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Tardé seis días en solucionar mi investidura en Dejagore. Menos de seis mil hombres quedaban de los tres grandes ejércitos que había reunido Conjura Sombras. La mitad de esos hombres, por diferentes razones, no estaba a la altura. Los combatí a lo largo de las costas del lago. Mis hombres dieron cuenta de ellos. Luego mandé a Murgen de vuelta a la ciudad.

No quería ir. Y no lo culpo. Mogaba bien podría querer ejecutarlo. Pero alguien debía hablar con los supervivientes e informarlos de que, al fin, podían salir. Debía advertirse a todos, exceptuando a los leales a Mogaba.

Mi propia gente parecía no comprender la situación. Pero no perdí tiempo en explicársela. No tenían por qué saberlo. Su única preocupación debía ser cumplir las órdenes.

La noche posterior a la partida de Murgen, varias docenas de soldados taglianos desertaron de la ciudad. Sus noticias eran desalentadoras. Las epidemias iban a peor. Mogaba había ejecutado a cientos de nativos más y a una docena de miembros de sus propias tropas. Únicamente los nar no se quejaban de la situación.

Mogaba sabía de la vuelta de Murgen. Sospechaba que había estado conmigo y que ahora iba en su busca. Mantuvo un agrio enfrentamiento con los magos de la Compañía respecto al portador del estandarte.

No se descartaba el amotinamiento, a menos que las deserciones debilitasen esa posibilidad. Sería la primera vez. En todos los Anales no había registro alguno de un acontecimiento semejante.

Narayan se ponía más y más nervioso pensando en su demorado Festival, temeroso de que yo pudiera querer eludir mi presencia allí. Me esforcé por reconfortarlo.

—Tenemos tiempo de sobra. Y tenemos a los caballos. Saldremos en cuanto deje las cosas listas aquí. —Claro que también quería hacerme una idea de lo que estaba sucediendo al sur. Había enviado jinetes para comprobar los efectos allí de las noticias del destino de Conjura Sombras. Hasta el momento no había recibido demasiada información al respecto.

La noche antes de que Narayan, Martinete y yo misma pusiéramos rumbo al norte, seiscientos hombres más desertaron de las filas de Mogaba, dejando Dejagore en balsas o a nado. Los recibimos como a héroes, con promesas de importantes cargos en nuevas tropas.

La cabeza de Conjura Sombras, a la que se le habían extirpado y triturado los sesos, daba la bienvenida a los recién llegados a la entrada del campamento. Sería nuestro tótem, reemplazando al extraviado estandarte de la Compañía.

Seiscientos en una sola noche. Mogaba estaría furioso. Pero sus leales se asegurarían que no volviera a suceder tan fácilmente.

Reuní a mis capitanes.

—Hoja, tengo quehaceres esperándome al norte. Narayan y Martinete me acompañarán. Había confiado en tener más noticias del panorama al sur antes de partir, pero deberemos conformarnos con lo que tenemos. Dudo que Sombra Larga vaya a actuar con prontitud. Mantén la labor de patrullaje y una posición firme en el campamento. No espero estar fuera más de dos semanas. Tres a lo sumo, si decido visitar Taglios para informar de nuestros éxitos. Ahora que se nos han unido unos cuantos veteranos, podría ser bueno reorganizar la tropa. Ten en cuenta la posibilidad de que haya habitantes de las tierras de las sombras interesados en enrolarse. Podrían resultarnos útiles.

Hoja asintió. Incluso en un momento así era parco en palabras.

Swan me dedicó una especie de mirada lánguida. Le guiñé un ojo, sugiriéndole que su hora no andaba muy lejos. No sé bien por qué lo hice. No tenía demasiadas razones para alentarlo. No me importaba que pudiera seguir fiel a la radisha. Puede que me sintiera atraída por él. A su modo, era quien más despuntaba entre los suyos. Pero no tenía intención de caer de nuevo en esa trampa.

Los viejos sabios dicen que el corazón es como un rehén. Mejor sería no entregarlo.

En cuanto nos pusimos en camino, cabalgando, Narayan se mostró feliz. No me entusiasmaba, pero necesitaba a su hermandad. Tenía planes para ella.

Puede que Conjura Sombras estuviese muerto, pero la lucha apenas había empezado. Aún debíamos plantar cara a Sombra Larga y Aullador, y junto a ellos a todos los ejércitos que pudieran convocar. Y si no tenían éxito en los enfrentamientos a campo abierto, seguía estando la fortaleza de Sombra Larga, en Lugar de las Sombras. Se decía que Atalaya era una fortaleza más infranqueable incluso de lo que lo había sido mi propia Torre, allá en Hechizo, y que se hacía más y más fuerte con cada día que pasaba.

No pretendía alentar aquel nuevo enfrentamiento. A pesar de la suerte que me había acompañado, Taglios no estaba preparado para una lucha semejante.

Puede que esa misma suerte me concediera el tiempo suficiente para volver a alzar mis legiones, adiestrarlas y preparar avanzadillas. Pero sin prisas, para poder dar con comandantes realmente capaces, para poder concentrarme mientras tanto en recuperar mis habilidades perdidas.

No obstante, había cumplido ya mis objetivos más inmediatos. Taglios había dejado de estar en peligro inminente. Había levantado mi base. Nadie discutía mi mando y no tenía perspectivas de nuevos enfrentamientos con los sacerdotes ni con Mogaba. Con algo de cuidado, podría acabar de atar a los Estranguladores como un apéndice que utilizar a voluntad, un brazo invisible que administrara muerte en cualquier lugar, allá donde hubiera alguien que quisiera desafiarme. Mi futuro se antojaba optimista. Y el mayor obstáculo potencial a la vista lo constituía el mago Humo. E iba a poder ocuparme de él.

Optimista. Completamente optimista. Si no fuera por los sueños y el malestar, que no dejaban de empeorar. Si no fuera por mi amada hermana.

Determinación, querida. La determinación acaba otorgando el triunfo. Mi antiguo marido acostumbraba hablar así, confiando en que nada se interpondría en su determinación.

Y lo siguió creyendo a pies juntillas hasta el mismo momento en que le di muerte.