Isabel solo cambió la cara que tenía cuando Naso apareció en el escenario y comenzaron a sonar los primeros acordes de Roto y descosido. Se destensó por completo, colocó una mano debajo de la barbilla y lanzó un suspiro profundo que a Lucas le llegó al corazón.
No se podía suspirar con más arte, pensó Lucas que, aunque lamentaba no ser el que se lo provocara, se sentía feliz de ver que esa chica por fin había dejado de arrugar el ceño, a pesar de que estuviera terriblemente sexy cuando se ofuscaba.
Si bien, ese estado de trance duró otro suspiró porque Naso comenzó a desgarrarse a golpe de guitarra, a chillar que estaba roto y que no había más pegamento que la línea quebrada de tu espalda, las chicas del público rompieron a aplaudir enfervorecidas y Chicho se asustó tanto que no podía parar de aullar, a pesar de los vanos esfuerzos de Lucas, que lo tenía a su lado, por calmarlo.
Isabel muy agobiada por la situación y temiéndose lo peor porque sabía que el desgarro de Naso iba en aumento, le habló a Lucas abriendo mucho la boca para que pudiera entenderle:
—Amárralo fuerte porque este se tira al escenario.
—Tranquila, está todo controlado… —replicó Lucas, acariciando la cabeza de Chicho.
—Tú y tus ideas…—le reprochó Isabel a su abuela.
—¿Qué? —replicó la abuela llevándose la mano a la oreja.
—Que mira que traerte a Chicho… —dijo Isabel abochornada, alzando la voz.
—Nada, no escucho nada —insistió la abuela dándose unos golpecitos en el lóbulo de la oreja.
—Chichooooooooooooo —gritó Isabel, señalándole con el dedo.
Y al llamarle, Chicho se revolvió en el sitio y comenzó a ladrar con una fuerza que se podía escuchar por encima de los berridos de Naso, que estaba rompiéndose que daba pavor escucharlo.
—¿Qué pasa con Chicho? —gritó la abuela.
—¿Es que no tienes ojos en la cara? —gruñó Isabel, apuntándose el ojo con el dedo índice—. De verdad, ¡qué irresponsabilidad! —exclamó Isabel llevándose la mano a la frente.
—La culpa es de este tío que canta como si estuvieran pisándole el juanete… —se excusó Berta, a voz en grito.
Isabel sintió tal vergüenza que enterró la cara en las manos, justo en el instante en el que Naso dejó de cantar.
—Dios mío… —susurró Isabel, rezando para que no sucediera lo que estaba sucediendo.
—¡Qué alivio! ¡Cómo se agradece que se calle! —comentó Berta y Lucas tuvo que hacer esfuerzos ímprobos por contener la carcajada.
Los Outsiders que seguían con la música, al ver que Naso no retomaba la canción pararon también y finalmente el cantante, se echó la guitarra que llevaba colgada al hombro hacia un lado, agarró el micro con ambas manos, y dijo todo dicharachero, como si de pronto se hubiera liberado del dolor del desgarro:
—Cómo se nota que esto es un pueblo… Perros ladrando, abuelas comentando la jugada. ¡Es todo tan jodidamente auténtico! —Y soltó una carcajada que a Isabel la descolocó por completo.
El público rompió a aplaudir con tanto entusiasmo que Naso tuvo que hacer un par de reverencias, con la mano en el pecho, mientras que Caye preguntaba desde el lado derecho del escenario:
—¿Está todo bien?
Naso solía introducir un pequeño monólogo en clave de humor para presentar algunas canciones y le solía funcionar bastante bien. Sin embargo, esta vez tuvo casi que improvisarlo:
—Es un problema que haya un mastín aullándome, una abuela gritando que le duelen los juanetes y tanta gente de campo tan guapa, y es que con tanto estímulo rural me cuesta conectar con mis emociones urbanas…
El público rompió a reír y a aplaudir más fuerte todavía…
—Os mola que me lo esté pasando de puta pena ¿eh, cabrones? —preguntó, esta pregunta era un clásico en su repertorio, y el público se vino más arriba todavía, como solía pasarle siempre—. A mí los aplausos me ponen cantidad, pero parad un poco para que os cuente que esta canción la escribí porque me dejó tirado una tía en un agujero de Malasaña, y el alquiler costaba un pastón además, porque si te dejan tirado en el pueblo debe ser mucho más llevadero… Por cierto ¿cuánto estáis pagando aquí por un puto agujero de mierda donde tienes que cagar de lado? —Lo del agujero también era otro clásico que no fallaba—: Ya me contáis luego, el caso es que esta tía me dejó con el corazón roto y un montón de facturas por pagar, de hecho me dejó tan hecho mierda y con un pufo tal a 48 meses con el Ikea, que compuse dos discos dobles. —El público se partía de risa y Naso se explicaba—: Sé que da risa pero no se me ocurrió mejor forma de sacarme el roto y pagar la cocina Knoxhult, con los electrodomésticos Lagan y luego aparte la nevera Smeg. Ella era muy Smeg —confesó alzando las cejas—. Os cuento todo esto, para que entendáis que no puedo revivir toda aquella pelota emocional con el mastín y la abuela, porque sería como un error de raccord. ¡Y ojo, que ya me habría encantado que hubiesen estado ahí en vez de las pizzas caducadas y la maría de mierda que me acompañaron en aquellos días grises! Pero es lo que hay, entonces y ahora me dirijo al mastín y a la abuela: u os calláis un poquito o vais a tener que esperar a que escriba un disco nuevo, inspirado en todo lo que me hacéis sentir… Porque os escucho y me viene a la mente el recuerdo de mi abuela Teresa y su lucha sin cuartel contra las uñas encarnadas y gruesas que cortaba con una especie de motosierra podal, y de su jilguero Luis Enrique que espantaba a las visitas con su mala ostia reconcentrada.
Chicho por alusiones ladró como un poseso y luego la abuela Berta replicó poniéndose de pie:
—Yo no tengo ningún problema en los pies, lo que he dicho es que cantas como si te estuvieran pisando un juanete.
El público estalló en carcajadas, Isabel no sabía dónde meterse, Chicho ladraba desesperado y Naso lo encontró todo tan divertido que respondió:
—Qué grande es usted, señora. Es que es justo lo que buscaba cuando compuse esta canción, yo quería un grito desesperado de dolor porque ella me dejó roto y descosido…
Y tras decir esto, Naso agarró de nuevo la guitarra y retomó la canción más desgarrado que nunca en la parte que decía:
Roto y descosido sí que estoy jodido, roto y descosido no puedo vivir sin tiiiiiiiiiiiiii. Aaaaaaaaaaaaayyyyyyyyy. Se marchó de noche, silente y oscura, no dejó una nota, solo seis facturas. Aaaaaaaaaaaaaaaaay.
A lo que Chicho replicó hasta el moño del músico:
—Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaauuuuuuuuuuuuuuuuuuu.
Y Naso siguió abriéndose las carnes, con el gesto contraído, rojo como un gorro de gnomo, las cuerdas vocales pidiendo árnica y la vena del cuello a reventar:
—Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyyyyyy.
Momento en el que Berta dijo: Hasta aquí hemos llegado, le arrebató la correa a Lucas, que estaba flipando con el desgarramiento de ese tío al que dejaron tirado con seis facturas, y les informó de que:
—Nos vamos que Chicho es más rockero.
Isabel con una vergüenza que no le cabía en el cuerpo, le dijo a su abuela:
—Es que mira que traerlo con la sensibilidad acústica que tiene el pobre…
—Paparruchas. ¡Chicho lo que tiene es buen gusto! Nos vamos antes de que nos estallen los tímpanos, os esperamos en casa… —habló Berta, lanzando besos con la mano a Lucas y su nieta.
—¿Cómo que nos esperáis? No pienso llevarme a este a casa otra vez… —replicó entre susurros Isabel señalando a Lucas con la cabeza.
—No empieces con eso, que entre los berridos de este y tu obcecación, me está subiendo una acidez que voy a tener que tomarme un Almax en cuanto llegue a casa…
—Más bien será de la comilona que te has pegado con el amigo…
Berta iba a replicar algo, cuando Naso interrumpió su lamento, roto y descosido, y preguntó retirándose el sudor de la frente con la mano:
—¿Se van?
—Sí, para que puedas bramar más a gusto —respondió Berta, tirando de Chicho que seguía aullando al cantante.
—Búsqueme en Youtube que tengo muchos videos y ponga al perro todos los días alguna canción mía. Ya verá cómo poco a poco se va a acostumbrando y en el próximo concierto pueden venir los dos sin problemas…—sugirió Naso, echándose otra vez la guitarra para atrás.
—No tengo otra cosa que hacer.
Todo el mundo se echó a reír, menos Isabel que se juró en ese mismo instante que jamás volvería a ponerse nada dorado en su vida.
—¡Qué arte y cuánta verdad tiene usted! ¡Me pongo a sus pies! —comentó haciéndole una reverencia.
—Deja a mis pies en paz, que yo solo te he dicho la verdad y nada más que la verdad.
—Por eso me gusta usted tanto… Porque hoy es todo tan fake, que cuando me encuentro a alguien tan original y tan puro como usted, es que tiemblo entero de emoción. ¡Déjeme que la bese por favor!
—Si no hay más remedio… —bromeó Berta, encogiéndose de hombros
Naso se acercó a la mesa donde se encontraba la abuela y, cuando estaba a punto de besarla, Chicho gruñó:
—¡Qué autenticidad! —comentó Naso, en tanto que Chicho le estaba enseñando los dientes—. Me encanta la franqueza con la que este perro manifiesta su rechazo.
—Es que haces una música, hijo mío, que no le dejas otra opción…—replicó Berta.
Isabel se tapó otra vez la cara con las manos y lamentó no saber hacer los trucos de magia de Lucas, que parecía muy divertido, para desaparecer de la escena.
—Compondré algo para él —observó Naso, apuntando a Chicho con el dedo.
Chicho se quedó mirando fijamente al dedo largo del músico y luego dio un paso hacia delante gruñendo, como si quisiera morderlo.
—A Chicho, no, gracias, que tiene buen gusto. Sin embargo, a mi nieta le encantaría que le perpetraras algo para la tienda…
—¡La chica de las chocolatinas es su nieta! —replicó Naso, atando a cabos, y retirando el dedo no fuera a ser que al perro le diera por mordérselo y se quedara sin poder tocar la guitarra durante un mes.
Isabel se destapó la cara, esbozó una sonrisa de lo más tirante y saludó moviendo los dedos de la mano.
—¿Chocolatinas? —inquirió la abuela con el ceño fruncido—. Ya te mandaré unos Bertitas, cuando se me olvide lo mal que tocas. ¡Buenas noches!
Berta tiró de Chicho que seguía intimidando a Naso con sus gruñido y se marcharon de allí, entre los aplausos del público…
—¡Hasta pronto, amigos! —se despidió Naso, rasgando las cuerdas de su guitarra.
Y después, arrancó otra vez con los primeros acordes de Roto y descosido para alboroto de la sala entera…
—¿Otra vez vuelve con el Roto y escocido? —susurró Lucas al oído de Isabel, tras acercar su silla a la de ella.
Isabel que seguía abochornada con todo lo que estaba pasando, le fulminó con la mirada y le respondió:
—¿Te crees gracioso? Pues no me hace ninguna gracia.
—No he pretendido ser gracioso, ¿no es el título de su canción?
Isabel bufó, se apartó de él desplazando la silla como medio metro y luego le espetó enfadadísima:
—Tío, ¿por qué no me haces un favor, haces un truco de magia de los tuyos y desapareces?
—¿Es lo que deseas?
—Con todas mis fuerzas —contestó Isabel, cerrando los ojos tan fuerte que vio fosfenos.
Y cuál no fue su sorpresa que, cuando volvió a abrir los ojos, Lucas ya no estaba allí…