Capítulo 46

Berta aseguraba que Lucas volvería, pero pasó una semana y no había ni rastro de él. Seguía sintiéndole como siempre, sí, pero tan lejos que se levantaba cada mañana a las cinco para ir a Madrid a trabajar y regresaba agotadísima casi a las doce de la noche, para meterse en la cama y no pensar en nada.

No obstante, durante el día, a pesar de que intentaba concentrarse en las muchísimas tareas que se autoimponía, no podía dejar de pensar en él, y lo echaba de menos todo: sus ojazos, su sonrisa, lo bien que le sentaban los vaqueros, el desayuno que le preparaba todas la mañanas, los besos que venían después, los paseos por el campo, los bailes junto a la chimenea, los polvos interestelares…

Le echaba tanto de menos…

Aunque no fuera perfecto, aunque le sacara de quicio unas veces y se pasara de listo otras tantas, aunque viniera de otra galaxia y lo suyo fuera a todas luces un imposible: no podía evitarlo.

Le echaba muchísimo de menos…

A cada momento, a cada suspiro, todo era Lucas, Lucas y más Lucas, y cuando no pensaba en él, todo le recordaba a él: un cliente de espaldas, una canción en la radio, un olor repentino, los colores de un atardecer tan parecido a los que compartieron…

Y si no pensaba, ni recordaba casi que era peor porque le bajaba una angustia que le impedía hasta respirar y luego venía la tortura china de la pregunta que no se podía sacar de la cabeza: ¿Y si Lucas no volvía más?

Después, le sobrevenía una culpa infinita por no haberle dicho lo que sentía, por no haberse atrevido a abrir su corazón y confesarle que también le quería.

Pero para ella decir te quiero era tan importante que necesitaba estar segura de que esas dos palabras significaban lo que tenían que significar, porque no había nada que Isabel detestara más que se mencionaran en vano.

Tal vez porque había sido víctima de demasiados te quiero que no lo eran, se cuidaba mucho no de pronunciar un te quiero tan precipitado como vacío, un te quiero mentiroso, un te quiero traicionero, un te quiero de mierda…

Por eso, con Lucas había preferido el silencio, incluso que se le quedaran los te quiero atorados en la garganta, a decir algo que no estuviera completamente convencida de que lo estaba sintiendo de verdad.

Aunque desde luego si con Lucas le quedaba alguna duda, por mínima que fuera, después de la semana tan agónica que estaba pasando se había disipado por completo…

—Le quiero, jopé. Le quiero —musitó Isabel el domingo, delante de una taza de café que se estaba tomando con Caye, en el bar, a eso de las cinco de una tarde soleada de primavera—. Y no imaginas cuánto me arrepiento de que se marchara aquella noche sin decírselo por ser una cautelosa de mierda.

—¿Cautelosa o cobarde? —replicó Caye dando un sorbo a su taza de té.

—Yo soy muy especial para los te quiero. Me moría de ganas de decírselo pero estabais todos delante y reconozco que me dio corte. Además, pensé que tendríamos más tiempo, si llego a saber esto… —Isabel lanzó un suspiro y luego añadió—: esta incertidumbre me está matando.

—¿No dices que le sientes?

—Sí, pero ¿por qué no vuelve?

—A lo mejor está retenido en contra de su voluntad —respondió Caye, encogiéndose de hombros.

—Gracias por los ánimos, tu respuesta no veas lo que me tranquiliza —ironizó llevándose la mano al pecho.

—No quiero decir que le pase algo malo, sino que a lo mejor le ha surgido algo de trabajo, alguna obligación, que le impide estar de vuelta.

—Sé que está bien, porque no percibo que esté pasando ningún peligro. Y es lo que más me mosquea, mira que si no ha vuelto porque está cabreado… Cuando me dijo que me quería en la fiesta, tenía que haberle dicho que yo también…

—Isa qué pesada, pero si no hacía falta más que mirarte a la cara para darse cuenta de que estás loca por él.

—¿Tú crees? —preguntó Isabel aferrada a su taza de café.

—Pues claro… Quítate eso de la cabeza y ten paciencia, que antes de lo que imaginas volverá.

—¿Y si no vuelve nunca más?

—¿Pero no dices que lo percibes, que puedes sentirlo? —insistió Caye, para que se relajara un poco y porque ella también estaba convencida de que Lucas iba a volver.

—Pero también siento a mi abuelo sobre todo cuando estoy en su casa del pueblo, es que hasta le huelo y hace ya un tiempo que murió. ¿Y si es eso lo que estoy sintiendo por Lucas? —preguntó tras dar otro sorbo a su café.

—Lucas está vivo y tiene que estar con Zenda que sigue sin aparecer tampoco… Ya verás como todo acaba bien… Estoy convencida…

—Qué suerte tener ese convencimiento porque yo estoy que no doy pie con bola, no sé ya ni qué pensar.

—Piensa en que estás sintiendo a Lucas y que si un día lograste hacerle caer con tu luz ¿por qué no dos?

—¿Con mi luz?

—Sí, como dice Bowie en Starman: If we can sparkle he may land tonight… —le recordó Caye.

—Esa canción la escuché con él, aquí, en tu bar y si vieras qué bien la canta… —suspiró—. Ahora que como dependa de mi brillo para aterrizar, estamos apañados. Uf, tía. Esto es horrible: me temo que me he fundido… —confesó Isabel clavando la vista en la taza de café.

—No digas chorradas, si cada vez que mencionas el nombre de Lucas te brillan los ojos mogollón.

—¿Mogollón? ¿Tú crees? —preguntó parpadeando muy deprisa.

—Mucho, como nunca te los he visto brillar antes.

—Será de lo poco que duermo porque de otra cosa… —musitó pero, la verdad era que aunque estaba pálida y ojerosa, sus ojos brillaban más que nunca.

—Es el amor —dijo Caye con una sonrisa enorme.

—A ti sí que te brillan —replicó Isabel.

Caye suspiró, se echó la melena atrás y, sin dejar de sonreír, dijo:

—Y os lo debemos a vosotros, porque si no llegáis a ir buscar a mi australiano yo creo que en la vida habría dado mi brazo a torcer. Y lo que me habría perdido… Soy demasiado feliz…

—¿Qué tontería es esa? Uno no es nunca demasiado feliz, se es feliz y punto —replicó Isabel dando un manotazo al aire.

—No sé, es que tenemos nuestras cosas, porque Erik tiene un carácter fuerte y además le encanta mandar… como a mí. La verdad es que en eso nos parecemos demasiado… A veces montamos unos pollos increíbles por cosas absurdas, porque además a los dos nos gusta salirnos con la nuestra y a mí no me gustar perder ni al parchís, ya lo sabes, así que se lía parda… Pero aparte de los tira y afloja que acaban siempre en un polvo monumental, y mi desorden y mi mal humor matutino y toda mi ristra de defectos: ¡estamos de puta madre! ¿Te lo puedes creer?

—Naso me dijo el otro día algo así como que nos cuesta creer que merezcamos cosas buenas y mira que dice tonterías, pero en esto tiene razón. Así que ¿cómo no me lo voy a creer? —dijo Isabel tras apurar su café.

—Esto es flipante. Me he pasado meses dando vueltas a miles de “y si” desde los más sensatos a los más peregrinos y ahora resulta que estamos juntos y todo fluye.

—Y yo me alegro tanto por vosotros…

—Ya verás como falta muy poco para que nos vayamos de fiesta los cuatro juntos —le dijo Caye cogiéndole la mano y apretándosela con cariño.

—Espero que para entonces no tenga noventa y ocho años… —replicó Isabel resoplando.

—Será muchísimo antes, ya lo verás… Y Naso cada día más inspirado gracias a compleja relación sentimental tocará su nuevo hit: Bombo Bombooooooooooooón… —comentó Caye para arrancarle a su amiga una sonrisa.

—¡Qué horror! Yo no sabía qué hacer con el regalito de canción, no tengo cuerpo para nada, pero mi abuela decidió subirla a las redes sociales porque dice que la gente se ríe y eso es bueno para nuestra marca.

—Claro que es bueno, yo de verdad que os agradezco que me hiciera pis el otro día… ¡Hacía tiempo que no me descojonaba de esa forma! —reconoció Caye muerta de risa.

—Ay por favor… —murmuró Isabel llevándose las manos a la cara—. Es que es patético… —bufó apartando las manos otra vez—. Pero el caso es que el video tiene muchísimas visitas y que las ventas de los bombones siguen subiendo.

—¿Y te extraña? Es que la canción es la bomba, porque lo que sucede es que después de mearte de la risa de ver a ese tío tan serio cantando esas patochadas, te entran unas ganas irresistibles de zamparte un bombo bombooooooooón, dame bomboooooooooón….

—¡Qué temazo, madre mía! —exclamó Isabel muerta de risa—. Lo único bueno que tiene es que a pesar de la pena tan grande que tengo, cada vez que lo escucho no puedo evitar morirme de la risa.

 —¿Te parece poco? ¡Solo por eso merece la pena la espera! No si al final todo llega, pensábamos que ni en mil años te compondría una canción y ya tienes el hit.

—Da vergüenza ajena, pero es un hit, sí… —bromeó Isabel—. ¿Vega qué dice? ¿Lo ha visto?

—Sí, se partía el culo, como todos. Hoy libra y está con él. Dice que jamás se ha sentido tan atraída por un gilipollas, y que ni le soporta ni puede vivir sin él. Y nada… están como tú, esperando a Zenda… Tienen un cuelgue de los guapos los tres —contó Caye, tras terminar su té.

—Anda que como nos toque esperarlos mil años… —insistió Isabel estrujando la servilleta que tenía en la mano.

—¡No seas exagerada! Y tú lo que tienes que hacer es encenderte…

—¿Encender el qué? —inquirió Isabel, arrugando el ceño.

—Encenderte tú. ¿No dices que estás fundida?

—Ah sí. Totalmente. No tengo ganas de nada… Mira, ni me he pintado los labios…

Caye abrió su bolso y buscó una barra de labios que acababa de comprarse:

—Toma, está sin estrenar —le dijo entregándosela—. Píntate ahora mismo los labios, cada vez que te sientas fatal piensa en Bombo Bombóoooooooooon, porque lo mismo que tú estás sintiendo a Lucas, él debe estar sintiéndote a ti y seguro que lo que quiere es verte bien, animada, confiada e iluminada por dentro.

—No pides tú nada… —masculló Isabel, mientras se pintaba los labios frente al espejo ovalado que estaba detrás de ellas.

—Tienes que estar radiante ¡y ya verás como echas ese platillo abajo! ¡Sigue el consejo de Bowie!

Isabel resopló porque últimamente parecía que no sabía hacer otra cosa, y decidió seguir el consejo. Total, siendo una ceniza solo había conseguido marchitarse y hundirse en la miseria…

¡Peor ya no le podía ir!

Por lo que esa misma noche comenzó con la nueva estrategia, se colocó para dormir una camiseta de brillos, puso a Bowie a toda pastilla en el móvil y sonrió como una idiota al techo, con Chicho tumbado a su lado que parecía que sonreía también.

—Estamos como cabras, ¿verdad que sí, amigo?

Chicho no solo asintió con un ladrido sino que parecía feliz de serlo…

—Tenemos que brillar mucho, Chicho. ¡Ayúdame a tirar esa jodida nave espacial! —le pidió a su perro que la miraba intensamente, infundiéndole ánimos.

La respuesta de Chicho fueron unos cuantos ladridos para confirmarle que estaba dispuesto a todo y luego le dio un lametón en la cara para que Isabel sonriera más todavía.

Y lo hizo, sonrió con tantas ganas que sintió como que volvía a encenderse por dentro…

—Venga, Chicho, que ya lo hicimos una vez aunque no lo supiéramos… ¡Vamos a traer de vuelta a Lucas!

Chicho saltó de la cama y aulló a las estrellas debajo de la ventana, mientras Isabel respiraba hondo, cerraba los ojos y confiaba en que podía suceder…

Y así una noche, y otra, y otra, otra más…

Hasta que llegó el jueves y todo cambió para siempre...