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Humo se adentró en la penumbra, miró a derecha e izquierda y maldijo en voz baja. Allí estaban de nuevo. ¡Esos hombres! Era incapaz de darles esquinazo. Parecían poder prever todos sus movimientos.
Era descorazonador y aterrador al mismo tiempo. Cuanto más se retrasara en visitar a sus contactos, más intensa se hacía la imagen de Sombra Larga en su mente y más aterrorizado estaba, de una forma tan intensa que lo sentía parte de su propia alma. Le habían hecho algo terrible, algo que le había calado tan hondo como podía calar en un hombre. De alguna forma, Sombra Larga había ocultado en lo más hondo de su ser un fragmento de sí mismo, todo para obligarlo a cumplir la voluntad del Maestro de las Sombras.
La voz interior se convirtió en una serie de alaridos. Si no se zafaba de sus perseguidores, le sería imposible no delatar a sus contactos.
Aparentó no ver a sus seguidores, aunque estos no hacían gran esfuerzo por no ser vistos. ¿Es que ella sabía lo que tramaba y solo quería mantenerlo alejado de sus contactos? Quizá fuera eso. Y quizá no importara que los llegara a delatar.
Reanudó la marcha.
Sus seguidores lo imitaron.
Intentó eludirlos, confiando en su mejor conocimiento de la estructura de la ciudad. Llevaba toda su vida zafándose entre las sombras, callejones y pasadizos de la ciudad. Del mismo modo que conocía el palacio mejor que cualquier ser vivo, también lo hacía con Taglios. Se esforzó al máximo. Después de salir de un laberinto de chabolas en el que él mismo se había perdido dos veces hasta conseguir escapar, se encontró a uno de sus perseguidores esperándolo, recostado contra un edificio.
El hombre lo miró, sonriendo entre dientes.
Sombra Larga nubló por completo su mente. El Maestro de las Sombras estaba furioso. Se le agotaba la paciencia.
Humo cruzó sin el menor sigilo la calle.
—¿Cómo diablos os las arregláis para seguirme?
El hombre escupió hacia un lado, sin perder la sonrisa.
—Mago, no es posible escapar de la mirada de Kina.
—¡Kina! —Otro terror más que sumar a los temores de Sombra Larga.
—Puedes correr cuanto quieras, pero no esconderte. Puedes retorcerte y contornearte, pero te será imposible soltarte de su anzuelo. Puedes esconderte y murmurar en habitaciones cerradas con llave, pero no podrás mantener ningún secreto. Ella cuenta hasta el último de tus suspiros.
Cada vez se sentía más aterrorizado.
—Los lleva contando desde que naciste.
Humo se giró y echó a correr.
—Hay una escapatoria.
—¿Cómo?
—Hay una escapatoria. Mírate. Si mantienes tu alianza con el Maestro de las Sombras, estarás muerto si lo averiguan tus amigos taglianos. Pero si ellos no te dan muerte, será el Maestro de las Sombras el que lo haga, cuando dejes de servirle. No obstante, hay una escapatoria. Puedes volver a casa. Puedes zafarte de ese terror que, como una bestia, ansia devorar tu alma.
Humo estaba demasiado aterrorizado para pararse a pensar cómo es que aquel matón no hablaba como tal.
—¿Cómo? —Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de librarse de las garras del Maestro de las Sombras.
—Ven con Kina.
—¡De eso nada! —dijo casi aullando. ¿Es que su única escapatoria era doblegarse ante un terror aún peor?—. ¡No!
—Es tu elección, mago. Pero no te auguro nada bueno.
Humo volvió a echar a correr, y esta vez sin detenerse. No le importaba si lo seguían. Corriendo, sintió que el pánico se iba desvaneciendo. Cuando casi había alcanzado su destino, se dio cuenta de que no había visto un solo murciélago desde que había salido de palacio. Eso era nuevo. ¿Dónde estaban los mensajeros de los Maestros de las Sombras?
Se adentró en una casa de vecinos bastante alta, se apresuró a correr escaleras arriba, martilleó una puerta.
—Entra —dijo una voz.
Dos pasos después del umbral, se quedó paralizado.
El hombre que le había hablado estaba apoyado contra la pared que tenía enfrente. Ocho cadáveres ocupaban la estancia, todos estrangulados.
—La diosa no desea que tu maestro sepa que su hija está aquí —le dijo.
Humo chilló como una rata pisada. Echó a correr. El hombre se carcajeó.
El hombre que estaba rodeado de cadáveres se encogió. Se convirtió en el trasgo Cara de Sapo, quien tras reírse entre dientes se desvaneció.
* * *
Humo se esforzó por calmarse antes de entrar en el palacio. Su mente empezó a revolverse. Aún le quedaba un relámpago. Podía freírlo tanto como a sus enemigos, pero… Engullido por la penumbra podría escapar hacía la única luz que era capaz de distinguir.
No se doblegaría ante Kina.