Isabel miró a Lucas con sumo desprecio y, sin dejar de apuntarle con la escopeta, le respondió:
—Ni se te ocurra acercarte a mí.
Lucas se quedó frente a la chica furiosa del pijama negro y supo que no tenía más opciones que arriesgarse, atravesarse y descubrir el misterio que le había llevado hasta allí.
—No seas maleducada, Isabel, y saluda como Dios manda —le exigió Berta a su nieta.
Por supuesto que Isabel no estaba por la labor de saludar a Lucas, sin embargo a Chicho de pronto se iluminó la mirada, comenzó a mover el rabo y, sin ninguna ansiedad, se acercó a saludar al recién llegado…
—¡Hola guapo! —saludó a Chicho, acercándole la mano para que le oliera.
Chicho le dio un lamentó en la mano al joven de las galaxias y luego se restregó cariñoso contra su pierna…
—Es Chicho… ¡Y esto que está haciendo contigo es la primera vez que lo veo! ¡Chicho es tímido y suele necesitar un tiempo tomar para confianzas! —exclamó la abuela encantada de que a Chicho le hubiera caído bien Lucas.
—Lo que me faltaba. Nuestro perro en vez de protegernos del peligro se pone a babearlo —comentó Isabel resoplando.
—Es que Chicho funciona con el corazón y ve a Lucas tal cual es… No como tú… —le reprochó la abuela, mientras el chico de las galaxias acariciaba la cabeza del perro que recibía el cariño agradecido.
—Abuela querida, te recuerdo que este tío acaba de colarse en nuestra casa —replicó Isabel, cabreada.
—Es verdad, lo he hecho fatal —se excusó Lucas, que solo deseaba que a esa chica se le pasara el tremendo enojo—. Un momento, por favor…
Y Lucas volvió a desaparecer de la estancia, de repente se volatilizó dejando a Isabel entre furibunda y perpleja…
—¡Este tío va a acabar conmigo! ¿Dónde coño se ha metido ahora? —preguntó Isabel, bufando y mirando a su alrededor.
Y al momento, sonó de nuevo el My Way, la melodía del timbre de la puerta… Y Chicho ladró con mucha fuerza, pegado a la puerta y moviendo el rabo, encantado con lo que estaba pasando.
—Ahí le tienes —comentó la abuela al tiempo que señalaba la puerta con la cabeza.
—¡No puede ser! —exclamó Isabel apoyando la culata de la escopeta en el suelo puesto que le pesaba demasiado, casi tanto como el cretino de Lucas.
—¡Qué cabezota eres, hija! El chico ha reconocido que no ha hecho las cosas bien, pues ahí le tienes rectificando…
—Tiene que ser la Guardia Civil… —replicó Isabel mirando por la mirilla y comprobando para su horror que el que estaba pulsando el timbre era Lucas—. ¡Joder, está ahí fuera el muy cabrón! ¡Este tío tiene que ser mago!
—¿Pero qué mago ni qué ocho cuartos? ¡Es un tío de las galaxias! ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? —insistió Berta.
—Este es un mago que debe estar de bolos por la zona y viene a casa porque se habrá enterado de que soy amiga de Caye y está montando este teatrillo para que le consiga un hueco para actuar en el local. ¡Menudo manipulador! ¡Es capaz hasta de levantar a una anciana en mitad de la noche y ganarse al buenazo de su perro con malas artes para lograr sus objetivos! ¡No tiene escrúpulos! ¡Es un ser sin entrañas! —concluyó Isabel entre susurros.
—¿Quieres dejar de hacer un drama barato? ¡Estoy feliz con lo que está pasando! ¡Somos unas privilegiadas! ¡Unas elegidas!
—¿Elegidas para que se rían de nosotras a mandíbula batiente? Este tío está jugando con nosotras, aprovecha que estamos medio dormidas para colarnos sus trucos de magia. ¡Con la lucidez de las ocho horas de sueño, descubriré cómo narices hace para simular que atraviesa las paredes! —aseguró Isabel convencida.
—No simula lo hace. Y no es teatrillo, es la ley de Clarke que dice que: “toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia” —replicó la abuela más convencida todavía.
—Arthur C. Clarke es tu problema, abuela. Leer a ese tío te está pasando factura y te hace ver una criatura galáctica donde solo hay un burdo mago de pueblo.
—¡Abre de una vez y déjate de gaitas que no puedes ser más ridícula! —le exigió a su nieta, a la vez que se abalanzaba sobre la puerta y la abría—: Anda, hijo, pasa y perdona a mi nieta porque no sabe lo que hace… —dijo cogiendo al joven por el brazo para que entrara.
Lucas pasó de nuevo a la casa, empujó la puerta para que se cerrara y soportó estoicamente el ataque de Isabel, mientras Chicho no paraba de hacerle fiestas:
—Sé muy bien lo que hago, detecto a un bicho malo a miles de kilómetros de distancia. ¿Qué es lo que quieres? —dijo Isabel apuntando a Lucas con el dedo—. ¿Camelarme para que te consiga una actuación mañana en el Caye? Pues guárdate tus trucos baratos, porque el Caye es para gente con algo que tú no tendrás jamás. ¿Me oyes?
—Isabelita, ¿no estarás hablando de huevos? Porque hay que tenerlos bien gordos para subirse a una nave espacial y viajar hasta donde el diablo perdió el poncho.
—Hablo de talento, abuela.
—Yo no soy mago, soy músico… —matizó Lucas con una sonrisa y flipado con la energía que desprendía esa chica ofuscada.
—¿Ves? Ya sabía yo… Hay que ser miserable de montar todo este número de las galaxias para conseguir una actuación… Pues te jodes que mañana tocan Garci Naso y los Outsiders...
—¿Y esos quiénes son? —preguntó Lucas, al tiempo que se agabacha para abrazar a Chicho.
—Unos mamarrachos que cantan como el culo —respondió Berta feliz por las buenas migas que hacían Chicho y Lucas—, pero el peor es el Garci Naso, para que te hagas una idea, es un fantoche que tiene un aire a Chewbacca, que se cree moderno porque luce pantalones ajustados, camisas horteras y los nudillos tatuados con patochadas varias, que va de profundo y misterioso porque se pasa el día diciendo obviedades con cara de que acaban de pisarle un juanete y que para hacértelo corto te diré que es menos que menos dividido por menos.
—Garci Naso y los Outsiders son más que más por más —matizó Isabel, sobre todo molesta con la descripción de su admirado Garci Naso.
Lucas se puso de pie, frente a Isabel, y opinó:
—Me quedo con el retrato de Berta que parece mucho más preciso y objetivo.
Isabel le retiró la mirada y le preguntó a su abuela con un cabreo que, aunque parecía imposible, iba en aumento:
—Abuela ¿me quieres decir qué vamos a hacer con este tío?
Berta cogió la escopeta que su nieta aún sostenía, no sin que ella pusiera cierta resistencia, y la dejó en el aparador junto a la suya:
—Ejercer de anfitrionas —respondió la abuela sin pensarlo.
Y Lucas, como no podía ser de otra manera, agradeció la gentileza de la abuela siguiendo los protocolos de cortesía terrícolas que bien había estudiado para estos casos:
—Buenas noches, soy Lucas y vengo de otra galaxia —se presentó Lucas a Isabel, con una sonrisa enorme y llevándose la mano al pecho.
—Tío ¡vete a la mierda! ¡Vergüenza te tendría que dar de aprovecharte de la bondad de una pobre abuela y su perro! Pero yo no soy tan ingenua como ellos…
Chicho ladró molesto, como si esas palabras le hubieran ofendido y Berta, por supuesto, que también estaba enojada…
—¡Perdona, pero aquí la única ingenua eres…! —La abuela no pudo terminar la frase porque sonó el My Way otra vez…
Isabel miró por la mirilla y después dijo con una sonrisa, de oreja a oreja, triunfante:
—Es Antonio. Se acabó el circo…
La abuela se echó las manos a la cara y le susurró al joven de las galaxias:
—¡Ahí fuera hay un miembro de las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado! ¡Tienes que invisibilizarte si no quieres terminar enchufado a miles de cables, en una camilla de un hospital de campaña!
—¡Gracias por avisar, doña Berta! Y por favor, es muy importante que nadie más sepa de dónde vengo porque…
Isabel no esperó a que el joven el joven acabara de dar sus explicaciones, ya que le faltó tiempo para abrir la puerta y tirar del brazo de Antonio que iba acompañado de su compañero Quiroga.
—¡Buenas noches, Antonio! ¡Qué tranquilidad y seguridad siento al verte!
Antonio era un hombre de mediana edad, regordete y de 1, 65 cm de altura, que agradeció el cálido recibimiento con media sonrisa. Luego, Quiroga, un joven espigado y muy serio, de unos veinticinco años y de casi dos metros de estatura, saludó a la joven con una leve inclinación de cabeza y entró también en la casa…
—¡Antonio, qué bueno que hayas venido! —exclamó Berta, tendiendo los brazos al guardia.
—Siempre es un gusto verla, doña Berta —dijo Antonio, mientras la abuela le tomaba por los carrillos y luego le daba dos besos sonoros en las mejillas.
—Me pasa lo mismo, Antoñito… Gracias por venir y —como Berta se percató de que a Lucas no le había dado tiempo a invisibilizarse, decidió salir del paso con una mentirijlla—, déjame que te presente a Lucas, el novio de Isabel… —habló tomando al joven galáctico por el brazo.
—¿Mi qué? —saltó Isabel, alucinada.
—¡Los jóvenes y su fobia a llamar a las cosas por su nombre! —comentó Berta, dando un manotazo al aire—. Su chica, su cari, su churri, su amor…
—¡Yo no soy de nadie y menos de ese tío! —replicó Isabel furiosa y todos se echaron a reír.
—¡Qué carácter tiene su nieta, doña Berta! —opinó Antonio, celebrándolo.
—A quien los suyos parece, honra merece —replicó la abuela encogiéndose de hombros—. De mí ha aprendido a ser tan libre y tan suya…
—Encantado, Lucas —saludó Antonio estrechando la mano del joven—. Espero que disfrutes de la estancia en el pueblo…
—Sí, claro, estando con mi novia siempre… —respondió Lucas con una sonrisa enorme.
—Queréis volverme loca, pero no lo vais a conseguir… —dijo Isabel estrujando el cinturón de seda de su pijama negro.
—¡Qué chica! ¡Te lo pasarás genial con ella! ¡Es tan divertida! —exclamó Antonio, dirigiéndose a Lucas.
—Así es, con ella es imposible aburrirse… —repuso Lucas, acercándose a Isabel, cogiéndola por cintura y estampándole un beso en los labios que le puso tan en órbita que podía haber salido escopetado a su galaxia.
—Arggggggggg qué asco —gruñó Isabel, limpiándose los labios con el dorso de la mano .Y como además, Lucas seguía agarrándola por la cintura le exigió al tiempo que le daba un manotazo en el brazo—: ¡Suelta, bicho!
Suelta bicho, pero Isabel había sentido algo, una especie de punzada en el corazón y un como despertar de la sangre que ella solo achacó a la abstinencia. Y es que la carne era débil y como el fantoche de Lucas después de todo estaba bueno, la reacción era más que comprensible, pensó.
—¿Ves? ¡Si es que no para! ¡Siempre estamos así de bromas! ¡Isabelita es tan graciosa! —exclamó Lucas, soltando una carcajada.
—Me alegro mucho de que os lo paséis tan bien, hombre. Y en cuanto al aviso que me dio, doña Berta, hemos inspeccionado la zona y no hemos visto nada. Tampoco hemos recibido ninguna llamada más, usted es la única que ha escuchado el estruendo que no sé qué ha podido ser…
—Yo sí que lo sé —intervino Isabel levantando el dedo índice—. Lo he descubierto hace un ratito. Seguro que ha sido un truco de magia…
—¿Magia? —inquirió Antonio arrugando el ceño.
—Efectos especiales sonoros… —matizó Isabel.
—¿Qué insinúas que hay un aprendiz de Juan Tamariz suelto por la serranía que se pone a practicar de madrugada? —quiso saber Antonio.
—Sí y lo tienes delante —respondió Isabel, contundente.
—¿Tú? ¿Desde cuándo te dedicas a la magia, Isabelita? ¡Tu abuela no me había dicho nada!
—¡Coño, no me llaméis Isabelita! ¡Lo odio! Yo no, joder, el mago es este… —dijo señalando a Lucas con la cabeza, más ofuscada que nunca con él por lo del beso.
Con lo a gusto que estaba ella con su abstinencia y había tenido que aparecer él para recordarle lo que se estaba perdiendo. Lo odiaba, sí. Y mucho.
—¿Y qué pasa que no le dejas hacer trucos en casa? Uf. Ahora lo entiendo todo. Y no sabes cuánto empatizo contigo —se solidarizó Antonio con el chico galáctico—, me pasa lo mismo con la armónica. Mi mujer no me deja tocarla en casa; si quiero tocarla, a la armónica no a ella, tengo irme al monte.
—Así son las cosas de pareja, Antonio, qué le vamos a hacer. Lo único que se me ocurre es que os juntéis mañana en la arboleda y que mientras uno hace magia el otro que toque la armónica. ¡Quién sabe lo que puede salir de ahí! Lo mismo hasta acabáis actuando en Montecarlo —se guaseó la abuela, mientras Isabel se frotaba los ojos para asegurarse de que aquello no era un mal sueño—. Bien, pues descubierto el misterio de las aficiones ocultas, ¿qué tal si nos vamos al dormir?
—Genial. Antonio ya puedes llevarte a este tío al cuartelillo… —le pidió Isabel y todos de nuevo se echaron a reír.
—¡Eres tremenda, Isabeli… Isabel! —exclamó Antonio, dirigiéndose a la puerta—. ¡Que descansen, familia! ¡Y guarden esas escopetas!
—¿Cómo vamos a guardarlas si no haces nada? ¡Libéranos de este tormento! ¡Haz algo con este tío! —rogó Isabel, que estuvo a punto hasta de ponerse de rodillas.
La abuela haciendo caso omiso a su nieta, destapó un frasco de cristal que había sobre la cómoda y que estaba lleno de Bertitas —los bombones estrellas de su confitería, un bombón en forma de corazón, relleno de cereza y licor y envuelto en papel rojo brillante—, cogió un puñado y los puso en la mano de Antonio:
—Toma, hermoso, para que se te endulce un poquito la noche…
Luego volvió a meter la mano en el frasco y tomó otro puñado para Quiroga.
—Gracias, doña Berta, jamás he probado bombones más buenos que los que hacen en su confitería… —reconoció Antonio, guardándose los bombones en el bolsillo de la chaqueta.
La abuela entonces cogió el frasco y se lo entregó…
—Toma, majo, para vosotros. Gracias por ser nuestros ángeles custodios… Que se os dé bien lo que queda de noche… —deseó la abuela abriendo la puerta de la casa.
—¡Antonio no te vayas! ¡Haz algo, por Dios! —le suplicó Isabel con los ojos llenos de lágrimas de pura rabia.
Y Antonio, tras echarse a reír, lo que hizo fue salir por la puerta junto a su compañero Quiroga y perderse de nuevo en la oscuridad de la noche con un kilo de bombones…