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Ni siquiera cuando le quité con cuidado la tirita del culo, Moko abrió los ojos.
Reiko estaba envuelta en una sábana en el suelo de la cocina, Kei y Yoshiyama ocupaban la cama, Kazuo yacía junto al tocadiscos, siempre con su Nikomat en la mano, Moko estaba tumbada boca abajo en la alfombra, abrazada a un almohadón. Había una ligera mancha de sangre en la tirita, el ano se abría y cerraba al respirar, me recordaba a un tubo de goma.
El sudor que le corría por la espalda olía a flujo y esperma.
Cuando Moko abrió los ojos, aún con algunas pestañas, falsas, me sonrió. Luego gimió cuando le puse la mano entre las nalgas y se dio media vuelta.
—Tienes suerte de que llueva, la lluvia cura, apuesto a que gracias a la lluvia no te duele mucho.
El sexo de Moko estaba pegajoso. Se lo limpié con un kleenex, y cuando le metí un dedo, sus nalgas desnudas temblaron.
Kei abrió los ojos y preguntó:
—¿Eh, así que te quedaste a pasar la noche con esa putorra?
—Cállate, estúpida, no es ninguna puta —dije, espantando una nube de pequeños insectos que volaban alrededor.
—A mí no me importa, Ryu, pero tienes que andarte con cuidado a la hora de conseguirte un chute. Jackson dice que algunos de los tíos de la zona andan muy mal, te pueden hacer pedazos.
Kei se puso las bragas y fue a preparar café, Moko extendió una mano y dijo:
—Hey, dame un pitillo, uno de esos Sah-lem mentolados.
—Se dice Say-lem, no Sah-lem —dijo Kazuo, levantándose.
Frotándose los ojos, Yoshiyama dijo en voz alta a Kei:
—El mío sin leche ¿vale?
Luego se volvió hacia mí, que tenía el dedo todavía metido en el coño de Moko y dijo:
—Anoche, mientras vosotros estabais danzando en la fiesta en el piso de arriba, a mí allá abajo me dio un fuerte escalofrío de angustia, sabes, directo en el corazón… Eh, Kazuo, tú lo viste ¿verdad?
Sin contestarle, Kazuo dijo soñoliento:
—No encuentro mi flash. ¿Alguien lo ha escondido o qué?