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El aerodeslizador los impulsó a velocidades que excedían de R17 por los túneles de acero que llevaban a la pasmosa superficie del planeta, ahora sumida en otro lóbrego crepúsculo matinal. Una horrible luz grisácea petrificaba la tierra. R es una medida de velocidad, considerada como razonable para viajar y compatible con la salud, con el bienestar mental y con un retraso no mayor de unos cinco minutos. Por tanto, es una figura casi infinitamente variable según las circunstancias, ya que los dos primeros factores no sólo varían con la velocidad considerada como absoluta, sino también con el conocimiento del tercer factor. A menos que se maneje con tranquilidad, tal ecuación puede producir considerable tensión, úlceras e incluso la muerte. R17 no es una velocidad fija, pero sí muy alta.

El aerodeslizador surcó el espacio a R17 y aún más, dejando a sus ocupantes cerca del Corazón de Oro, que estaba severamente Plantado en la superficie helada como un hueso calcinado, y luego se precipitó en la dirección por donde los había traído, probablemente para ocuparse de importantes asuntos particulares. Entraron los cuatro a la nave, tiritando.

Junto a ella, había otra.

Era la nave patrulla de Blagulon Kappa, bulbosa y con forma de tiburón, de color verde pizarra y apagado; tenía escritos unos caracteres negros, de varios tamaños y diversas cotas de hostilidad. La leyenda informaba a todo aquel que se tomara la molestia de leerla de la procedencia de la nave, de a qué sección de la policía estaba asignada y de adónde debían acoplarse los repuestos de energía.

En cierto modo parecía anormalmente oscura y silenciosa, hasta para una nave cuyos dos tripulantes yacían asfixiados en aquel momento en una habitación llena de humo a varios Kilómetros por debajo del suelo. Era una de esas cosas extrañas que resultan imposibles de explicar o definir, pero que pueden notarse cuando una nave está completamente muerta.

Ford lo notó y lo encontró de lo más misterioso: una nave y dos policías habían muerto de forma espontánea. Según su experiencia, el Universo no actuaba de aquel modo. Los demás también lo notaron, pero sintieron con mayor fuerza el frío intenso y corrieron al Corazón de Oro padeciendo de un ataque agudo de falta de curiosidad. Ford se quedó a examinar la nave de Blagulon. Al acercarse, casi tropezó con un cuerpo de acero que yacía inerte en el polvo frío.

—¡Marvin! —exclamó—. ¿Qué estás haciendo?

—No te sientas en la obligación de reparar en mí, por favor —se oyó una voz monótona y apagada.

—Pero ¿cómo estás, hombre de metal? —inquirió Ford.

—Muy deprimido.

—¿Qué te pasa?

—No lo sé —dijo Marvin—. Es algo nuevo para mí.

—Pero ¿por qué estás tumbado de bruces en el polvo? —le preguntó Ford, tiritando y poniéndose en cuclillas junto a él.

—Es una manera muy eficaz de sentirse desgraciado —dijo Marvin—. No finjas que quieres charlar conmigo, sé que me odias.

—No, no te odio.

—Sí, me odias, como todo el mundo. Eso forma parte de la configuración del Universo. Sólo tengo que hablar con alguien y en seguida empieza a odiarme. Hasta los robots me odian. Si te limitas a ignorarme, creo que me marcharé.

Se puso en pie de un salto y miró resueltamente en dirección contraria.

—Esa nave me odiaba —dijo en tono desdeñoso, señalando a la nave de la policía.

—¿Esa nave? —dijo Ford, súbitamente alborotado—. ¿Qué le ha pasado? ¿sabes?

—Me odiaba porque le hablé.

—¡Que le hablaste! —exclamó Ford—. ¿Qué quieres decir con eso de que le hablaste?

—Algo muy simple. Me aburría mucho y me sentía muy deprimido, así que me acerqué y me conecté a la toma externa del ordenador. Hablé un buen rato con él y le expliqué mi opinión sobre el Universo —dijo Marvin.

—¿Y qué pasó? —insistió Ford.

—Se suicidó —dijo Marvin, echando a andar con aire majestuoso hacia el Corazón de Oro.