Isabel lamentó ser tan empática, porque esa facilidad suya de ponerse en el lugar del otro, le hizo decir lo que a todas luces era una insensatez como un piano…
—Esta situación me tiene muy tensa, pero no soy una ninguna cabrona… —explicó Isabel, llevándose la mano a la frente.
—Lo sé —musitó Lucas, lamentando que su presencia alterara tanto a esa chica a la que no podía dejar de mirar.
—¿Ah sí? —replicó Isabel arqueando una ceja, porque con él no había podido ser más borde.
—Solo te estás protegiendo.
—Sí y lo hago fatal… Pero bueno, supongo que algún día dejaré de pifiarla.
—Espero que no, para acertar hay que estar dispuesto a equivocarse…
—Estoy harta de tanto equivocarme…
—Pero es que solo se avanza equivocándose, cuanto más grande es el error más se aprende y más lejos se llega. El error es parte del proceso, sin pifiarla es imposible ser creativo, ni original, ni lograr nada que merezca la pena. Así que no tengas miedo a pifiarla, los muertos son los únicos que no se equivocan… —habló Lucas, con unas ganas infinitas de cagarla, coger a esa chica de la cintura, estrecharla contra él y ponerse a bailar.
—Todo eso está muy bien para la ciencia, la tecnología o el mundo empresarial, pero me temo que no es aplicable a las relaciones. Yo me he equivocado bastante y la verdad es que no tengo la sensación de haber llegado ninguna parte. Bueno, sí… a la estación: El amor no me interesa.
—Yo también he pasado por ahí. De hecho esa era la razón por la que llevo tres años dando tumbos por las galaxias…
Isabel arrugó el ceño y resopló molesta:
—Joder, qué mierda. ¡Lo has estropeado todo! ¡Con lo interesante que se estaba poniendo la conversación! ¿Me quieres decir para qué coño sacas otra vez a relucir el rollo de las galaxias?
Lucas respiró hondo y, aun a riesgo de que le mandara de una patada a Saturno, respondió:
—Porque es verdad…
—No te hace falta seguir mintiendo. Es lo que te decía antes, no soy tan cabrona como para dejarte en mitad de la nada a estas horas de la madrugada. Alicia la taxista del pueblo trabaja de día y no voy a hacerle la faena de despertarla. Y si llamamos a un taxi de fuera puede tardar como dos horas en llegar, así que lo mejor es que te quedes hasta que mañana te acerquemos al pueblo.
—Te lo agradezco, pero yo no miento… —dijo rotundo.
—No me mires así, que hasta parece que estás diciendo la verdad.
Lucas se acercó un poco más a ella y le susurró al oído:
—Es que digo la verdad…
Isabel sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, dio un paso atrás y musitó:
—No tienes pinta de estar mal de la cabeza.
—No padezco un trastorno delirante: vengo de muy lejos. Pero entiendo tu negación, he leído muchísima literatura contactista y la negación es la reacción más frecuente en los contactados.
Lo gracioso era que Isabel le miraba y sentía que estaba diciendo la verdad, pero la razón le decía que en el supuesto de que existiera vida extraterrestre, más allá de la ficción y los programas frikis de la tele, los tíos de las galaxias no podían tener esa actitud tiendepuentes, ni esa mentalidad respetuosa y abierta, ni mucho menos marcar culazo con los Levi’s, ni tener los ojos de Lucas, ni esa sonrisa perfecta. Joder, no, pensó. Eso era una putada de las grandes. Los hombres de las galaxias tenían que ser verdes, feos, invasivos, despiadados y con tupé como Trump. Vamos, que cuanto más lejos mejor y no llegar a conocerlos nunca. Pero si las galaxias estaban llenas de tíos como Lucas… ¡que no hubieran venido ya era un auténtico desperdicio! Qué angustia estar rodeado de tanto mierder cuando el espacio exterior estaba lleno de tíos como Lucas… Dios, qué injusto…
Aquello era tan descorazonador que Isabel prefirió no pensar más y suplicarle a Lucas que no siguiera con aquello:
—No quiero saber nada de las galaxias, por favor. Me afecta demasiado… ¿Serías tan amable de actuar como si fueras de aquí?
—¿De Cuenca?
—O de Sidney, me da lo mismo. Pero terrícola…
—Me estás pidiendo que haga algo que debo deseando sentir desde hace muchísimo tiempo.
—¿El qué? ¿Ser de Cuenca?
—Sentir que pertenezco a algún lugar, que mi sitio está en alguna parte…
—¿Pues a qué esperas?
—No sé si sabré, precisamente me marché porque sentía que no encajaba en ninguna parte y vosotros sois tan peculiares con vuestra sola Luna…Y que conste que no lo digo con desprecio, sino con auténtica admiración hacia vosotros, por supuesto.
Isabel resopló al ver lo plasta que era ese tío:
—Ya, ya. Oye, mira, no tengo la cabeza para pensar más, hoy no. Solo te pido que dejes aparcado el tema de las estrellas ¿de verdad que es tan complicado?
—Solo quiero que estés bien y que puedas descansar tranquila. Por eso, decidí plantarme en el salón, te sentía muy inquieta…
—Para no estarlo, menuda nochecita…
—Sí, pero ya no estás tan crispada…
Era cierto, no estaba crispada pero al hablar de sus errores se le habían despertado las ganas de comer chocolate. Así que Isabel ni se lo pensó, abrió un frasco de cristal con los Bertitas y le ofreció a Lucas, sin siquiera sospechar lo que esa pequeña acción iba a desatar:
—¿Quieres?
—El chocolate es una de las mejores cosas de tu plane…—Isabel le miró de tal forma que al momento Lucas rectificó mientras cogía un bombón—: de la vida. El chocolate es lo mejor de la vida.
Isabel tomó otro bombón, lo abrió y se lo metió en la boca:
—El chocolate es mi vida… —replicó la chica mientras disfrutaba de esa delicia.
—Mmmmm —masculló Lucas, sentándose al lado de Isabel—. En mi vida he probado nada igual. Esto es sublime…
—Es que nuestros bombones son los mejores del mundo —sentenció Isabel con orgullo, mientras cogía la escopeta y la dejaba detrás del sofá.
—Y del universo… Pero, tranqui, que no voy a seguir con el rollo galáctico…
—Si es para hablar de mis bombones te dejo que menciones al universo… —bromeó Isabel—. Y ya estoy más tranquila, por eso he retirado la escopeta…
—Pero has sacado los bombones, este arma es mucho más peligrosa —repuso Lucas, lamiendo con la punta de la lengua un resto de bombón que se le había quedado en la comisura de los labios.
—Eso es cierto… —musitó Isabel, a la que el gesto de ese chico le puso un poco… ¿nerviosa? Pues sí, aunque no entendía muy bien por qué, porque solo era un resto de chocolate, unos labios y una lengua, le puso nerviosa.
—Me vuelven loco… ¿Los bombones los haces tú? —preguntó Lucas, sorprendido de que esa chica alucinante, además supiera hacer maravillas como esas.
—No tengo talento ni paciencia. Afortunadamente, contamos con un gran maestro confitero…
—¿Puedo probar otro? —preguntó Lucas, ansioso por volver a gozar de esa exquisitez.
—Están hechos para eso. Son una trampa, en el momento en el que pruebas uno, estás perdido para siempre —respondió Isabel, mientras destapaba el frasco para que Lucas cogiera los bombones que quisiera.
—Como con tus besos… —apuntó Lucas, al tiempo que abría otro bombón.
Y contra todo pronóstico, y quizá por el efecto euforizante de los bombones, Isabel en vez de ponerse a la defensiva replicó divertida:
—¿Qué le pasa a mis besos?
—Que son como tus bombones…
Isabel sonrió, abrió otro bombón y con la boca llena, farfulló:
—Ojalá, pero me temo que no.
—Pues yo que he probado ambas cosas te digo que sí.
—Perdona, pero mis besos no los has probado todavía… —Y al percatarse de que había dicho todavía, se mordió los labios como si así pudiera borrar la palabra recién pronunciada.
—He probado uno robado y fugaz y ha sido tan bueno como este bombón…
Isabel se envaró en el sofá, negó con la cabeza y luego tras coger otro Bertita, replicó con el bombón en la mano:
—Qué va, el beso ese ha sido no ha sido como un Bertita. ¿Qué dices? Este es un bombón de manga, que se hace de forma artesanal, uno a uno, con las mejores materias primas y con la misma receta secreta del maestro confitero vienés que se vino a Madrid con mi abuelo hace sesenta años. Así que para que un beso fuera como un Bertita tendría que ser apoteósico…
Lucas estaba loco porque se dieran uno de esos besos apoteósicos, pero de momento le arrebató el Bertita que la chica sostenía entre sus dedos, lo abrió y se lo metió en boca sin dejar de mirarla…
—Con esto conquistarías galaxias enteras… —masculló Lucas, saboreando ese bouquet que se deshacía en su boca y al mismo tiempo percatándose de que había vuelto a meter la pata—. ¡Es solo una hipérbole, por supuesto! —matizó.
—Pero es que es cierto —insistió Isabel sin poder dejar de mirar la boca de ese tío y lo que era peor: preguntándose cómo besaría, cómo sería sentir esos labios sobre los suyos, y lamer su lengua que sabría a chocolate. Se estaba volviendo loca por culpa de la puta abstinencia, pensó. Y temiendo que se le cruzara la vena y acabara lanzándose a los brazos de Lucas, decidió seguir hablando de los bombones en el tono más neutro y profesional que encontró—: Los Bertitas son la excelencia y el arte hechos bombón. Y luego es cardiosaludable, tiene propiedades antioxidantes y antiinflamatorias, retrasa el envejecimiento, mejora…
Isabel no pudo terminar la frase porque Lucas, que se moría de ganas de besarla, tal vez por el efecto bombón y porque sentía que ella estaba deseando que la besase, no se pudo contener más, se acercó a Isabel, le colocó la mano en el cuello y la besó despacio en los labios que ardían y sabían a chocolate.
—Lo mejoran todo… —susurró Lucas con los labios pegados a los de ella.
—Sí… —musitó Isabel que no quería apartarse para nada de los labios de ese tío que estaba como una cabra, pero qué más daba. Además, olía a Hugo Boss, y le gustaba tanto ese perfume…
Isabel rodeó el cuello de Lucas con las manos y le besó otra vez, luego él lamió una brizna de chocolate que se le había quedado a la chica en los labios y volvió a besarla de nuevo, si bien en esta ocasión el beso fue más intenso y más profundo y sus lenguas se encontraron a pesar de todo.
Isabel sentía la calidez de la respiración de Lucas en su mejilla y él sentía a esa chica de una forma tan intensa que ella se asustó y se separó de él…
—Esta tontería de los besos es culpa de los bombones… La mezcla de licor, chocolate y cereza se sube un poco a la cabeza… Pero enseguida se pasa… —se justificó Isabel, encogiéndose de hombros. Porque ¿qué coño hacía morreándose con ese tío?
—A mí esto no se me va a pasar en la vida… —susurró él, apartándole a Isabel un mechón de pelo que le caía por el rostro.
—No seas Pinochón, por favor —pidió Isabel, que llegó a la conclusión de que aunque no sabía por qué le había besado, estaba loca por hacerlo otra vez.
—No lo soy, pero lo estoy —replicó Lucas con una sonrisa gamberra.
—Piensa en otra cosa…
—No puedo pensar más que en ti —reconoció, lanzado y sin frenos.
—A mí es que todo esto me estresa, tu intensidad me da fatiga —confesó Isabel abanicándose con la mano, de la ansiedad que le provocaba ese tío petardo y porque había visto de reojo el Pinochón que tenía entre las piernas y estaba un poquito alterada.
—Lo lamento, pero es lo que siento…
Y lo peor de todo era que parecía sincero, pensó Isabel cada vez más agobiada porque estaba en un momento de su vida en que ni esperaba ni quería absolutamente nada. Así que por mucho que molara besarle ¿qué sentido tenía estar haciendo la escena del sofá y encima con un tío que decía que venía de las galaxias?
—Ya, pero es que yo estoy cerrada a todo… —confesó Isabel.
—Pero te ha gustado que te besara…
—Tampoco te vengas arriba, tío. Ha sido algo inesperado, agradable, pero sin la menor trascendencia.
—Pues para mí no.
—¿No? —replicó Isabel, con suma curiosidad para ver por dónde salía.
—Tu beso lo ha trascendido todo. ¿No tendrás algo por ahí para celebrarlo?
—Sí, una escopeta.
—Al cerrarte al amor no evitas lo malo sino lo bueno.
—¿Lo bueno eres tú? ¿Un tío que aparece en mitad de la noche diciendo sandeces y que se camela a mi abuela para no pasar la noche al raso?
—Pero te mola cómo beso y sientes que estoy diciendo la verdad… Tu corazón lo siente, me miras y sabes que todo es cierto, pero eres rehén de tu terca cabeza terrícola.
Isabel soltó una carcajada y, como la intensidad de la puesta en escena de ese tío le había desvelado por completo, y total aquello se le estaba yendo totalmente de las manos, decidió proponerle:
—Eres un teatrero de primera, pero me lo estoy pasando genial. Tengo champán en la nevera. ¿Te apetece?
—Ya me gustaría a mí saber hacer teatro, pero no valgo… Soy lo que sientes que soy…
—Y dale… Qué pesadito eres, guapo. Ahora vengo…
Isabel se fue a la cocina y al momento regresó con la botella que abrió Lucas y con dos copas…
—Nunca había probado esto… Me encanta —confesó Lucas, después de dar un sorbo a su copa de champán.
—¿El Moët?
—El champán…
—¿Eres más de sidra? —preguntó Isabel agitando la copa al aire.
—No. En Mequetrefe, como tú lo llamas, no hay nada de esto. El champán solo lo había visto en las películas.
—Al menos llega el cine a Mequetrefe… —se guaseó Isabel.
—Lo sabemos todo de vosotros —replicó Lucas, alzando las cejas.
—Uy qué miedito… —bromeó Isabel.
—No tengas miedo… —le susurró Lucas al oído, justo antes de besarla en el cuello.