10
Swan estaba recostado a la sombra, bañándose en una de las orillas del Principal, contemplando perezosamente cómo su tripa flotaba en una profunda poza en calma. Apenas corría una ligera brisa, se estaba fresco a la sombra y hasta los insectos parecían estar demasiado ociosos como para molestarlo. Estaba medio dormido. ¿Qué más podía pedir un hombre?
Hoja se sentó.
—¿Qué, pican?
—No. Aunque no sé qué haría si lo hiciesen. ¿Cómo ha ido?
—Ella requiere nuestros servicios. —Se refería a la radisha, a quien habían encontrado aguardándolos al llegar a Ghoja (para consternación de Humo)—. Tiene un trabajo para nosotros.
—¿Pues vaya novedad, no? ¿Y no le dijiste que se metiera sus requerimientos por donde le quepan?
—Pensé reservar para a ti ese placer.
—Hubiera preferido que me hubieras ahorrado la caminata. Estoy comodísimo aquí.
—Quiere que arrastremos a Humo hasta donde no quiere ir.
—¿Y por qué no le dijiste cómo estaban las cosas? —Swan empezó a salir del agua. Nada había picado en su anzuelo—. Ya sabía que aquí no iba a picar un solo pez. —Entonces apoyó la caña contra un tronco. Toda una declaración de intenciones—. ¿Dónde fue Fibroso?
—Imagino que estará allí, esperando. Quería ver a Jah. Ya le informé de lo sucedido.
Swan contempló el río.
—Mataría por una pinta de cerveza. —Antes de dejarse llevar por la creciente agitación, habían estado ocupándose del negocio de la cerveza, en Taglios.
Hoja bufó, encaminándose hacia la fortaleza que dominaba el vado del Ghoja.
* * *
Aquella fortaleza se alzaba en la orilla sur del Principal. La habían levantado los Maestros de las Sombras después de que su invasión de Taglios fuera repelida, y con el fin de defender sus conquistas al sur del río. La Compañía Negra había tomado la fortaleza después de su victoria al norte del río. Los artesanos taglianos estaban robusteciéndola y comenzaban a levantar una fortaleza hermana en la orilla norte.
Swan escudriñó el escabroso campamento al oeste de la fortaleza. Contenía a ochocientos hombres. Muchos trabajaban en la construcción o remodelación de las fortalezas. En su mayoría eran fugitivos sureños. Pero un grupo especialmente grande de estos le irritaba.
—¿Crees que Jah habrá adivinado ya que ella está aquí?
Jahamaraj Jah era un sacerdote shadar ansioso de poder. Había encabezado a la caballería de refuerzo durante la incursión al sur. Su huida al norte había sido tan precipitada que había empujado al grupo de Swan al vado durante varios días.
—Seguramente. La pasada noche intentó hacer pasar a hurtadillas a un mensajero. —La radisha, a través del propio Swan, había prohibido que nadie cruzara el río. No quería recoger más noticias del desastre antes de que se establecieran las verdaderas dimensiones de este.
—¿Y qué pasó?
—El mensajero se ahogó. Fibroso dice que Jah lo cree a él culpable. —Hoja se carcajeó. Odiaba a los sacerdotes. Hostigarlos era su pasatiempo favorito. A todos por igual, sea cual fuera su fe.
—Eso está bien. Así nos lo quitaremos de encima un tiempo, al menos hasta que averigüemos qué hacer con él.
—Yo ya lo sé.
—Piensa en las consecuencias políticas —lo alertó Swan—. ¿Es que siempre es esa la solución que se te ocurre? ¿Rebanar cabezas?
—Eso acostumbra a frenar los pies.
Los guardias de la puerta de la fortaleza los saludaron. Se contaban entre los preferidos por la radisha y, aunque ni Hoja, Swan o Mather lo habían buscado, ahora estaban al mando de las defensas de Taglios.
—Tengo que acostumbrarme a pensar en términos más grandes de tiempo, Hoja —dijo Swan—. Nunca habría pensado que volveríamos a estar así, después de la actuación de la Compañía Negra.
—Tienes tanto que aprender aún, Sauce-Fibroso y Humo aguardaban en el exterior de la habitación de la radisha. Por su aspecto, se diría que Humo andaba mal del estómago. Parecía apremiado por estar en otro lugar.
Swan dijo:
—Tienes mala cara, Fibroso.
—Solo estoy cansado. Estoy harto de esos pesados.
Swan arqueó una ceja. Se suponía que Fibroso era el sereno, el chico paciente, el que calmaba las aguas. Humo sabía bien cómo pincharle.
—¿Está lista?
—Siempre lo está.
—Pues en marcha. Me espera un río lleno de peces.
—Mejor hazte a la idea de que para cuando vuelvas les habrán salido canas. —Mather llamó a la puerta y empujó al mago para que encabezara al grupo.
En cuanto Swan cerró la puerta, la radisha accedió al cuerpo principal de su cámara, desde una habitación lateral. Allí, reunida en privado con hombres que no compartían su cultura, no tenía que aparentar ese papel que estaba más tradicionalmente ajustado a su sexo.
—¿Se lo has contado ya, Fibroso?
Sauce y Hoja intercambiaron fugaces miradas. ¿Llamaba a su viejo compinche por su nombre de pila? Qué interesante. ¿Cómo la llamaría él a ella? No parecía mostrase muy afectuoso.
—Todavía no.
—¿Qué sucede? —preguntó Swan.
—He hecho que mis hombres se mezclen con los soldados —explicó la radisha—. Les han llegado rumores de que la mujer que fue lugarteniente de la Compañía Negra ha sobrevivido. Ahora intenta reunir a los supervivientes, hacia el sur.
—Esas son las mejores noticias que he escuchado desde hace mucho —dijo Swan, guiñándole un ojo a Hoja.
—¿De verdad?
—Claro, habría sido una lástima haber perdido a una aliada así.
—Apuesto a que es por eso. Swan, eres un malpensado.
—Cierto. Pero estarías igual si la hubieras visto. Vaya qué sí. Nos salvó a los tres. Es una profesional.
—Eso está por ver. Tenemos dificultades. Fibroso, ponlos al día.
—Acaban de llegar veintitantos hombres de la Segunda. Se mantuvieron apartados de los senderos para evitar a las patrullas de los Maestros de las Sombras. Se hicieron con un par de prisioneros a unos cien kilómetros hacia el sur. Han declarado que, la noche antes de ser capturados, Kina y un ejército fantasma a sus órdenes atacaron su campamento y acabaron con la mayoría de sus integrantes.
Swan miró a Hoja, a la radisha y de nuevo a Fibroso.
—Hay algo que no entiendo. ¿Quién es ese Kina? ¿Y qué le pasa a Humo? —El mago temblaba como si lo hubieran sumergido en un lago de aguas heladas.
Mather y Hoja se encogieron de hombros. No tenían ni idea.
La radisha se sentó.
—Poneos cómodos —dijo mordiéndose el labio—. Lo que os voy a contar no es agradable. Kina es el cuarto ángulo del triángulo de la religión tagliana. No está adscrita a ninguno de los panteones, pero es capaz de aterrorizar al más pintado. No tiene nombre, a menos que nadie la llame, Es extraordinariamente depravada. Por fortuna, su culto no está muy extendido. Y está prohibido. La pertenencia al mismo es castigada con la muerte. Y debo decir que es una pena apropiada. Los ritos del culto siempre implican torturas y asesinato. Con todo, aún persiste. Sus miembros dicen aguardar la llegada de alguien conocido como el Anunciado, y del Año de los Cráneos. Es un culto ancestral y oscuro, que no conoce de naciones ni de vínculos étnicos. Los que lo profesan se ocultan tras apariencias respetables. A veces se hacen llamar los Impostores. Llevan vidas normales, integrados en sus comunidades. Cualquier persona puede pertenecer al culto. Son pocas las personas conscientes de todo esto.
Swan no acababa de entenderlo, y así lo hizo saber:
—No suena muy diferente de las encarnaciones Hada o Khadi de los shadar.
La radisha le dedicó una sonrisa amarga.
—Esos no son más que sombras de la realidad. —Hada y Khadi eran las personificaciones del dios de la muerte shadar—. Jah podría mostrarte mil aspectos en los que Khadi, comparado con Kina, sería como un gatito. —Jahamaraj Jah era un devoto de Khadi.
Swan se encogió de hombros, dudando aún poder encontrar diferencias si le enseñaran un dibujo de cada uno. Hacía tiempo que había apartado la idea de intentar discernir en el maremagno de dioses taglianos, cada uno de ellos con sus diez o veinte diferentes formas o encarnaciones.
—¿Y qué le pasa a este? —dijo señalando a Humo—. Tiembla como si quisiera que le cambiáramos los pañales.
—Humo predijo la llegada del Año de los Cráneos: una época de caos, regida por un baño de sangre, si empleábamos a la Compañía Negra. Pero en realidad no lo creía posible. Solo lo hizo para asustar a mi hermano y que no hiciese algo que temía. Pero ha declarado públicamente esa predicción. Y ahora parece posible que pueda ocurrir.
—Ya, claro —dijo Swan frunciendo el ceño. Aún aparentemente perdido—. Déjame ver si lo he entendido. ¿Resulta que existe por ahí un culto mortal que hace que tipejos como Jah y Khadi parezcan un par de nenas? ¿Y eso basta para aterrorizar al más pintado?
—Así es.
—¿Y adoran a una diosa llamada Kina?
—Sí, ese es el más conocido de sus nombres.
—¿Y por qué no me sorprende escucharlo? ¿Es que no hay ningún dios aquí abajo con más nombres que un estafador de dos mil años de antigüedad?
—Kina es como la bautizaron los gunni. También se la conoce como Patwa, Kompara, Bhomahna y por muchos otros nombres. Los gunni, los shadar, los vehdna, todos han encontrado formas de aceptarla en sus panteones. Muchos shadar que han acabado siendo sus seguidores, por ejemplo, la consideran la verdadera forma de Hada o Khadi, a quienes juzgan como solo otros de sus engaños.
—Agh. De acuerdo. Me rindo. De modo que hay una bastarda entre las malas hierbas llamada Kina. ¿Y cómo es que ni Fibroso, ni Hoja, ni yo habíamos oído hablar nunca antes de ella?
La radisha pareció entonces algo incómoda.
—Porque estabais fuera de todo esto. Erais extranjeros. Norteños.
—Quizá. —¿Pero qué tendría que ver ser del norte con todo aquello?—. ¿Y por qué tanto pánico? Tanto lío con esta Kina, ¿por un par de prisioneros que no tienen por qué decir la verdad? ¿Solo por eso Humo va y se lo hace encima y vos os ponéis a echar espuma por la boca? Se me hace bastante difícil tomarme todo esto en serio.
—Te entiendo perfectamente. Tendremos que abrirte los ojos. Por eso te envío a primera línea, a verificar toda la historia por ti mismo.
Swan sonrió, intentaba sonsacarla.
—Pero sin perdernos de vista. Cuéntanos la historia completa. Ya sabemos que la liasteis con la Compañía Negra. Y ahora crees que nos vas a meter en esto con la excusa de que no somos de Taglios…
—Ya basta, Swan. —La radisha empezaba a enfadarse.
Humo pareció relinchar. Negó con la cabeza.
—¿Y qué hay de él? —preguntó Sauce. Le quedaba poco para lanzarse a estrangularlo y que dejara ya de retorcerse.
—Humo ve fantasmas en cada sombra. En vuestro caso, teme que seáis espías enviados por la Compañía Negra.
—Oh, claro. ¡Menudo capullo! Lo que faltaba. ¿Por qué sigue todo el inundo dándole vueltas a eso? Puede que patearan algunos culos de aquí al norte, pero hace ya mucho de eso. Han pasado cuatrocientos años ya, maldita sea.
La radisha ignoró aquel comentario y siguió hablando.
—La historia de Kina es bastante incierta. Es una diosa extranjera. La leyenda cuenta que un príncipe de las Sombras engañó al más apuesto de los Señores de la Luz para adoptar su forma física durante un año entero. En ese tiempo sedujo a Mahi, la Diosa del Amor, y engendró con ella a Kina. Kina creció aún más hermosa que su madre, pero con las entrañas vacías, desprovista de alma, sin amor ni compasión. Aunque sí ansiosa por poseer todo ello. Era incapaz de satisfacer esos apetitos. Rogó a dioses y hombres de igual manera por que la satisficieran, a Sombras y a Luces. Entre sus nombres están los de la Devoradora de Almas, o la Diosa Vampiro. Debilitó de tal manera a los Señores de la Luz que las Sombras buscaron derrotarlos, y para ello arrojaron contra ellos una horda de demonios. Los Señores de la Luz se encontraron en unos apuros tales que se vieron obligados a rogar ayuda a Kina. Ella accedió a sus súplicas, pero sin explicar los motivos para hacer tal cosa. Hizo frente a los demonios, los derrotó y los devoró, consumiendo toda su locura.
La radisha hizo una pausa. Enseguida continuó.
»Kina se convirtió en una criatura aún peor de lo que ya había sido antes, siendo conocida también a partir de entonces como la Devoradora, la Devastadora o la Destructora. Se convirtió en una fuerza aún superior a los propios dioses, más allá del equilibrio entre la Luz y las Sombras, enemiga por igual de todos ellos. Engendró un terror tan terrible que incluso la Luz y las Sombras aunaron sus fuerzas en su contra. Su propio padre fue quien la engañó para hacerla caer en un sueño mágico.
Hoja murmuró:
—Para mí tiene tanto sentido como la historia de cualquier otro dios. Lo que quiere decir que no tiene ninguno.
—¡Kina es la personificación de la fuerza a la que algunos se refieren como Entropía! —dijo Humo entre chillidos. Y luego, dirigiéndose a Radisha—: Corregidme si me equivoco.
Esta lo ignoró.
—Antes de que Kina quedara dormida, fue consciente de que había sido engañada. Tomó aliento con fuerza, exhaló una fracción diminuta de su esencia vital, apenas algo más que la sombra de un fantasma. Ese espectro vaga por el mundo en busca de un cascarón viviente que poder poseer, para poder dar a luz al Año de los Cráneos. Si esta personificación lograse dar caza a las suficientes almas y liberar el dolor necesario, Kina podría ser despertada.
Swan se rió entre dientes, como una anciana que soltara una regañina.
—¿De veras crees en toda esa cháchara?
—Swan, no importa lo que yo crea. Son los Impostores los que creen. Si se corre la voz de que Kina ha sido vista, y de que hay pruebas que lo sostienen, predicarán una cruzada de asesinatos y tortura. ¡Ya lo veréis! —dijo levantado una mano—. Taglios está al borde del estallido de revueltas violentas. Al haber sido ahogados los rebrotes habituales durante generaciones, se ha generado una enorme acumulación de violencia potencial. Los Impostores querrán que estalle, y dar inicio así al Año de los Cráneos. Mi hermano y yo misma intentamos encauzar esa furia.
Hoja refunfuñó ante los desatinos que la gente podía llegar a cometer blandiendo la fe. No entendía por qué esta no tenía el suficiente sentido común como para acallar a los aspirantes a sacerdotes.
La radisha dijo:
—No creemos que los Impostores tengan un clero jerárquico que se pueda definir como tal. Parecen constituir grupos flexibles, o compañías, al mando de un capitán electo. Ese capitán designa a un sacerdote, a un lector de augurios, y así sucesivamente. Dispone de una autoridad limitada. No tiene demasiada influencia fuera de su banda, a menos que haya hecho algo para adquirir reputación.
—Pues no me suena tan mal —añadió Hoja.
La radisha frunció el ceño.
—El principal requisito para llegar a ser sacerdote parece ser la educación y la escrupulosidad para con los de su propia clase. Las bandas consienten crímenes de todo tipo. Una vez al año comparten sus botines, de acuerdo con la valoración que el sacerdote haga de las contribuciones de los miembros en pro de la mayor gloria de Kina. Apoya sus decisiones, en previsión de posibles disputas, en una detallada crónica de las actividades de la banda.
—Todo muy bonito —dijo Swan—. ¿Pero cómo pretendes que nos acerquemos a nuestro objetivo? ¿Se supone que tenemos que andar con Humo a cuestas a la espera de encontrar alguna pista que explique qué les sucedió a los soldados de los Maestros de las Sombras?
—Exacto.
—¿Pero por qué deberíamos molestarnos?
—Pensé que os lo acababa de explicar… —La radisha trató de contenerse—. En caso de que se trate de una verdadera aparición de Kina, los problemas para nosotros serán mayores de los que pensamos. Entonces puede que los Maestros de las Sombras pasen a un segundo plano.
—¡Os avisé! —chilló Humo—. Os avisé cientos de veces. Pero no me quisisteis escuchar. Os lo tenéis merecido.
—Calla —le dijo la radisha, clavándole la mirada—. Estoy tan harta ya de ti como Swan. Salid a averiguar lo sucedido. Y recopilad también todos los datos que podáis sobre esa mujer.
—No hay problema —dijo Swan, sonriendo—. En marcha, viejo amigo —dijo cogiendo a Humo por el hombro. Y preguntó entonces a la radisha—: ¿Podrás arreglártelas con Jahamaraj Jah sin nosotros?
—Ya me las apañaré.
* * *
En su montura, listo para partir, mientras aguardaba a Hoja y a Humo, Swan preguntó:
—Fibroso, ¿no tienes la sensación de estar perdido en el bosque, en plena noche, mientras todo el mundo parece esforzarse por no dejar pasar ni un solo rayo de luz?
—Mmm… —Mather era bastante más reflexivo que Hoja o Swan—. Temen que si llegamos a ser conscientes de todo lo que está pasando, desertemos. Están desesperados. Han perdido a la Compañía Negra. Nosotros somos todo lo que les queda.
—Como en los viejos tiempos.
—Mmm.
Los viejos tiempos. Antes de que irrumpieran todos aquellos profesionales. Cuando la tierra que los había adoptado como hogar los había convertido, aunque a regañadientes, en capitanes. Y todo porque los señores, enemistados, no toleraban acatar órdenes de nativos no creyentes. Tras un año entero en la refriega, siendo imposible decidir quién sabía menos de lo que estaba sucediendo, haciendo frente diariamente a chanchullos políticos, había acabado por dejarse convencer por Swan y Hoja: no haría daño librar al mundo de unos pocos cientos de sacerdotes.
—Te has tragado todas esas chorradas sobre Kina.
—No creo que ella mienta. Simplemente no dijo toda la verdad.
—Quizá cuando consigamos apartar a Humo unos cincuenta kilómetros de cualquier asentamiento más o menos grande, podamos sacársela a él.
—Quizá. Pero siempre conservando en mente lo que es. Si lo presionamos demasiado, es posible que quiera mostrarnos la clase de mago que es. Recordémoslo. Ya vienen.
Humo parecía un condenado a muerte. Hoja tenía el mismo aspecto infeliz de siempre, pero Swan sabía que estaba contento. Hoja esperaba tener ahora la oportunidad de patear a unos cuantos tipos que lo merecieran.