CAPITVLO IX
De los variopintos árboles y arbustos que en el Pirineo suelen crecer
ENCONTRE unos niños de un campamento cercano que recorrían el bosque en busca de ramas de árboles para poder clasificarlas. Les ofrecí mi ayuda y aceptaron de buen grado. Tomando las ramas en la mano identifiqué una por una:
—Esta rama pertenece al majestuoso abeto, árbol siempre verde que llega a los cincuenta metros de altura; en toda España solo crece en el Pirineo y debieran respetarlo los leñadores. Bajo su copa no cae la lluvia ni la nieve. En ocasiones las vacas y caballos que se refugian bajo un abeto durante una gran nevada mueren helados debido a que las ramas caen hasta el suelo por el peso del blanco manto, y se quedan aprisionados.
»Parecido al abeto es el rugoso tejo, que llaman "taxo" por aquí. Es sin embargo de menor tamaño y tiene unos frutos rojos que pueden comerse, pero sin olvidar tirar el hueso que es venenoso. Estos frutos se han utilizado para curar el catarro y para formar parte de ungüentos de las brujas inglesas, según se lee en Macbeth. Algunos avicultores alimentan a las gallinas con bayas de tejo con el fin de engordarlas.
»Esta otra rama es de pino silvestre, el árbol más abundante de estas tierras. Sus ramas tienen pegajosa resina y a veces una bolsita que llaman procesionaria o tiña del pino, en la que viven unos bichitos alargados que caminan en fila india en primavera, y poco a poco dejan al pino enfermo. Dicen que dormir bajo la sombra de un pino proporciona agradables sueños. El pino nos da grandes regalos, tales como la tea o tieda, raíz resinosa que sirve para alumbrar, la brea (que se fabrica quemando madera de pino en aparatos especiales) y la trementina, savia resinosa que sirve para fabricar el "aguarrás"».
—¿Y hay algún otro pino? —preguntó un chiquillo.
Le contesté que en las altas cumbres, donde perduran las nieves, crece el pino negro, más pequeñito y de forma cónica.
Tomando otra ramita les dije que pertenecía a un haya que en el Pirineo llaman «fau», árbol grande y robusto, con ramas retorcidas, de grandes raíces que semejan serpientes y que crecen con tal fuerza que rompen la roca.
—Estos frutos que veis, peludos y estrellados, son los hayucos, que pueden comerse en otoño y que ya fueron utilizados por los hombres prehistóricos. Prensándolos puede fabricarse un buen aceite. Sin embargo, malo es abusar de ellos, pues tienen substancias indigestas.
A continuación les mostré el tembloroso abedul, fácil de distinguir por su tronco blanco que destaca en el bosque, creciendo casi siempre cercano a los ríos. Les dije que se podía beber su savia y comer sus hojas. Su madera se ha utilizado para hacer toneles, cestas, canoas y escobas. Su corteza sirve para hacer polainas, y su savia fermentada sustituye al champán.
—Y esta otra rama ¿de qué árbol es? —me preguntó otro de ellos.
—Del arce —le contesté— en el Pirineo le llaman «escarrón» y su hoja, rojiza en otoño, adorna la bandera del Canadá.
La siguiente hoja que describí era la del tilo, árbol cuyas flores sirven para hacer una infusión tranquilizante que cura la jaqueca y cuya corteza puede utilizarse, entre otros usos, para hacer sandalias, como hizo el aventurero Simplicísimus. Fermentando su resina se obtiene un buen vino.
Llevaban también una hoja del fresno, que en el Pirineo llaman «fraxino», cuyo tronco de madera flexible sirve para hacer canablas, que no son sino los collares de madera que lleva el ganado para colgar la esquila.
Por último les enseñé que la última rama que me mostraron no era de un árbol sino de un arbusto, el boj, que llaman «buxaco» en el Pirineo. Es madera dura que resiste bien los avatares del tiempo y se utiliza para hacer cucharas y amuletos. Sus hojas verdes y pequeñas son venenosas, y a veces se han utilizado en lugar del lúpulo para fabricar la cerveza.