Lucas apenas durmió un par de horas más, después del casi beso de la cocina, se levantó pronto, desayunó fuerte, se puso a picar leña para ver si agotándose dejaba de pensar tanto en Isabel, pero no había manera de sacársela de cabeza.
La veía en las siluetas del fuego que encendió después, la olía en las sábanas que oreó antes de hacer la cama, la sentía en la piel por la que se deslizaba el agua helada con la que intentó sofocar, en vano, el deseo urgente que tenía por ella y ni encerrado en el pequeño universo de su nave espacial, tan ajeno a ella, dejaba por un instante de pensarla.
Isabel, por su parte, se pasó toda la mañana trabajando en su habitación, de la que apenas salió para ducharse y tomarse un café rápido. Después de lo sucedido la noche anterior, tenía miedo a encontrarse con Lucas, y más desde que le había visto partir leña desde la ventana, con la camisa abierta y unos vaqueros que lo marcaban todo, y ante semejante espectáculo tropecientos mil pensamientos lujuriosos llevaban torturándola toda la mañana.
Aquello era horrible, pensó Isabel, que apenas podía concentrarse en sus tareas del día, porque su mente solo tenía espacio para imaginarse debajo, encima, detrás y delante, del cuerpo fibroso y sudoroso del leñador de las galaxias, que casi le había provocado un orgasmo con solo chuparse el dedo.
Así que como pudo, despachó los asuntos más importantes del día y luego se sentó a la mesa a comerse el cocido que Lucas había preparado siguiendo una receta de Internet y que le había quedado espectacular, como si llevara cocinándolo toda la vida.
Lo que Isabel no sabía era que Lucas, después de revisar unas cosas en la nave, se había decantado por ese plato elaborado a fuego muy lento, para ver si concentrándose en el puchero encontraba algo de sosiego para su agitado espíritu y… también para su cuerpo, que estaba totalmente revolucionado.
Pero no había logrado nada, porque a cada instante que pasaba pensaba en ella con tanta pasión que temía que esa energía se hubiese volcado también a los garbanzos y las viandas, y que los comensales con tan solo probar el plato pudiesen sucumbir al más delicioso de los orgasmos.
Como así fue porque ya con la sopa que había aromatizado con hierbabuena y azafrán, Naso por poco no orgasmó:
—Mmmmmmmmmmmmmmm —dijo Naso, en cuanto probó aquella delicia—. Esto está para correrse de gusto, tío.
—Gracias… —masculló Lucas, con media sonrisa, porque no era precisamente él quien quería que se muriera del gusto.
—Es de lo mejor que he probado nunca… —opinó Berta, deleitándose con el caldo humeante.
—Está muy bueno —añadió Isabel, sin levantar la vista del plato porque tenía pavor al contacto visual con Lucas, no fuera a ser que llegara a leer su mente que estaba de un calenturiento que asustaba.
Y es que había sido volver a ver a Lucas, esta vez con una camiseta blanca de manga corta que dejaba a la vista sus potentes brazos y un delantal rojo encima de lo más inocente, y volver a imaginarse encima, debajo, delante y detrás de ese pedazo de tío que cocinaba como los ángeles.
—Me alegro de que te guste —habló Lucas, ahora sí que con una sonrisa enorme y con una erección que le dolía solo de pensar que Isabel tenía en su boca, lo que de alguna manera antes había estado en sus manos.
—Esto es lo único bueno que me ha pasado en toda la mañana —comentó Naso, en tanto que devoraba la sopa del cocido—. Porque aparte de que te has equivocado con el Moroccanoil, que me lo has traído para cabello fino y yo lo tengo grueso, y mira qué mal se me ha quedado el pelo…
—Yo te lo veo igual que siempre —le interrumpió Berta, con la cuchara en alto.
—¿Igual cómo? ¿Mal, bien?
—A mí siempre me has recordado a Chewbacca, y Chewbacca qué quieres que te diga, ni mal ni bien… Chewbacca. ¿Lo pillas? —preguntó Berta, subiéndose las gafas que tenía en la punta de la nariz, con el dedo índice.
—Me encanta, porque amo la verdad y usted Berta es tan verdad.
—Menos rollos, hijo, y dime ¿con la canción cómo te va? —replicó Berta, metiendo la cuchara en el plato.
—Es lo que estaba contando antes, que he tenido una mañana terrible…
—¿Qué mañana si te has levantado a la una de la tarde? —le recordó Berta, tras sorber la sopa.
—Es que descansar es fundamental para la piel, yo como mínimo necesito dormir diez horas al día. Para mí es ley…
—Ley de vagos, querrás decir —matizó Berta.
Lucas se echó a reír y al momento Isabel le fulmino la mirada, abochornada de que su abuela llamara vago a un tío que simplemente era un genio que tenía otros ritmos.
—Ley en cualquier caso —concluyó Naso, apurando la sopa—. Y me he puesto en la cama a darle vueltas a lo de la canción, a ver si surgía una letra o una melodía…
—¿Y? —preguntó Berta, expectante.
—Nada, estoy bloqueado, como estoy enamorado… Me pasa siempre, solo me vuelvo creativo cuando la soledad me atenaza o tengo una novia cabrona a full.
—¿Y quién es tu enamorada que ahora mismo la llamo para que te haga la cusqui?
Lucas de nuevo rompió a reír, mientras que Isabel le reprendía con la mirada, cosa que le hizo ponerse más duro todavía.
—Es Vega, la camarera del bar de Caye. Ha sido un flechazo brutal que me tiene fuera de juego, pero no os preocupéis que yo me voy a poner pico y pala con la canción, y va a acabar saliendo. Me va a costar, no os voy a engañar, por lo que os digo de la flecha que me tiene agilipollado, pero yo os compongo la canción como que me llamo Garci Naso.
—¿Y si llamo ahora mismo a Vega y confirmamos que pasa de ti? ¿Se te pasaría el atolondramiento y podrías tenernos la canción lista para mañana que es San Valentín? —propuso Berta, con los ojos brillantes.
—¡Abuela, por favor! ¡No presiones a Naso! Los artistas no funcionan así —le recordó Isabel.
—Lo mío es arte, señora, no es algo tan sencillito como hacer Conchitas…
—Bertitas… —le corrigió Isabel.
—Pero estaría genial que la abuela llamara a Vega a ver qué piensa de mí… —comentó Naso atusándose la barba.
—Perdona, pero yo solo soy abuela de Isabel, a mí llámame Berta, y ¿qué va a pensar esa muchacha? Pues que eres un mamarracho… Qué cosas tienes… —replicó Berta.
—¿Por qué no hace una llamadita para confirmar? —insistió Naso.
—Luego llamo, cuando terminemos de comer…
—Aunque os adelanto que la cosa está chunga, porque si pasa de mí seguramente me enamore más y si no pasa, voy a estar flotando y sin dar pie con bola igualmente… —confesó Naso, tan pancho.
—¿Entonces qué? ¿Para cuándo calculas que nos vas a tener la puñetera canción? —preguntó Berta, justo después de terminar con la sopa.
—Tiempo al tiempo, y no olvide que todo lo bueno se hace esperar…
—Y tú no olvides que no vas a ver ni un céntimo, hasta que escuche la canción enterita… —le advirtió Berta, convencida de que ni en mil años ese tío iba a componer absolutamente nada para ellas.
Naso se revolvió en el asiento y replicó:
—Yo es que funciono con adelantos...
—¿Te parece poco adelanto estar en este lugar paradisiaco a pan y cuchillo y barra libre de potingues?
—Tampoco se pase Berta, que para que algo sea paradisiaco tiene que tener al menos mar y palmeras…
—¡Calla y no ofendas a Dios y a los conquenses! ¡Qué sabrás tú de paraísos! —replicó Berta dando un manotazo al aire.
—Si usted lo dice —habló Naso encogiéndose de hombros.
Y Lucas, que no paraba de reírse, se levantó a por el segundo plato con los garbanzos, las patatas, la verdura, la carne, el chorizo y el pollo, que todos devoraron, incluido Naso que al principio se resistió porque estaba a dieta detox vegan bio, pero apremiado por Berta terminó comiéndoselo todo.
Después de la comida, se echaron una siesta muy larga, en la que Isabel y Lucas desearon retomar lo de la noche anterior, si bien no pasó absolutamente nada. Durmieron y tuvieron sueños de lo más anodinos, que ni siquiera recordaron en cuanto despertaron.
Luego, cada uno estuvo trabajando en sus asuntos, Isabel dando el visto bueno a los banners que le había enviado el diseñador gráfico con motivo de San Valentín y ultimándolo todo para que ese día fuera un éxito de ventas, como siempre.
Y Lucas intentando arreglar el sistema de comunicaciones con su mundo que se había estropeado con el impacto y que todavía no había logrado resucitar. Si bien, le dieron las diez de la noche y seguía sin solucionar nada, por lo que decidió regresar a la casa y preparar una cena ligera que disfrutaron frente al televisor.
Naso pidió que pusieran un documental muy interesante sobre el cambio climático con el que se durmió en cuanto se comió la manzana que se tomó de postre. A Berta le pasó casi lo mismo, pues se quedó dormida cinco minutos después… Y ya cuando el documental estaba a punto de acabar, los dos decidieron despedirse y marcharse a sus respectivas habitaciones para continuar con el sueño.
Isabel y Lucas, en cambio, se supone que se quedaron para saber si el futuro del planeta iba ser negro o muy negro, y digo que se supone porque esa fue la excusa que dieron, aunque la verdadera razón fuera que a ninguno de los dos les apetecía volver a la cama… solos.
Y es que durante la cena se habían cruzado unas cuantas miradas que no dejaban lugar de dudas y ya era inútil seguir escondiéndose. Ya fuera en sueños o ya fuera en la realidad, los dos estaban convencidos de que esa noche iban a acabar abrasados en el mismo fuego…
Ya no tenía sentido otra opción, porque Isabel estaba fatigada de luchar con un deseo que se había apoderado totalmente de ella y Lucas… Lucas no es que estuviera cansado, es que estaba a punto de reventar…
Estando así las cosas, los dos se quedaron solos frente al documental apocalíptico y el fuego de la chimenea que para Isabel simbolizaba a la perfección lo que estaba sintiendo por dentro.
Porque sabía que lanzarse a los brazos de ese tío solo podía terminar fatal, pero ya daba lo mismo porque estaba tan en llamas como el tronco que estaba ardiendo.
Así que no le quedaba otra más que resignarse, sucumbir a la tentación del E. T. más sexy de las galaxias y que Dios la cogiera confesada…
—Ay. —A Isabel se le escapó un suspiro cuando el documental terminó.
—No te preocupes, dudo mucho que el futuro del planeta sea ese… —comentó Lucas.
—No me preocupo por el planeta, a ver… —matizó— que sí que me importa lo que le pase, pero que suspiro por otra razón.
—Ya, por lo inexorable.
—¿Te refieres a que la Tierra tenga fecha de caducidad?
—No, me refiero a que estás aquí por la misma razón que yo —respondió Lucas que estaba sentado en el otro sofá.
—Supongo que es el peaje que debo pagar por una abstinencia de caballo… —dijo Isabel encogiéndose de hombros.
—Perdona pero es la primera vez que me llaman peaje. Necesito un vodka… ¿Quieres algo? —preguntó Lucas, poniéndose de pie.
—No, nada. Gracias. Pero no te tomes como algo personal lo del peaje…
—No. Qué va. ¿Y cómo quieres que me lo tome? —preguntó mientras abría el mueble bar de madera maciza.
—¿Con hielo? —preguntó Isabel, enarcando las cejas.
—No hace falta, me has dejado helado.
—Las verdades no suelen ser muy cálidas —insistió Isabel.
—Las mentiras tampoco —replicó Lucas, a la vez que se servía el vodka.
—Pero yo no te estoy mintiendo…
—Creo que sí —aseguró Lucas, sentándose junto a ella.
—Te equivocas…
Lucas se acercó a ella tanto que sus labios casi podían rozarse y luego susurró:
—Tú sabes que no…