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La Energía de la Improbabilidad Infinita es un medio nuevo y maravilloso para recorrer grandes distancias interestelares en una simple décima de segundo, sin tener que andar a tontas y a locas por el hiperespacio.
Se descubrió por una afortunada casualidad, y el equipo de investigación damograno del Gobierno Galáctico la convirtió en una forma manejable de propulsión. Esta es, brevemente, la historia de su descubrimiento.
Desde luego se conocía bien el principio de generar pequeñas cantidades de improbabilidad finita por el sencillo método de acoplar los circuitos lógicos de un cerebro submesón Bambleweeny 57 a un vector atómico de navegación suspendido de un potente generador de movimiento browniano (digamos una buena taza de té caliente); tales generadores solían emplearse para romper el hielo en las fiestas, haciendo que todas las moléculas de la ropa interior de la anfitriona dieran un salto de treinta centímetros hacia la izquierda, de acuerdo con la Teoría de la Indeterminación. Muchos físicos respetables afirmaron que no lo tolerarían, en parte porque constituía una degradación científica, pero principalmente porque no los invitaban a esa clase de fiestas.
Otra cosa que no soportaban era el fracaso perpetuo con el que topaban en su intento de construir una nave que generara el campo improbabilidad infinita necesario para lanzar a una nave a las pasmosas distancias que los separaban de las estrellas más lejanas, y al fin anunciaron malhumorados que semejante máquina era prácticamente imposible. Entonces, un día, un estudiante a quien se había encomendado que barriese el laboratorio después de una reunión particularmente desafortunada, empezó a discurrir de este modo:
«Si semejante máquina es una imposibilidad práctica —pensó para sí— entonces debe existir lógicamente una improbabilidad finita. De manera que todo lo que tengo que hacer para construirla es descubrir exactamente su improbabilidad, procesar esa cifra en el generador de improbabilidad finita, darle una taza de té fresco y muy caliente... ¡y conectarlo!»
Así lo hizo, y quedó bastante sorprendido al descubrir que había logrado crear de la nada el tan ansiado y precioso generador de la Improbabilidad Infinita. Aún se asombró más cuando, nada más concederle el Premio a la Extrema Inteligencia del Instituto Galáctico fue linchado por una rabiosa multitud de físicos respetables qué finalmente comprendieron que lo único que no toleraban realmente eran los sabihondos.