Isabel se pegó contra el cuerpo duro de Lucas, le rodeó con un brazo y cerró los ojos con la ilusión de una niña que espera la magia en la Noche de Reyes.
—Esto es lo más emocionante que me ha pasado nunca —susurró emocionada.
—Dime tú si no soy enamorable… —replicó Lucas, colocando una mano en la espalda de Isabel y apretándola fuerte contra su pecho.
—A tenor de la erección que tengo clavada en el pubis diría que más bien pluscuamfollable.
—Pero reconoce que también te hipertrofio tus miocitos cardiacos.
—Oye no te pases, tú no me hipertrofias nada, es solo el rollo de la teletransportación que me tiene flipada.
—Lo que tu digas, pero te tengo hipertrofiada y neuronalmente te estimulo que es un gusto. Así que no lo pienses más, soy yo —repuso Lucas, deslizando la mano que tenía en la espalda de Isabel hasta su culo que apretó más todavía contra su erección.
—¿Y ahora qué haces? ¿Es necesario que me agarres el culo para teletransportarnos lejos?
—Es necesario para volvernos locos…
Con la otra mano, Lucas la tomó por el cuello y luego la besó en la boca con tanta urgencia y tanta desesperación que casi se quedaron sin aliento. Se besaron, se lamieron los labios, se mordieron las ganas, las lenguas se enredaron y las manos se acariciaron ávidas de mucho más entre gemidos entrecortados.
—¿Así es cómo vas a llevarme junto al mar? —preguntó Isabel, mientras Lucas metía las manos por debajo del jersey negro.
—Podría también… —susurró besándola en el cuello.
—¿Podrías? ¿Vas a hacerlo o no?
—¿Quieres? —preguntó Lucas, mientras acariciaba el pecho de Isabel por encima del sujetador, sin dejar de besarla.
—Claro que quiero, pero le estás dando tantas largas que me temo que es solo un farol, que solo sabes teletransporte en las distancias cortas —replicó Isabel mordiéndole una oreja y con las manos enredadas en el pelo de Lucas.
—Mujer de poca fe… —musitó Lucas, apartando la mano del pecho de Isabel para meterla en el bolsillo de su pantalón.
—¿Y ahora qué buscas? ¿Condones? —preguntó Isabel mirándole extrañada.
—Nosotros utilizamos hidrogeles… —respondió sacando una especie de mando o llave electrónica del bolsillo y dejándolo sobre la cama, junto a él.
—¿Para ponértela más dura todavía? Si eso que tienes aquí ya es puro titanio —dijo bajando la mano y colocándola sobre la tremenda erección.
—Es por tu culpa… —masculló, al tiempo que Isabel le acariciaba con una sonrisa perversa.
—Y me encanta, te lo tienes merecido.
Lucas cerró los ojos, suspiró y luego susurró:
—Me encantan tus castigos, dame más…
Isabel desabotonó el pantalón y coló la mano a través del bóxer:
—Está en buenas manos… —Lucas gruñó de puro placer y ella sacó aquello—: Tremenda espada laser, ¿para qué le querías poner un gel? ¿O es tu plan para cargarte una a una a las terrícolas? —susurró acariciando la tremenda erección.
—Tú sí que me vas a matar como sigas haciendo eso… —replicó jugueteando con los pezones duros de Isabel—. Y el gel es también preservativo, pero si prefieres que utilice algo parecido a vuestro condón, tengo unos de grafeno con microbicidas que te van a encantar, son muy finos y tienen propiedades estimulantes. No se parece a nada de lo que has probado…
—¿Y dónde los tienes? ¿Es eso que te has sacado antes del bolsillo?
—Esto es para teletransportarnos —dijo cogiendo la especie de llave electrónica—. Los condones los tengo en la nave…
—Deja, quédate aquí quitecito, que ya los probaré otro día, mientras tanto utilicemos los que tengo en el cajón de la mesilla. Solo espero que no estén caducados, como me has pillado en una etapa de abstinencia, espera… —comentó Isabel, incorporándose un poco y abriendo el cajón—. Ah, pues no. No han caducado… —comentó cogiendo la caja—. Está sin estrenar —habló moviendo la caja delante de Lucas—. ¿Qué hacemos? ¿Nos los ventilamos en Cuenca o nos piramos al mar?
—¿Quieres ventilarte la caja entera? —preguntó Lucas, ansioso por acabar con los suministros de condones de la Tierra con ella.
—Ya puestos, siempre es mejor apuntar alto. ¿No te parece?
Lucas la cogió por el cuello, la beso en la boca despacio, intenso y húmedo y luego susurró:
—Me da igual donde lo hagamos, porque contigo todo es cielo… Pero a ti te hace una ilusión tremenda que te lleve hasta el mar.
—Joder, qué bien besas… —replicó Isabel, con los ojos cerrados esperando más.
—No voy de farol, ya te he dicho que puedo llevarte como quiera.
—Llévame con todo —pidió Isabel, tumbándose encima de él y besándole en la boca con los ojos cerrados.
—Abrázame fuerte… —musitó Lucas devolviéndole el beso.
Luego cogió el mando que tenía junto a él, tecleó algo, esperó unos instantes y acto seguido, la abrazó fuerte con sus potentes brazos al tiempo que apretaba el dispositivo que les permitió volar hasta el mar, en un simple pestañeo.
—Vaya si abrazas fuerte… —habló Isabel abriendo los ojos y comprobando alucinada que no estaba en su cuarto—. Dios ¿esto qué es? —preguntó con el corazón el mil y asombrada con la maravillosa suite en la que había aparecido, decorada en tonos blancos, mobiliario elegante, sofás de cuero, escritorio de ensueño de los que apetece sentarse a escribir tochos de tres mil páginas, cuadros alucinantes de artistas que tienen algo que decir, jacuzzi, tele gigante, minibar, Nesspresso, una cama infinita y confortable y una terraza con minipiscina con vistas al impresionante mar.
—Es la Hacienda Na Xamena, en San Miguel, en Ibiza —respondió mientras Isabel dejaba los condones que también había teletransportado sobre la mesita de noche, saltaba de la cama y corría hacia uno de los impresionantes ventanales.
—¿Nos hemos colado en el hotel? —preguntó Isabel, flipada con las vista espectacular al mar sobre el que se reflejaba la luna.
—Cuento con una suerte de aplicación que lo ha hecho todo por mí, ha elegido el mejor lugar, ha efectuado la reserva y el pago. Lo siento, porque yo creo que en el fondo veo que te pone la idea de que sea un gorrón, pero me temo que no lo soy… Pago siempre religiosamente, por todo.
—Esto es un pasada… ¡Ven! —exclamó Isabel, pidiéndoselo con un gesto de la mano y después, abriendo el gigantesco ventanal.
Lucas se abrochó el pantalón a duras penas, salió de la cama y se dirigió a la terraza donde abrazó por detrás a Isabel que contemplaba extasiada el cielo ibicenco.
—¿Te gusta? —preguntó Lucas, feliz de estar en ese lugar mágico con ella.
Isabel se giró con los ojos brillantes y luego le susurró estremecida más de emoción que de frío, y eso que hacía bastante:
—Tengo hasta ganas de llorar de lo hermoso que es.
—Y yo, aún ni me creo que esté aquí contigo.
—¡Pues créetelo! ¿No hueles los pinos y el mar?
—Y a ti, pero en sueños también puedo olerte.
—¿Ah sí? —preguntó Isabel.
—La otra noche cuando nos encontramos en la cocina…
—¿No me digas que soñaste conmigo?
—Mi parte consciente se prometió que te dejaría en paz, pero durmiendo ya no pude hacer nada para evitar que se fuera adonde quería estar.
—¿Puedes creer que lo sentí? —confesó Isabel abrazándose a él.
—Como que era la parte de mí que no pude reprimir y que fue a asaltarte…
—Fue tan corto… —lamentó Isabel—. Estuve esperando a que vinieras a por más besos, pero la magia ya no funcionó.
—Y cuando pudo arreglarse, Naso nos arruinó el polvo —recordó Lucas, risueño.
—Pero ya no está… —susurró sujetándose la melena que estaba echando a volar el viento.
—Entre otras cosas porque si estuviera, estaría montando un pollo por los parabenos del champú.
—Ni me lo recuerdes… —bufó Isabel.
—A veces pienso que le soportas tanto porque en el fondo te gusta…
—¿Cómo tío? No, para nada. Como artista no es que me guste, es que le admiro mogollón. Sus canciones son brutales, de las que te agarran y no te sueltan…
—Si tú lo dices… Lo que temo es que esa admiración, ahora que lo tienes metido en casa, se transforme en enamoramiento.
Isabel esbozó una sonrisita simpática y luego le preguntó en un tono cantarín:
—¿Estás celoso de Naso?
—No voy a negar que me encantaría que conmigo alcanzaras el mismo éxtasis que cuando le escuchas cantar, pero como no soy un genio como él… —replicó Lucas, encogiéndose de hombros.
—Naso no es mi tipo, por muy genio que sea, que lo es, jamás podría estar con un adicto al agua micelar y a las pestañas postizas… Y en cuanto a lo otro: hay muchas formas de llegar al éxtasis. Tú no eres ningún destalentado…
—Gracias por la confianza… Pero prefiero que opines con conocimiento de causa.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Isabel, ansiosa por conocer.
Lucas la cogió en brazos otra vez y la llevó hasta la cama donde la besó en la boca y luego le susurró al oído:
—Déjame que te sorprenda…
Entonces, fue Isabel la que no se creyó estar ahí, con el mar enfrente y Lucas enterrando la cabeza en su cuello, oliéndola hambriento y luego devorándola el cuello, el pecho, los pezones, el vientre, demorándose en su ombligo, y finalmente arrebatándole los pantalones vaqueros y las braguitas que ya le estorbaban demasiado…
Lucas había dicho que iba a sorprenderla y efectivamente lo estaba haciendo, perdido entre sus muslos y torturándola dulcemente con su lengua que no daba tregua. Como si pudiera sentirla, Lucas acariciaba, lamía y chupaba, con la presión y el ritmos justos, se demoraba dónde y cuándo había que hacerlo, y aumentaba el ritmo y la intensidad en el momento y lugares precisos.
Ese tío sabía tan bien lo que estaba haciendo que no solo estaba sorprendiendo a Isabel, sino que la tenía a su merced con las manos tirando de su pelo y pidiendo a gritos que se apiadara de ella.
—Por favor… —musitó después de un rato de dulce tormento, aferrándose fuerte con las manos a las sábanas.
Pero Lucas lejos de apiadarse siguió entre sus piernas dándole un placer que Isabel hasta creía haber olvidado. ¿Aquello había sido tan bueno siempre?, se preguntó.
Y quien respondió fue la luna en el agua que se estremeció con más fuerza, por el ímpetu del viento que empezó a soplar con más ganas.
Isabel supuso que aquello significaba que daba lo mismo si lo que estaba sintiendo era nuevo o era un placer olvidado, solo había que dejarse llevar hasta donde quisieran los dedos y la lengua incansable de ese tío que estaba haciéndola gritar de placer.
Así que cerró los ojos y ella solo sintió cómo la mano fuerte de Lucas buscaba su pecho y lo acariciaba hasta volverla loca, y cómo con dos dedos de la otra se perdía en su interior buscando un placer que hacía infinito con las caricias de la lengua.
Lucas estaba disfrutando tanto con los gemidos y la humedad de esa chica que se deshacía en su boca como una fruta exquisita, que habría podido seguir ahí, devorándola, hasta que el amanecer les hubiese sorprendido sin apenas fuerzas.
Pero eso no sucedió, porque llegó un momento en que el placer lo desbordó todo, Isabel clavó las uñas en los hombros de Lucas que, extasiado de felicidad y ansioso por penetrarla, sintió cómo el orgasmo de esa mujer apretaba sus dedos y estallaba irremisible en su boca…