Tres horas después, Isabel y Lucas salieron del garito cargando con Naso que iba borracho como una cuba. Como pudo y muerta de frío, ella abrió la puerta del viejo Golf de su abuela, abatió el sillón del copiloto y, con la ayuda de Lucas, empujó a Naso para que se sentara en la parte de atrás.
—Joder, ¿cuántos años tiene este coche? A ti con los Consuelitos te tiene que ir de puta pena… —farfulló Naso con la lengua de trapo.
—Es el coche de mi abuela Berta, y los bombones se llaman como ella: Bertitas —le recordó Isabel.
—En mi cabeza no hay sitio más que para un nombre: Vega, Vega, Vega…
—Sí, tío, sí —dijo Isabel, enderezando el asiento en el que se sentó Lucas.
—¿Cómo va esto de amortiguación? Porque no respondo de mí, después de todo lo que me he mamado…
Lucas abrió la guantera del coche y encontró una bolsa de la compra de tela doblada en ocho partes.
—¿Le paso esto por si vomita o tenéis mucho cariño a la bolsa? —le preguntó Lucas, en cuanto Isabel se sentó.
—Dásela, que ya solo me queda terminar el día limpiando potas…
—Pero sería la pota de un genio… —replicó Lucas, divertido, pasándole la bolsa a Naso.
Isabel ignoró el comentario de Lucas y arrancó el coche con unas ganas tremendas de llegar a casa y quitárselo todo de encima: pintura, zapatos y a Lucas. Sobre todo a Lucas…
Naso no le molestaba lo más mínimo, aunque en ese momento estuviera cantando a puro berrido:
—Roto y descosido sí que estoy jodido, roto y descosido no puedo vivir sin tiiiiiiiiiiiiii.
A lo que Lucas replicó a grito pelado y llevándose las manos al pecho:
—Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaay. Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaay.
Y Naso al encontrar apoyo para su causa, volvió a la carga con más fuerza todavía:
—Roto y descosido sí que estoy jodido, roto y descosido no puedo vivir sin tiiiiiiiiiiiiii.
Y Lucas de nuevo, chilló muy fuerte, como sintiéndolo desde lo más profundo:
—Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaay.
Isabel le miró echando chispas por los ojos y le exigió:
—¡Calla yaaaaaaaaaaaaaaaa!
—¡No me la da gana! —gritó Naso desde atrás.
—A ti no te digo. ¡Se lo digo a él, que parece mentira que no sepa comportarse!
—¿Qué dices, tía? —replicó Naso—. ¡Si se está comportando de puta madre! Canta como los dioses, dice aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaay que le sale de bien adentro. Y no me extraña porque enamorarse de una bruja como tú, tiene tela… Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaay.
Lucas se echó a reír, pero a Isabel no le hizo ninguna gracia. Por eso, le reprochó:
—Lo de él tiene perdón por el pedal que lleva encima, pero lo tuyo no tiene nombre…
—¿Yo qué he hecho? ¿Qué tiene de malo hacerle los coros al artista? —se defendió Lucas con una sonrisa que a Isabel le desquició aún más.
—Como vuelvas a cantar, paro el coche y te bajas. Y me importa una mierda el frío, los lobos y los miles de peligros que pueden acecharte… —le advirtió Isabel apuntándole con el dedo índice.
—Baja el dedito que está muy feo eso de señalar, agarra bien el volante y deja de regañar a mi amigo que no merece tanto desprecio… —pidió Naso y Lucas asintió con la cabeza.
—Tiene razón, los borrachos siempre la tienen —añadió Lucas.
—¿Ah sí? ¿Y cuando me ha llamado bruja, también?
—Joder, tía. ¿No te ves? Si es que eres una amargada y una aguafiestas —respondió Naso—. Estamos aquí cantando nuestras penas de amor y vas tú y nos frustras…
—¿No te das cuenta de que compartimos tragedia? ¡Nuestras princesas pasan de nosotros! —replicó Lucas.
—¡No digas chorradas! Si a mí me conociste ayer y este no hace ni cinco horas que ha conocido a la otra…
—No ha faltado más que una mirada para descubrir cuál es mi destino.. —habló Naso, con ojos de carnero degollado.
—Y su brillo es tan fuerte que me caí del cielo… —susurró Lucas.
—¿Cómo que te caíste del cielo? —preguntó Naso que, aunque estaba como una cuba, todavía le quedaba algo de lucidez.
—Es un decir… —contestó Lucas, nervioso.
—¿Pero qué es lo que quieres decir con el decir? ¿En qué cielo estabas cuando la conociste? ¿En el de tu paraíso onanista? No entiendo la imagen… ¡Joder y esa luz! —exclamó Naso, tapándose los ojos con la mano, para que no le deslumbrara una luz amarilla que apareció de repente en mitad de la carretera, balanceándose.
—Es la Guardia Civil, ¿no has visto las balizas para la reducción de la velocidad? —informó Isabel, rezando para que no les pararan. Y no por temor a dar positivo porque se había pasado la noche a Fanta, sino porque estaba loca por llegar a casa.
—¿Qué va a ver si va ciego? —replicó Lucas, justo en el instante que Antonio les hacía indicaciones para que detuvieran el coche en el arcén.
—Lo que me faltaba, ¡ahora a soplar! A Dios pongo por testigo de que jamás me vestiré de dorado…
—Harás muy mal, porque te sienta de maravilla —comentó Lucas, con una sonrisa que a Isabel le sacó aún más de quicio.
—¿Podrías callarte un poco? Por si no te has dado cuenta estoy nerviosa…
—Es que dar positivo en Fanta hunde la reputación de cualquiera —intervino Naso con su lengua de trapo y a punto de caerse hacia el lado contrario de la ventana.
A Isabel no le dio tiempo a responder nada, porque no le quedó más remedio que parar y saludar a Antonio que seguía de guardia con Quiroga:
—¡Buenas noches, Antonio! —saludó forzando la sonrisa porque tenía ganas de todo menos de sonreír.
—¡Buenas noches, pareja! —saludó Antonio, bajándose la braga que le tapaba la mitad de rostro por el frío.
—¿Pareja? Jojojojo. Pues sí que tiene ojo el picoleto… —dijo Naso justo antes de caer a plomo sobre el asiento.
—¿Y ese? —preguntó Antonio, mirando a través de la ventana y saliéndole un tremendo chorro de vaho por la boca.
—Es Garci Naso, el cantante que ha venido a actuar en el bar de Caye —respondió Isabel, como si fuera lo más normal del mundo llevar a un cantante borracho en el asiento trasero.
—¡Vaya cogorza que lleva! Nosotros hemos puesto el control por el concierto y es el tío que he visto más perjudicado en lo que va de noche. ¿Qué pasa que se lo ha bebido todo él solo? —preguntó Antonio, rascándose la frente.
—Lo que sé es que yo solo he bebido Fantas…
—Y él las paga… —soltó Antonio muerto de risa, refiriéndose a Lucas.
—Ya quisiera yo que fuera un pagafantas, pero este no gasta ni en saliva… —refunfuñó Isabel, porque el tío ni había hecho ademán de meterse la mano en el bolsillo durante toda la noche.
—¿Para qué quieres un novio pagafantas, mujer? ¡Que yo lo he dicho de broma!
—Eso mismo le digo yo… —intervino Lucas—. Que me tiene que aceptar tal cual soy…
—A ver, bueno —matizó Antonio—, tú también tienes que hacer tus esfuerzos por mejorar y gastarte la pasta, tío. A mí me daría cosa que mi novia fuera con un coche del año de la pera pasando frío, cuando por doscientos euros al mes tienes ahora cosas muy majas.
—Tomo nota, sí… —dijo Lucas.
—¿Qué notas vas a tomar, si me he comprado un coche hace poco? Este es el de mi abuela…
—Precisamente, te he parado porque pensaba que era ella… —comentó Antonio.
—¡El picoleto quería hacer soplar a Chicho! —gritó Naso, desde atrás, partido de risa.
—¿Y este tío se pilla estos mocos cada vez que actúa? —preguntó Antonio, arrugando el ceño.
—Es que se ha enamorado así a primera vista y para impresionarla, porque la chica tiene pinta de malota, se lo ha tomado todo —contestó Isabel, encogiéndose de hombros.
—Qué malo es eso de no ser uno mismo. Volvemos a lo mismo de antes…
—¿No ha dicho antes que hay que esforzarse? —preguntó Naso que de repente se incorporó—. Pues yo me lo he bebido todo para ver si encajaba con sus fantasías de cantante chungo…
—Muy mal hecho. Hay que esforzarse, pero siempre en positivo… —explicó Antonio alzando el dedo índice para remarcar la palabra “positivo”.
—Creo que ya es un poco tarde… —masculló Naso que justo en ese instante sintió una nausea tan fuerte que abrió la bolsa que Lucas le había pasado y vomitó.
Isabel clavó la frente en el volante, mientras mascullaba:
—¡Qué asco, qué asco, qué asco!
—¿Y adónde te lo llevas? ¿A Madrid? —preguntó Antonio, mientras Lucas sacaba unos clínex de la guantera y se los pasaba a Naso.
—No, se queda en casa unos días, vamos a trabajar juntos… Me va a componer una canción para la tienda —respondió Isabel, levantando la cabeza y después abriendo la ventana.
—Pon las botellas bajo llave, porque quien hace un cesto hace ciento —le sugirió Antonio.
—Lo haré. ¿Me puedo ir o tengo que soplar?
—Te he parado porque pensaba que era tu abuela, quería comentarle que anoche, después de salir de vuestra casa, recibí la llamada de doña Ramona y me dijo que había escuchado un estruendo tremendo, como si se hubiera caído del cielo algo muy gordo.
—Anda, como tú, que te caíste del cielo… —farfulló Naso, entre vómito y vómito.
—¿Qué dice el borrachín? —inquirió Antonio, con los ojos entornados.
—Nada, está fatal… No sabe ni lo que dice —dijo Lucas, batiendo las manos.
—Pero es que doña Ramona está como a tres kilómetros de vuestra casa, el estruendo tuvo que ser muy fuerte para que lo escuchara…
—Es que el ruido fue morrocotudo —recordó Isabel.
—No paro de darle vueltas, porque es imposible que este hombre hiciera tanto ruido con sus trucos de magia como para que lo escuchase doña Ramona que está medio sorda —apuntó Antonio, acariciándose la barbilla.
—Lo que escuchó esa señora no tuvo nada que ver con mi magia, a lo mejor de lo señora fue un ruido de algo natural como un corrimiento de tierras… —sugirió Lucas, para salir del paso.
—Esta mañana hemos estado inspeccionando la zona, pero no hemos visto nada. Es que es rarísimo, que un ruido se escuchara en dos sitios tan distantes y que no haya dejado ni rastro…
—Ha sido este, agente, que se ha pillado por el brillo de Isa y ¡se ha caído de arriba haciendo bumbatubuuuuuuuuuuuuuum! —exclamó Naso a gritos.
Y nada más pronunciar la última palabra, al cantante le vino otra arcada y volvió a vomitar…
—Puaj, este hombre está fatal. Me lo voy a llevar a casa cuanto antes, porque a este paso se nos deshidrata —comentó Isabel, muerta de asco.
—Sí, pero lo que ha dicho de tu novio… ¿De dónde saca lo del brillo y el bumbatum?
—Que no son novios, que ella pasa de él… —gritó Naso con la cabeza metida en la bolsa.
—Es que no rige bien, lo que he dicho es que me ha impactado tanto ver a Isabel vestida de dorado que mi corazón ha hecho bumbatum —explicó Lucas sonriendo a Isabel, y ella le retiró la mirada abochornada.
—Y a ella le habrá hecho lo mismo, porque hacéis una pareja muy bonita. Ay, chicos —suspiró Antonio—, tenéis que quereros mucho, me lo tenéis que prometer…
—Argggggggggggggggggg. —Este era Naso, rompiendo a vomitar de nuevo.
Loca por salir de allí cuanto antes y media mareada por el olor, Isabel dijo:
—Nosotros nos vamos ya, que este hombre está fatal, que tengas buena noche, Antonio…
—Lo mismo digo, parejita, lo mismo digo… —masculló con una sonrisita que a Isabel le hizo morirse de la vergüenza—. Y seguiré investigando lo del estruendo…