Isabel abrazó a Lucas, cerró los ojos y los abrió frente a una playa soleada y de arena fina en la que a pesar de ser las ocho de la mañana, hacía ya bastante calor…
—Menos mal que voy en tirantes… ¡Qué calor hace, madre mía! —exclamó Isabel, haciendo visera con la mano para proteger sus ojos del sol.
Lucas se quitó la chaqueta y señalando el chalet blanco que tenían justo en frente, en primera línea de playa y con un pequeño jardín con una parra y una canasta de baloncesto, dijo:
—Esa es la casa donde vive Erik…
—Menos mal que Caye no se ha venido con nosotros, porque el tío vive en un sitio que yo no lo cambiaría por nada… —musitó Isabel, contemplándolo todo verdaderamente emocionada.
—Me gusta, pero es mucho más bonito estar con la persona que quieres —opinó Lucas, mientras pensaba que él lo cambiaría todo con tal de estar con Isabel, pero no se lo dijo para que no pensara que era un pelma.
—Es que tú eres de un romántico… Pero no digas que no es una maravilla despertar y tener enfrente este mar… —reconoció respirando hondo, aspirando el perfume de ese mar que jamás había visto antes.
—Sí, pero más maravilla es despertar al lado de la persona que amas… —insistió Lucas, que desde que despertaba con Isabel no conocía paraíso mejor, pero tampoco se lo dijo.
—¡Estoy en Australia! ¡Qué belleza! ¡Es que no puedo creerlo! —exclamó frotándose los ojos para confirmar que no era un sueño.
—Créelo y llama a Erik que nos lo tenemos que llevar cuanto antes a Cuenca… Son las ocho de la mañana, con un poco de suerte, hasta ha desayunado y no se desmaya cuando le cuentes la razón de tu visita…
—¡Calla! No me pongas más nerviosa… —le exigió, mientras sacaba otra vez el móvil del bolsillo. Luego abrió el Messenger y encontró que Erik estaba con la luz verde…—¡Está encendido! Voy a llamarle… —anunció y dio a llamar, ansiosísima—. Nos estamos metiendo en un lío muy gordo… —susurró mientras esperaba a que Erik descolgara.
—¿Te arrepientes? —preguntó Lucas, atónito.
—No. ¡Caye tiene que ser feliz! Lo quiera o no… —respondió y acto seguido, soltó una carcajada nerviosa.
—Si es que te pongas como te pongas, en el fondo crees en el amor. A mí no me engañas: tú eres una romántica…
—Shhhhhhhhhhhhhh.
—Ya sé que te molesta escucharlo, pero es así…
Isabel se apartó el móvil un poco de la oreja y le aclaró ofuscada:
—¡No me molesta escucharlo! ¡Es que acaba de contestar! ¡Así que cierra el pico! —Luego volvió a pegarse el móvil y saludó—: ¡Erik! ¿Qué tal? ¿Cómo estás? ¿Te interrumpo?
—Isaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa —dijo en un tono tan alegre como cantarín—. ¡Qué ilusión me hace escucharte! ¿Cómo estás?
Erik se había pasado los veranos desde que era niño viajando por América Latina con sus padres y hablaba a la perfección español.
—Bien, bien… ¿Y tú?
—Pues hasta que tú has llamado hecho una mierda… —respondió un poco sofocado.
—¿Estás en casa? —preguntó Isabel, mirando al chalet a ver si le veía a través de alguna ventana.
—No, qué va… Me he ido a correr por la playa. Es que me han despertado las notificaciones de tu amiga que está de Carnaval con los enanos del bosque… ¿Estás con ella?
—Sí, claro…
—¿Sí? ¡Pásamela por favor! Necesito hablar con Caye. Es tan terca… Me he tenido que crear un perfil falso porque me ha bloqueado en todo.
—Lo sé.
—¿Sabe Caye también de mi perfil falso? —preguntó Erik, sentándose en la arena.
—Es que también tú, vaya perfil que te has creado… Es blanco y en botella.
—Estoy sufriendo muchísimo con esto, Isa. No puedes ni imaginar cuánto. Yo la quiero de verdad… Y ella a mí. Pero está tan empecinada en que esto no puede funcionar que al final se va a cargar la oportunidad que tenemos de ser felices…
—Por eso te llamo…
—Pásamela por favor… —suplicó limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano.
—No puedo…
—Por favor, necesito hablar con ella…
—¡Que no puedo, Erik! ¡No insistas! No está aquí…
—¿Me llamas desde el cuarto de baño? Porque escucho un ruido de fondo… como de agua…
—No, no es el ruido del váter…
—¿No me digas que te has subido a la fuente de la iglesia para que Caye no te escuche? Eso es que tienes algo muy grave que contarme… ¡Se está tirando a los enanos! Dime la verdad, por favor… Aunque me duela, quiero la verdad… —rogó Erik desesperado, con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Qué tonterías dices! ¡Caye te quiere a ti!
—¿Y para qué cuelga selfies con los enanos? ¿Para que vea lo feliz que es sin mí? ¿De verdad piensa que así voy a olvidarme de ella?
—Lo que pasa es que está obsesionada con que no puede exigirte una renuncia tan grande para estar juntos, en vez de centrarse en lo importante que es que tu amor es más grande que todas las renuncias que tengas que hacer.
—¡Es lo que le digo siempre! ¡Pero no me cree! Además, ¿cómo puede llamar renuncia a estar con ella en un sitio con tanto encanto como el pueblo? ¡Si allí fui feliz como jamás lo he sido en ninguna otra parte del mundo! Yo ya no sé qué hacer, de verdad. Estoy desesperado… —confesó echándose para atrás y tumbándose en la arena.
—No te preocupes, que tengo un plan…
—Te lo agradezco muchísimo porque yo no tengo nada más que pena.
—Lo que pasa es que es un plan un tanto… paranormal —le adelantó Isabel, pues no se le ocurrió mejor manera de introducir el tema.
—A mí con tal de que funcione, como si me tengo que subir a una escoba.
—Algo así es… Si quieres nos vemos y te lo cuento.
—Espera que te enchufo la cámara del Messenger y nos vemos.
—No hace falta que enciendas nada, si estoy aquí… —anunció mordiéndose los labios de la ansiedad.
—¿Aquí? ¿Dónde? ¿En la cam? ¡Pues no te veo! —dijo mirando la pantalla del móvil.
—Aquí en tu playa, delante de tu casa… —contestó disfrutando de la delicia de la playa desierta.
—Isa, tía, que no estoy para bromas…
—Ni yo tampoco. ¡En serio! ¡Estoy aquí! He venido a por ti…
—No te creo…
—Tienes una toalla de rayas tendida en el jardín y del chalet de al lado acaba de salir una chica pelirroja en bicicleta…
—¡Claire! —gritó alucinado—. Isa, estoy a punto de echarme a llorar. ¿No me digas que has venido a Australia a por mí?
—Así es…
—¡De verdad que no voy a olvidar en la vida lo que estás haciendo por mí! Mi gratitud infinita, Isa… No tengo palabras…. —dijo Erik, muy emocionado, incorporándose de un salto de la alegría que tenía en el cuerpo.
—No tienes que decir nada. ¡Solo correr para acá!
—¡Voy volando! ¡Ay Isa, qué alegría más grande! ¡Qué subidón!
—Aquí te espero y te cuento… Pero tú ven preparado para algo así como de otra galaxia…
—Me da lo mismo, de verdad. Lo que sea con tal de estar con Caye… ¡Te cuelgo para llegar cuanto antes!
Isabel colgó y se encontró con que Lucas estaba con los pantalones remangados y los pies metidos dentro del agua…
—¡Espérame que yo también quiero! —exclamó Isabel que se quitó los zapatos, dejó encima de ellos el bolso y corrió a su lado, con el vestido arremangado—. ¡Está friísima! —gritó en cuanto metió un pie en el agua—. ¿Cómo puedes estar ahí tan pancho?
—¡Esto no es frío comparado con algunos mares de Mequetrefe! ¿Y Erik? —preguntó Lucas, que contemplaba divertido cómo Isa corría hacia atrás, para evitar que una ola le rompiera y la salpicara.
—Salió a correr, pero dice que está de vuelta en veinte minutos. Todavía no le he contado de qué va la película, pero le he introducido que es algo paranormal y dice que le da lo mismo con tal de volver con Caye. Está desesperado el pobre… —dijo dando un saltito para evitar que otra ola le rompiera.
—Ya le queda poco de desesperar. Y como todavía queda un ratito para que venga, yo me voy a dar un baño… —comentó Lucas, que salió del agua y empezó a quitarse la ropa en la orilla.
—¿Los calzoncillos de Mequetrefe son como bañadores o te vas a bañar en bolas? —preguntó Isabel, risueña.
—En el mar yo siempre me baño desnudo… —contestó Lucas que ya estaba en calzoncillos.
—No te recomiendo el baño, porque aparte del frío, estas playas son muy peligrosas por las corrientes y los tiburones.
—Estoy acostumbrado a todo…. Tranquila —repuso Lucas, que tras quitarse los calzoncillos, los dejó sobre el resto de la ropa y salió corriendo a lanzarse de cabeza al mar.
—¡Estás loco! ¿Y si viene un tiburón? ¿No pretenderás que yo te rescate? —gritó preocupada Isabel desde la orilla, mientras Lucas nadaba con un gran estilo mar adentro—. ¡Los socorristas no entran hasta las diez!
Lucas se giró, la saludó con la mano y siguió nadando tan tranquilo, mientras Isabel se quedaba en la orilla muerta de la angustia, sin quitarle ojo de encima.
¿Y si se quedaba atrapado por una corriente? ¿Y si un tiburón le desgarraba la pierna? ¿O si todo junto y le perdía para siempre? ¡Cómo se podía ser tan inconsciente!, pensó Isabel. Claro que, bien pensado, tampoco hacía falta que viniera el tiburón o la corriente para perderlo para siempre, porque en breve eso era lo que iba a suceder cuando al fin arreglara la nave y regresara a su galaxia lejana.
Y se lo estaba pasando tan bien con Lucas…
Levantarse con su sonrisa, con sus besos, con las tostadas que le preparaba, pasear largo por el valle, bailar al calor del fuego, escaparse muy lejos vía telestransportación….
Joder, es que gracias a ese tío estaba con los pies metidos en el agua de una playa de Australia.
Cómo no le iba a echar de menos, si era lo mejor que le había sucedido jamás. Pero tenía fecha de caducidad y asumía que Lucas pronto partiría y ella volvería a su rutina, segura y confortable, a su vida antes de Lucas que era tan…
Tan… Tan…. Isabel se quedó bloqueada intentando encontrar un adjetivo que la definiera y luego le vino tal punzada de ansiedad en la tripa que tuvo que respirar hondo para que se le pasara.
Acto seguido, llegó a la conclusión de que era normal sentir cierta angustia por la marcha de Lucas, pero el mundo no se acababa ahí. Después de él vendrían otras cosas, otras experiencias, otras historias, otros hombres…
Aunque en ese justo instante le diera una pereza enorme pensar en todo eso, porque se sentía genial con ese extraterrestre loquito que estaba nadando despreocupado entre los miles de peligros que debían estar acechándole, porque cada día necesitaba más sus besos, sus ojos verdes, su risa incontenible, su presencia mágica…
¿Sería que a todo se acostumbra una o sería que Lucas cada vez estaba ocupando más espacios de su vida y de su corazón?
Isabel no tenía ni idea, pero cuando Lucas salió del agua, sin importarle que la mojara entera con esas gotas heladas, le abrazó tan fuerte que sintió que cuando se fuera iba a dejar vacío que jamás llenaría nadie…