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La vida es una caja de sorpresas. Las más pequeñas me gustan. Son la salsa. Pero las grandes…
Al llegar a mi nueva fortaleza me di de bruces con un desfile entero de grandes sorpresas.
La primera: un inmediato arresto. Fui arrojada a una celda, junto con mis dos compañeros de viaje. Nadie se molestó en dar una sola explicación. Nadie pronunció una sola palabra. Y pareció sorprenderles que no montase en cólera.
Nos sentamos en la penumbra y esperamos. Temía que Humo pudiera haber acabado imponiendo su punto de vista y que hubiera puesto al prahbribdrah Drah en mi contra. Narayan dijo que quizá se nos hubieran escapado de las manos unos pocos sacerdotes, y que todo aquello fuera cosa suya.
No hablamos demasiado. Nos comunicamos sobre todo con señales y jerga. Quién sabía quién podría estar escuchando.
Cuando hubieron transcurrido unas tres horas, la puerta de la celda se abrió. La radisha Drah entró a grandes zancadas, acompañada por una cuadrilla de guardias. La estancia se atestó en un momento.
—¿Quién eres? —dijo clavándome la mirada.
—¿Qué clase de pregunta se supone que es esa? Soy la Dama, la Capitana de la Compañía Negra. ¿Quién iba a ser si no?
—Matadla si hace el menor movimiento —ordenó antes de volverse hacia Martinete—. Tú, de pie.
Mi leal Martinete hizo oídos sordos. Me miró, y al ver que asentía hizo lo que le habían ordenado. La radisha tomó prestada una antorcha de uno de los guardias, la acercó a Martinete y lo rodeó lentamente. Olisqueaba una y otra vez. Y después de la tercera vuelta a su alrededor, pareció darse por satisfecha.
—Siéntate. Eres quien se supone. Pero la mujer, ¿quién es?
Martinete se lo tomó como un acertijo. Tuvo que darle unas cuantas vueltas. Volvió a mirarme y volví a asentir.
—Ya os lo dijo —señaló.
Entonces la radisha volvió a mirarme.
—¿Podéis probarlo?
—¿Puedes tú probar que eres la radisha Drah?
—No tengo necesidad de hacerlo. Nadie se hacer pasar por mí.
Por fin lo entendí.
—¡Esa zorra! Nunca le ha faltado coraje para cosas así. ¿Así que se presentó aquí fingiendo ser yo? ¿Y qué más hizo?
La radisha se lo pensó antes de contestar.
—Guardias, esta vez es la de verdad. Podéis marchar. —Así lo hicieron—. La verdad es que no demasiado —dijo la radisha por fin—. La principal víctima fue mi hermano. No tuvo demasiado tiempo. Alguien llamado Aullador la dejó inconsciente y se la llevó. Tomándola por vos, según dijo Matasanos.
—¡Ja! Le está bien emplead… ¿Quién has dicho?
—Matasanos. Vuestro Capitán. Ella lo trajo consigo, bajo la apariencia de ese de ahí —dijo, señalando a Martinete.
Sentí vibrar alguna clase de membrana insondable que separaba mi corazón de mis oídos. Con cuidado, antes de romperla, pregunté:
—¿Se lo llevó también Aullador? ¿Dónde está ahora?
—Partió junto con mi hermano en vuestra busca. Disfrazados. Dijo que no tardaría en seguirle el rastro, en cuanto lograse librarse del Aullador y de Sombra Larga.
Mi mente se zafó del lastre de lo increíble, empezando por los cuervos. Ahora sabía el porqué de aquella interrupción en su espionaje hasta poco antes de alcanzar la fortaleza. Había sido retenida.
—¿Puso rumbo a Dejagore?
—Eso creo. Mi torpe hermano fue con él.
—Y yo aquí —dije carcajeando, casi enloquecida. Sentía la membrana en mi interior ceder—. Quisiera que me dejaseis sola. Necesito pensar.
—Os entiendo —dijo la radisha asintiendo—. Vosotros dos, venid conmigo.
Narayan se levantó, pero Martinete ni se inmutó.
—¿Podrás esperar fuera, Martinete? —le rogué—. Será solo un momento.
—Claro, señora —dijo, y enseguida dejó la estancia junto a los demás. Aunque apostaría a que no se alejó más de cinco pasos de la puerta.
Antes de salir, Narayan ya le iba diciendo a la radisha que debía verme un médico.
* * *
La frustración y la rabia fueron cediendo. Me forcé a calmarme, mientras iba componiendo la situación.
A Matasanos lo había acertado una flecha perdida. En medio de la confusión de la batalla, su cadáver había desparecido. Solo ahora sabía que el cadáver no era tal. Y, ahora que lo pensaba, quizá aquella flecha no hubiera sido tan azarosa. Creía conocer incluso su procedencia: mi amada hermana. Todo para ajustar cuentas conmigo por haber arruinado su intento de suplirme, en mis días de emperatriz en el norte.
Sabía cómo funcionaba su mente. Estaba claro que volvía a andar libre. Seguiría esforzándose por mantenernos separados, castigándome a través de Matasanos.
Y debía estar de nuevo completa, con el poder suficiente para hacer cumplir su voluntad. Solo cuando yo había estado al máximo de mis poderes ella había estado por debajo de mí.
Creo que nunca antes me había sentido tan frustrada.
La radisha entró entonces sin llamar, acompañada de una diminuta señora enfundada en un sari de color rosa.
—Esta es la doctora Dahrhanahdahr —dijo la radisha—. Es mi médica de cabecera y es la mejor en su trabajo. Incluso sus colegas varones admiten que es ligeramente competente.
Expliqué a la mujer lo que había estado padeciendo. Ella escuchó y asintió. Cuando hube acabado, me dijo:
—Tendréis que desvestiros. Creo saber de qué se trata, pero tengo que asegurarme.
La radisha fue hasta la puerta de la celda, utilizando su propia vestimenta para tapar la mirilla.
—Si vuestra modestia lo requiere, puedo darme la vuelta.
—¿Qué modestia? —dije desnudándome.
En realidad sí que me avergonzaba. No quería que me viera con tan mal aspecto.
La médico me examinó durante unos minutos.
—Lo que pensaba —dijo finalmente.
—¿De qué se trata?
—¿Es que no lo sabes?
—De haberlo sabido, habría hecho algo al respecto. No es que me guste estar enferma. —Al menos, desde la iniciación los sueños habían cesado. Al fin podría dormir.
—Pues aún deberéis estar así durante un tiempo —dijo con una mirada chispeante. Menuda actitud para un médico—. Estás embarazada.