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Di el alto a la columna, reuní a Narayan y a Martinete y a los hombres que hacían las veces de oficiales.
—Este es el lugar. A la espalda de esta zanja. Me colocaré con el estandarte en el centro, desplegad a los hombres a ambos lados.
Narayan y los demás parecían perplejos. Nadie parecía creer lo que estaba ocurriendo. Lo más sensato se antojaba dejar que las cosas discurrieran tal y como lo estaban haciendo, hasta que el enfrentamiento se fuera diluyendo.
Dispuse a todos mis hombres, y casi tuve que explicar a cada líder de escuadrón dónde quería que se posicionaran sus efectivos. Por fin, Narayan intuyó cuál era el plan.
—No funcionará —apostó. Desde lo de la arboleda había estado mostrándose muy pesimista. Creía que nada volvería a funcionar a nuestro favor.
—¿Por qué no? Dudo que sepan ni que estamos aquí. Pude confundir a sus murciélagos y sus sombras.
O eso esperaba.
Una vez que tuve a todos donde quería, me coloqué la armadura, dejé que Martinete me la ajustara y lo conduje junto a Narayan a un emplazamiento desde el que poder ver qué sucedía al otro lado de la cresta.
Vi justo lo que había esperado: una nube de polvo que se encaminaba hacia nuestra posición.
—Narayan, ya vienen. Ve y di a los hombres que en menos de una hora tendrán la oportunidad de probar el sabor de la sangre de los habitantes de las tierras de las sombras. Da órdenes de que en cuanto los hombres de Hoja aparezcan por los huecos entre la formación, deberán tapar esos huecos.
La polvareda se acercaba a pasos agigantados. Vigilé a Narayan preparar la sorpresa. Vi cómo la excitación se apoderaba de mis hombres. Estaba especialmente concentrada en las pequeñas tropas de los jinetes, en los flancos. Si seguían el ejemplo de Jah, me esperaría otro desastre.
Casi tenía ya encima a los hombres de Hoja. Me coloqué en posición, rodeé de nuevo mi armadura de llamas mágicas. Martinete apareció a mi lado, imponente enfundado en la armadura de Creaviudas que había hecho para él. También lo rodeé de llamas, aunque no pude hacer nada respecto a los cuervos que acostumbraban a posarse en los hombros de Matasanos cuando este adoptaba esa personalidad. De todas formas, dudaba que los habitantes de las tierras de las sombras llegaran a percatarse.
Los hombres de Hoja aparecieron cresta abajo. Hasta que fueron conscientes de que estábamos de su lado, se sucedieron ciertos momentos de confusión. Sauce Swan iba al galope, con los cabellos ondeando al viento, riendo como un demente.
—Justo a tiempo, querida. Justo a tiempo.
—Controla a tus hombres. La caballería a los flancos. ¡En marcha!
Fue a hacer lo que le dije.
Por fin aparecieron los primeros habitantes de las tierras de las sombras. El caos hizo mella en ellos. Intentaron frenarse, pero los camaradas que les seguían los pasos los obligaban a continuar la marcha. Su principal preocupación parecía ser alejarse todo lo posible de Martinete y de mí.
¿Dónde estaba Hoja? ¿Y su caballería?
Los habitantes de las tierras de las sombras se arrojaron contra mis hombres sin orden ni concierto, como una lluvia de granizo, y enseguida se volvieron para huir. Una vez nos dieron la espalda, no tuve dudas acerca del desenlace. Ordené a la caballería avanzar. No me esforcé por mantener a mis hombres en formación. Les dejé dar caza al enemigo.
Al pasar la cresta, avisté a Hoja y a sus jinetes. Los había hecho correr hacia los flancos, distanciándose de los soldados de a pie de las tierras de las sombras, luego había hecho regresar a la caballería a la espalda del enemigo, repartiéndola de forma que pudiera cortar el paso a los fugitivos. Mi caballería se encargó de hacer lo propio en los flancos del enemigo.
Solo unos pocos lograron escapar.
Antes de que se hiciera de noche, todo había acabado.