Vega tomó nota sin mirar a Naso a la cara, pero sin poder dejar de pensar los chorros de ese tío tan cerdo. Luego, Antonio divisó a doña Berta, Isabel y Lucas y los llamó con un gesto de la mano para que se sentaran con ellos.
Los tres aparecieron en la mesa disfrazados de algo que Antonio no supo identificar…
—¡Buenas noches, familia! ¿De qué vamos disfrazados?
—De gente de las galaxias lejanas… —contestó Berta, orgullosa de su disfraz.
—Sí, bueno eso dicen ellos… —comentó Naso, indignado—, que van disfrazados de extraterrestres… Y resulta que yo no puedo verles más terrícolas: Berta lleva una chaqueta como la Zodiaco de Schiaparelli, Isabel una túnica que no puede ser más rollo Versace y él con ese traje negro entallado va de DSquared2 total.
—¡Qué sabrás tú de cómo visten las galaxias lejanas! —le increpó Berta a Naso.
—¿Acaso lo sabe usted, doña Berta? —preguntó Antonio, dando un pequeño respingo en su asiento.
—Yo lo único que me imagino es que en las galaxias nadie irá con las pintas que se ha puesto este tío.
—Pero el joven es que va disfrazado de viuda rockera… —apuntó Antonio, convencido de que ese era el disfraz de Naso.
—¿Qué dices, agente? —replicó Naso, muy ofendido—. Yo sí que voy vestido de extraterrestre, ¿o no sabes que las civilizaciones más avanzadas serán andróginas o no serán?
—Se dicen tantas cosas… —murmuró Antonio, escrutando a Lucas.
—Cuando el diablo no tiene nada qué hacer, mata moscas con el rabo… —comentó Berta, que sospechaba adónde quería ir a parar Antonio.
—¿Lo dice por algo en concreto, doña Berta? —inquirió Antonio, arqueando una ceja.
—En genérico… ¿Y tú?
—Yo creo que no estamos solos en el universo… —soltó así, de sopetón, clavando la mirada a Lucas.
—¡Ah, bueno! ¡Ni yo! —exclamó Naso, echando a volar las manos.
—Me fascinaría encontrarme con un alienígena, y tenerle así cara a cara, para preguntarle algo que me reconcome por dentro… —comentó Antonio, sin quitarle la vista de encima a Lucas.
—¿El qué? —preguntó Lucas, impertérrito.
Antonio respiró hondo, sintió un escalofrío por el cogote y luego le preguntó muy serio:
—¿Dios existe?
—Nosotros tampoco tenemos ninguna certeza, todavía… —respondió Lucas con una sinceridad tan pasmosa que Isabel y Berta se pusieron atacadas.
—Nosotros ¿quiénes? ¿A quiénes te refieres? —preguntó Antonio, con más suspicacia que nunca y apenas sin poder contener el aliento.
Lucas hizo una pausa de lo más dramática que los tuvo por unos instantes con el alma en vilo y luego respondió, manteniéndose sereno en todo momento:
—A los terrícolas, ¿a qué va a ser?
Isabel y Berta respiraron aliviadas, Naso comenzó a juguetear con el filo del vaso de su Coca Light mientras pensaba que eran los labios de Vega y Antonio, que no se daba por vencido, decidió seguir con sus averiguaciones preguntándole a Lucas:
—¿De dónde vienes, joven?
—De Londres —intervino Berta, al tiempo que se cruzaba de brazos y ponía cara de contrariedad—. ¿Tú también vas a venir con chismes, Antoñito? —le regañó, ladeando la cabeza.
—En estos días se están diciendo muchas cosas, pero yo no doy pábulo a los cotorreos. Solo me fío de los hechos, y los hechos dicen que la noche en que llegó este joven al pueblo, hasta siete personas en tres kilómetros a la redonda escucharon un estrépito tremendo.
—¿Siete ya? ¿Pero no decías que solo era doña Ramona? —preguntó Isabel, intentando disimular el nerviosismo que le estaba provocando el interrogatorio del guardia civil.
—De momento van siete… Y si sumo dos y dos, tengo un cuatro —sentenció Antonio, tras dar un trago largo a su cubalibre.
—Jajaja. Qué cosas tienes, Antoñito. Me parto contigo y si coges un tres y luego pintas un cuatro tienes la cara de tu retrato… —dijo Berta, con sorna, dando una palmada al aire, para destensar el ambiente y que Antonio se convenciera de que no tenía nada que investigar.
—¿Cuándo llegaste a la finca, joven? —preguntó Antonio, entornando los ojos.
—¿Estás interrogando a mi novio? —preguntó Isabel, que cogió de golpe la mano de Lucas y entrecruzó sus dedos con los de él.
Lucas al escuchar la palabra “novio” sintió tal felicidad que le daba lo mismo lo que ese guardia civil tuviera a bien preguntarle.
—Que pregunte lo que quiera… —comentó Lucas en una nube.
—Yo sé muy bien lo que quieres preguntar, es un rumor que va de boca en boca… Pero creo que tú, Antonio, precisamente, tú, que eras su amigo, deberías honrar su memoria… —le recordó Berta, en un tono de regañina.
—Hablamos de Anselmo, imagino… —dijo Antonio, levantándose el parche que acababa de caérsele en el ojo.
—Imaginas bien —musitó Berta, tras dar un sorbito a su agua con gas y fingiendo que estaba tremendamente afectada por la rumorología desplegada alrededor de su amigo Anselmo.
—No me creo nada, doña Berta. Yo me precio de haber sido amigo de ese hombre y en la vida me habló de ninguna inglesa…
—Uy, pero eso no significa nada —opinó Berta, encogiéndose de hombros—, lo normal es irse al otro barrio con un sinfín de secretos…
—Pero un secreto como ese, doña Berta… —farfulló Antonio.
—Ya, pero si ella era casada… Eran otros tiempos y tal vez nunca se atrevió a decirle a su marido que había tenido una aventura en Benidorm… —susurró Berta, tocándose delicadamente el moño bajo que se había hecho.
Antonio escrutó bien a Lucas, buscando alguna impronta de su amigo, pero es que le era difícil encontrar algo…
—Es que este chaval tiene pelo y una dentadura con todas sus piezas sanas, que nada que ver… —musitó recordando al calvete y desdentado de su amigo—. Por no hablar de su estatura y de lo risueño que es…
Porque a todo esto, Lucas seguía con una sonrisa de lo más tonta en los labios…
—Es clavado a su madre… —comentó Berta.
—A Anselmo desde luego que no se parece… ¿Y a qué te dedicas, joven? —le preguntó Antonio, llevándose el dedo índice a la sien.
—Soy músico.
—Oy, pues Anselmo odiaba la música —recordó Antonio—. ¡Siempre que echábamos la partida nos obligaba a que quitáramos la radio!
—A mí me encanta la música… —insistió Lucas.
—¿Y te da de comer? —preguntó temiéndose lo peor.
—Sí, hago bandas sonoras para el cine, para publicidad, esas cosas…
—Hace mucho que no voy al cine y en casa me pongo a ver pelis y me quedo frito a los diez minutos, pero dime alguna en la que hayas trabajado a ver si la he visto…
—¿Invasión Letal? —se inventó Lucas.
—Me suena, pero no sé… ¿Es de acción?
—Sí, y del espacio… Flipante… —improvisó Lucas.
—¿Y cuál es tu apellido? Para fijarme en los títulos de crédito…
—Pufkhaderfior… —masculló Lucas.
—¿Me lo podrías apuntar en una servilleta? O mejor ¿tienes el DNI a mano?
—Imposible. El otro día por un descuido metí su pantalón con la cartera en el contenedor de ropa para África. Tenemos que bajar a Madrid para que le tramiten uno nuevo. Y el apellido es uno de esos raros, ¿no ves que el padre legal es sueco?—inventó Berta.
—Joder, no sabía que hacías música… —terció Naso que iba a lo suyo—. Como siempre te veo haciendo tareas domésticas, pensaba que eras cocinero o albañil… Qué sé yo, de todo menos músico —intervino Naso, muy sorprendido.
—Es que es servicial como su padre —masculló Berta, guiñando el ojo a Antonio.
—Puede ser, no digo yo que no, pero lo que quiero saber es cuándo llegó a la finca…. ¿Antes o después del estrépito?
—Antes, antes… Es el novio de mi nieta. ¡Ya te lo he dicho! —respondió Berta, abanicándose con la mano—. ¡Qué pesadito estás hoy, Antoñito! ¿A dónde pretendes llegar?
—A la verdad, siempre a la verdad de los hechos, doña Berta.
—Pues los hechos son que este muchacho se puso a investigar sobre su vida y una carta le trajo hasta aquí… —inventó Berta, para pasmo de su nieta que la miraba perpleja.
—¿Qué carta? —inquirió Anselmo, atónito.
—¡El cinco de bastos! ¿Qué carta va a ser? Pues una de amor de su madre que encontró un día en un viejo arcón… ¡Y no me hagas hablar más que es algo que forma parte de la intimidad de un viejo amigo!
Isabel enterró la cara entre sus manos para que Anselmo no viera que estaba partiéndose de risa…
—Lo respeto todo, solo necesito saber desde cuándo está Lucas en la finca…
—Le trajo un amigo en coche a finales de enero… —Berta siguió mintiendo como una bellaca.
—¿Está usted segura, Doña Berta? —preguntó extrañado Naso, con la nueva versión de los hechos.
Berta le fulminó con la mirada y replicó:
—¡Y tanto! Tengo mejor cabeza que tú que te pasas el día en las nubes…
—También es verdad, no ando muy fino últimamente… —reconoció Naso.
—Finales de enero… —murmuró Antonio, ajustándose el pañuelo pirata que se le estaba ladeando—. Ya, y ¿la canción que habéis colgado en las redes sociales te la dedica a ti? —preguntó a Isabel—. Es muy fuerte para llevar tan poco juntos… ¿No te parece? —inquirió, más que mosqueado.
—No, no es para mí la canción… Es para nuestros clientes… Queremos que lo nuestro sea eterno con ellos —improvisó ella.
—¿Cómo? ¿Este tío ha compuesto una canción para tu empresa? —quiso saber Naso, indignado, dando tirones a los bajos de su vestido—. Entonces ¿yo qué coño pinto aquí?
—Compuse una canción para Isabel, pero luego decidió que era mejor para la tienda… —explicó Lucas.
—Ah, pues me da la mismo. Pero a mí la mía me la pagas…
—Cuando la compongas, que lo dudo mucho…. —intervino Berta, cabreada con él.
—Entonces, a ver si me queda claro… Este muchacho vino a averiguar sobre su vida a finales de enero y el día de autos ya me lo presentasteis como novio…
—Sí, es que empezaron mucho antes por Skype… Se enamoraron online… —explicó Berta, que rezaba para que su nariz no creciera.
—Entonces si estabais enamorados de antes…. ¿por qué no aceptaste su canción? —preguntó Antonio, que era incansable.
Cuando Isabel y Berta estaban a punto de inventar alguna mentira para salir del paso, Naso contra todo pronóstico intervino para echarles un capote:
—Porque tienen una relación complicada… ¿Qué espera en estos tiempos?
—Eso es —zanjó Isabel—. Tremendamente compleja…
—Pues dejaros de complejidades que el amor es coser y cantar… —concluyó Antonio—. Y el amigo ese que te trajo al pueblo ¿podría hablar con él?
—Antoñito, hijo, eres más pesado que una vaca en brazos… ¿Quieres irte por la cara a Londres o qué?
—Me gusta saber, doña Berta… Es que en este valle ha sucedido algo muy raro y todo comenzó en su finca…
—Pero te estás obsesionando con Lucas y no tiene nada que ver con ese estrépito que seguro que no tiene importancia…
—¿Y si la tiene? ¿Y si el joven se cayó de una albóndiga gigante como usted me dijo tras escuchar ese ruido? —preguntó achicando otra vez los ojos.
—¡Deja de decir bobadas, Antoñito! Que tienes más imaginación que Spielberg… —le exigió Berta, dando un manotazo al aire.
—¿Y si fuera un E.T?
—Que es un músico de Londres. ¡Leches! —replicó Berta, dando un golpe en la mesa con la mano, que los sobresaltó a todos.
—¿De qué barrio de Londres? —inquirió Antonio que, sobresaltado y todo, no dejaba de hacer preguntas.
—Notting Hill… —improvisó Lucas, que para algo se pasaba el día viendo pelis terrícolas.
—Uy, está sonando nuestra canción… ¿Nos vamos a bailarla, cari? —intervino Isabel, a la que no se le ocurrió otra forma de mejor de acabar con el interrogatorio.
—¿Vuestra canción es When loves take over de David Guetta? Es como de 2009… ¿Tanto tiempo estuvisteis pelando la pava por Skype?
—Qué va, es que es lo que sonaba en la radio cuando nos besamos por primera vez… ¿Nos podemos ir a bailar ya? —preguntó Isabel, harta de que Antonio estuviera haciéndose el Sherlock—. ¿O vas a seguir haciendo preguntitas? —quiso saber, tirando de la mano de Lucas.
—Disfrutad de la fiesta, claro que sí, de momento no tengo más preguntas por hoy…