34
Mather asomó por la habitación.
—Ya viene, Sauce.
Soltando un gruñido, Swan abrió las contraventanas para dejar entrar más luz. Contempló el campamento de Hoja y sus ramificaciones. Los mismos dioses parecían estar del lado de Hoja; había estado recibiendo nuevos reclutas a montones. Ninguno de ellos había querido enrolarse en la guardia de la radisha, algo en lo que él había depositado grandes esperanzas. Pero el nombre de la radisha era menos respetado que el de Hoja. Y, maldita sea, estaba tan decidido a ser fiel a la Dama, como Fibroso lo era con la radisha.
—Fibroso, Fibroso dime, ¿por qué demonios no volvemos de una vez a casa? —murmuró para sus adentros.
Hoja entró escoltado por Mather. Ese muñón humano que era Sindhu lo acompañaba, justo a su espalda. Era como la sombra de Hoja. A Swan no le gustaba nada aquel hombre. Le daba escalofríos.
—Fibroso dice que tienes algo para nosotros —dijo Hoja.
—Sí. Tenemos noticias frescas. —Después que Hoja empezara a extenderse hacia el sur, había empezado a interceptar patrullas por su cuenta—. Nuestros chicos se hicieron con algunos prisioneros.
—Lo sé.
Claro que lo sabía. No se ocultaban nada. Ni siquiera lo intentaban. Seguían siendo amigos, por mucho que no compartieran puntos de vista. Hoja había trazado casi todo su plan en aquella cámara, sobre la mesa de mapas. Swan solo tenía que echar un vistazo para resolver cualquier duda que tuviera.
—Se produjo un gran enfrentamiento en Dejagore la otra noche. Conjura Sombras se lanzó al ataque con todo lo que tenía. Los nuestros lo tenían mal. Entonces, no se sabe cómo, aparecieron dos gigantescos jinetes que exhalaban llamas, envueltos en armaduras negras, arrojando relámpagos por todos lados y pateando traseros a diestro y siniestro. Cuando se tranquilizó el revuelo, los que habían resultado maltrechos habían sido los Maestros de las Sombras. Uno de los prisioneros lo vio con sus propios ojos. Dijo que Conjura Sombras tuvo que agotar su bolsa de trucos para contener a esos dos. Esto fue lo que nos contaron.
Swan no perdía de vista a Hoja mientras parloteaba. Se percibía cierta emoción asomando bajo aquella insípida fachada.
Tras terminar la historia, dijo:
—Y bien, viejo compinche, ¿qué opinas? ¿Te suenan de algo esos dos milagrosos salvadores?
—La Dama y Matasanos. Enfundados en sus armaduras.
—¡Premio! ¿Pero…?
—Él está muerto y ella en Taglios.
—Acertaste una vez más. Tendremos que darte un premio. ¿Y qué crees que ocurrió realmente entonces? Sindhu. ¿A qué viene esa sonrisita?
—Kina.
El orondo hombre fue objeto entonces de todas las miradas.
—Repite esas descripciones, Sauce —dijo Mather.
Swan así lo hizo.
—Kina —dijo Mather—. Coincide con la descripción que dan de ella todos.
—Pero no puede ser ella —dijo Sindhu—. Kina duerme. La Hija está atada a la carne. —La relación de Sindhu con los Impostores era un secreto a voces, pero no era de mucha ayuda. Normalmente siempre ocurría así. Afirmaba una cosa, y acto seguido se contradecía.
—No voy a perder el tiempo rompiéndome la cabeza, chico —dijo Swan—. Alguien que encaja en esa descripción entró ahí y echó a patadas a esos zoquetes. Quizá sea Kina o quizá no, eso no me importa. Lo cierto es que alguien quería que la gente pensara que había sido Kina. ¿No es así?
Sindhu asintió.
—¿Y quién era el que la acompañaba? ¿Tiene algún sentido todo esto?
Sindhu negó con al cabeza.
—Estoy confundido.
Mather tomó asiento en la ventana. Swan se estremeció. Fibroso tenía a la espalda una caída de cuatro metros.
—Tranquilos. Dejadme pensar —dijo.
—Tranquilos. Dejadle pensar —repitió Swan. Fibroso era un genio desentrañando tramas.
Aguardaron. Swan caminó nervioso. Hoja estudió el mapa. No quería perder tiempo. Sindhu permaneció impasible, aunque aparentaba agitación.
—Hay otra fuerza involucrada —recordó Mather.
—¿De qué hablas? —gorjeó Swan.
—Solo así encajan las piezas, Sauce. Los Maestros de las Sombras están dispuestos a devorarse los unos a los otros, pero aún no llegan a esos extremos. Eso juega a nuestro favor. Y en nuestro bando no contamos con nadie que pueda hacer un uso semejante de la magia. Así que debió tratarse de alguien más.
—¿Y para qué?
—¿Para crear confusión?
—De ser así, realmente lo consiguió. ¿Y por qué?
—No consigo imaginarlo.
—¿Y quién?
—Ni idea. Nadie lo sabe; todos tendrán que seguir su rastro, morder el anzuelo para intentar adivinarlo.
Hoja no parecía prestar atención, aunque era imposible afirmarlo.
—¿Resultaron muy mal parados los Maestros de las Sombras? —preguntó.
—¿Cómo dices?
—Los ejércitos de Conjura Sombras. ¿En qué estado han quedado?
—Lo bastante tocados como para no poder lanzar otra ofensiva contra Dejagore hasta recibir refuerzos. Pero no lo suficiente como para que nuestros amigos puedan romper el asedio.
—Entonces ha sido la interferencia justa para mantener el equilibrio.
—Según las palabras de los prisioneros, los nuestros sufrieron bastantes bajas. Murió casi la mitad. Eso significa que las tropas de los Maestros de las Sombras debieron ser vapuleadas seriamente.
—Aunque no hasta el punto como para dejar de mandar patrullas como la que interceptaste, ¿no?
—Conjura Sombras teme que aprovechemos la situación para atacarlo. No quiere más sorpresas y debe supervisar nuestros movimientos.
Hoja caminaba. Se acercó de nuevo al mapa, toqueteó las guarniciones y las avanzadillas que había apostado, hasta a más de doscientos kilómetros al sur. Caminó y preguntó a Mather:
—¿Será cierto? ¿O será solo lo que quiere que creamos? Quizá nos esté tendiendo una trampa.
—Los prisioneros así lo creían —dijo Swan.
—Sindhu, ¿cómo es que no hemos tenido noticias de Hakim? —preguntó Hoja—. ¿Cómo es que nos han tenido que llegar las noticias por esta vía?
—No lo sé.
—Pues quiero que lo averigües. Habla con tus amigos. Sin perder más tiempo. Si todo eso es cierto, deberíamos haberlo sabido antes de que la patrulla llegara aquí con los prisioneros.
Sindhu abandonó la estancia, inquieto.
—Ahora que has conseguido librarte de él —dijo Swan—, dinos, ¿qué tienes en mente?
—Lo que tengo en mente es averiguar si esa historia es cierta. Sindhu tiene a gente rondando por Dejagore. Habrían enviado a un mensajero al minuto de empezar la pelea. Y otro más debería de haber hecho llegar un informe completo al finalizar la misma. Quizá uno no se habría abierto paso hasta aquí, pero dos no habrían fracasado. Hemos enrolado a casi todos los cuatreros y campesinos con ansias batalladoras.
—¿Crees que los prisioneros eran infiltrados?
—No lo sé —dijo Hoja volviendo a caminar—. De serlo, ¿qué pretenderían? ¿Mather?
Fibroso reflexionó.
—De ser infiltrados, no se hubieran dejado coger. A menos que solo quieran generar confusión. O no hacen bien su trabajo. Quizá estén diciendo la verdad, pero no estás predispuesto a creerla porque no la has oído de boca de tus exploradores. Podría ser una forma de ganar tiempo.
—Una ilusión —dijo Swan—. ¿No recuerdas lo que solía decir Matasanos? Su arma favorita era la ilusión.
—No era exactamente eso lo que decía, Sauce —lo corrigió Mather—. Aunque más o menos. Está claro que hay alguien que quiere hacernos ver algo que no está ahí realmente. O que ignoremos algo que sí lo está.
—Me voy —dijo Hoja.
—¿Cómo que te vas? —graznó Swan.
—Pongo rumbo al sur.
—¡Pero qué dices, amigo! ¿Estás loco? Vas a dejarte llevar, a morder su anzuelo.
Hoja salió de la habitación.
Sauce se giró hacia Mather.
—¿Qué hacemos, Fibroso?
Mather negó con la cabeza.
—Nos olvidaremos de Hoja. Va a conseguir que lo maten. Quizá no deberíamos haberlo salvado de esos cocodrilos.
—Puede que sí. Pero entonces, ¿qué haremos?
—Enviaremos un mensajero al norte. Luego lo acompañaremos.
—Pero…
—Estamos al mando. Podemos hacer lo que queramos —dijo Mather antes de abandonar también la cámara.
—Están locos. Los dos —murmuró Swan. Estudió el mapa durante un minuto, se acercó a la ventana, contempló el revuelo en el campamento de Hoja, vislumbró el vado y los técnicos que disponían los pilones de madera para el puente estacional de la Dama—. Todos se están volviendo locos. —Entonces se pasó un dedo por los labios y lo arrastró furiosamente—. ¿Por qué iba a actuar yo entonces como un cuerdo?