CAPITVLO LIII

Plantas y matorrales que hallaba por las sierras ibéricas

ENTRE el sotobosque, vestido de helechos o torviscos pegajosos, se erigían de vez en cuando matorrales de boj, rosales o acebos. Estos, con bayas rojas venenosas y su hoja punzante, adornan las paredes de las casas en Navidad. No debe abusarse de su recogida pues significa el alimento para muchos animales que en invierno no tienen otra cosa que comer. En algunos lugares cercanos a pedregales crecía la gayuba, con frutos de color escarlata y hojas verdes, cubriendo el humus del bosque. En Albarracín no faltan ni las frambuesas, ni los arañones, ni los arándanos, fresas y hierbas que calmaban mi apetito. Recordé la décima de Calderón de la Barca:

Cuentan de un sabio que un día

tan pobre y mísero estaba

que solo se alimentaba

de las hierbas que cogía.

¿Habrá otro —entre sí decía—

más pobre y triste que yo?

Y cuando el rostro volvió

halló la respuesta viendo

que otro sabio iba cogiendo

las hierbas que él arrojó.

Sin embargo yo no me sentía pobre ni mísero comiendo hierbas, sino alegre y satisfecho.

A pesar de ello debía tener cuidado con las plantas venenosas, tales como la cicuta, parecida al perejil; la digital, planta con flores rosas en forma de dedal y el beleño, tóxico y narcótico, que produce alteraciones en los sentidos con dilatación de las pupilas. Suele crecer en las cercanías de pueblos y ruinas, con flores violetas y corolas recortadas en picos. Era utilizado en el medievo por las brujas. Según los druidas, para extraer su raíz debe hacerse mediante un rito, hurgando la tierra con el dedo meñique de la mano izquierda. Las semillas del beleño, quemadas, producen discordia entre los que aspiran el humo. Fumadas, sirven para curar el asma y el dolor de muelas y exprimidas dan un aceite que utilizaron los egipcios para alumbrarse.

Si dejaba de mirar al suelo y alzaba la vista a la copa de los árboles, podía ver el muérdago, planta que parasita y se alimenta del árbol sin hacerle daño, y que buscaban los druidas galos para hacer sus pócimas. Elegían el roble, su árbol sagrado, y mediante una hoz de oro y en un día muy azul (color sagrado), cogían el muérdago en una ceremonia que festejaba el día 23 de junio, día más largo del año, con lo cual se conseguía buena suerte, regeneración y tiempos prolíficos para la aldea. En Galicia se utilizaban las ramas secas de muérdago para buscar tesoros.