfermera estaba resuelta: a nadie se le permitía entrar.

“¡Pero yo soy el sujeto que prácticamente le salvó la vida! Escuche: no le hablaré o le haré reír o llorar o nada –en serio–”

“Ningún visitante significa ningún visitante,” la enfermera le dijo.

¿Dé que lado está ella? Marie comenzó a preguntarse.

“Bueno, es mi mala suerte encontrarme a la única enfermera en este hospital que es inmune a mis muchos encantos.”

Ahora eso sonaba como el Sean que Marie conocía.

“Tome,” ella lo oyó decir ahora. “Usted conserve las flores. Quien sabe, quizá nos encontremos de nuevo, dulzura.”

Los ojos azules pálidos de Marie se abrieron ampliamente.

Ella estaba equivocada: ¡el aterrizar en los brazos de su Battloid era peor que haberse estallado!

***

El General Emerson estaba en la sala de guerra cuando Leonard finalmente lo alcanzó. Él había estado esquivando los mensajes del comandante todo el día, víctima de una premonición oscura de que Leonard se había enterado de algún modo del piloto alienígena. Y tan pronto como Leonard abrió su boca, Emerson supo que sus instintos habían sido correctos. Pero extrañamente, el comandante parecía estar tomando todo el asunto sin alterarse.

“Se me ha dicho que usted me oculta un secreto, General Emerson,” Leonard empezó, con casi una música alegre en su voz. “Pensé en venir aquí y preguntárselo yo mismo: ¿es cierto que otro espécimen de Bioroid ha sido capturado?”

“Sí, Comandante,” Rolf contestó después de saludarlo. “En realidad, el Profesor Cochran está llevando a cabo una serie completa de pruebas en él.”

Leonard repentinamente giró rápidamente hacia él enrojecido de ira.

“¡¿Cuándo precisamente planeaba decírmelo, General?!”

Los técnicos por toda la sala giraron de sus estaciones de trabajo.

“¡O tal vez estaba considerando mantener en secreto esta información de mí!” Leonard estaba bramando.

Rolf ni siquiera tuvo la oportunidad de tartamudear su explicación a medio formar.

“Voy a quitar el prisionero de sus manos, General. Él será analizado por científicos militares, no por profesores renegados, ¿me entiende?”

Rolf luchó para sujetar su propia ira mientras Leonard salía tempestivamente, los tacos de sus botas taconeando contra el piso acrílico de la sala en otro respecto en silencio. “No debemos dejar que este prisionero sea destruido,” él logró decir sin gritar. “No aprendimos nada del último. Esta vez debemos proceder imparcialmente, y Miles Cochran es nuestra mejor esperanza para eso.”

El comandante se había detenido en sus pasos y giró para enfrentar a Emerson, mirándolo de la cabeza a los pies antes de responder. Y cuando dejó salir su voz ésta fue fuerte pero controlada.

“Estoy seguro que nuestra gente puede hacerlo también, General. Pero me parece que usted ha tomado un interés personal en este prisionero. ¿Estoy en lo cierto?”

“Lo he hecho,” dijo Emerson, y Leonard inclinó la cabeza a sabiendas.

“¿Hay algo más que deba saber sobre este particular androide?”

Rolf estaba con los labios firmes. “No por el momento, Comandante.”

“Pues bien, ya que usted está tan...determinado... Pero tenga presente que éste es su responsabilidad, General. Ya hay demasiados variables en esta situación.”

Emerson saludó y Leonard estaba volviéndose para salir, cuando de repente una cresta de eco nueva apareció en el tablero de amenaza. El juego de poder se olvidó, todos los ojos enfocados en la pantalla. Cada terminal en la sala estaba tirando papel. ¡Los técnicos estaban encorvados sobre sus consolas, tratando de encontrarle sentido a la cosa que acababa de aparecer en órbita sublunar de ninguna parte!

“¿Qué es eso?” exigió Leonard, sus manos presionadas contra la consola de mando. “¡Que alguien me responda!”

“Una nave, señor,” dijo una enlistada sin rango. “¡Y parece estar acercándose para enfrentar al enemigo!”