38

Narayan no estaba de buen humor.

—El templo entero debe ser purificado. Todo ha sido profanado. Al menos, no cometieron sacrilegios voluntarios o blasfemias. Los ídolos y las reliquias están intactos.

No tenía ni idea de lo que estaba hablando. Por todos lados veía caras largas. Miré a Narayan por encima del fuego de la cocina. Interpretó mi mirada como un interrogante.

—Algún infiel que hubiera encontrado las reliquias sagradas o el ídolo podría haberlos desvalijado.

—Puede que tuvieran miedo de la maldición.

Los ojos se le pusieron como platos. Miró a su alrededor, e hizo un gesto pidiendo silencio. Entonces murmuró:

—¿Cómo sabéis eso?

—Esas cosas siempre arrastran maldiciones. Es parte de su tosco encantamiento. —Perdonaría mi sarcasmo, no estaba por la labor. No quería perder más tiempo rondando la arboleda. No era un lugar precisamente agradable. Un lugar en el que había muerto mucha gente, y no precisamente ancianos. La tierra estaba colmada con su sangre y huesos, y también con sus gritos. Aquel olor, tanto físico como psíquico, debía ser el preferido de Kina.

—¿Durante cuánto tiempo se extenderá todo esto, Narayan? Me esfuerzo por colaborar, pero no voy a quedarme por aquí rondando el resto de mi vida.

—Entiendo. Dama. El Festival no se va a celebrar. El proceso de purificación llevará semanas. Los sacerdotes están consternados. Las ceremonias se trasladarán a Nadam. Normalmente se trata de una festividad menor, una pausa que se toman las bandas entre una temporada y otra, momento en que los sacerdotes aprovechan para recordarles que deben conjurar a la Hija de la Noche en sus plegarias. Los sacerdotes siempre alegan que aún no está entre nosotros porque no se ha rezado con suficiente convicción.

¿Es que no se acababan sus festividades? Supongo que a cualquier religión le sucedería lo mismo, en caso de ponerse a enumerar sus días santos o sagrados por alguno u otro motivo.

—Entonces, ¿qué hacemos aquí todavía? ¿Por qué no partimos ya hacia el sur?

—No solo vinimos por el Festival.

Era cierto. ¿Pero cómo iba a convencer ahora a todos esos hombres de que era su Mesías? Narayan no me había transmitido las especificaciones. ¿Cómo podía actuar una actriz sin conocer su papel?

Ahí radicaba la dificultad. Narayan me creía la Hija de la Noche. Quería que lo fuera. Y eso significaba que, en caso de pedírselo, no creería necesario aleccionarme el respecto. Esperaba que lo supiera instintivamente.

Y no tenía la menor idea.

Los jamadares parecían disgustados, y Narayan nervioso. No estaba resultando a la altura de sus expectativas y esperanzas, incluso después de haber descubierto que su templo había sido profanado.

Entre susurros, pregunté:

—¿Se esperan de mí hazañas sagradas en un lugar que ha dejado de serlo?

—Lo desconozco Dama. No tenemos referencias. Todo está en manos de Kina. Ella mandará algún presagio.

Presagios. Genial. Y no tenía manera de ponerme al día en los presagios que aquel culto podía considerar significativos. Estaban los cuervos, por supuesto. Aquellos hombres pensaban que era una bendición que todo el territorio de Taglios estuviera infestado por aves de carroña. Lo consideraban un presagio del Año de los Cráneos. ¿Pero que otras cosas creerían importantes?

—¿Consideráis los cometas objetos relevantes? —pregunté—. Hacia el norte, el año pasado, y también algún tiempo atrás, se avistaron grandes cometas. ¿Los visteis aquí abajo?

—No. Los cometas son malos presagios para nosotros.

—Lo fueron para mí.

—Se los conoce como Espada de Sheda, Lengua de Sheda o Shedalinca. Derraman la luz de Sheda sobre el mundo.

Sheda era un arcaísmo del nombre de la principal deidad gunni, aquella que era también conocida como el Señor de todos los Señores de la Luz. Sospechaba que las creencias del culto de los Impostores debían haberse ramificado hacía algunos cientos de años del grueso de dogmas gunni.

—Los sacerdotes afirman que Kina se muestra más débil cuando los cometas surcan el cielo —me informó—. Pues entonces la luz gobierna los cielos día y noche.

—Pero, la luna…

—La luna es la luz de la oscuridad. Pertenece a las sombras, y permite cazar bajo su manto a las criaturas de la sombra.

Luego siguió divagando sin sentido. La religión local tenía su luz y su sombra, derecha e izquierda, bien y mal. Pero a Kina, a pesar de sus ataduras con la oscuridad, se la suponía fuera de la lucha eterna, más allá de ella, enemiga tanto de la Luz como de la Sombra, aliada de ambas según las circunstancias. Me resultaba muy confuso que nadie pareciera saber cómo eran las cosas a los ojos de sus deidades. Vehdna, shadar y gunni, todos se mostraban respetuosos con los dioses de los demás. Dentro del culto mayoritario gunni las diversas deidades, ya estuvieran identificadas con la Luz o las Sombras, eran respetadas por igual. Todos tenían sus templos, sus cultos y sus sacerdotes. Algunos cultos, como el Shadar Khadi del Jahamaraj Jah, estaban contaminados con las doctrinas de Kina.

Conforme Narayan intentaba aclararme las cosas (consiguiendo solo enturbiarlo todo aún más) su mirada se iba tornando más furtiva. En sus explicaciones no hablaba mirándome a los ojos. Con la mirada perdida en las llamas de la cocina seguía hablando, cada vez más taciturno. Pero se le daba bien disimularlo. Nadie pareció percatarse. Claro que, yo tenía mucha experiencia interpretando los gestos de la gente. Noté tensos también a algunos de los jamadares.

Algo estaba a punto de suceder. ¿Quizá algún tipo de prueba? Con aquella compañía, lo único seguro es que no iba a ser fácil.

Los dedos se me escurrieron hasta la pañoleta amarilla que colgaba de mi cinto. No había practicado demasiado últimamente. Casi no había tenido tiempo para ello. Me di cuenta de mi acción, y me pregunté por qué lo habría hecho. Difícilmente aquella arma me serviría para zafarme de aquel embrollo.

Estaba en peligro. El sentimiento era intenso ahora. Los jamadares se mostraban nerviosos y excitados. Dejé fluir mi intuición psíquica, a pesar del aura que inundaba la arboleda. Era como respirar profundamente en una habitación con el ambiente cargado, en la que un cadáver llevara pudriéndose una semana. Perseveré. Si estaba consiguiendo no doblegarme ante los sueños, podría superar aquello.

Formulé a Narayan otra pregunta que lo impulsó a iniciar otra charla. Entonces me concentré en la forma y los patrones de mis aledaños psíquicos.

Lo vi.

Y estuve lista para cuando sucedió.

Era un hombre de pañoleta negra. Un jamadar cuya reputación casi rivalizaba con la de Narayan, de nombre Moma Sharra-el, y vehdna. Ya cuando nos habían presentado, tuve la sensación de que aquel era un hombre que mataba por el placer que le suponía hacerlo, no en nombre de su diosa. Su pañoleta ondeó como un relámpago negro.

Cogí al vuelo el extremo que llevaba el impulso. Se lo arrebaté sin darle tiempo para reaccionar, y lo enrosqué alrededor de su cuello. Sentía como si llevara toda mi vida haciéndolo, o como si otra mano guiara la mía. Hice algo de trampa, empleando un conjuro silencioso para golpearle el corazón. No tuve piedad de él. Sentía que sería un error tan letal como el no haber reaccionado.

No habría tenido ninguna opción de no haber percibido que algo no iba bien.

Nadie gritó. Nadie dijo una sola palabra. Estaban conmocionados, incluido Narayan. Ninguno me miró. Sin ninguna razón aparente, dije:

—Madre está disgustada.

La frase me granjeó una serie de perplejas miradas. Plegué la pañoleta de Moma tal y como me había enseñado Narayan, descarté la amarilla y me apropié de la negra. Nadie discutió mi autopromoción.

¿Cómo hacerme con aquellos hombres sin corazón? Ahora estaban impresionados, pero no indeleblemente, no para siempre.

—Martinete.

Martinete salió de la penumbra. No habló por temor a revelar mis intenciones. Creo que se habría interpuesto si Moma hubiera tenido éxito en su ataque, aunque eso habría supuesto su sentencia de muerte. Le di instrucciones.

Cogió una soga e hizo una lazada con ella en el tobillo izquierdo del reciente cadáver, arrojó el otro extremo sobre una rama e izó el muerto de manera que quedó colgando cabeza abajo sobre las llamas.

—Excelente, Martinete. Excelente. Que todo el mundo se agrupe alrededor.

Mientras el llamamiento se propagaba, unos y otros acudieron a regañadientes. Cuando estuvieron todos, le corté la yugular a Moma.

La sangre tardó en brotar con fuerza, pero lo hizo finalmente. Un conjuro menor hizo que cada gota destellara al alcanzar el fuego. Agarré a Narayan por su brazo derecho, lo hice extenderlo y poner la palma para que cayeran sobre ella unas pocas gotas. Entonces lo liberé.

—Todos —dije.

Los seguidores de Kina no se sienten cómodos con el desparramamiento de sangre. Existe una explicación, aunque compleja e irracional, que tiene que ver con la leyenda de los demonios que fueron devorados por Kina. Narayan me habló de ello más tarde. Tiene importancia porque hizo que la tarde fuera aún más memorable para esos hombres que ahora tenían la sangre de su compañero en sus manos.

Ninguno me miró mientras llevaba a cabo mi pequeña ceremonia. Aproveché la oportunidad para aventurar un conjuro que, para mi sorpresa, brotó sin demora. Hizo que las manchas de sangre en sus manos quedaran tan indelebles como un tatuaje. A menos que fuera yo quien las borrara, todos llevarían durante toda su vida una mancha escarlata en la mano.

Me había ganado a los jamadras y a los sacerdotes. Les gustara o no, estaban marcados. El mundo no les perdonaría si llegaba a conocerse su significado. Aquellos con las palmas teñidas de sangre serían incapaces de negar haber estado presentes en la presentación de la Hija de la Noche.

Ahora no veía rastro de duda en sus rostros, por fin era lo que Narayan afirmaba.

Aquella noche, los sueños fueron especialmente intensos, aunque no sombríos. Floté en la calidez de la aprobación de aquella otra que me quería como su criatura.

Martinete me despertó antes de que hubiera luz suficiente para llegar a ver. Él, Narayan y yo misma abandonamos el lugar a lomos de nuestros caballos antes del amanecer. Narayan no habló en todo el día. Seguía turbado.

Sus sueños se estaban haciendo realidad, y ahora no sabía si eran lo que realmente deseaba. Estaba asustado.

Y yo también.