Capítulo 9

Cuando Isabel llegó a casa de su amiga Caye, pasó sin llamar porque en ese pueblo se dejaban las puertas abiertas, y se la encontró en el salón muy angustiada, abrazada a un cojín de estampado de lunares…

—¿Qué te pasa? ¿La regla o digestión pesada? —preguntó Isabel, preocupada, sentándose a su lado.

—Erik, que sí que es un pesado.

Caye era una chica de treinta y siete años, rubia, de ojos azules, curvas por todas partes y una sonrisa preciosa, cuando lo hacía pues últimamente sonreía muy poco por culpa de Erik, que la traía por la calle de la amargura.

Erik era un escritor australiano, megacañón y surfero, de treinta años, que había conocido hacía un año en su bar y con el que había tenido un rollo de tres meses hasta que este tuvo que volverse a su país.

Según ella había sido bonito, pero no podía engancharse a un tío que vivía en el culo del mundo y con el que no tenía ningún futuro posible. Sin embargo, Erik estaba convencido de todo lo contrario y solo estaba contando los días para regresar a la serranía de Cuenca y volver a estar con su gran amor.

Porque para Erik eso era lo que significaba Caye y porque esos meses que se había pasado en el pueblo documentándose para su nuevo thriller, sin duda habían sido los más felices de su vida…

—Los enamorados son pesados… —musitó Isabel, agarrando otro cojín.

Caye miró a su amiga con la mirada encendida y replicó:

—¿Y quién le manda enamorarse?

—Ni que se pudiera elegir. Caye, hija, que pareces nueva en esto…

—Reconozco que estuvo bonito, fueron tres meses maravillosos, pero tía no tiene ningún sentido seguir con esto por Skype. Que se ponga a escribir su novela y se olvide de mí…

—¿Cómo se va a olvidar de ti, si te ama?

—Este no tiene ni idea de lo que siente, solo sabe de surf y de thrillers, pero de amor ni tiene ni puta idea. Como mucho se ha enchochado y ya está…

—Ya han pasado meses desde que se fue y no te olvida… Eso es mucho más que un enchochamiento…

—Porque se pasa el día encerrado escribiendo y no sale, pero en cuanto termine la novela y se pegue tres garbeos: ya verás qué pronto se olvida de mí.

—Jo, pero es que parecíais tan felices juntos.

—A ver que fui feliz, pero hay que tener un poquito de sensatez. Él vive en Australia y mi vida está en este pueblo…

Caye era analista financiera, pero una crisis de estrés tremenda que confundió con una angina de pecho, le hizo replantearse todo y acabó haciendo lo que siempre había querido: irse a vivir un pueblo perdido y montar algo con encanto y wifi…

—Vale, tú no puedes moverte de aquí, pero él es escritor y puede trabajar en cualquier parte del mundo.

Caye resopló, apartó el cojín a un lado y replicó:

—No funcionaría jamás. ¿Cómo un tío tan inquieto como Erik iba a ser feliz en un sitio como este?

—Estando contigo, en cualquier sitio sería feliz…

—Sí, eso dice él, pero yo sé que no… Que los inviernos aquí son larguísimos y al final acabaría agobiándose de tanta paz y de tanto pueblo.

—Tiene Madrid a tiro de piedra…

—Si le hubiera conocido en mis tiempos de ejecutiva, cuando vivía en Callao y estaba desquiciada, todavía… Pero ahora que soy una empresaria rural, serena, adicta a cotorrear con mis vecinas y a las puestas de sol en mi terraza, es obvio que no tenemos nada que hacer.

—Pero te mola y tampoco te puedes olvidar de él.

Caye se revolvió en el asiento, bufó desesperada y luego replicó:

—¿Cómo me voy a olvidar si está todo el día llamándome? ¡Hablo más con él que con nadie! Pero yo no puedo seguir así, acabo de decirle que se centre en su novela y que deje de darme el coñazo…

—Ahora entiendo por qué estás así de mustia…

—Es que no ha sido muy agradable pedirle que me deje en paz, le tengo mucho cariño.

—Le quieres más bien —matizó Isabel aun a riesgo de que a su amiga no le gustara que se lo dijera.

Caye suspiró, se abrazó al cojín y susurró resignada:

—Como si importara algo.

—Caye que no eres la primera que se enamora de un australiano, además te recuerdo que hay aviones y que puedes luchar por tu amor y tal…

Caye miró a su amiga, con los ojos llenos de lágrimas, y confesó:

—Una retirada a tiempo es una victoria.

—Una retirada a tiempo es una estupidez.

—¿Vas a enmendarle la plana a Napoleón?

Isabel asintió con la cabeza y luego dijo:

—Napoleón sabría mucho de lo suyo, pero en tu caso te digo que la retirada es un error.

—Por favor, Isa, no digas chorradas. ¿Cómo voy a obligar a Erik a que renuncie a su familia, a su casa llena de mierda, a sus olas y a sus tiburones por esto? —preguntó señalando a la ventana que daba a una calle con un par de abedules agitados por el viento y por donde no pasaba ni un alma.

—Por ti. ¿Te parece poco? Además, esto es muy bonito, tía. A su familia puede traerla de visita y tenemos un pantano cerca, en el que puede cambiar el surf por el paddle surf y a los tiburones por los peces carnívoros que dice la gente que hay… Y que la única distracción sea tu bareto también es un punto a tu favor porque así escribe tan ricamente, así que ¿me quieres decir dónde está la renuncia?

—No podía ser de Cuenca, joder, el muy cabrón tenía que nacer en Brisbane… —se lamentó Caye apretando el cojín contra su pecho con rabia.

—Pobrecillo, ni que se pudiese escoger dónde nacer, además te repito que la playa Moloolaba tampoco es que esté en otra galaxia.

—Solo me faltaba eso…

Isabel bufó, soltó el cojín que dejó en el asiento vacío contiguo y luego farfulló:

—Mejor no hablemos de galaxias.

—¿Por qué? —preguntó Caye, pestañeando muy deprisa y pasando del estado medio abúlico, medio resignado en el que se encontraba, a la curiosidad más absoluta—: ¿Has conocido algún tío de otra galaxia?

—Por favor, Caye, no digas absurdeces…

—Oye que mis vecinas han visto cosas muy raras en las noches de verano… ¿De verdad crees que estamos solos en el universo? —preguntó colocándose el cojín detrás de la cabeza.

—Lo único que sé es que ese tío, por mucho que diga, no es un extraterrestre…

—¿Se te ha presentado como extraterrestre? —comentó Caye, flipada total.

—Me alegra ver que ya no estás tan abatida, pero no te vengas arriba porque en esta historia no hay nada que rascar.

—¿Porque no tiene piel? ¿Es un droide como C-3PO? —preguntó Caye, alucinada.

—¡Es un jeta del que no quiero hablar, te lo ruego!

—Pero es que no me puedes dejar así, ¡necesito saber qué es lo que te ha contado ese tío! ¡Creo en ellos firmemente!

—Sí, seguro que sí —ironizó Isabel—, a ti te cae un caradura de estos y te digo yo que no le aguantas ni tres minutos. He sido tremendamente paciente con él, menos mal que en un rato mi abuela lo pondrá en el bus de regreso a su casa.

—¿Ha venido en bus al pueblo? ¿Y la nave dónde la tiene? ¿En Madrid?

Isabel dio un respingo y le suplicó a su amiga, juntando las palmas de las manos:

—Que no sigas por ahí, por favor. Apareció de madrugada en casa diciendo que venía de las galaxias, pero todo era cuento barato para pasar la noche recogido y posiblemente camelarme para actuar en tu garito. ¿No ves que se me puso a hacer trucos de magia? Y luego salió con que era músico…

—Oy qué interesante. ¡Un mago-músico del espacio! Tenemos que ponerlo de telonero de Garci Naso… ¡Llama a tu abuela y pídele que no le suba al autobús!

—¿Qué dices? Que es un pufo de tío, ni es mago, ni es músico, ni viene del espacio.

—¿No le viste hacer trucos de magia?

—Sí, atravesó una pared y apareció de repente en el salón, pero vamos que deben ser trucos de Magia Borrás, lo que pasa es que como estaba muerta de sueño, no me dio tiempo a pillar el truco.

Caye se puso muy seria y preguntó:

—¿Y si de verdad tiene poderes? Porque yo tenía el Magia Borrás y en mi vida atravesé una pared…

—Que no —replicó Isabel dando un manotazo al aire—, que es un gorrón que se inventó eso para dormir caliente…

—Caliente… ¿hot? ¿Te pidió también tema?

—La intención la tenía, pero le paré los pies…

—¿Qué pasa que es un extraterrestre de los feos? —preguntó lamentando la mala suerte de su amiga.

—¡Por favor, para de una vez! ¡Ni es un extraterrestre, ni es feo! En honor a la verdad tengo que decir que está bueno…

—¿Cuánto de bueno? ¿Bombón de los tuyos, bombón de cajita de tres euros u onza de chocolate blanco de oferta? ¡Dime!

—Bombón de los buenos, pero mierder de los buenos también. Un tío que aparece en mitad de la noche contando que se ha caído de una nave y que no conforme con camelarse a mi abuela y a mi Chicho con sus mentiras para pasar la noche bajo techo, luego intenta enrollarse conmigo, me dirás lo que es…

Caye, con los ojos como platos, musitó:

—Lo más flipante que he escuchado nunca. Necesito conocerlo. ¿Tienes fotos?

—Solo me faltaba tener un recuerdo de esa noche nefasta…

—¿Nefasta por qué? Ojalá se me presentara a mí un tío de las estrellas…

—Sí, seguro, se te aparecido un australiano y no sabes lo que hacer con él, como para tener a uno de las galaxias. Pero te repito que este tío es un farsante al que besé porque me pilló con la guardia bajada por culpa de mi abstinencia, que si no de qué iba a yo a cometer semejante error.

—No me entero de nada ¿le paraste los pies, pero le besaste? ¿Cómo se come eso?

—Le paré los pies después del beso…

—¿Qué pasa que tenía una lengua asquerosa de reptil o qué?

—Sucedió que caí por la abstinencia, pero ya no va a pasar más.

—Hoy te desquitas…

Mmm. Pues si se tercia, a lo mejor así… —dijo Isabel con una sonrisa traviesa.

—Va a venir mucha gente a ver a Garci Naso.

—¿Crees que me hará la canción?

Caye achinó los ojos y luego preguntó:

—¿Lo de la canción es un ardid? ¿Ese tío es el elegido para resarcirte de los meses de hambre?

—Qué va, Garci Naso es que es un genio. No concibo a nadie mejor para hacernos la canción del aniversario.

—¿Y también te mola como para tener algo con él?

—Es un tío que lo tiene todo. Talentoso, inteligente, original, sensible y cañonazo, pero ni se me pasa por la cabeza tener algo con él. A ver, que si se terciara no te digo que no, pero no va a suceder porque él está muy centrado en su carrera y yo casi que también…

—¿Cañonazo? ¿Tú le has visto bien? A mí es que me agobia tanto pelo como tiene y estos días que he estado hablando por teléfono con él, no me ha parecido ninguna de las cosas que dices…

—¿Cómo? ¿Muchísimo mejor? —preguntó Isabel, aferrándose entusiasmada al cojín.

—No. Un tío mediocre, antipático, maleducado y creído… —contestó Caye, poniendo cara de asco.

—Será el estrés. Porque yo le sigo por redes sociales y es un tío de lo más enrollado… Por cierto, me tienes que dejar algo para ponerme porque he abierto mi armario y lo más moderno es de 2006.

—Pues a juego con Naso porque su rollo es muy de esa época.

—¿Qué dices? Naso está más allá de modas y tendencias. Es tan especial…

—Especial es que te bese un extraterrestre. Pero tú me ocultas algo, porque no me creo que le pares los pies a un tío que está bueno y besa bien solo porque tiene la cara de hormigón. Joder, si a ti antes te gustaban así…

—Tú lo has dicho, antes. Ahora soy una mujer nueva…

—Ahí tuvo que pasar algo más… ¿Es de pelo en pecho?

—Calla, no me lo recuerdes, que de golpe y porrazo me enseña el pubis y me dice que solo tiene pelos ahí.

—Ah, pues eso es. Ya lo decía mi abuela: pelo en el pecho, pirulo derecho.

—¡Ni sé cómo tiene el pirulo, ni me importa! —mintió Isabel, porque lo atisbó a través del pantalón y no parecía ni pequeño ni torcido.

—¿Los hombros eran anchos?

—Está musculado, pero tampoco es que tenga los hombros de armario ropero.

—¿El culo duro?

—Rellenaba los Levi’s…. Pero ¿qué preguntas son estas?

—Es que si la lengua la tenía corta el veredicto es claro: la tiene pequeña.

—¿Lengua corta, pene pequeño? Esto quién lo decía ¿tu abuela? —replicó Isabel partida de risa.

—Eso lo sabe todo el mundo… Los que la tienen pequeña son reflexivos, sofisticados, y prudentes… Este tío como viene de una civilización mucho más avanzada la tiene que tener enana. Lo típico de las mentes más privilegiadas, exquisitas y refinadas. Algo que por supuesto a ti no te va nada, porque tú eres más rústica y prefieres la campechanía y la insensatez de un alegre pollón. ¿Me equivoco?