Cuando la abuela estaba a punto de abrir la puerta, Isabel colocó la mano sobre la de Berta para impedir que lo hiciera y mirándola desafiante, le susurró:
—Ni se te ocurra…
—¡No pienso dejar que E. T. se muera de frío! —replicó la abuela apartando la mano de Isabel de un manotazo.
—¿Un E. T. que se llama Lucas y usa chaqueta de Zara? —protestó Isabel frunciendo el ceño, mientras se resistía a liberar la mano de su abuela.
—¿Zara? Mi ojo bueno no da para tanto, pero ¿qué pasa que no puede haber un E. T. que se deje caer por Zara? ¡Y es tan guapo…! ¡Este chico es un mirlo blanco, Isabelita!
—Imposible que tengamos tanta suerte…
—Anda ¿y por qué no? —preguntó la abuela encogiéndose de hombros.
—Porque los tíos que conozco últimamente son unos mierders por lo general… ¡Este seguro que es uno más!
—¿Qué es un mierder? —preguntó la abuela echando otro vistacito al chico a través de la mirilla.
—Pues un cabrón, narciso, peterpan, muermazo, malfollador, puñetero, vulgar, traidor, borde, cobarde, grosero, vago, cretino…
—¿Has conocido alguno al que le adorne tanta virtud? —preguntó la abuela mirando a su nieta con lástima.
—¡Si solo fuera uno! ¡Los veo venir de lejos! Y te digo abuela que este que está afuera además de todo eso es un chiflado. ¡Así que no abras!
—Está de toma pan y moja, qué quieres que te diga —musitó la abuela escrutando otra vez al joven.
—¡Y está genial de la cabeza! ¿No te da miedo meter en casa a un desconocido que se cree que es un extraterrestre?
—¡Habla más bajo que te va a escuchar! —le reprendió la abuela llevándose el dedo índice a la boca—. No se cree un tío de otras galaxias, lo es... ¿O acaso no escuchaste el estruendo cuando se le descuajaringó la nave?
Isabel se tapó la boca con la mano, de la desesperación y luego susurró:
—¡La nave comprada en los chinos! Pero abuela ¿cómo te puede parecer tan normal que haya un E. T. ahí fuera?
—Porque desde que llegué a este lugar no he parado de ver cosas raras en el cielo, así que era solo cuestión de tiempo que acabara cayendo algún alienígena y si además es guapo y está aquí por amor, bienvenido sea… ¡La pena es que me pille con los rulos puestos, pero tampoco pasa nada, como me los pongo tan tirantes me hacen un efecto lifting de lo más arrebatador! ¡Venga quita la mano de una vez que yo voy a abrirle! —le instó a su nieta.
—¡Ni de coña! ¡Pídele que te dé una prueba de que es un extraterrestre! —propuso Isabel a la que no se le ocurrió otra forma mejor de disuadir a la terca de su abuela.
—¡Eso es una tremenda grosería! ¿Cómo voy a dudar de la palabra de mi invitado?
—Espera que me he debido perder algo… —repuso Isabel, ofuscada—. ¿Me puedes decir en qué momento has invitado a este tío a que venga a pasar el finde con nosotras?
Berta resopló y armándose de paciencia para soportar a la desconfiada de su nieta, preguntó a Lucas a gritos:
—Perdona, hijo, pero mi nieta es de ver para creer. Cosa muy mal hecha porque como dice el Evangelio: “Bienaventurados los que no vieron y creyeron”.
—Al grano, abuela. No te enrolles… —farfulló Isabel, ansiosa.
—¿Te quieres callar para que pueda exponer mi idea? —le increpó la abuela—. Lucas, perdona, que mi nieta me tiene frita…
—No se preocupe, señora, me hago cargo… —dijo Lucas, desde su lado de la puerta.
—¿De qué se hace cargo? ¡No, si todavía voy a tener que soportar que ese majara me falte al respeto! —saltó Isabel, molesta, alzando la voz para que ese ser pudiera escucharla a la perfección.
—Me refiero a que entiendo que les cueste creer que vengo de muy lejos —explicó Lucas, flemático.
—A mí no me cuesta nada, porque además de creer y tener fe, leo la prensa: la NASA está harta de manifestar que encontrará vida extraterrestre en menos de veinte años, así que para mí todo esto es hasta natural. Pero mi nieta es otro cantar, por eso te pido, si no te importa, majo, que hagas alguna cosita para que a la desconfiada de mi nieta no le quede ni la más mínima duda de que vienes de las galaxias —pidió la abuela.
—Con mucho gusto… —respondió Lucas, sacando del bolsillo de la chaqueta unas gafas de visión total y poniéndoselas para complacer a doña Berta—. Acabo de ponerme unas gafas que me permiten comprobar lo que ya intuía… —dijo Lucas y después lanzó un suspirito.
—¿Ah sí? ¿Y qué ves? —inquirió doña Berta, atusándose con coquetería una ceja.
—¿Qué va a ver? ¡Te está vendiendo la moto, abuela! —replicó Isabel con un mohín de desdén.
—Veo a una bella dama con el cabello recogido en un singular peinado…
—Rulos, hijo, es que mañana vamos a almorzar a un restaurante que han abierto nuevo cerca de aquí y quiero llevar el pelo en condiciones… —explicó la abuela, llevándose la mano a la cabeza.
—Sí, tú cuéntale todo con pelos y señales, ¡que así yo también soy una criatura del espacio con poderes! —cuchicheó Isabel, enojada.
—Relájate un poquito, niña, que estás muy tensa… —le rogó su abuela y Lucas lo escuchó.
Y sí, estaba tensa, pero al mismo tiempo Lucas pensó que esa chica estaba envuelta en una extraña luz, que hacía que no pudiera dejar de mirarla.
—Percibo la crispación de la joven en el ceño fruncido y la nariz arrugada —apuntó Lucas, alucinado con lo que estaba viendo—, pero sobre todo percibo su luz, una luz como jamás había visto ni en el espacio profundo…
—¡Lo que me faltaba! —bufó Isabel—. Ahora se va a poner a hablar de vibraciones, energías y chakras para no ir a lo concreto. Ya sí que no me cabe duda: este tío o se droga o es un farsante. Apuesto a que las dos cosas a la vez…
—Puedo ir a la concreto, a las cejas gruesas que le dan carácter al rostro —replicó Lucas mirándola fascinado, sintiendo como algo muy potente estaba creciendo en su interior y también entre sus piernas—, a los ojos de color avellana —continuó con un nudo en la garganta—, brillantes, inquietos, expectantes…
—Buah, buah, buah… Acierta porque solo dice vaguedades… —resopló Isabel.
—El pelo es del color de los árboles jóvenes, marrón vivo, ondulado y suave como un desierto, los pómulos altos, los labios gruesos y dulces, el cuello…
Cuando Lucas estaba a punto de reconocer que se moría por besar el cuello de esa terrícola, Isabel le interrumpió:
—¡Basta ya! No sé de quién habla este ridículo ser —opinó Isabel con el ceño más fruncido todavía, a pesar de que Lucas le estaba haciendo un retrato perfecto.
—De Chicho… —respondió la abuela con sorna—. Calla y deja que siga, esto es muy entretenido, ¡es como tener un trovador en la puerta!
—¡Yo lo que quiero es irme a dormir y acabar con esta locura cuanto antes! —gruñó Isabel.
—¿No querías pruebas? ¡Pues ya las tienes! Hale, voy a abrir… —dijo la abuela.
—¿Para ti es una prueba que diga rasgos físicos al tuntún?
La abuela resopló y, armándose de paciencia, volvió a preguntar al joven de las estrellas:
—Lucas, guapo, ¿te importaría especificar algunos detalles más para que la petarda de mi nieta se convenza?
—No, claro que no. Lleva un pijama negro de seda y una rebeca de lana gruesa gris, que se le está desplazando un poco por el hombro derecho… —Ropa que por cierto Lucas estaba deseando arrebatarle en ese mismo instante, pero no se lo dijo.
Tras escuchar aquello, Isabel se colocó bien la rebeca y farfulló:
—Solo tiene sentido común. ¿Quién no se compró un pijama de seda negro para Nochevieja y se lo pone un mes y medio después para que no se quede muerto de risa en el armario?
—¿Saliste en Nochevieja con el pijama? —preguntó la abuela extrañada.
—¡Como todo el mundo! ¡Es tendencia!
—¿Y qué va a saber Lucas de tendencias terrícolas? Lo ha acertado porque nos está viendo con sus gafas ultrasónicas.
—Ja, sí. Seguro que sí. ¿Y ahora qué hago Lucas? —preguntó Isabel a gritos, levantando el puño y luego estirando el dedo medio.
—Creo que se llama peineta…—contestó Lucas, con una sonrisa y fascinado por la joven incrédula que le atraía con una fuerza a la que era imposible resistirse.
—¡Qué gesto más feo! ¡Baja ahora mismo esa mano! —le ordenó Berta a su nieta.
—Y las escopetas… deben pesar un montón —apuntó Lucas, tan divertido como excitado.
—Este tío debe ser como los adivinos de los canales cutres de televisión, acierta las cosas de pura chorra. ¡No me fío en absoluto de él! —concluyó Isabel, muy enfadada.
—Yo solo sé que mi nave se ha averiado aquí por algo. La literatura de donde vengo está repleta de casos de visitantes a la Tierra cuyas naves cayeron en picado por culpa de la llamada del amor… —explicó Lucas que ahora que tenía a esa chica delante lo entendía todo.
Isabel llevándose el dedo índice a la sien y haciendo el gesto de que estaba loco, le susurró a su abuela:
—Espera que venga Antonio y que le lleve derechito a Urgencias Psiquiátricas… Va ser lo mejor…
—¿Pero no estás escuchando que se ha caído por amor? —replicó Berta, empezándose a hartar de la terquedad de su nieta.
—Ah, perdona, que es el amor de tu vida llamando a tu puerta… —se burló Isabel.
—El mío no. ¡El tuyo! ¡Que no te enteras! Gracias a Dios encontré al mío hace muchos años y algún día me volveré a reencontrar con tu abuelo ahí arriba. Ahora a quien le toca encontrarlo es a ti… —cuchicheó la abuela emocionada.
—¿Qué? ¿Con ese que hay afuera? —replicó Isabel con cara de asco.
—El amor es así, imprevisible. Llega cuando llega y de la manera más insospechada… Y por supuesto que no voy a permitir que Antonio se lo lleve para que el pobre chico acabe como E. T. lleno de cables en el hospital de campaña que plante el Ministerio de Defensa en el jardín… Voy a acogerle en la casa hasta que descubramos si hay tomate entre vosotros…
—Me parece lo más sensato, señora —dijo Lucas desde fuera.
—Te equivocas, tío. Lo más sensato es que te metas en tu nave y regreses a tu jodida galaxia —comentó Isabel gritándole a través de la puerta.
—¿Cómo va a regresar si tiene la nave averiada? —le recordó la abuela.
—Tranquilas que hasta que pueda averiguar qué es lo que ha pasado, la he invisibilizado para que no tengan ningún problema con los vecinos.
—Vaya, la nave es invisible. ¡Qué casualidad! —ironizó Isabel.
—Oye, pues a mí me interesa eso de hacerme invisible —reconoció la abuela.
—Es muy sencillo… Observe… —replicó Lucas, que al instante desapareció.
—¡Ostras, ha desaparecido! —exclamó la abuela, atónita y pegada a la mirilla.
—¡No digas bobadas, abuela!
—Es óptica cuántica, pero no estoy autorizado a hablar sobre ello… —indicó Lucas, que de pronto apareció junto a ellas en el descansillo de la casa.
Isabel no dudó en coger la escopeta y apuntarle muy cabreada:
—¿Cómo has hecho para colarte aquí dentro?
Lucas se quedó más fascinado todavía al contemplar a esa brava y atractiva mujer que echaba chispas por los ojos, mientras su abuela encontraba una explicación para todo aquello:
—Pues porque es como los fantasmas, puede atravesar las paredes. ¿No querías pruebas? ¡Pues toma prueba! —exclamó la abuela asombrada con lo que estaba sucediendo.
—Tiene que tener alguna explicación lógica… —repuso Isabel, convencida—. Se ha debido colar por mi ventana, aprovechando que no le mirabas y ha entrado en la casa sigiloso y como una flecha…
—Pero si he estado todo el rato con el ojo pegado a la mirilla…
—No le den más vueltas. Es el efecto túnel de la mecánica cuántica que apenas está desarrollada en este planeta. Se lo explicaría encantado, pero ni estoy autorizado, ni tienen ustedes conocimientos suficientes para llegar a aprehenderlo. Espero que me disculpen —se excusó Lucas, llevándose la mano al pecho y con una ligera inclinación de cabeza.
—Nada que disculpar. Entiendo que vienes de una civilización superior y que nuestras mentes no están preparadas para asimilar tanto concepto complejo…
—Abuela, por favor, ni que estuviéramos ante Einstein…
—¿Cómo que no? ¿Tú sabes la que hay que liar para llegar hasta Cuenca desde una galaxia lejana? Por cierto, joven galáctico, soy Berta… ¿cómo nos saludamos? ¿Vale el saludo Vulcano? —se presentó la abuela, tras dejar la escopeta sobre una cómoda blanca y después levantar la mano y hacer la uve separando los dedos anular y corazón.
—Como tengan por costumbre en estas tierras, doña Berta. Y por supuesto que pueden estar tranquilas con este contacto, pues les garantizo que seguimos un estricto protocolo de protección planetaria y no hay riesgo de contagio de ningún virus extraterrestre.
La abuela le cogió por los hombros y le dijo:
—¿Qué contagio? ¡Si acabo de pasar la gripe! Ven que te dé dos besos bien dados, que es lo que se hace por estos lares…
Lucas que llevaba un año dando tumbos por la Tierra, pero jamás había entrado en contacto físico con un humano, sintió una profunda emoción al sentir los cariñosos besos ensalivados que le dio la abuela en ambas mejillas.
Después, se quedó mirando con los ojos vidriosos a Isabel y le preguntó, con unas ganas infinitas de perderse con ella por las galaxias:
—¿Tú no me vas a besar?