XXII
Punto final
Todos los vecinos de San Martín tomaron parte en las emociones de la bola, ya disfrutando del triunfo o celebrándole por simpatías, ya llorando a un pariente o soportando la decepción de la derrota. Sólo un hombre superior, que vivía en las encumbradas regiones de su talento, fue indiferente a todo y miraba con igual desprecio a vencedores y vencidos: este hombre era Severo. Ni sufrió ni medró, continuó en sus chismes de mala ley, persuadido de que en el juzgado no podía tener superior posible, así mandaran de la capital del Estado al jurisconsulto de más polendas y nombradía.
Don Mateo no fusiló a nadie, y aun recomendó al doctor Villarena mucho cuidado en la amputación que de un brazo sufrió el desdichado Soria.
Los Llamas continuaron sus regaladas lecturas en el rancho, cuando hubieron salvado a duras penas el compromiso con Cerro-verde, y agotadas las novelas que pudieron conseguir en San Martín, comenzaron en común la tercera lectura de Los tres mosqueteros.
En cuanto a Coderas, restablecido enteramente el orden en el distrito, y cuando pudo estar seguro de que nada se tramaría contra él, se dedicó al trabajo agrícola en una haciendita comprada hacía tiempo por Soria y bajo su nombre, pero con economías de aquél, que por mera modestia no quiso, mientras fue jefe político, aparecer como propietario.
Yo me retiré a mis pequeñas tierras, triste, abatido y solo. Escribía yo a Remedios a veces y de ella recibía algunos renglones que respiraban siempre ternura y bondad. Ni ella ni yo perdíamos la esperanza de dominar al fin la vanidad del coronel. Y puesto que era necesario buscar el nivel entre él y yo, picado en mi amor propio y ansioso de llegar a decirle: «Valgo tanto o más que usted», me entró grandísimo afán de hacerme hombre ilustrado, y con este fin compré y me llevé al rancho El litigante instruido y un Diccionario de la lengua, y me suscribí a El Siglo XIX, periódico del cual había yo visto algún elogio en La Conciencia Pública.
Algunos meses después, recibí un papelito escrito con patitas de mosca y ortografía rusa, que decía lo siguiente:
«Juanito: Pasado mañana se lleva don Mateo a Remedios. Ella llora mucho y te ruega que no la abandones.
»Ven, y no seas bribón.
Felicia».
Yo contesté brevemente:
«Querida hermanita: Asegura a Remedios que iré a donde ella vaya. Dale un abrazo y no dejes que llore».
Y si esto le parece al lector insuficiente para punto final, ponga punto y coma, espere otro librito, y no reñiremos.