28
Pasó largo tiempo antes de que hablara alguien.
Con el rabillo del ojo, Phouchg veía los expectantes rostros de la gente que aguardaba en la plaza.
—Nos van a linchar, ¿verdad? —susurró.
—Era una misión difícil —dijo Pensamiento Profundo con voz suave.
—¡Cuarenta y dos! —chilló Loonquawl—. ¿Eso es todo lo que tienes que decirnos después de siete millones y medio de años de trabajo?
—Lo he comprobado con mucho cuidado —manifestó el ordenador—, y ésa es exactamente la respuesta. Para ser franco con vosotros, creo que el problema consiste en que nunca habéis sabido realmente cuál es la pregunta.
—¡Pero se trata de la Gran Pregunta! ¡La Cuestión Ultima de la Vida, del Universo y de Todo! —aulló Loonquawl.
—Sí —convino Pensamiento Profundo, con el aire del que soporta bien a los estúpidos—, pero ¿cuál es realmente?
Un lento silencio lleno de estupor fue apoderándose de los dos hombres, que se miraron mutuamente tras apartar la vista del ordenador.
—Pues ya lo sabes, de Todo..., Todo... —sugirió débilmente Phouchg.
—¡Exactamente! —sentenció Pensamiento Profundo—. De manera que, en cuanto sepáis cuál es realmente la pregunta, sabréis cuál es la respuesta.
—¡Qué tremendo! —murmuró Phouchg, tirando a un lado su cuaderno de notas y limpiándose una lágrima diminuta.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo Loonquawl—. Mira, ¿no puedes decirnos la pregunta?
—¿La Cuestión Ultima?
—Sí.
—¿De la Vida, del Universo y de Todo?
—¡Sí!
Pensamiento Profundo meditó un momento.
—Difícil —comentó.
—Pero, ¿puedes decírnosla? —gritó Loonquawl.
Pensamiento Profundo meditó sobre ello otro largo momento.
—No —dijo al fin con voz firme.
Los dos hombres se derrumbaron desesperados en sus asientos.
—Pero os diré quién puede hacerlo —dijo Pensamiento Profundo. Ambos levantaron bruscamente la vista.
—¿Quién? ¡Dínoslo!
De pronto, Arthur empezó a sentir que su cráneo, en apariencia inexistente, empezaba a hormiguear mientras él se movía despacio, pero de modo inexorable, hacia la consola, aunque sólo se trataba, según imaginó, de un dramático zoom realizado por quienquiera que hubiese filmado el acontecimiento.
—No hablo sino del ordenador que me sucederá —entonó Pensamiento Profundo, mientras su voz recobraba sus acostumbrados tonos declamatorios—. Un ordenador cuyos parámetros funcionales no soy digno de calcular; y sin embargo yo lo proyectaré para vosotros. Un ordenador que podrá calcular la Pregunta de la Respuesta Ultima, un ordenador de tan infinita y sutil complejidad, que la misma vida orgánica formará parte de su matriz funcional. ¡Y hasta vosotros adoptaréis formas nuevas para introduciros en el ordenador y conducir su programa de diez mirones de años! ¡Sí! Os proyectaré ese ordenador. Y también le daré un nombre. Se llamará... la Tierra. Phouchg miró boquiabierto a Pensamiento Profundo.
—¡Qué nombre tan insípido! —comentó, y grandes incisiones aparecieron a todo lo largo de su cuerpo. De pronto, Loonquawl sufrió unos cortes horrendos procedentes de ninguna parte. La consola del ordenador se llenó de manchas y de grietas, las paredes oscilaron y se derrumbaron y la habitación se precipitó hacia arriba, contra el techo... Slartibarfast estaba de pie frente a Arthur, sosteniendo los dos alambres.
—Fin de la cinta —explicó.