14
Un relámpago iluminó la palma de las manos de Lilly sobre el volante. Líneas azules se hundían en la piel transparente; gotas de agua rodaban por sus brazos embarrados. En la carretera, que parecía un enorme tubo de metal torcido, el coche corría junto a la valla metálica que rodeaba la base.
—Eh, me olvidé por completo.
—¿Qué? —preguntó ella.
—¿En mi ciudad imaginaria, sabes? Me olvidé de poner un aeropuerto.
El pelo de Lilly se pegaba en mechones a causa del barro. Su cara estaba pálida, pequeñas venas palpitaban en su cuello, tenía los hombros de piel de gallina.
Veía las gotas de agua cayendo por el parabrisas como los pequeños escarabajos del verano. Pequeños escarabajos que reflejaban el bosque entero en sus redondos caparazones.
Lilly confundía el acelerador y el freno; cada vez, estiraba, rígida, sus blancas piernas y sacudía violentamente la cabeza para despejarse.
—Oye, la ciudad ya está casi hecha, pero es una ciudad submarina. ¿No sé qué puedo hacer con el aeropuerto? ¿Tienes alguna idea, Lilly?
—Oye, corta con ese rollo estúpido, estoy asustada, deberíamos volver.
—Tenías que haberte lavado todo el barro en la piscina igual que yo, Lilly. ¿A que da una horrible sensación cuando se seca? En la piscina todo era hermoso, el agua relucía. Ahí tomé la decisión de hacer una ciudad submarina, sabes.
—¡Te he dicho que cortes el rollo! Oye, dime dónde estamos. No sé dónde estamos yendo, no puedo ver bien, oye, ponte junto a mí. Podríamos morir, morir es en lo único que pienso. ¿Dónde estamos, Ryu? ¡Dime dónde estamos!
Súbitamente una luz metálica naranja se encendió como si explotase en el coche, Lilly soltó un alarido de sirena y soltó el volante.
Al momento tiré del freno de mano y el coche desbocado se deslizó hacia un lado, aplastó la valla de alambre, chocó contra un listón y se detuvo.
—Ah-ah, es un avión mira. ¡Es un avión!
La pista se llenó de todo tipo de luces.
Una pléyade de focos se revolvió de un lado a otro, las ventanas de los edificios se encendieron, las luces de guía a lo largo de la pista relucieron intermitentemente.
El atronador zumbido del reactor, brillante, centelleante, corriendo por la pista, lo sacudió todo.
Había tres focos en la cumbre de una alta torre. Sus cilindros de luz pasaron por nosotros como cuellos de dinosaurios, las montañas distantes se iluminaron. Una ráfaga de lluvia allá arriba, cortada por la luz, se congeló en una centelleante sala plateada. El foco más fuerte volvió lentamente, iluminando áreas fijas, iluminando otra pista que había a poca distancia de nosotros. La violencia del choque nos había dejado aturdidos, sin voluntad. Como robots de tres al cuarto, salimos y nos pusimos a andar. Abandonamos el coche y nos dirigimos hacia la pista, acercándonos cada vez más al atronador silbido del reactor que hacía temblar el suelo.
Ahora la luz iluminaba las laderas de las montañas, al otro lado. Inmenso, el deslizante círculo naranja recorría la noche descubriendo sus secretos, sacándolos de sus oscuros escondrijos.
Lilly se quitó los zapatos embarrados y los lanzó contra la verja de alambre. La luz barrió los bosques, espantando a los pájaros dormidos que alzaron el vuelo.
—¡No tenemos tiempo, Ryu, estoy asustada, no tenemos tiempo!
La alambrada se fue volviendo como oro incandescente. Vista de cerca, la luz hacía pensar en una barra de hierro al rojo. El círculo de luz se detuvo cerca nuestro. El vapor subía de la tierra. La tierra, la hierba, el hormigón de la pista de aterrizaje, todo se volvió blanco como vidrio fundido.
Lilly entró la primera en esta blancura. Yo la seguí. Por un momento no pudimos oír nada. Pocos segundos después, un dolor insoportable maceró nuestros oídos, como si nos taladrasen con agujas hirvientes. Lilly se llevó las manos a las sienes y cayó hacia atrás. Un olor a quemado llenó mis pulmones.
La lluvia se clavaba en nuestros cuerpos como los ganchos de los refrigeradores en la carne congelada.
Lilly buscaba algo en el suelo. Como un soldado miope que perdiera sus gafas en el campo de batalla, palpaba el suelo frenéticamente.
¿Qué estaba buscando?
Las espesas nubes, la lluvia incesante, la hierba donde dormían los insectos, la entera base cenicienta, la húmeda pista reflejando la base, el aire moviéndose en ráfagas, todo era dominado por el reactor escupiendo sus llamas gigantescas.
Empezó a rodar lentamente por la pista. La tierra tembló, la gran masa de metal adquirió velocidad gradualmente. Su penetrante silbido atravesaba el aire como un bisturí de fuego. Frente a nosotros, cuatro enormes motores tubulares expulsaban llamaradas azules. Una furiosa vaharada, impregnada de olor a keroseno, me hizo caer bruscamente.
Con la cara crispada, pegué en el suelo. Mis ojos nublados trataban desesperadamente de ver. Mientras intentaba pensar, el blanco vientre del avión empezó a flotar apartado del suelo y, antes de darme cuenta, fue aspirado por las nubes.
Lilly estaba mirándome. Tenía espuma entre los dientes, y un hilo de sangre como si se hubiera mordido en la boca.
—Oye, Ryu, ¿qué tal la ciudad?
El avión descansaba en mitad del cielo. Parecía que se hubiese parado, como un juguete colgando de un alambre del techo de una tienda. Pensé que éramos nosotros quienes nos alejábamos a una velocidad terrorífica. La impresión de que el suelo, la hierba, la pista, han basculado bajo nuestros pies y caen en el vacío.
—Oye, Ryu, ¿qué pasa con la ciudad? —preguntó Lilly, tumbada de espaldas en la pista.
Sacó un lápiz de labios de su bolsillo, se quitó la ropa y empezó a pintarse el cuerpo. Riéndose, dibujaba líneas rojas en su vientre, sus pechos, su cuello.
Mi cabeza estaba vacía, sólo había el hedor a keroseno.
Lilly se había dibujado una máscara en la cara con la barra de labios; parecía una de esas africanas que bailan en los festivales.
—Oye, Ryu, mátame. Hay algo extraño, Ryu, quiero que me mates —me dijo Lilly, con lágrimas en los ojos.
Me lancé fuera de la pista. Mi cuerpo chocó con la valla. El alambre trenzado se clavó en la carne de mi hombro. De pronto deseé un agujero abierto en mí. Quería librarme del olor a keroseno, era mi único pensamiento. Concentrándome en eso olvidé dónde estaba. Arrastrándose por el suelo, Lilly me llamó. Pataleando pintada de rojo, desnuda, me pedía que la matara. Me acerqué a ella. Su cuerpo se agitaba violentamente, lloraba con fuerza.
—¡Mátame, Ryu, mátame pronto!
Toqué su cuello, estriado de líneas rojas.
Entonces una parte del cielo se encendió.
Por un instante, a la luz azul pálido del relámpago todo se hizo transparente. El cuerpo de Lilly y mis brazos y la base y las montañas y el cielo nublado, todo transparente. Y entonces descubrí una línea curva atravesando la transparencia. Tenía una forma que nunca antes había visto, una blancura que se curva trazando arcos espléndidos.
—Ryu, ¿sabes que eres un bebé? No eres más que un bebé, al fin y al cabo.
Aparté la mano del cuello de Lilly y con mi lengua le quité la espuma de la boca.
Ella me quitó la ropa y me abrazó.
Un aceite que fluía de alguna parte formó un delta en torno a nuestros cuerpos. Un delta con los colores del arco-iris.