CAPITVLO VI
He aquí cómo cambió mi suerte y me topé con un enanillo entre la vaporosa niebla
CUANDO a la mañana siguiente, reconociendo mi fracaso, me disponía a regresar a la ciudad, sorprendentes acontecimientos me hicieron cambiar de idea. Un pastor que pasaba al amanecer por un camino y vióme en cueros, me regaló una piel de oveja que llevaba al hombro.
Aquella piel y los primeros rayos del sol pronto calentaron mi cuerpo. Aún no sabía cómo comer y defenderme ante las condiciones adversas, más ¡oh maravilla!, un sorprendente acontecimiento me ocurrió. Estaba el bosque envuelto por la bruma de la mañana y de improviso vi un duendecillo aparecer entre la niebla. Me quedé perplejo y boquiabierto. Era pelirrojo, de unos tres palmos de altura, sonrosadas mejillas y orejas puntiagudas. Me dijo que era uno de aquellos seres que los habitantes del Pirineo llaman «menutos» y que suelen vivir en los bosques y en los establos de las casas, donde hacen ruidos y dejan sus pisadas marcadas en la harina que ponen las gentes para delatarlos. Me dijo también que vivía en otra dimensión y que solo en especiales circunstancias era visible para el ojo humano. Añadió seguidamente:
—Te he observado esta noche y he visto que nunca podrías sobrevivir en los bosques sin alguien que te ayude. Te voy a hacer un regalo, esta piedra de cuarzo. Te servirá para conocer los secretos del bosque y hablar con los animales y las plantas que en él viven. Habrás de guardarla con celo.
Apareció un rayo de sol que disipó la niebla, con lo que aquel enanillo esfumóse. Cuando logré salir de mi asombro pensé que todo había sido un sueño. Sin embargo yo estaba despierto y tenía una piedra de cuarzo en la mano. Había oído decir que la niebla propiciaba la aparición de seres fantásticos y que por ello abundaban más en los países húmedos del Norte. Sin embargo nunca había creído en esos seres. No pude desentrañar el enigma.