23

—Oye, Ryu, ve y dile que pare ya, yo ya estoy harto de estos dos pelmas, la pierna me duele de veras.

Respirando agitadamente, Kazuo había abierto la puerta y nos había dicho que Yoshiyama estaba pegando a Kei.

Okinawa se tumbó en la cama.

Desde el tejado, nos llegó con claridad un grito. Parecía de Kei. No era el tono de voz que utilizas para llamar a alguien, era un grito de verdad, de los que no se pueden contener cuando a uno le pegan.

Kazuo bebió del café frío que había rehusado Yoshiyama, encendió un cigarrillo y empezó a cambiarse el vendaje de su tobillo.

—Si no vais pronto, puede que Yoshiyama la mate de veras, ha perdido la cabeza —murmuró.

Okinawa se incorporó.

—Vale, vale, déjale, déjales que hagan lo que quieran, estoy harto de ellos, harto del todo. Oye, Kazuo, ¿qué le pasó a tu pierna?

—Oh, me pegaron con un bate.

—¿Quién te lo hizo?

—Un guardia del servicio de orden en Hibiya, sabes, no me gusta hablar de ello, no debería haber ido.

—¿Pero es una contusión, no? No necesitas vendaje para una contusión. ¿O te rompió algo?

—Sí, bueno, pero es que el tío había plantado clavos en el bate, así que lo tengo que ir desinfectando, ya sabes, las heridas de clavo son muy jodidas.

Detrás de la ropa tendida, ondulando al viento, Yoshiyama tenía agarrada a Kei por el pelo y la estaba pegando en el vientre. Cuando su rodilla se hundía en el vientre, Kei, la cara tumefacta, dejaba escapar gemidos de dolor.

Escupió sangre y cayó inerte al suelo; yo obligué a Yoshiyama a apartarse. Estaba empapado de sudor frío y el hombro, que toqué, estaba completamente rígido.

En la cama, Kei hipaba de dolor, castañeteando los dientes, agarrando la sábana y apretándose los lugares en que había sido golpeada. Reiko salió de la cocina y abofeteó lo más fuerte que pudo a Yoshiyama, que no paraba de sollozar.

Haciendo una mueca, Kazuo se aplicó un desinfectante de fuerte olor en sus propias heridas. Okinawa disolvió una píldora de Nibrole en un vaso de agua caliente y se la dio a beber a Kei.

—¡Vaya mierda, pegar patadas a una persona en el vientre! Yoshiyama, si muere Kei, serás un asesino —dijo Okinawa.

—Entonces moriré yo también —sollozó Yoshiyama.

Kazuo se rió con sarcasmo.

Reiko puso una toalla fría en la frente de Kei y limpió la sangre de su cara. Examinó su estómago, vio los hematomas verdosos, e insistió en que había que llevarla a un hospital. Yoshiyama se acercó y miró la cara de Kei, las lágrimas caían sobre la carne golpeada. Gruesas venas palpitaban en las sienes de Kei, escupía continuamente un líquido amarillo. El blanco de sus ojos, e incluso el iris, estaban completamente rojos. Reiko abrió los labios cortados y presionó con un poco de gasa, tratando de taponar la sangre que salía de un diente roto.

—Perdóname, perdóname, Kei —dijo Yoshiyama suavemente, con la voz enronquecida.

Kazuo acabó de cambiarse el vendaje y dijo:

—¿Que te perdone, eh? A buenas, horas. Te has pasado, tío.

Reiko le dio a Yoshiyama un empujón y señaló hacia la cocina:

—¡Ve a lavarte la cara! No puedo soportar el verte así un momento más, así que ve a lavarte.

Kei apartó la mano de su vientre y negó con la cabeza cuando Okinawa le preguntó:

—¿Quieres que te chute una dosis?

Después, gimiendo, dijo:

—Lo siento por todos vosotros, una vez que lo pasabais bien. Pero esto es realmente el final, quiero romper de una vez, por eso he soportado los golpes.

—Tampoco nosotros lo pasábamos tan bien, así que no te preocupes por eso ¿vale? —le sonrió Okinawa.

Yoshiyama empezó a sollozar de nuevo:

—¡Kei, no digas que vamos a romper, Kei, no me dejes, por favor, perdóname, haré todo lo que tú quieras!

Okinawa lo empujó hacia la cocina.

—Vale, ya nos hemos enterado, así que ve a lavarte la cara.

Yoshiyama asintió y se fue hacia la cocina, limpiándose la cara con la manga. Oímos el sonido del agua.

Cuando volvió a la habitación, Kazuo dejó escapar un grito.

—Este tío está chalado —dijo Okinawa, meneando la cabeza.

La muñeca izquierda de Yoshiyama estaba abierta de un tajo, la sangre caía sobre la alfombra. Reiko chilló y cerró los ojos. Kazuo se levantó de un salto y gritó:

—¡Ryu, llama a una ambulancia!

Apretando en la mano derecha, por encima de la herida, su brazo tembloroso, Yoshiyama dijo, con una voz que salía de la nariz:

—Kei, ¿me comprendes ahora?

Corría hacia la puerta para llamar a una ambulancia, pero Kei me sujetó del brazo y me detuvo. Se levantó, ayudada por Reiko y miró fijamente a los ojos de Yoshiyama. Se acercó más a él y tocó con cuidado la herida. Él había parado de llorar. Ella levantó la muñeca abierta de un tajo y se la acercó a los ojos. Habló con dificultad, torciendo la boca herida.

—Yoshiyama, nos vamos a ir a comer, nadie ha comido todavía, así que vamos a salir a comer. Si quieres morirte, ve y muérete solo ¿entiendes? No metas en follones a Ryu, sal y muérete solo.