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Los mensajeros incorpóreos de Sombra Larga lo alertaron del regreso de Aullador mucho antes de que este apareciera. El Maestro de las Sombras fue al lugar en que solía emerger para esperarlo. Esperó. Y esperó. Y empezó a preocuparse. ¿Le habría traicionado aquel mequetrefe en el último instante?
Las sombras le dijeron que no. No había sido así. Estaba de camino. Estaría al llegar.
* * *
Avanzaba con lentitud. Estaba moribundo. Nunca había sentido tanto dolor, nunca había sufrido de aquella forma. Hasta un punto en que le obnubilaba la conciencia. Únicamente lo mantenía en pie su voluntad, amparada por un talento fuera de lo normal. En su cabeza solo había cabida para un pensamiento: seguir avanzando. Si se doblegaba ante el dolor, caería y acabaría sus días en aquel erial.
Aulló desgarradoramente, hasta que la garganta no le permitió seguir haciéndolo. Sentía cómo el veneno seguía extendiéndose por su vieja piel, devorándolo vivo, aumentando si era posible el dolor.
Estaba perdido, y solo aquel que ansiaba ver su fin podía salvarlo.
Al fin, los relucientes torreones acristalados de Atalaya asomaron en el horizonte.
* * *
Las sombras informaron que Aullador estaba a unos pocos kilómetros, pero casi incapaz de continuar la marcha. Iba solo, cargando con la mujer.
Las piezas empezaban a encajar. Aullador se había visto obligado a combatir. Senjak se había mostrado más poderosa de lo previsto. Ahora había que dejar que Aullador la trajera hasta la fortaleza. Él podía ocuparse de eso. Cuando por fin tuviera a la mujer en sus manos, dejaría de serle útil. Con los conocimientos de su recién adquirida prisionera, no iba a necesitar más sus servicios.
Entonces vinieron sombras de muy lejos. Enmarañadas, contaban noticias que le hicieron maldecir antes siquiera de oír la mitad de lo que le tenían que contar.
¡Conjura Sombras asesinado! ¡A manos de los devotos de esa demente diosa que reivindicaba Senjak!
¿Es que las malas noticias no tenían fin? ¿Por qué no podían pasarle dos cosas buenas seguidas? ¿Debía acostumbrarse a que cualquier triunfo presagiara un desastre?
Borrascosa estaba perdido. Las huestes de Conjura Sombras se evaporarían como agua de rocío. Antes de la puesta del sol, las sombras dirían adiós a la mitad de sus tropas armadas. Los maltrechos restos de la Compañía Negra abandonarían la ciudad, y su enloquecido líder podría dar rienda suelta a su insana ambición.
No obstante, tenía a Senjak. Iba a apoderarse de una biblioteca viviente que albergaba todo poder y mal concebido por la mente humana. Una vez que descorchara esa botella, nadie se atrevería a interponérsele. Sería más poderoso de lo que ella nunca había sido, un igual a su esposo, en el cénit de su poder. Albergaba cosas en su mente de las que nunca se atrevería a hacer uso, pues en lo más profundo de su ser tenía cabida la indulgencia. Él no era indulgente. No iba a descartar ninguna herramienta. Regiría administrando todo su poder. Su nuevo reinado empequeñecería al antiguo imperio de la Dama y de su antiguo esposo, Dominador. Todo el mundo se rendiría a sus pies. Nadie en toda su extensión podría frenarlo. Nadie estaría a la altura de su magnificencia y poder, con Aullador mutilado y sentenciado a muerte.
Entonces sintió el revolotear de un cuervo solitario. Aunque parecía comportarse como tal, su presencia le hizo maldecir de nuevo. Lo había olvidado apenas por un momento. Sí que había alguien. Ella aún rondaba por alguna parte.
La alfombra de Aullador apareció renqueante, precedida por la agonía de sus sofocados gritos. Se arrastró pesadamente los últimos metros y finalmente se derrumbó. Sombra Larga volvió a maldecir. Adiós a otra herramienta más. La mujer, inconsciente, cayó de bruces. Yació inmóvil, entre ronquidos. Aullador dio también varios tumbos y no dejó de moverse aún tras que su cuerpo se detuviera, recorrido por los estertores. Entre fallidos aullidos logró espetar un débil gemido.
Un escalofrío recorrió a Sombra Larga. Senjak no podía ser la responsable del estado de Aullador. Una terrible hechicería venenosa estaba consumiendo al menudo mago. Y era tan vigorosa que su solo poder no era suficiente para hacerle frente.
Un poder espantoso andaba suelto en el mundo.
Se arrodilló. Reposó sus manos sobre Aullador, aplacando todo su odio. Hurgó en su interior, combatiendo dolor y veneno a partes iguales. Consiguió hacerlos retroceder débilmente. Siguió esforzándose y los sometió algo más.
Aquello dio a Aullador un respiro, suficiente para permitirle unirse a los esfuerzos del Maestro de las Sombras. Juntos combatieron el mal hasta hacerlo retroceder lo bastante como para que Aullador recuperase la consciencia. El pequeño hechicero jadeó:
—La Lanza. Tienen la Lanza. No pude presentirlo. Su guardaespaldas me atravesó con ella por dos veces.
Sombra Larga estaba demasiado perplejo para maldecir.
¡Así que la lanza no se había perdido! ¡Estaba en manos del enemigo!
—¿Y saben lo que tienen? —graznó—. Antes no lo habían sabido. Solo ese enloquecido capitán en Borrascosa era consciente. Pero si llegaban a saber la verdad…
—No lo sé —chilló Aullador. Volvía a retorcerse de dolor—. No me dejes morir.
¡La Lanza!
Se les arrebataba un arma y encontraban otra. El destino era un perro traicionero.
—No te dejaré morir —dijo Sombra Larga. En realidad, esa había sido exactamente su intención hasta hacía solo un instante. Pero la Lanza lo cambiaba todo. Ahora iba a necesitar hasta la última herramienta que tuviera a su alcance—. Traedlo dentro —gritó a sus sirvientes. A ella arrojadla a la celda de la dovela. Y haced que las sombras la acompañen.
Volvió a espetar una maldición. El acceso a su ansiada fuente de conocimientos iba a demorarse de nuevo. Salvar a Aullador iba a ser una tarea ardua.
El veneno que lo devoraba era el más potente de todo el mundo, y lo era porque no pertenecía a él, si las leyendas estaban en lo cierto.
Miró hacia el sur, estudiando la llanura de reluciente piedra pulida, que brillaba bajo el sol de la mañana. Algún día…
Hacía mucho tiempo, la Lanza había salido de allí. Era un juguete comparado con lo que aún reposaba en la llanura, esperando a ser recogido por unas manos con suficiente voluntad para hacerlo.
Algún día.