CAPITVLO XXIV
Plática con un pastor
VN buen día que paseaba por unos cerros encontréme un pastor con el cual entablé pronta amistad. Tanto es así que me regaló uno de aquellos quesos que él mismo fabrica con su técnica milenaria, echando cuajo en la leche templada, quitando el suero o agua sobrante y formando el queso en un aparato redondo especial para ese menester.
Pronto me contó que era el mayoral, o mairal, como dicen aquí, y que es el pastor principal, de más experiencia, que cuida del ganado con otros pastores durante el tiempo que le ha sido encomendado según el reparto. Por lo tanto tendría que estar veinticinco días sin bajar al pueblo. Me habló de lo difícil de su trabajo, que en otoño el oso suele bajar de la montaña a atacar las ovejas si está hambriento. Otras veces una tormenta eléctrica espanta las ovejas, que, presas del pánico, se despeñan por un barranco o se asfixian al amontonarse.
Señalándome unas fajas, bancales abandonados que había en una ladera del valle, me comentó cómo sus abuelos habían levantado esos campos con enorme sacrificio para cultivar unos pocos cereales. Se lamentaba de que ahora estuvieran abandonados, que se despoblara la villa y nadie quisiera trabajar en el campo. Los jóvenes emigraban a la ciudad.
Me habló de los antiguos festejos del Pirineo, como los carnavales y las Navidades. Quizá en esas fiestas cantasen y bailasen acompañándose con música de dulzainas (flautas ensanchadas) y chicotenes (curiosos tambores con cuerdas).