Capítulo 4
El análisis inicial del fruto [encontrado a bordo de la fortaleza alienígena] reveló poco más que su estructura básica –sus similitudes a ciertos frutos tropicales raramente vistos en mercados norteños estos días. Pero pruebas subsecuentes resultaron intrigantes: una gustación del fruto y un chimpancé de laboratorio se remontó en lo que Cochran describió como “un boleto de ida al ensueño.” Y sin embargo no era un alucinógeno verdadero; en realidad, exploraciones moleculares mostraron que estaba más cerca de lo animal que lo vegetal en su composición!... Varios años pasarían antes de que nuestras preguntas fueran contestadas.
Mingtao, La Protocultura: El Viaje Más Allá de la Mecha
La enorme pantalla pared en la habitación de situación era poco más que barras de estática y lluvia. Un parpadeo de la imagen la avivó momentáneamente, incomprensiblemente, luego no hubo nada.
“Hemos perdido contacto con el Decimoquinto,” un técnico reportó al General Emerson.
“Incremente realce,” Rolf dijo severamente, empeñado en negar la actualización. “Vea si los puede recoger.”
Vacilantemente un segundo técnico giró hacia la tarea, bien consciente de cuál sería el resultado. “Negativo,” él dijo a Emerson después de un momento. “Me temo que la interferencia es agobiante.”
El Coronel Anderson giró en su asiento para enfrentar a Rolf. “¿Debemos considerar enviar allí un equipo de salvamento?”
Emerson sacudió su cabeza pero no dijo nada. El envío de un equipo sería suficiente... la pérdida de dos queridos, más de lo que él podía tolerar. Él presionó sus manos contra su cara, temiendo lo peor...
***
El corredor izquierdo había llevado al contingente del Sargento Dante a un compartimento enorme lleno de un conjunto azarante de maquinaria Robotech.
“Dónde está Louie cuando lo necesitas,” Angelo estaba diciendo a sus hombres.
Todos habían desmontado de sus Hovertanks y estaban agrupados juntos maravillándose por las maravillas de la cámara. El compartimento era simplemente demasiado espacioso para sondear, sus horizontes distantes se perdían en la oscuridad. Aquí había un generador en forma de cono enorme, de trescientos metros de circunferencia si fuera una isla; allí, un segundo generador utilizando y desviando energía del tipo que Dante nunca había visto –un fuego subatómico crudo que parecía tener vida propia. Líquidos vivos como sangre fresca pulsaban a través de tuberías transparentes, atravesando de generador a generador, de máquina a máquina, mientras que monitores desatendidos mostraban estroboscópicamente esquemáticos de color ámbar a lectores robot, comunicándose unos con otros a través de un idioma cacofónico de sonidos chillones y chirridos ásperos.
No era posible decir hasta qué altura el compartimento iba: niveles indeterminados de conductos, tubos, y cañerías principales se entrecruzaban sobre sus cabezas, iluminadas por destellos de luz infrarroja proyectada por monitores remotos antigravedad y esféricos de ojos ciclópeos color rubí, acanalados y barbudos con antenas segmentadas.
“¡Miren el tamaño de este lugar!” el Soldado Road exclamó. (Angelo no pudo esperar a fomentar al sujeto para poner fin a la broma continua.)
“Mantengan sus posiciones,” dijo el sargento. “Estén alerta y mantengan sus ojos abiertos por cualquier cosa que pueda ser amenazadora.”
“¿Amenazadora?” Marino preguntó con incredulidad, su rifle de asalto soldado a sus manos. “Todo este lugar luce bastante amenazador para mí, sargento.”
“Cúlpame cualquier día,” Xavez secundó.
Dante giró hacia ambos, levantando su voz. “¡Dije que basta, y no voy a repetírselos! ¡El próximo que hable se encontrará en una escena más miserable que esta! ¡Ahora, sepárense! ¡Pero manténganse a la vista uno de otro! Tenemos trabajo que hacer.”
En lo alto sobre ellos, una de las esferas remotas parpadeó, fijando una imagen aérea de hombres y mechas en su lente de ojo de pescado. Una ves realizado ello, el dispositivo giró ligeramente y emitió una serie adornada de luz.
En una galería aún más elevada en el compartimento, el código fue recibido por una criatura sombría, la que confirmó la señal y se alejó en la oscuridad.
El soldado Road, entretanto, había comenzado a apartarse paso a paso del apretado grupo. No tenía sentido esperar por el sargento para escuchar sus reprimendas –ellos las podían recitar de memoria ahora, aún las amenazas e imprecaciones. El soldado sonrió en la privacidad de su escudo facial y dio un pequeño paso hacia atrás. Pero repentinamente algo lo estaba haciendo dar un paso más: un dispositivo había sido sujetado alrededor de su garganta, cerrando su suministro de oxígeno y aplastando el grito naciente que se alojaba en su garganta. Él podía sentir sus ojos empezar a hincharse y sobresalir mientras sea lo que fuera que lo sostenía aumentaba el torque de su asimiento. Él oyó y sintió el estallido que rompió su cuello, la prisa de la muerte en sus oídos...
“...y quiero que declamen al minuto en que vean algo sospechoso,” Angelo terminó. Él había armado su arma y estaba bajando su visor facial cuando Kuri hizo un sonido de perplejidad por la red táctica.
“Oiga Sargento, Road no está.”
Dante levantó su arma y giró hacia donde él había visto por última vez al soldado. Xavez y Marino intercambiaron miradas cautelosas, luego siguieron el liderazgo del sargento.
“¡Road!” Dante dijo suavemente. Él dejó caer su máscara y lo llamó de nuevo por la red. Cuando no hubo respuesta, él gesticuló brevemente al equipo. “¡Muy bien, no se quedan allí: encuéntrenlo!” A Kuri él le dijo: “Ve si puedes conectarte con la teniente.”
Dante verificó dos veces su arma, pensando: ¡Si esta es la idea de Road de una broma, lo llamarán fracasado de ahora en adelante!
Repentinamente, sin advertencia, la habitación fue seccionada por fuego de láseres.
***
“¡Manténganse apartados!” Dana advirtió a Bowie y Louie.
Ambos regresaron a sus Hovertanks mientras Dana preparaba el láser y lo apuntaba hacia la puerta blindada.
El mecha de Dana había alcanzado detenerse a poco de la cosa, el extremo posterior casi enteramente dado vuelta, a dos metros de la colisión. Ella lo había reposicionado ahora en el centro del pasillo, a treinta metros de la puerta. La barrera era de algún tipo de metal de alta densidad, diferente del durceramic de las paredes del pasillo, y Louie tenía toda la confianza en que el rayo láser surtiría efecto.
“¿Algo de suerte encontrando al Sargento Dante o Jordon?” Dana preguntó a Louie otra vez antes de fijar su objetivo.
Louie sacudió su cabeza y le hizo una seña de pulgar hacia abajo.
“Hasta mi sensor óptico no funciona,” él le dijo por la red.
Eso no la sorprendió, dado el grosor aparente de las paredes del pasillo y el hecho de que estaban al a menos a dos kilómetros y medio dentro de la fortaleza ahora. Ni las barreras resultaban ser de gran shock; desde el principio ella había sentido que su progreso estaba siendo monitoreado.
“¿Piensas que atraparon a los otros?” Bowie dijo preocupado.
“Tu suposición es tan buena como la mía,” ella respondió casualmente, y volvió su atención al láser. “Muy bien entonces: aquí vamos.”
Ella presionó el gatillo del láser; había bastante humo residual en el pasillo para darle un vislumbre del propio rayo de luz, pero en conjunto sus ojos estaban pegados a la barrera. Louie le había advertido que resultaría ser una operación tedioso –probablemente ellos necesitarían de un impulso bajo junto con una ronda perforante de blindaje pero Louie no era infalible: en lugar de ese esperado impulso bajo, el rayo láser voló un enorme agujero en la puerta en el impacto.
“Bueno eso no estuvo tan mal,” Dana dijo cuando la tempestad de fragmentos pasó.
Ella se estiró para tomar su rifle, desmontó del tanque, y se acercó a la puerta cautamente. Más allá de ella había un tramo corto de pasillo que abría hacia lo que ella supuso era el compartimento de ventilación y reciclaje del agua de la fortaleza. Por los numerosos pozos de chimenea y conductos aquí, ella razonó que no podía estar lejos de la marca.
“¿Qué ve Teniente?” Louie preguntó desde detrás de ella.
Dana levantó el visor de su casco. “No mucho de nada, pero al menos estamos fuera de esa trampa.” Cuando Bowie y Louie la alcanzaron, ella les advirtió de quedarse juntos.
Allí había suficientes sonidos de goteo, aflujos sibilantes, y rugidos para hacerles sentir como si hubieran entrado a un sótano gigante. Pero había algo mas también: casi una voz de silbido de chimenea, suave y atonal, casi perdido para sus oídos pero registrándose no obstante como si por algún sexto sentido. Parecía llenar el aire, y sin embargo no tenía una fuente, el ambiente como de luz de luna llena. Por momentos recordaba a Dana de campanas o gongs, pero apenas ella los fijaba, el sonido se reconfiguraría y parecería semejante al de un arpa o de percusión de cuerda.
“Parece música,” Bowie dijo a una transfigurada Dana.
El sonido le estaba afectando, infiltrándosele, jugando con ella, como si ella fuera el instrumento: su música era canción del recuerdo, pero de ensueño, preverbal e imposible de mantener...
“¿Se encuentra bien Teniente?” Louie le preguntó, rompiendo el hechizo.
Ella alentó al tono a dejarla, y les sugirió tratar de localizar la fuente del sonido. Louie, su visor del casco levantado, sus anteojos siempre presentes en su lugar, presionó su oído contra uno de los tubos de ventilación del compartimento. Él hizo señas a Dana y a Bowie para que se acercasen, y los tres se inclinaron alrededor del conducto, escuchando asiduamente por un momento.
“Quizá sólo sea la plomería defectuosa,” Bowie sugirió.
Louie ignoró la broma. “Este es el primer signo de vida que hemos encontrado. Tenemos que deducir de dónde viene y cómo llegar allí.”
Dana se puso de pie, preguntándose cómo podrían lograr eso. Excitado por el descubrimiento Louie le estaba disparando preguntas a ella más rápidamente de lo que ella las podía responder. Ella lo hizo callar y regresó su atención al sonido; cuando ella levantó la vista de nuevo, Louie estaba cayendo a través de la pared.
***
Sean y compañía –Woodruff y Cranston– estaban en lo que parecía ser algún tipo de “invernadero,” apenas a 200 metros de la cámara de reciclaje del agua (sin embargo ellos no tenían manera de saber esto), pero en cualquier caso separados del contingente de la teniente por tres mamparos cerámicos de alta densidad. “Invernadero” fue la conjetura de Sean, al igual que la cámara de reciclado había sido la de Dana, pero le había tomado al soldado varios minutos salir aun con esta descripción.
Allí no había suelo, ni recipientes de cultivo hidropónicos o luz solar artificial, ni vapor de agua u oxígeno elevado o niveles de bióxido de carbono; sólo hilera tras hilera de plantas alienígenas que parecían estar creciendo al revés. Central a cada uno había una esfera casi incandescente, de unos diez metros de circunferencia, con zarcillos y sustentada por, o tal vez suspendía de, agrupaciones de enredaderas semejantes a lianas rígidas y cerdosas. (a Cranston ello le trajo a la memoria los soportes de plantas macramé populares en el último siglo, aunque él no mencionó esto a los otros.) Las esferas mismas estaban situadas en cualquier parte de cinco a quince metros del piso de la cámara, y debajo de ellos, ambos, o adheridos firmemente a los tallos mismos o extendidos sobre el piso, se encontraban frutos individuales, del tamaño de manzanas pero del color rojo de las fresas.
Los tres hombres habían dejado sus ociosos Hovertanks para echar una mirada más de cerca. Sean tenía el visor de su casco levantado, y estaba lanzando casualmente uno de los frutos en su mano, usando golpes de codo para propulsar la cosa en el aire. La charla había cambiado de las plantas mismas al hecho que el equipo aún tenía que encontrar alguna resistencia. Nadie había tomado el desafío de saborear el fruto, pero Sean había pensado en guardar unos cuantos especímenes en su tanque para análisis posteriores.
“Es una locura,” el malabarista de una mano estaba diciendo ahora. “Ellos estaban terriblemente ansiosos de mantenernos fuera de aquí en primer lugar, ¿así que por qué están tan quietos ahora?”
“¿Quizá los asustamos?” Cranston sugirió. “Un poco, quiero decir,” él se apresuró a agregar después de ver la mirada que Sean le lanzó.
“¿Q-q-qué tienen ustedes muchachos en contra de la paz y la quietud de todos modos?” Woodruff tartamudeó.
Sean hizo un gesto. “Nada, Jack. Excepto cuando hay demasiada quietud, como en este momento. No podemos dejarnos ser arrullados por ello, eso es todo. O de otro modo nos caerán encima.” Sean sostuvo el fruto delante de él y empezó a apretarlo. “¡Así!” él dijo, mientras el fruto se rompía, liberando un jugo blanco y espeso que los tocó a todos de ellos.
***
Era en realidad una sección poligonal y engoznada de pared por la que Louie Nichols había caído. Y detrás de ella había sorpresas aún más extrañas.
A primera vista de la primera de estas –una cuba rectangular llena de variadas partes de cuerpos flotando en una solución viscosa color lavanda– Louie casi devolvió su desayuno, sus ojos abriéndose ampliamente debajo de los anteojos matizados. Bowie y Dana entraron y siguieron su dirección, registrando su asco en exclamaciones y sonidos sofocados.
Una garra de cinco dedos estaba anexa al lado de la cuba, su propósito fue inmediatamente obvio para Louie mientras asimilaba el resto de la habitación. Detrás de ellos había una correa transportadora, también equipada con un brazo de agarre, y una mesa llena de cabezas artificiales.
“¡Es una línea de montaje!” Bowie dijo con incredulidad. “¡Y pensábamos que estos alienígenas eran humanoides!”
“No debemos saltar a las conclusiones,” Louie le advirtió, inclinándose hacia el tanque ahora y extendiéndose para tocar los brazos y piernas que flotaban allí. Él estaba totalmente compuesto de nuevo, curioso y fascinado. “Estas son partes de androides,” él dijo después de un momento de escrutinio, con sorpresa en su voz.
Dana decidió arriesgar otro vistazo y observó mientras el cabo tiraba y sondaba las entrañas semejantes a ligamentos de un antebrazo y la carne artificial de una cara.
“Increíble,” Louie pronunció. “La textura parece en realidad real. No es fría o metálica... Parecen haber desarrollado una perfecta combinación biomecánica...”
Bowie, sintiéndose un poco como un corpúsculo en un ganglio linfático, se había alejado de la cuba para investigar las paredes de membrana de la habitación –cualquier excusa para ausentarse de la continua lección de anatomía de Louie. Pero incluso así, palabras de sus cursos de ciencia se mantenían reptando en sus pensamientos: pared celular, vacuola, núcleo... Un minuto más tarde –durante una ascensión en ascensor a través de aire enrarecido– él recordaría que ósmosis era lo último que él se había dicho antes de ser chupado por la pared...
Él también se dijo que era inútil luchar contra esta nueva situación: salir del disco radiante bajo sus pies o propulsarse para liberarse de la esfera de luz suave que lo abarcaba a él parecía una empresa arriesgada en ese momento, y por todo lo que él sabía este paseo lo podía llevar fuera de la fortaleza, a la cubierta, de golpe en el medio de toda esa lucha y bombardeo, lo que estaba bien para él
Pero de repente todos ésos sueños de una salida fácil llegaron a un abrupto final, junto con el propio disco. Bowie se levantó del piso –agradecido de que hubiera uno– y levantó su rifle de asalto, voceando demandas en la niebla de luz blanca: “¡Muy bien –¿qué está sucediendo aquí?!”
Él fue respondido por la música que ellos habían oído en el compartimento de reciclaje de agua, quien sabe a cuántos niveles debajo de él ahora. Sólo que ésta era mucho más presente aquí y, él se dio cuenta, frecuente y bella. Él bajó el visor de su casco y dio un paso precavido hacia delante dentro de la neblina radiante, luego un segundo y tercero. Varios más y él comenzó a discernir los límites de la luz; había un pasillo más allá, similar a aquellos hexagonales que ellos ya habían encontrado pero en una escala menor. Las paredes tenían textura, desnudas excepto por el ocasional medallón oval de color rubí, y el piso brillaba como mármol pulido. También había un callejón sin salida en este particular pasillo lleno de música, o, como resultó ser, una entrada.
Los paneles gemelos que formaban el portal hexagonal se separaron deslizándose cuando Bowie se aproximó, revelando un pasillo corto adornado con dos filas opuestas de columnas románicas, con medallones como las paredes. Sobre su cabeza corría un continuo tragaluz arqueado, colgado con fijaciones idénticas a lo largo de sus representaciones de cierto fruto rojo del tamaño de una manzana. Lanzas de luz solar bailaban a lo largo del piso transparente del pasillo.
Siguiendo el sonido, Bowie dio vuelta en un pasillo perpendicular, con lados curvos y cartelas espaciadas proporcionalmente. La música era más fuerte aquí, emanando, parecía, de un cuarto oscuro hacia la derecha de Bowie. Bowie vaciló en la entrada, rechequeó su arma, y entró.
En la oscuridad él vio a una mujer sentada a un monitor –un dispositivo curiosamente formado como todo en esta nave, Bowie se dijo– una concha de almeja terminada en punta, encordada como un arpa con filamentos de luz colorida. La mujer, por otra parte, tenía una forma celestial: algo más baja que Bowie, con cabello lacio de un verde profundo que hubiera alcanzado sus rodillas si fuera soltado del anillejo que lo sostenía enteramente a medio camino de su espalda. Ella estaba vestida con una cierta clase bodysuit adherido de chifón de color celeste, con una capa semejante a gasa de color coral y una envoltura sin mangas que dejaba un hombro desnudo. Ella tenía sus pequeñas manos situadas en los controles de luz del dispositivo cuando giró y se percató del ingreso de Bowie. Y fue sólo entonces –cuando sus manos se congelaron y la música empezó a vacilar– que Bowie se dio cuenta de que ella estaba tocando el dispositivo: ¡Ella era la fuente de la música!
Él reconoció al instante que él la había asustado y entró en acción rápidamente para suavizar su aspecto, colocando al hombro su arma y manteniendo su voz calmada mientras le hablaba.
“No te asustes. ¿Así está mejor?” él preguntó, señalando con un ademán a su ahora rifle al hombro. “Créeme, no tienes nada que temer de mí.” Bowie arriesgó un pequeño paso hacia ella. “Sólo quería felicitarte por tu modo de tocar. Yo soy un músico también.”
Ella estaba sentada inmóvil en el igualmente inusual asiento del arpa, sus ojos muy abiertos y fijos en él. Bowie mantuvo el paso corto, notando detalles mientras se acercaba: la gruesa banda que ella vestía en su muñeca derecha, el hecho que el cabello que enmarcaba su inocente rostro estuviera interrumpido...
“Así que verás que tenemos algo en común. Se dice que la música es el lenguaje universal–”
Repentinamente ella se puso de pie, lista para correr, y Bowie se detuvo en seco. “Cálmate,” él repitió. “No soy un monstruo. Soy sólo una persona –como tú.” Al oírse, él se imaginó cómo debía parecerle a ella con su casco y armadura de cuerpo completo. Él se liberó del “casco pensante” y vio que ella se relajó un poco. Alentado, él se presentó y preguntó su nombre, trató un chiste sobre si era sorda, y finalmente se dejó caer en el asiento de respaldo alto y acojinado del arpa.
“Estoy olvidando que la música es el lenguaje universal,” él dijo, volviéndose hacia el instrumento mismo y preguntándose dónde empezar. “Quizá esto funcione,” él le sonrió a la muchacha de cabellos verdes, quien estaba de pie confundida al lado de él, comprendiendo todas sus palabras pero no pronunciando nada a cambio.
Bowie observó las cuerdas ascendentes de luz, maravillándose ante los patrones de colores cambiantes. Él situó sus manos en el arpa, las palmas hacia abajo, interrumpiendo el flujo. Mientras los tonos cambiaban, él trató de discernir alguna correlación entre los colores y los sonidos, recordando textos musicales oscuros que él había leído, el acercamiento de las escuelas ocultas a las correspondencias pitagóricas... Sin embargo él no pudo encontrar sentido musical a esta arpa. Y pronto fue aparente que la arpista misma no encontraba sentido a los intentos de Bowie.
“¿Cuánto tiempo ha pasado desde que afinaste esta cosa?” él dijo de modo juguetón, cuando la mujer se inclinó para hacerle una demostración.
Bowie la observó asiduamente, más fascinado por su repentina cercanía que por la riqueza de su música. Pero cuando sus graciosas manos continuaron acariciando las cuerdas de luz, Bowie sintió una magia calmante comenzar a obrar en él, produciendo sentimientos que él no podía definir, aparte de decir que la arpista y su instrumento eran la fuente de ellos; ello se sentía como si él pudiera ser hecho de algún modo obedecer la orden del arpa.
“Eso es lo más bello que he oído alguna vez,” Bowie dijo suavemente. “Y tú eres la cosa más bella que haya visto alguna vez.”
Ella apenas había acusado sus más tempranos intentos de comunicación verbal, pero éste pareció hacerla vacilar; ella giró del arpa para mirarlo con fijeza, como si sus palabras fueran música que ella podía entender.
Entonces de repente la habitación estaba desbordada de luz.
Regresado por el sobresalto a realidad, Bowie se levantó de un salto del asiento, su casco cayendo al piso, cuando una vos chirriadora y sintetizada dijo, “No se mueva, terrícola.”
Bowie se esforzó por alcanzar su rifle, sin embargo, refunfuñando “trampa” a ambos, la arpista y los soldados de choque armados que habían irrumpido en la habitación.
“No sea tonto,” advirtió el segundo soldado.
Bowie vio la sabiduría de esto y alejó sus manos de su arma. Era difícil saber si había humanoides dentro de las armaduras destellantes vestidas por los alienígenas, pero Bowie sentía que estos soldados habían sido ensamblados de las partes de androides que él había visto sólo hace poco tiempo. Este par era de tamaño humano, armado con rifles láseres sin rasgos característicos, y encajados en cascos y pesada armadura corporal, incluyendo largas capas semejantes a conchas que permanecían tiesamente detrás de ellos.
“Otro movimiento y será el último. Vendrá con nosotros –ahora. Tú también, Musica.”
Bowie giró al sonido de su nombre, y lo repitió para el bien de Musica. Él pensó detectar los comienzos de una sonrisa antes de que uno de los androides dijese: “Muy bien, terrícola, acompáñanos calmadamente ahora” –como si tomando el diálogo de una película arcaica.
Bowie juzgó a los dos: estaban codo a codo, tal vez a tres metros de él, gesticulando con sus rifles, pero más dedicados a capturarlo que a volarlo en pedazos. Divisando su casco en el piso ahora, Bowie vio una oportunidad y fue por ella. Él dio un paso hacia delante, como si rindiéndose a ellos, entonces rápidamente llevó su pie derecho contra el casco, lanzándolo directamente en la cara de uno de los androides, mientras se impulsaba como un martinete hacia el otro. El soldado recibió la fuerza entera de su golpe y tambaleó hacia atrás pero permaneció de pie. Bowie estaba agarrando a la cosa como un tackle cuando vio que el primero había vuelto en si y tenía el rifle apuntado en él. Él sumió su aliento y se zafó de las garras del segundo, justo cuando el primero disparó, agarrando a su compañero en la cara con varias rondas. Ambos, Bowie y el androide, se quedaron inmóviles por un breve momento mientras el peso de este volteo descendía; entonces Bowie apuntó su propio rifle hacia los espectadores y puso varias rondas en el repentinamente mudo alienígena. El soldado cayó al piso con un golpe.
Bowie giró hacia Musica y sacó pecho triunfantemente. Pero esta no era ninguna Rapunzel de cabellos verdes a quien él acababa de salvar, y no se le ocurrió a él que acababa de matar a dos de su gente. Musica, sus manos como pájaros nerviosos, los estaba mirando fija y penosamente, alejándose hacia atrás lentamente, como si esperando que la próxima ronda viniera zumbando hacia ella.
Bowie finalmente comprendió lo que estaba sucediendo y trató de persuadirla que él le había hecho un tipo de favor. “¿No me digas que aún me tienes miedo?” él dijo, colocando sus manos en los hombros de ella mientras ella enterraba su cara en sus manos. “Te salvé de esos dos, ¿o no? ¿No prueba eso que soy tu amigo?”
Musica estaba lloriqueando, sacudiendo su cabeza de un lado a otro mientras él hablaba; pero sin embargo él continuó: “Ahora todo lo que tenemos que hacer es salir de aquí... ¿Puedes mostrarme el camino?”
Ella finalmente tuvo éxito en alejarse de él y comenzó a correr. Bowie estaba empezando a correr detrás de ella cuando de repente una ráfaga resonó por detrás de ellos dos atrapando a Musica inadvertidamente en la pantorrilla. Bowie la alcanzó y la sostuvo, pensando que ella había estado tratando de advertirle. Él miró hacia atrás hacia el soldado que había soltado el tiro: el androide estaba sobre sus rodillas ahora, pero no habría necesidad de que Bowie derrochara una carga contra éste. En un segundo la cosa estuvo cayendo boca abajo por propio acuerdo.
Pero de nuevo la señora del arpa se liberó y corrió, esta vez atravesando una entrada azul y roja –una pintura hexagonal ultra modernista que se deslizó abriéndose en tres secciones cuando ella se acercó, y se cerró igualmente de rápido detrás de ella.
Bowie corrió tras ella y se encontró de vuelta en el pasillo con columnas, pero Musica no estaba a la vista. Entonces él por casualidad miró a su derecha y allí estaba ella: casualmente entrando al pasillo desde un corredor perpendicular.
“¡Bueno, eso está mejor!” Bowie dijo sonriendo.
Pero de nuevo ella huyó y la persecución continuó.
“Cálmate,” Bowie voceó tras ella, sofocado. “No deberías correr con esa pierna herida.” Lo que él realmente quiso decir era que no era justo que ella lo estuviese dejando atrás, pero él esperaba que una demostración de preocupación por su bienestar resultase más efectiva que una admisión de derrota. Pero entonces él notó que la pierna de ella no mostraba ningún signo de la herida que él había visto claramente allí sólo un minuto antes. Y al considerarlo, él se encontró preguntándose: ¿no era su cabello más verde que el azul que él estaba viendo ahora?
Las intersecciones y bifurcaciones aumentaban más y más en número, un verdadero laberinto de pasillos hexagonales, réplicas pulidas de las unas en niveles inferiores, con paredes con medallones y paneles de techo de color rojo sangre aparentemente llenos de axones y dendritas.
Bowie la perdió en un laberinto de curvas y vueltas. Él permaneció en su lugar, respirando fuerte y rápido, atento a cualquier sonido de ella. Pero lo que oyó en cambio fue el acercamiento de algo grande y motorizado. Él sacó su rifle de su hombro y se movió al centro del pasillo, esperando confrontar sea lo que fuera que estaba a punto de aparecer a la vuelta de la curva.