Capítulo 28

KALINA se dio la vuelta para mirar el reloj. Soltó un quejido y llegó a la conclusión de que había estado durmiendo unas doce horas. Se dejó caer sobre la espalda, se tapó los ojos con un brazo y esperó a estar completamente despierta.

La habitación se hallaba oscura porque las persianas y cortinas estaban echadas, pero sabía exactamente dónde se encontraba.

Él la había vuelto a llevar allí, a su casa, a su cama.

Llegaron después de la pelea en la ciudad. Le dolía todo el cuerpo, sobre todo la cabeza. Tenía ganas de vomitar y lo que más deseaba en el mundo era hacerse un ovillo y quedarse tumbada en cualquier sitio. Pero Rome no la había dejado sola. Había cuidado de ella.

Le había quitado la camisa que le había dejado, ya que de lo contrario hubiera estado desnuda, y la había metido en una bañera de agua muy caliente. Se había metido dentro con ella y la había enjabonado con suavidad; hasta le había lavado el pelo. Kalina estaba demasiado cansada para protestar, por lo que dejó que la dulce sensación de su suave tacto la lavara. Después del baño la había llevado a la cama, donde la había arropado bien. Unos minutos más tarde había oído la voz de Baxter; entonces Rome se había colocado a su lado y la había animado a que bebiera. El líquido estaba caliente y dulce y atravesó su cuerpo como si fuera miel. Ella no tenía ni idea de qué tipo de bebida era, pero sabía que la ayudaría a dormir.

No había tenido ningún sueño, lo que era un gran alivio. Si había pensado que sus sueños con un felino eran terribles, no quería ni pensar en lo que podría generar su subconsciente después de haber visto seis.

Pero ahora estaba sola. Su cuerpo seguía dolorido y su boca más que seca, pero estaba sola. Tal y como parecía acabar siempre. Con ese pensamiento en la cabeza trató de salir de la cama, pero se detuvo completamente cuando alguien la tocó.

Rome estaba allí.

¿Se había quedado con ella toda la noche?

—¿Dónde vas? —le preguntó con una voz brusca.

—Necesito ir al baño —dijo mientras tragaba y asimilaba que no solo se encontraba a su lado, sino que también estaba despierto.

Otra vez sus dulces manos la ayudaron a levantarse de la cama y la acompañaron hasta el baño. No entró con ella, lo que agradeció enormemente. Pero cuando salió él estaba justo allí, y la condujo de vuelta a la cama.

Cuando estaba tumbada otra vez bajo las mantas y él junto a ella, Kalina se aclaró la garganta.

—Lo sabías, ¿verdad? Lo que yo era, ¿lo sabías desde el principio?

Él se quedó callado durante un minuto, una rutina a la que se había acostumbrado. Rome se tomaba tiempo para dar sus respuestas, que pensaba detenidamente antes de hablar. Mientras que ella, por el contrario, solía hablar primero y pensar después.

—No estaba seguro. Sabía que había algo de ti que no paraba de llamarme, pero no que era tu felino.

—Mi felino —susurró ella, todavía atónita ante tal revelación—. Tengo miedo de los felinos, o al menos lo tenía.

—Un mecanismo de defensa.

—¿Defensa de qué? ¿Los gatos asesinos me querían matar porque sentían que yo era más grande y peor que ellos?

Él se rio, lo que hizo que ese momento tan intenso lo fuera un poco menos.

—Con el informe que consiguió X, el veterano Alamar rastreó tus antecedentes y estás ligada a dos veteranos de nuestra tribu. Se habían unido antes de tenerte. Justo después de que nacieras fueron brutalmente asesinados en el bosque y tú desapareciste. Ninguna de las tribus sabía dónde estabas. De algún modo acabaste aquí, en el orfanato. No está claro quién te dejó ni por qué.

Sus palabras revolotearon por su mente y llenaron un vacío que ella se había obligado a ignorar durante toda su vida. Con tan solo dos frases él le había dado un pasado, un vínculo con personas que había creído perdidas para siempre.

—¿Cómo se llamaban? —preguntó mientras intentaba asimilar todo lo que le acababa de contar Rome, empezando por el hecho de que era hija de Shadow Shifters y de que la habían secuestrado después de que sus padres fueran asesinados.

—Natalia y Adao.

—¿Qué son los veteranos?

—Son las personas más eruditas de la especie, elegidos de entre los miembros de nuestra tribu para representarnos en la Asamblea.

—Somos de una tribu. —En realidad no era una pregunta; solo quería oír cómo sonaba dicho por ella.

—La Topètenia del bosque tropical Gungi. Los jaguares.

Dicho así, todo parecía muy simple. Pero no lo era en absoluto, se dijo Kalina, que empezaba a ser consciente del verdadero significado de las palabras de Rome: ella no era humana. No era la mujer que se había abierto camino en las filas del DPM. No era la mujer que la DEA quería en su brigada. Ella era algo... diferente.

Se recostó en la cama de manera abrupta y trató con dificultad de respirar. Rome llegó al instante y la abrazó. Esta vez sus caricias suaves no fueron suficientes. Se apartó de él.

—¿Qué pasa, nena?

—¡No me llames nena! Tú me has hecho esto —gritó—. Tú me has hecho ser así. Yo no te lo pedí. ¡No lo hice!

—Espera un minuto, Kalina. Tranquilízate.

—No me quiero tranquilizar. Estoy harta de que me digas lo que tengo que hacer todo el rato. Puedo hacer lo que me dé la gana. —Se alejó de la cama y se inclinó sobre la mesilla de noche para encender la lámpara. Después se puso de pie y se abrazó a sí misma, tratando de asimilar todo lo que había pasado últimamente. Era mucho; de hecho era demasiado.

—Yo no pedí ser diferente —empezó a decir—. Yo no pretendía ser diferente. Solo quería lo que tiene todo el mundo. Una familia, una vida normal. ¿Era pedir demasiado?

Rome se recostó en la cama. Ni siquiera intentó acercarse a ella.

—No, no lo era.

—Entonces ¿por qué no he podido tenerlo? ¿Por qué nunca he podido ser como el resto de la gente?

—Yo también me he hecho muchas veces esa misma pregunta—admitió—. Antes yo quería ser cualquier cosa menos lo que era. Hasta que me di cuenta de que no tenía elección. Una vez una persona me dijo que no puedes dejar atrás tu destino.

Su voz sonaba diferente y se dio la vuelta para mirarlo. Siempre había sido así entre ellos; los separaba una línea muy fina que iba de la ira al deseo.

—No puedo ser esto..., quiero decir, lo que tú eres. No sé cómo hacerlo.

Él la miró con seriedad.

—Eres lo que eres, Kalina.

—Pensé que sabía quién era. Ahora no lo sé.

Rome recordaba ese sentimiento. Recordaba las noches que se sentaba solo en su habitación como un adolescente tratando de entender las mismas cosas que Kalina intentaba asimilar ahora. Así fue como descubrió que no había una sola respuesta que aclarara todas las preguntas. Asimilar que era un Shadow Shifter fue muy duro, demasiado para su pequeño organismo, pero tuvo años para acostumbrarse. Kalina no había tenido esa ventaja. Hasta poco antes de su transformación, cuando él se lo contó, ni siquiera sabía que los Shadow Shifters existieran. Rome se dijo que debería haberle contado que quizá ella también lo era, debería haberla preparado, haberla protegido. Siempre se quedaba corto en ese aspecto.

—Cuando tenía diez años mis padres fueron asesinados. Los rogues irrumpieron en mi casa y los mataron mientras yo estaba escondido en un armario sin hacer nada. No fui con ellos, no traté de salvarlos.

Ella se sentó a un lado de la cama y lo miró detenidamente. Rome sabía que tenía que continuar con la historia, que debía darle esa parte de sí mismo para ayudarla a aceptar lo que era y para demostrarle lo que significaba para él.

—Quería hacerlo, pero no podía. Durante años estuve enfadado y confundido. Odiaba a los Shifters, odiaba lo que les habían hecho a mis padres, a mi vida. Entonces empecé a pensar en las palabras de mi madre sobre el destino y encontrarte a ti mismo y sobre la vida que estás destinado a seguir sí o sí.

—¿Quién los mató?

Esa era la pregunta del millón que Rome había tratado de responder durante años. Había hallado la respuesta la noche anterior.

—El Shifter que estaba ayer allí. El que mataste.

La miró esperando una reacción. Pero no hubo ninguna. Kalina ya había matado antes. Dado su tipo de trabajo, tenía que sacar la pistola y dispararla para protegerse, a ella misma y a los demás. Por muy mal que sonase, era algo necesario. La muerte no la asustaba ni la sorprendía.

—Maté al hombre que se llevó a tus padres para siempre.

Él asintió.

—Gracias.

—No lo sabía.

—Esta vez me has salvado tú —dijo con media sonrisa—. Mira, Kalina, hay muchas cosas que te quiero contar. Muchas cosas que necesitas saber. No estoy acostumbrado a compartir mi vida con nadie, a preocuparme por lo que piense otra persona de mí o de lo que hago. Pero contigo es algo que me preocupa y quiero hacer lo correcto y lo mejor para ti. —Se acercó a ella y alargó la mano para acariciarle la mejilla—. No tienes que ser nadie más que tú misma conmigo.

—Yo misma... ¿Cómo voy a ser yo misma si ni siquiera sé quién o qué soy? —dijo con una sonrisa, tratando de quitarle importancia.

—Eres una preciosa Shadow Shifter. Eres mi companheira.

—Dijiste eso antes. ¿Qué significa?

—Mi pareja. Yo soy tuyo y tú eres mía para el resto de la vida. —Quería besarla, abrazarla, llevarla a la cama y hacerle el amor. Pero esperó.

—Descubrí que me estaba enamorando de ti y me asusté un poco. Me parecía imposible que tú y yo pudiéramos llegar a tener una relación... Bueno, yo poli, tú sospechoso... Ya sabes. —Se encogió de hombros—. Ahora no sé. En estos momentos no sé nada, Rome. Ya no sé quién soy.

—Déjame enseñarte, nena. Déjame que te enseñe nuestras costumbres y tradiciones, déjame que te hable sobre el estilo de vida de un Shadow Shifter. —Entonces él se inclinó hacia delante y la besó con suavidad en los labios—. Deja que te ame —susurró—, por favor, mi gata dulce, deja que te ame.

Dos días después Kalina entró en una oficina de la Agencia Antidrogas (DEA). El agente Wilson le había devuelto por fin la llamada y habían quedado en verse allí.

Eli la llevó en coche. Ahora era oficialmente su guardaespaldas. Rome le había explicado que como pareja de un líder de Facción, ella era como una Shifter de la realeza; y como tal tenía su propia escolta, que consistía en los gemelos y en un grupo de otros cinco guardaespaldas. Y la cosa fue mejor de lo que esperaba. Eli y Ezra se habían convertido en los hermanos que nunca tuvo. Bromeaban con ella, le tomaban el pelo y básicamente hacían que su transición fuera más fácil. Aún no estaba totalmente cómoda con su nueva vida, pero lo intentaba, a pesar de que desde aquella noche no se había vuelto a transformar.

Entró en el edificio sola. Llevaba un traje pantalón de color gris claro y unas sandalias de tacón alto. Tenía el pelo un poco más largo y le caía en ondas por la parte de arriba de la cabeza; los lados también le habían crecido. Mientras caminaba se sentía sexy y seductora, algo que jamás le habría ocurrido a la antigua Kalina. Evidentemente estaba cambiando.

Llamó a la puerta, esperó a que le dieran paso y a continuación tomó asiento frente al agente.

—Es un placer volver a verte —dijo.

Kalina sonrió a ese hombre al que solo había visto una vez. Era un afroamericano atractivo, con el pelo muy corto y un fino bigote. Sus ojos, rasgo que ella siempre miraba para que le dijeran cómo era la persona, eran completamente enigmáticos.

—Lo mismo digo —contestó sin sentirse nada nerviosa. No tenía ni idea de lo que le iba a decir o de lo que iba a responderle, pero se dio cuenta de que no le importaba. Tal como le había dicho Rome antes, ella no iba a pedir disculpas por nada. Tampoco delataría a la especie a la que ahora pertenecía.

—Voy a ir al grano, Kalina. Tenemos muchas preguntas —dijo el hombre al tiempo que ponía los codos en el escritorio.

—Lo mismo digo.

Él asintió.

—¿Qué has encontrado sobre Roman Reynolds?

—Nada —respondió inmediatamente y con seguridad—. No hay nada en sus documentos que justifique la acusación de colaboración con un cártel de drogas.

—¿Estás segura de eso?

—Estoy cien por cien segura de que no he encontrado nada que pruebe dicha acusación.

—¿Qué me dices de Ferrell?

—Te iba a hacer la misma pregunta. Me resultaba raro su comportamiento, me presionaba muchísimo para que acelerase el caso y encontrara algo, fuera lo que fuera. Por eso te llamé. No sé, sospecho que se trae algo raro entre manos.

—Ferrell es un corrupto. —¿Por qué no la sorprendía?—. Lleva años trabajando con algunos de los traficantes más rastreros.

—Entonces ¿por qué le pusiste en el caso conmigo?

—Esperábamos que la gente para la que trabajaba se interesara en tu investigación. Sabíamos que harían algo y teníamos la esperanza de que en un momento u otro metieran la pata.

—Espera un segundo. ¿Me mandaste a investigar a Roman para destapar a otro capo de la droga y para desenmascarar a un policía corrupto?

Wilson negó con la cabeza.

—Queríamos saber qué estaba haciendo Reynolds y queríamos a Ferrell y a sus jefes.

«Será cerdo», se dijo a sí misma. La habían utilizado y mentido. La gente para la que quería trabajar desesperadamente ni siquiera había tenido la decencia de decirle cuál era su verdadera misión. Quizá su destino no era ser policía. Quizá había cometido un error. Desde luego, eso era lo que le parecía en ese momento.

—¿Conseguiste lo que buscabas? —le preguntó ella finalmente.

—No todo. Ferrell está en la cárcel llorando como un bebé, pero no está cooperando mucho.

—Qué raro. Pensé que un rastrero como él ya estaría cantando todos los nombres y direcciones.

—Nos está dando nombres, pero no conocemos ninguno. Además, está diciendo cosas extrañas.

Kalina sintió un escalofrío en el cuello y se sentó más recta.

—¿A qué te refieres con extrañas?

—Pues que unos enormes felinos están matando y vendiendo drogas en la ciudad. ¿Sabes algo de eso?

Kalina sonrió lentamente.

—¿Cómo iba a saber algo así de absurdo? Solo soy una poli de ciudad tratando de ganarme el pan —dijo—. ¿Hemos terminado?

—¿Es ese tu informe completo?

—Así es.

Wilson dudó un segundo.

—Entonces hemos terminado.

Kalina se puso de pie, y antes de darle la espalda para dirigirse a la puerta le dijo:

—Ah, y en caso de que estuvieras pensando en ofrecérmelo, rechazo trabajar para la DEA. Me gusta enfrentarme a los criminales mentirosos y embusteros en lugar de trabajar junto a ellos.

Wilson no pronunció una palabra. Con una enorme sensación de alivio, Kalina cerró la puerta y salió del edificio.

—Sabar es su jefe, y ahora está muy cabreado porque Rome tiene a Kalina —dijo X acariciándose los nudillos mientras se sentaba en la mesa de reuniones de Rome.

El veterano Alamar asintió con la cabeza con solemnidad.

—Hace años era un problema; nos traía de cabeza y, de pronto, no se volvió a oír hablar de él. Pensamos que había desaparecido, que había pasado a hacer otras cosas.

—Al parecer solo estaba en la sombra —afirmó Nick—. Pero ha vuelto.

—Ahora está escondido —supuso Rome, todavía furioso por el hecho de que fuera Sabar el que había estado persiguiendo a Kalina durante todo ese tiempo. Que ese repugnante tipejo pensara que ella era su pareja hacía que el odio de Rome aumentara cada vez que pensaba en él.

El rogue que habían capturado parecía dispuesto a hablar; se desmoronó cuando comprendió que Sabar no pensaba idear ningún plan para rescatarlo y, sobre todo, cuando le dijeron que había muerto Chi, el jaguar que Kalina había matado, el que había asesinado a los padres de Rome años atrás. Pero este intuía que ahí no acababa todo. El asesinato de sus padres debía de haber sido ordenado por alguien, y la sospecha de que Sabar podía haber tenido algo que ver en el asunto le daba otra razón para odiar a ese hijo de su madre.

Se pasó una mano por la barbilla y trató valientemente de que desaparecieran los sentimientos amargos que seguía teniendo en su interior. Quería encontrar al asesino de sus padres y Kalina había acabado con él. Y ahora él tenía a Kalina. Todo debería estar bien. La palabra clave era «debería».

—No será por mucho tiempo —supuso.

—Tienes razón —dijo Alamar—. Volverá. Lo único que anhela es poder, y no cesará hasta conseguirlo.

—O hasta que lo despachemos —añadió X.

—Kalina tiene información interesante que contarnos después de su entrevista con la DEA —dijo Rome. Su pareja había llegado temprano a casa con los ojos llenos de ira y, solo después de mucha mano izquierda, Rome había conseguido sacarle lo que había pasado—. Melanie era la otra Shifter que estaba en la habitación esa noche. Era el otro jaguar al que disparó Kalina.

—¿Mel? —preguntó Nick—. Tenemos que investigar mejor a nuestros trabajadores, Rome.

Nick estaba muy irascible desde la noche de la pelea. Se había quedado para ayudar a Ezra y Eli a quemar la casa, y Rome sospechaba que esa acción había provocado que viejos e indeseados recuerdos acudieran a su memoria.

—Ezra sospechó que Melanie era una Shifter el día en que los rogues estuvieron a punto de raptar a Kalina en su casa —dijo Rome.

—¿Y nadie pensó que era fundamental informarme? —preguntó Nick. Se sentía como un idiota porque Melanie había ido a su despacho comportándose de una manera extraña y haciéndole todo tipo de preguntas sobre Kalina. Si él hubiera sabido lo que era, se habría cargado a la zorra en ese momento—. Vale, entonces era una Shifter. Ya hemos hablado sobre la necesidad de tener un registro de los Shifters que viven en Estados Unidos. ¿Cuándo se convirtió en rogue? ¿Y por qué no notamos su olor?

—Hay modos de ocultar el olor —intervino Alamar.

Rome asintió.

—Efectivamente. Por eso es tan importante poner en marcha ese registro del que habla Nick. Melanie estaba emparejada con Peter Keys, un jaguar de poca monta que no tiene relaciones importantes. Pero también se estaba acostando con uno de nuestros grandes amigos: Ralph Kensington.

—Por eso Kensington apestaba a Shifter en Los Ángeles —añadió X.

—Eso es. Por eso no nos dimos cuenta de que Mel era una rogue. Como se acostaba con un humano, no se notaba su aroma. Nunca la habríamos descubierto.

—¡Maldita sea! Así que todos trabajaban con Sabar. Y sabían lo de Kalina antes que nosotros. —A Nick no le gustaba lo que estaba oyendo.

—Eso parece —admitió Rome.

—¿Y qué me dices de la amenaza de la policía? —preguntó Alamar, aportando más silencio a la sala.

X habló primero.

—No tienen ninguna prueba firme, solo vagos testimonios de gente que cree haber visto cosas. Probablemente los tomen por locos. Si pasamos desapercibidos es posible que se olviden de todo. —Miró a Rome con brusquedad—. Pero son la policía, al fin y al cabo. Nunca podremos estar tranquilos. Aunque remota, siempre cabe la posibilidad de que sigan investigando hasta que den con uno de nosotros.

X se limitó a asentir.

—Uno de nuestros mayores miedos se está haciendo realidad —dijo Alamar con solemnidad.

Baxter entró en la habitación en ese momento y se quedó junto al veterano, al que le dio un trozo de papel.

Los gestos comedidos del Shifter mayor cambiaron y sus labios se contrajeron.

X y Nick miraron a Rome, que esperó unos segundos antes de preguntar:

—¿Está todo bien, veterano?

Alamar negó con la cabeza de manera solemne.

—Ha habido un altercado en el bosque. Una de nuestras queridas curanderas ha sido secuestrada. Nadie la ha visto desde hace dos días. La familia está muy preocupada.

Los curanderos eran fundamentales para la supervivencia de las tribus en el Gungi. Se les consideraba salvadores de los Shifters, pues ofrecían remedios, médicos o espirituales, a los enfermos. Sin curanderos las tribus estarían en peligro de extinción. Solo había uno o dos por tribu y normalmente seguían la formación de sus padres, por lo que perder a un curandero no era bueno para los Shadow Shifters.

Pero para los tres amigos Shifters ese comunicado encerraba un mensaje diferente: uno mucho más personal.

Se sentía la tensión en el ambiente a medida que se sentaban un poco más erguidos y escuchaban atentamente.

—¿Quién? —preguntó Nick, ignorando el hecho de que Rome debería haber hablado primero.

Rome y X permanecían perfectamente inmóviles mientras esperaban la respuesta de Alamar.

—Aryiola.

—Nick —dijo Rome levantándose inmediatamente de su silla. Pero ya era demasiado tarde. Nick se había puesto de pie, había abierto de par en par la puerta, que se había quedado chocando contra la pared, y había salido.

—Voy —dijo X mientras le hacía una pequeña reverencia al veterano antes de salir detrás de Nick.

Rome suspiró.

—Ella fue su primer amor.

El veterano Alamar asintió.

—Es su companheira. Lo sé desde hace tiempo. Ve a por él —le dijo a Rome—. Esto no va a ser fácil para él mismo ni para su felino. Iré al Gungi por la mañana.

Rome hizo una reverencia al veterano y se acercó a la puerta; entonces se detuvo y añadió:

—Iremos contigo.