22
—¿Qué derecho tienes para hablarme así? ¿Qué es lo que buscas, no estamos casados ni nada, qué he de hacer yo, qué es lo que quieres? ¿Quieres que diga que te quiero? ¿Es eso? Si quieres te lo digo, pero aparta tus manos de mí y deja de chulearme, ¿entiendes?
—Kei, no es eso, no te pongas histérica, lo que quiero decirte es, ya sabes, que deberíamos dejar de hacernos cabronadas el uno al otro, ¿de acuerdo? Vamos a parar ¿no? ¿Me escuchas, Kei?
—Te escucho, date prisa, escúpelo de una vez.
—No quiero romper contigo. Trabajaré en los muelles, sabes, en Yokohama puedo conseguir 6.000 yens al día, que ya es algo, ¿de acuerdo? Puedo hacerlo y no tener que vivir de ti más tiempo, no me importa si flirteas con otros tíos, no dije nada ni siquiera con esos negros ¿no? De cualquier forma, vamos a dejar de putearnos el uno al otro, no es bueno pelearse de esta forma. Iré a trabajar, mañana mismo, soy lo bastante fuerte, sabes.
El brazo de Kazuo reposaba sobre los hombros de Kei. Ella no trató en ningún momento de apartarlo. Allí mismo, delante de Yoshiyama, Kazuo trituró y se tragó dos píldoras de Nibrole, sonriendo burlonamente con el espectáculo de la trifulca.
Con sólo los calzoncillos puestos con su cuerpo despidiendo vapor, Okinawa se sentó en el suelo de la cocina y se chutó heroína. Con una mueca, Reiko se clavó también la aguja, en la palma de la mano.
—Oye, Reiko, ¿cuándo has aprendido a chutarte así? —preguntó Okinawa.
Reiko me miró, enrojeció un poco, me guiñó un ojo y reaccionó:
—¿Qué pasa? Ryu me enseñó, por supuesto.
—Mucho estás aprendiendo en esas fiestas, Reiko.
—No te hagas el gracioso. Yo odio el sexo. ¿No me crees? Sólo lo hago contigo.
Kei se levantó, puso un disco en el plato y alzó el volumen al máximo.
Yoshiyama dijo algo, pero ella hizo ver que no lo oía. Él extendió la mano hacia el amplificador para bajar el sonido y dijo:
—Tengo que hablar seriamente contigo.
—No hay nada qué hablar, yo quiero oír el disco de los Bars, oye, ponlo más alto.
—Kei, esa marca en tu cuello es de Kazuo ¿verdad? ¿Es de Kazuo?
—Qué idiota eres, es de la fiesta, de uno de los negros. Mira, ¿ves esto? Me lo hizo un negro.
Kei se levantó la falda y mostró una gran marca de dientes en su muslo:
—Para ya, Kei —dijo Kazuo. Le bajó la falda y siguió:
—Ya, conocía la de tu pierna, pero la marca del cuello no estaba ayer, ¿verdad? Oye, Ryu, no estaba, ¿verdad? Creo que se la hiciste tú, Kazuo, no pasa nada si fuiste tú, pero dímelo, Kazuo.
—Mi boca no es tan grande ¿no crees? Y si no pasa nada, no tienes que organizar tanto escándalo.
—Oye, Ryu, sube el sonido. Desde que me levanté esta mañana he estado con ganas de oírlo, por eso he venido hasta aquí, sube el sonido.
Yo estaba tumbado en la cama y fingí no haber oído a Kei. Era demasiado trabajoso levantarse y caminar hasta el amplificador. Meneé los dedos de mis pies. Reiko y Okinawa habían extendido una colcha sobre el suelo de la cocina y estaban tumbados boca abajo.
—No es por una marca ni esas cosas que lo digo, sino por lo que siempre lo digo. Estoy hablando de algo más básico, ya sabes. Deberíamos ser un poco, sabes, mejores, sabes, ocuparnos el uno del otro, eso es lo que quiero decir. Estamos viviendo en una especie de nivel distinto de todos, así que deberíamos cuidarnos el uno al otro.
Frotándose la pierna, Kazuo dijo:
—¿Qué es toda esa mierda, Yoshiyama? ¿Un nivel distinto de los demás? ¿De qué estás hablando?
Sin mirarle, Yoshiyama dijo en voz baja:
—No es asunto tuyo.
Me corté las uñas de los pies, tenían un olor igual que el del ananás. Algo me molestaba en la espalda; cuando aparté la almohada y miré, vi el sostén que Moko había dejado olvidado.
El sujetador estaba adornado con flores y olía a detergente. Lo tiré al armario de la ropa. El camisón plateado estaba allí colgado. Recordé el sabor de la esperma caliente de Jackson y me sentí mal. Sentí como si aún quedaran restos en mi boca; cuando pasé mi lengua por todo el interior, a veces el sabor parecía volver. Tiré las cortaduras de uña en la terraza. Pude ver a una mujer paseando un pastor alemán en el jardín del hospital. Se encontró con alguien conocido y se paró a hablar. El perro, tiraba de la cadena. Desde donde yo estaba, el interior de la boca de la mujer parecía negro, como en la antigüedad, cuando las mujeres se teñían los dientes. Pensé que sus dientes debían estar muy mal. Escondía la boca cuando se reía. El perro tiraba hacia delante y gruñía con fuerza.
—Nosotros, sabes, nos necesitamos mutuamente. Lo que quiero decir, no sé, es que tú eres todo lo que tengo, perdí a mi madre, y hay mucha gente que está en contra nuestra ¿no? Sería mala cosa si ese tipo de la prevención de menores te coge, y si a mí me cogen otra vez me echarán la reincidencia. Tenemos que ayudarnos el uno al otro, como solíamos hacer. ¿Te acuerdas de cómo nadábamos en aquel río, en Kyoto? Quiero que las cosas vuelvan a ser como entonces, cuando sólo tratábamos de conocernos mutuamente. No sé por qué tenemos que pelearnos así, vamos a intentar remediarlo, el dinero no es problema, hemos ido demasiado lejos, volveré a trabajar. Oye, mira, iré a recoger la mesa y las repisas de aquel sitio de Roppongi que nos dijo Moko, y me parece que hay también una cómoda. Tú puedes pintarlo todo luego, Kei.
»Conseguiré dinero para los dos, trabajaré, conseguiré dinero para los dos y tú podrás tener otro gato. ¿Te acuerdas de aquel persa de color gris que querías comprarte? Te lo regalaré. Y encontraremos un apartamento nuevo, con baño propio, y empezaremos de nuevo.
»Sí, incluso podremos venirnos aquí, a Fussa, como Ryu, conseguir una casa y traer a Reiko y Okinawa o a alguien a vivir con nosotros. ¿De acuerdo? Hay muchas habitaciones y casas viejas del ejército americano por aquí, y podremos conseguir hierba y hacer fiestas. Incluso tener un coche barato de segunda mano, Ryu tiene un amigo extranjero que quiere vender uno, lo compraremos y me sacaré el carnet. Puedo sacarme uno rápido, y entonces podremos ir a la playa y todo lo demás. ¿De acuerdo? Y nos divertiremos, Kei, nos divertiremos.
»Cuando murió mi madre, sabes, no estaba tratando de ponerte por debajo, trata de comprender, no quise decir que ella fuese más importante que tú, y de cualquier forma ella ya no está, y tú eres todo lo que me queda, ¿entiendes? Volvamos a casa y empecemos de nuevo. ¿Sabes a lo que me refiero, Kei? ¿Sabes a lo que me refiero?
Yoshiyama extendió su mano para tocar la mejilla de Kei. Ella la apartó fríamente, bajó la cabeza y se rió.
—Me pregunto cómo puedes decir en serio estas chorradas. ¿No te da vergüenza? Todo el mundo está escuchando. ¿Y qué coño es eso de tu madre? Eso no tiene nada que ver con lo que ahora ocurre, yo ni la conocía, lo de aquella vez no viene a cuento, sólo que no estoy a gusto contigo, ¿puedes entenderlo? No lo aguanto, me siento como una piojosa cuando estoy contigo, no puedo soportar sentirme tan despreciable.
Kazuo intentaba no explotar de risa, mientras escuchaba a Yoshiyama, se tapaba la boca con la mano. Luego, cuando escuchó a Kei discutiendo de nuevo, me miró y no pudo aguantarse más.
—¡Un gato persa! ¿Qué te parece? ¡Vaya despilfarro!
—Escucha, Yoshiyama: si tienes algo que decirme, dímelo cuando desempeñes mi broche, ¿de acuerdo? Di lo que quieras cuando me devuelvas el broche de oro que me regaló mi padre. Entonces podrás hablar. Tú lo empeñaste, decías que querías comprar algo de Hyminal, te emborrachaste y lo empeñaste.
Kei empezó a llorar. Se le descompuso la cara. Kazuo dejó de reírse.
—¿De qué estás hablando, Kei? Dijiste que podía empeñarlo, ¿no? Dijiste que querías probar el Hyminal, tú la primera, dijiste que lo empeñáramos.
Kei se enjugó las lágrimas.
—¡Oh, para ya! Eres el clásico tío cabrón, no hay manera. Supongo que no sabrás lo que lloré después, no te diste cuenta de lo que lloré de vuelta a casa. Y tú, mientras, cantando ¿te acuerdas?
—¿Qué estás diciendo? No llores, Kei, lo recuperaré, lo puedo sacar en seguida. Trabajaré en los muelles y lo sacaré pronto, todavía no se ha perdido, no llores, Kei.
Pero ella ya dejó de responderle; se secó los ojos, se sonó y le pidió a Kazuo de salir con ella. Kazuo mostró la pierna y dijo que estaba cansado, pero Kei le tiró del brazo y cuando él vio sus ojos llenos de lágrimas, accedió a regañadientes.
—Ryu, nos vamos a la azotea, vente luego a tocar la flauta.
Mientras la puerta se cerraba, Yoshiyama gritó con vehemencia «¡Kei, Kei!», pero no hubo respuesta.
Okinawa trajo tres tazas de café que acababa de preparar. Estaba pálido y tembloroso, y se le derramó un poco sobre la alfombra.
—Oye, Yoshiyama, toma un poco de café, tienes mala pinta. ¿No van bien las cosas? No importa, todo da igual. Toma… café.
Yoshiyama lo rechazó. Okinawa murmuró:
—Bueno, vete al diablo.
Yoshiyama se incorporó, miró a la pared, suspirando de cuando en cuando, parecía que iba a decir algo, pero luego cambió de idea. Pude ver a Reiko tumbada en el suelo de la cocina. Su pecho subía y bajaba lentamente; sus piernas estaban extendidas como las de un perro muerto. De tanto en tanto, su cuerpo se estremecía.
Yoshiyama nos miró a todos, uno a uno, se levantó y se fue hacia fuera. Miró a Reiko, bebió un poco de agua del fregadero y abrió la puerta.
—Eh, Yoshiyama, no vayas, quédate aquí —dije yo.
La única respuesta fue el sonido de la puerta cerrándose.
Okinawa lanzó una risita amarga y chasqueó la lengua.
—Nadie puede hacer nada por ellos, es demasiado tarde, pero Yoshiyama es demasiado tonto para darse cuenta. ¿Ryu, quieres chutarte? Es un caballo muy puro, todavía queda algo.
—No, gracias, estoy bastante jodido.
—¿De verdad? Y la flauta, ¿la sigues tocando?
—No.
—¿Pero quieres continuar con la música, no?
—No lo he decidido todavía, sabes; de cualquier manera, no quiero hacer nada estos días, no me siento con ánimos.
Okinawa se puso a oír el disco de los Doors que había comprado.
—¿Así que estás deprimido?
—Sí, bueno, pero es diferente, es algo distinto a una depresión.
—Me encontré a Kurokawa el otro día, dijo que estaba harto de todo. Me dijo que iba a irse a Argelia, a la guerrilla. Bueno, si se pone a contar esas cosas a un tipo como yo, supongo que en realidad no piensa ir, ¿no? ¿Pero tú no estarás pensando algo así, no?
—¿Kurokawa? No, lo mío es diferente. Lo que me pasa es que, sabes, mi cabeza está completamente vacía, hueca; tengo ganas de mirar más a mi alrededor, quiero ver cosas nuevas.
El café estaba demasiado cargado. Comencé a hervir algo más de agua para aclararlo.
—Bueno, quizás deberías irte a la India.
—¿Uh? ¿Qué pasa con la India?
—Podrías ver muchas cosas en la India, supongo.
—¿Para qué tendría que irme a la India? No es eso a lo que me refiero, aquí hay suficientes cosas. Quiero mirar aquí, no necesito irme a sitios como la India.
—¿Bueno, hablas del ácido? ¿Quieres experimentar con psicodélicos? No acabo de entender lo que quieres decir.
—Ya, tampoco yo lo entiendo, no sé realmente lo que quiero hacer. Pero no pienso irme a la India ni nada por el estilo, no quiero ir a ningún sitio, la verdad. Estos días, sabes, miro por la ventana, completamente solo. Sí, miro mucho el exterior, la lluvia y los pájaros, sabes, y la gente que camina por la calle. Si te pones a mirar un rato largo, es realmente interesante, me refiero a eso cuando hablo de ver cosas. No sé por qué, pero estos días las cosas me parecen realmente nuevas.
—No hables como un viejo, Ryu, decir que las cosas parecen nuevas es un signo de senilidad, ¿no lo sabías?
—No, es diferente, no es eso lo que quiero decir.
—No es diferente, sólo que no te das cuenta porque eres mucho más joven que yo. Oye, deberías tocar la flauta, tocar la flauta es lo que tendrías que hacer, inténtalo y hazlo con decisión, sin andar por ahí danzando con mierdas como Yoshiyama. Eh, ¿te acuerdas cómo tocaste en mi cumpleaños?… Fue en el bar de Reiko, yo aquel día me sentía verdaderamente bien. Algo se agitaba en mi pecho, como, no sé, no puedo realmente explicar cómo me sentía, pero, sabes, estaba como muy relajado: como si acabara de pelearme con alguien y de pronto quisiera reconciliarme con él. Escuchando pensé en lo afortunado que tú eres, sabes, te envidio, puedes hacer que la gente se sienta así. Me refiero a que, no sé, como yo no puedo hacer nada solo, nunca me he vuelto a sentir igual, no puedes saberlo hasta que lo haces por ti mismo.
»Yo no soy más que un yonqui, sí, y cuando me quedo sin caballo, hay veces que no puedo soportarlo, deseando chutarme, sólo queriendo chutarme, a veces creo que mataría a alguien si así pudiera conseguirlo, pero aquella tarde, en casa de Reiko, estuve pensando. Sí, pensé que hay algo, sí, que debe haber otra cosa entre yo y el caballo. Quiero decir que, mientras tiemblo como si estuviera tiritando, tengo tantas ganas de chutarme que pierdo la cabeza, pero entonces pienso que la simple unión entre yo y la Dama Blanca no es suficiente, que debe haber otra cosa. Cuando finalmente me chuto, no pienso en nada, a excepción de una cosa. No en Reiko, ni en mi madre, ni nada, sólo en la flauta como la tocaste aquel día.
»He pensado en hablar contigo acerca de ello alguna vez. No sé cómo te sientes cuando tocas, Ryu, pero ¿sabes que yo me siento fantástico cuando te escucho? Siempre estoy pensando que lo que quiero es algo como lo que tú tenías aquella tarde, lo pienso cada vez que absorbo el caballo en la jeringa. Estoy acabado, sabes, porque mi cuerpo está ya podrido. Y mira mi cara, reblandecida, estoy seguro de que la voy a palmar pronto. No me importa un carajo morir, no importa, no pienso arrepentirme de nada.
»Es sólo, bueno, que me gustaría saber algo más acerca de la sensación que tuve aquella vez que oí tu flauta. Eso es todo lo que quiero, saber lo que era. Quizás si lo supiera, dejaría el caballo, bueno, quizás no. No es por eso por lo que te digo que deberías tocar la flauta, sólo que deberías olvidarte de todo lo demás y tocar, venderé algo de caballo y con la pasta te compraré una buena flauta.
Los ojos de Okinawa estaban inyectados en sangre. Se había manchado los pantalones de café mientras hablaba.
—Entonces, cómprame una Muramatsu; sería algo fantástico.
—¿Uh?
—Una Muramatsu, ya sabes, es una marca de flauta. Me gustaría una Muramatsu.
—¿Una Muramatsu, eh? De acuerdo, te la regalaré para tu cumpleaños, y entonces tocarás otra vez para mí.